Es único y sin igual, es de ciega y feroz acometividad, de buscar
siempre acortar la distancia con el enemigo y llegar a la bayoneta.
EL ESPIRITU DE COMPAÑERISMO
Con el sagrado juramento de no abandonar jamás a un hombre en el campo hasta perecer todos.
EL ESPIRITU DE AMISTAD
De juramento entre cada dos hombres.
EL ESPIRITU DE UNION Y SOCORRO
A la voz de “A mí la Legión”, sea donde sea, acudirán todos, y con razón o sin ella defenderán al legionario que pide auxilio.
EL ESPIRITU DE MARCHA
Jamás un Legionario dirá que está cansado, hasta caer reventado, será el Cuerpo más veloz y resistente.
EL ESPIRITU DE SUFRIMIENTO Y DUREZA
No se quejará: de fatiga, ni de dolor, ni de hambre, ni de sed ni de
sueño; hará todos los trabajos: cavará, arrastrará cañones, carros,
estará destacado, hará convoyes trabajará en lo que le manden.
EL ESPIRITU DE ACUDIR AL FUEGO
La Legión, desde el hombre solo hasta la Legión entera acudirá
siempre a donde oiga fuego, de día, de noche, siempre, siempre, aunque
no tenga orden para ello.
EL ESPIRITU DE DISCIPLINA
Cumplirá su deber, obedecerá hasta morir.
EL ESPIRITU DE COMBATE
La Legión pedirá siempre, siempre combatir, sin turno, sin contar los días, ni los meses ni los años.
EL ESPIRITU DE LA MUERTE
El morir en el combate es el mayor honor. No se muere más que una
vez. La muerte llega sin dolor y el morir no es tan horrible como
parece. Lo más horrible es vivir siendo un cobarde.
LA BANDERA DE LA LEGIÓN
La Bandera de La Legión será la más gloriosa porque la teñirá la sangre de sus legionarios.
TODOS LOS HOMBRES LEGIONARIOS SON BRAVOS
Todos los hombres legionarios son bravos; cada nación tiene fama de
bravura; aquí es preciso demostrar que pueblo es el más valiente.
La Legión se pensó desde el primer momento como unidad
de choque, compuesta por voluntarios, que permitiera reducir la
cantidad de bajas de personal de leva que tanto malestar social causaba
en la península. Se esperaba que se nutriera principalmente de
extranjeros, y de nacionales que buscasen huir de una vida anterior,
redimirse mediante el servicio armado, lo que se tradujo en una bien
conocida política inicial de "nada de preguntas".
El texto del Credo está formado por doce sentencias o espíritus
que debe atesorar y cumplir todo caballero legionario. El Credo es,
además, una guía de conducta simple y fácil de memorizar a fin de
permitir su mejor aprendizaje por parte de legionarios iletrados o
extranjeros. Unida a las ceremonias, a la uniformidad exclusiva de la
Legión, a las tradiciones y al llamado "Culto a la muerte", el Credo
conformaba la base de la llamada mística legionaria, creada conscientemente por su fundador, y cultivada con afán por el cuerpo desde entonces.
El objetivo de este adoctrinamiento era conseguir una unidad
cohesionada, dispuesta a actuar como tropas de choque sin temer a la
muerte. El mismo Millán Astray admitió muchas veces ser un gran
admirador del bushido, obra que él mismo llegó a traducir al español durante los años veinte a partir de una edición francesa.
Historia de la Legión
Creada el 28 de enero de 1920, y aunque ya había participado en acciones de guerra, la Legión no empezó a ser conocida entre la ciudadanía española hasta su precipitado traslado en auxilio de Melilla tras el Desastre de Annual. En 1923,
con la unidad ya plenamente establecida y necesitada de mantener el
flujo inicial de reclutas, así como buscando incrementar la publicidad
sobre la misma, el entonces teniente coronelJosé Millán Astray redactó y editó un libro titulado La Legión,
en el cual aparece públicamente la primera forma conocida del Credo. No
obstante, este ya existía prácticamente desde la fundación de la
unidad, y era enseñado a las tropas con tanta insistencia y tesón como
si se tratara de un nuevo catecismo.
El texto del Credo Legionario se mantuvo inalterado durante los
años de existencia de la Legión, excepto por un detalle del 11º
espíritu: la edición original publicada por Millán Astray rezaba La Bandera de La Legión será la más gloriosa [...].
La forma en futuro fue modificada a su redacción actual, en presente,
en un acto con gran ceremonia tras la entrega de la primera bandera
nacional a La Legión el 5 de octubre de 1927 por parte de la entonces reina Victoria Eugenia, al considerarse que las bajas legionarias hasta la fecha lo hacían merecedor de tal modificación.
En los años 80, cuando se cuestionaba la continuidad de La
Legión, el Ministerio de Defensa de España promovió una nueva redacción
del Credo, por considerar que la tradicional era anacrónica y
políticamente incorrecta, aunque no prosperó.
El Espíritu del pelotón de castigo: Sufrir arresto en
el pelotón es un derecho del legionario que pecó militarmente; derecho
que no debe desposeérsele ni con indultos ni atenuaciones, y mientras
que ejerce este derecho y paga sus deudas, ha de tener el orgullo de
buen pagador, que cuanto más plenamente realice el pago más se despliega
de sus faltas, que al terminar su correctivo deja de pesar sobre él,
puesto que lo liberó pagando su justo precio. Nuestra raza no ha muerto
aún.
Aunque nunca se ha añadido oficialmente este redactado adicional al
Credo, ha tenido esa consideración durante mucho tiempo, formando parte
del corpus de costumbres propias de La Legión.
Por otra parte, el tercer jefe de La Legión, Francisco Franco, retocó en 19232 la redacción del Espíritu de unión y socorro, eliminando algunas palabras, de forma que quedaba como sigue:
El Espíritu de unión y socorro: A la voz de ¡A mí La
Legión!, sea donde sea, acudirán todos y con razón o sin ella defenderán
al legionario que pida auxilio. Posteriormente se recuperó la redacción
original.
"Espíritu al que desertaba o se suicidaba"
Legionario, si tu condición de hombre no te hace responsable de tus actos, ¿de qué te quejas?: cumple tu compromiso y vete.
Oración del Legionario Ante el monumento legionario, presidido por el Cristo de la Buena Muerte, y desde las filas de la gloriosa Legión, recordamos a quienes murieron con nobleza y honor.
Señor de la vida y la esperanza, fuente de salvación y de paz eterna, concede a nuestros difuntos el descanso eterno.
«Con todo el pueblo ismaelita entró en los confines de los
cristianos y comenzó a devastar muchos de sus reinos y a matar con la
espada. […] Ciertamente devastó ciudades y castillos y despobló toda la
tierra hasta que llegó a las zonas marítimas de la España Occidental y
destruyó la ciudad de Galicia». Con estas tristes palabras explicaba el
obispo del siglo XI Sampiro las barbaridades perpetradas por uno de los mayores enemigos del cristianismo en la Península Ibérica: Abu ʿAmir Muhammad ben Abi ʿAmir al-Maʿafirí (más conocido por estos lares como Almanzor). Su fallecimiento dejó tras de sí una estela de crueldad cuyo final celebró así la Crónica Sielense: «Murió Almanzor y fue sepultado en el infierno».
El escriba que dio forma a aquellas palabras rebosaba odio, pero también razón. Almanzor,
un caudillo venido a más que usó al joven califa de Córdoba como una
mera marioneta a través de la que poder cumplir sus deseos, protagonizó
entre los años 977 y 1002 nada menos que cincuenta y seis campañas militares perpetradas, en su mayoría, contra los reinos cristianos del norte peninsular. El cúlmen de su barbarie llegó en el 997, cuando arrasó y saqueó Santiago de Compostela.
«Destruyó iglesias, monasterios y palacios y los quemó con fuego»,
desvelaba el propio Sampiro. Sus huestes solo respetaron el sepulcro del
apóstol, y por una razón que, a día de hoy, sigue siendo un enigma.
¿Miedo o respeto? Nunca lo sabremos.
Pero aquella no fue su mayor barbarie. Poco antes, durante el año
982, Almanzor ya era conocido como uno de los caudillos más sádicos del
Islam tras haber conquistado Zamora y después de que
uno de sus acólitos perpetrara una gran matanza contra sus habitantes.
«Dicen que Almanzor entró en Córdoba precedido de más de nueve mil
cautivos que iban en cuerdas de a cincuenta hombres, y que el Walí de Toledo, Abdalá ben Abdelaziz,
llevó a aquella ciudad cuatro mil, después de haber hecho cortar en el
camino igual número de cabezas cristianas», afirma el número 16 de la «Revista histórica» (editada en abril de 1852).
Tan solo tres años después, el caudillo volvió a dejar claro que su
máxima era usar el terror para doblegar a sus enemigos bombardeando Barcelona con
cabezas cristianas, arrasando la ciudad después de acceder a ella, y
haciendo decenas de miles de prisioneros tras quemar sus viviendas.
Caudillo en la sombra
Nacido en el 938 en una familia con tradición militar (sus
antepasados habían formado parte de las tropas musulmanas que habían
atravesado el Estrecho de Gibraltar en el 711 para
invadir la Península Ibérica), el futuro Almanzor estudió en la Córdoba
califal. Allí empezó a escalar peldaños a nivel político en palacio (las
teorías de cómo se introdujo en el ambiente nobiliario son varias)
hasta que fue nombrado tutor del hijo del califa al-Hakam II.
La versión más extendida afirma que logró el puesto tras recibir el
beneplácito de la favorita del mandamás y madre de sus hijos, Subh umm Walad.
«Sea como sea, el 22 de febrero de 967 la gestión de los bienes del príncipe heredero 'Abderramán fue confiada a Ibn Abi ‘Amir con un sueldo de quince dinares al mes. Al mismo tiempo se convirtió en administrador de las propiedades de Subh», explica Ana Echevarría Arsuaga (profesora
titular de Historia Medieval en la Universidad Nacional de Educación a
Distancia) en su dossier « El azote del año mil: Almanzor, según las crónicas cristianas».
Posteriormente, y tras la muerte prematura de su pupilo, pasó a ejercer
el mismo papel con el siguiente pequeño en la línea sucesoria: Abu'l-Walid Hisam.
De esta forma, su posición dentro de la corte quedó más afianzada si
cabe. Así fue como se convirtió en uno de los hombres de confianza del
califa.
El empujoncito final en su carrera política lo obtuvo durante el año 976, después del fallecimiento en octubre de al-Hakam II.
A partir de entonces comenzó una lucha por el trono en la que multitud
de pretendientes se empeñaron en arrebatar el bastón de mando al joven Hisam II. Ibn Abi Amir se
convirtió entonces en su máximo defensor y acabó (ya fuera con la
espada o a través de las intrigas políticas) con todo aquel que se
interpuso en el camino del nuevo califa. Pero no porque considerara a
aquel chico un político capaz, sino porque su corta edad le permitió
(con la colaboración de Subh) convertirse en un auténtico caudillo en la
sombra. En un breve período de tiempo logró que el pequeño olvidara el
gobierno de Al-Andalus a base de lujos y mujeres y se lo cediera de facto a él como consejero o «hayib».
En todo caso, cada uno de sus ataques le sirvió para asentarse
todavía más en el poder. De hecho, cuando el calendario marcaba el 981
quedó claro en Córdoba que este caudillo tenía aspiraciones de califa.
Ese año Ibn Abi Amir venció a su suegro Galib, uno de
sus enemigos declarados, en batalla a pesar de que este contaba con la
ayuda de conde de Castilla y del rey de Navarra. Después de esta
contienda se puso el sobrenombre de «al-Mansur» (Almanzor, el victorioso), un privilegio de los califas de la época. Otro tanto ocurrió cuando se trasladó hasta Medina Alzahira, la ciudad palaciega que se había hecho construir para desplazar a la capital musulmana de la Península.
«Almanzor para los cristianos fue un personaje terrible que destruyó Santiago de Compostela, hizo añicos la ciudad de Barcelona, arrasó Pamplona, y acabó con el reino de León...
Eso ha hecho que quede en las crónicas cristianas como una bestia. Sin
embargo, para los musulmanes es un personaje grande de su historia que
colocó el Califato al nivel de las potencias del Mediterráneo, que hizo
grandes gestas y que patrocinó obras como la ampliación de la Mezquita o la construcción de la ciudad palaciega de Medina Alzahira», explicaba a ABC el escritor y divulgador histórico Jesús Sánchez Adalid (autor de «Los baños del pozo azul»).
Campañas de muerte
A partir de entonces, Ibn Abi Amir comenzó una larga lista de
campañas contra los reinos vecinos que no detuvo hasta poco antes de su
muerte. Según fuentes como el historiador musulmán del siglo X Ibn Hayyan, jamás dejó «durante toda su vida» de «atacar a los cristianos, asolar su país y saquear sus bienes». Así lo corrobora María Isabel Pérez de Tudela, profesora titular del Departamento de Historia Medieval, en su dossier « Guerra, violencia y terror La destrucción de Santiago de Compostela por Almanzor hace mil años».
La experta, además, sentencia que sus continuos asaltos no buscaban
solo acabar con el contrario, sino «someter y humillar a sus enemigos».
Por entonces, el poder de un cristianismo dividido no podía
equiparase al del nuevo caudillo del Islam. De hecho, los cronistas de
la época se resignaban y se limitaban a señalar que «los cristianos llegaron a temerle como a la muerte»
y que tuvieron que aprender a soportar «las cosas más viles para su
religión». Pérez de Tudela es de la misma opinión: «El saqueo metódico y
dirigido trataba no sólo de empobrecer a los enemigos, sino de
humillarles en lo que hasta el momento había sido el soporte de la
resistencia: la confianza en el Credo religioso».
En palabras de Pérez de Tudela, Almanzor protagonizó aproximadamente
medio centenar de campañas de castigo contra los reinos cristianos
desde el año 977, cuando obtuvo su primera victoria en tierras de León.
«La mayoría de los investigadores cifraban en más de cincuenta las
expediciones realizadas por Almanzor a lo largo de su vida. Pero el Dikr hilad al Andalus elevó
esa cifra a cincuenta y seis», afirma. A su vez, la experta es
partidaria de que, en la mayoría de asaltos, apostaba por las «devastaciones sistemáticas» en lugar de ocupar o colonizar los territorios.
Según el Dikr (la popular obra historiográfica
sobre Al-Andalus de un autor musulmán anónimo que vivió entre los siglos
XIV y XV) sabemos que Almanzor conquistó y destruyó ciudades o enclaves
destacados de la Península Ibérica como Zamora, los
arrabales de León, Simancas, Sepúlveda (la cual fue incendiada),
Coimbra, Astorga o Pamplona (esta última, en dos ocasiones). «Del rigor
de los cercos a que fueron sometidas algunas de estas posiciones dan
cuenta ciertas frases contenidas en el Dikr, frases que no por escuetas
dejan de sobrecogernos mil años después de ser consignadas por escrito»,
añade la experta en su dossier.
Brutalidad y terror
Entre las ciudades que fueron conquistadas y destruidas de una forma más brutal destacan Sepúlveda y Barcelona. En ambas Almanzor utilizó almajaneques (gigantescas
catapultas que lanzaban piedras de hasta quinientos kilogramos para
destruir las murallas enemigas) y, en el caso de la ciudad catalana,
disparó una munición muy tétrica.
«Las máquinas que atacaron Barcelona el año 985 lo hicieron disparando cabezas de cristianos a un ritmo de mil por día»,
añade la experta. La barbarie contra esta urbe fue total ya que,
después de traspasar sus muros, Almanzor pasó a cuchillo a la mayoría de
los hombres que la defendían y esclavizó a una buena parte de las
mujeres y los niños. Por si fuera poco, a continuación quemó las
viviendas.
En sus palabras, que este hecho se dejase claro en un texto histórico tan escueto como este pone de manifiesto que la política de terror
fue «un recurso sistemático por parte del amirita». Una estrategia que
pretendía acongojar a sus enemigos y en las que influían de forma
directa la devastación de las urbes que pisaba su ejército.
Mención a parte requieren las ingentes cifras de muertos que Ibn Abi Amir dejó a su paso en ciudades como Simancas o Toro. «En algún caso el autor reseña el número de los muertos: 20.000 en Aguilar; 10.000 en Montemayor, y en otro precisa que Almanzor dio muerte a todos los hombres (Sacramenia)», añade la profesora. El experto arabista Luis Molina afirma en su obra magna «Las campañas de Almanzor»
que dos de las más brutales fueron la decimoséptima (la de León, donde
volvió con mil cautivos tras asesinar a cientos de soldados) y la
decimoctava (la de Simancas, en la que «las aguas del río se tiñeron de rojo por la sangre cristiana vertida»).
«En junio del 987 Coimbra sufrió un ataque que a la
larga conseguiría su abandono durante siete años. Era el tercer año
consecutivo que Almanzor lanzaba sus tropas contra la ciudad del Mondego.
La primera de esas expediciones tiene lugar entre septiembre y octubre
del 986 y en ella ataca Condeixa y Coimbra, la segunda se inicia en
marzo del 987 y la tercera ese mismo año en el mes de junio, al decir de
la crónica la ciudad fue asediada durante dos días y cayó al tercero.
Sus habitantes fueron hechos prisioneros y su solar destruido. El año
990, un nuevo ataque dirigido contra Montemayor obligó a desalojar toda
la zona al sur del Duero», añade la experta.
Prisioneros
El Dikr, según la autora de « Guerra, violencia y terror La destrucción de Santiago de Compostela por Almanzor hace mil años»,
también deja constancia de la ingente cantidad de prisioneros que hacía
Almanzor tras conquistar, saquear y quemar las ciudades cristianas. Del
medio centenar de contiendas que protagonizó este caudillo, en una
treintena regresó con un «abultado número de cautivos». Una buena parte de ellos, mujeres y niños.
«En siete de ellas se especifica que las apresadas eran mujeres, y
en dos más, que la captura fue de mujeres y niños. En las incursiones
contra Cuéllar y Calatayud, nuestro informante apunta que fueron hechos
prisioneros todos los habitantes de la población», desvela la autora.
A pesar de que es casi imposible calcular el número concreto de
cristianos a los que Almanzor privó de su libertad, la profesora
(basándose siempre en el Dikr) intenta hacer una aproximación en su
obra. Según sus cálculos, los botines humanos más cruentos habrían
consistido en 40.000 mujeres durante las campañas de Zamora y Toro; 70.000 más (cifra en la que también contabiliza niños) en su ataque contra Barcelona y 50.000 en
Aguilar de Sausa. «Por los datos que aporta el Dikr entre el 977 y el
1002, el amirita aprisionó sólo en las campañas más sobresalientes a
99.000 mujeres», añade. ¿Qué sucedía, entonces, con los hombres que se
rendían ante el poder del musulmán? La mayoría eran sacrificados.
Los gladiadores eran luchadores que combatían contra otros gladiadores
con la finalidad de entretener a las gentes y luchar por su vida con la
finalidad de poder obtener la libertad. Alguno de estos gladiadores
luchaban de forma voluntaria, pero otros se trataban de esclavos o
condenados que luchaban para seguir viviendo. Los gladiadores se
clasificaban según el armamento con el que salían a la arena a combatir,
así surgieron los diferentes clases de gladiadores.
Clases de Gladiadores. Samnitas
El nombre de estos gladiadores parece ser que procedía del armamento
que utilizaba un pueblo homónimo, que se decía que tras la victoria
romana contra el pueblo samnita en el año
44 adoptaron para estos luchadores un escudo ornamentados en el pecho,
así como un escudo oblongo grande, casco con visera en forma de cresta y
cimera con plumas, una greba (una protección de metal) ubicado
normalmente en la pierna izquierda, un brazal de cuero o metal para
cubrir uno de los brazos desde el hombro y una espada corta o gladius.
Clases de Gladiadores. Mirmillones o Murmillones
Estos
luchadores procedentes la mayoría del pueblo galo, portaban un casco de
bordes amplio con una alta cresta que les confería un aspecto de pez,
en el que podía llevar dibujos realizados con la forma de este animal,
una pollera o túnica corta, cinturón ancho, protecciones tanto en el
brazo (usualmente derecho) como en la pierna (usualmente izquierda),
escudo rectangular curvado (utilizado por las legiones romanas) y una
espada gladius.
Clases de Gladiadores. Tracios
Derivados
de los guerreros griegos del pueblo de Tracia, estos luchadores
portaban un escudo rectangular pequeño, al que también se le conoce con
el nombre de “parmula” (de medidas aproximadas 60*65 cm), espada muy
corta con la hoja ligeramente curvada, recibía el nombre de “sica”,
protecciones en ambas piernas, necesarias debida a las pequeñas
dimensiones del escudo, protector para el hombro y brazo en el que
portaba la “sica”, una túnica corta con cinturón ancho de cuero y casco
con una pluma lateral, visera y cresta alta.
Clases de Gladiadores. Reciarios
Este
tipo de luchador solian luchar contra los secutor, llevaban como
armamentos una túnica corta o faldilla con cinturón, protecciones en uno
de sus brazos, una red, un tridente, también llamado “fuscina” y un
puñal, no llevaba casco.
Su forma de luchar consistía en lanzar la red con la finalidad de
atrapar al oponente, utilizando el tridente para clavárselo. El puñal
era utilizado para matar a su adversario o para deshacerse de la red, ya
que esta la llevaba sujeta a una de sus muñecas.
Clases de Gladiadores. Secutor
Este
tipo de gladiador muy parecido al mirmillón, estaba equipado por una
espada corta gladius, en la que más tarde utilizaran la espada larga
llamada spatha, un escudo similar al utilizado por los legionarios
romanos, es decir rectangular curvado también llamado “scutum”, un casco
esférico, así como una armadura pesada que le confería una protección
casi total en todo su cuerpo.
Estos fueron los gladiadores más conocidos pero existieron muchos más
tales como los Hoplomachus los cuales llevaban una armadura casi
completa, los dimachaerus que luchaban con dos espadas, los provocatores
y algunos más.
Aunque bien podría ser el de matrona, eufemísticamente siempre se ha
considerado la prostitución como el oficio más antiguo del mundo. Así
que, siguiendo la tradición, vamos a dar una vuelta por Sumer y Roma a
ver qué nos encontramos.
En Sumeria el sexo se vivía y practicaba con mucha desinhibición. La
diosa que llegó a ser la más grande del panteón sumerio fue Inanna (más
tarde Ishtar), diosa del amor, del sexo y de la guerra, así como
protectora de la corona… y de las prostitutas. ¿Cómo era posible que una
gran diosa protegiese a las prostitutas? Cuando hoy en día pronunciamos
la palabra «prostitución», nos vienen a la cabeza imágenes de
esclavitud sexual, de trata de blancas y de vejación a la mujer. Un
mundo sórdido. Nada que ver con el mundo de los sumerios, donde las
prostitutas gozaban de prestigio y posición social. Era un oficio más,
con el añadido de considerarse importantísimo, ya que la diosa Inanna
era, a su vez, la cortesana de los dioses. Debemos tener en cuenta que
los dioses sumerios ignoraban a los humanos. La única divinidad que
tenía detalles con la humanidad era Inanna, que les entregaba su propio
sexo. La labor de las distintas prostitutas cambiaba según las épocas y
las ciudades, por lo que es difícil desentrañar la madeja de nombres que
ha llegado hasta nuestros días. Generalizando un poco podemos
distinguir los siguientes tipos, en orden creciente de importancia:
Las de nivel más bajo eran las simples prostitutas del pueblo llano,
que buscaban a sus clientes en los puertos y en las entradas de las
ciudades. Se las respetaba, pues era un simple trabajo más. No
presentaba connotación negativa alguna, salvo en el caso de las «esposas
de la cerveza», que eran esclavas al servicio de las tabernas con las
que los clientes podían yacer incluso delante de todo el mundo (ya hemos
dicho que eran muy desinhibidos). A estas últimas se las despreciaba,
pero no por ser prostitutas, sino por ser esclavas.
Las Shamhatum eran jóvenes agraciadas que se dedicaban a la
prostitución de alto nivel. Lo que hoy denominaríamos como una
«escort». Tenían prestigio social, cultura y colaboraban en determinadas
fechas con los templos para atender a los fieles de forma gratuita a
cambio de más reconocimiento social.
Las Kulmashitum (a veces esa palabra se usaba para designar al personal laboral del templo) eran sacerdotisas prostitutas sagradas (hieródulas de bajo nivel). Muchas veces una viuda o una huérfana humilde se acogía como hieródula
en un templo de Inanna. Con ello escapaba del hambre y adquiría
prestigio social. Lo malo es que solamente se aceptaba a aquellas que no
tuvieran defectos físicos.
Las Kezertum eran hieródulas que se distinguían de
las demás por llevar los cabellos rizados y largos (algunos también
opinan que podrían llevar una especie de rastas). Se cree que actuaban
en la calle, posiblemente ayudando a las prostitutas laicas y
controlando los pequeños altares de barrio.
Los Assinum eran hombres que se vestían y se maquillaban
como mujeres (travestidos). Los sumerios aceptaban la homosexualidad,
aunque con cierto humor y burla —del lesbianismo no se hablaba—.
Las Ishtaritum (mujeres) y los Ishtarium (hombres) eran el clero sagrado de alto nivel. Obviamente solo se acostaban con ricos/as y gente de mucho poder. Algunas Ishtaritum,
como las Nin-Dingir, lo hacían con el rey o el gobernador, pues eran la
diosa reencarnada en el mundo. Al practicar el acto sexual con el
gobernante le transmitían sus poderes de mando. Sin ese acto de sexo, el
mandamás de turno no podía ser ratificado en el cargo.
En suma, y aunque parezca extraño, era una prostitución por motivos
religiosos y por compasión. Las sacerdotisas representaban el único acto
de clemencia que un miembro del panteón divino tenía hacia sus
sirvientes humanos. Ningún marido se ofendía porque su parienta se fuera
de picos pardos con un Ishtarium, ni ellas le tiraban un jarrón a la cabeza al personaje de turno por haber estado con una Kezertu.
Lo consideraban algo normal y de lo que sentirse orgullosos si la
pareja había estado con alguien de alto nivel. Obviamente se entregaba
una cantidad a la hieródula para el mantenimiento del templo.
Ya se sabe que todas las religiones pasan el cepillo, aunque en este
caso tenía un carácter burocrático, pues en la sociedad sumeria se
pagaban impuestos casi hasta por respirar. Si además añadimos que los
templos eran gestionados por las propias sacerdotisas, obtenemos una
imagen exótica de un mundo que hoy nos repugna y que, indudablemente,
nos cuesta comprender. En todo caso, con el tiempo la sociedad sumeria
se fue volviendo cada vez más patriarcal y, en época de los babilonios,
las sacerdotisas ya no contaban para nada, no gestionaban ni dirigían
asunto alguno y eran los hombres los que manejaban el cotarro tratando a
las sacerdotisas como meros objetos para el sexo. Como dijo cierto
historiador en una ocasión:
Cuando los hombres comenzaron a dirigir la sexualidad de
las mujeres, la prostitución pasó de ser un acto sagrado a convertirse
en un vulgar y terrible acto de esclavitud sexual
Y si en Sumer la prostitución estaba emparentada con lo divino, en
Roma estaba completamente regulada. Según dejó escrito Tácito, para
ejercer la prostitución tenían que obtener la licentia stupri
(en el año 1 constaban inscritas 32.000 prostitutas en Roma). Para
conseguir esta licencia, las mujeres estaban obligadas a registrarse
ante la oficina del edil con su nombre, edad, lugar de nacimiento y
nombre de guerra. Y, al igual que en Sumer, las había de diversas clases
y condición:
Delicatae: eran las prostitutas de lujo a las que
únicamente tenían acceso los más poderosos. Las que ahora se eligen con
un catálogo y se les pone un pisito.
Famosae: mujeres que sin ninguna necesidad, por su
posición social, practicaban sexo por puro placer. El caso más
significativo sería el de Valeria Mesalina, esposa del emperador
Claudio. Cómo sería de libidinosa esta mujer que, aprovechando la
ausencia de su esposo, organizó un concurso en palacio con las
meretrices de Roma basado en ver quién se podía acostar con más hombres
en un solo día. El «colegio de prostitutas» aceptó el reto y envió a
Escila, una auténtica profesional que realizó veinticinco coitos antes
de rendirse… Mesalina prosiguió durante la noche y, tras declarar que no
se sentía aún satisfecha después de haber yacido con setenta hombres,
continuó hasta el amanecer. El recuento final fue doscientos.
Lupae: las que ejercían el oficio en los lupanares.
Noctilucae: las que solo trabajaban por la noche.
Copae: las que trabajan en la caupona, una tienda
de bebida rápida y comidas frías ya preparadas —generalmente vino,
aceitunas, pan, quesos o encurtidos— que podías tomar o llevar. No había
bancos ni mesas, sino una barra al exterior en la que los clientes por
un as podían templarse con un vaso de vino peleón y algo que roer,
echarse unos dados o «conquistar» a alguna de las copae que por allí
rondaban.
Fornicatrices: las que se lo hacían bajo los arcos de puentes o edificios. El término fornix significa «arco», de donde proviene fornicar (tener relaciones con una prostituta).
Forariae: ejercían en los caminos rurales próximos a Roma y sus principales clientes eran los viajeros.
Bustuariae: cerca de cementerios… con un poco de misterio.
Prostibulae: en la calle sin ningún control.
Ya lo decía Catón el Viejo…
Es bueno que los jóvenes poseídos por la lujuria vayan a
los burdeles en vez de tener que molestar a las esposas de otros hombres
La prostitución en Roma también generaba empleo indirectamente en la figura del alipilarius,
los encargados de depilar el vello púbico a las féminas de las clases
pudientes y a las prostitutas. En Roma no eran muy partidarios del vello
púbico, y desde la adolescencia ya comenzaban a depilarse. Nuestro
querido alipilarius ejercía su digna profesión en los baños,
los prostíbulos o a domicilio directamente en casa de la domina. Entre
sus herramientas de trabajo estaba la volsella (pinzas) y el philotrum (cremas depilatorias a base de resina). En palabras del poeta bilbilitano Marcial…
¿Por qué te depilas, Ligea, tu viejo coño? Semejantes
exquisiteces están bien en las muchachas […]. Si tienes vergüenza,
Ligea, deja de arrancar la barba a un león muerto.
Y aunque la prostitución masculina no era tan numerosa, las señoras y
los homosexuales no lo tenían difícil para encontrar un joven gigoló
con el que satisfacer sus necesidades. De hecho, había lugares para
ello, como la statio cunnilingus, donde se ofrecían para practicar sexo oral. Y cómo no, también había varias categorías:
Durante
el verano del año 153 a. C., el cónsul Quinto Fulvio Nobilior trató de
conquistar la urbe celtíbera con el apoyo de 10 paquidermos. El
resultado fue un desastre para su ejército.
Si por algo se caracterizaron las legiones romanas
fue por su capacidad para mimetizarse con los pueblos conquistados. A
lo largo de los siglos integraron en su ejército monturas tan
pintorescas como los dromedarios o los camellos e incluyeron en sus filas a combatientes tan castizos como los honderos baleares.
Los mismos germanos sirvieron como guardia personal de los siete
primeros emperadores por su ferocidad en combate. Ya fuera durante la República o el Imperio,
la Ciudad Eterna no tuvo reparos en admitir en sus filas toda aquella
revolución que pudiera ofrecer una ventaja clave en combate. Sin
embargo, de entre todas ellas hay una que afectó a Hispania en especial: los elefantes.
Unos
animales «duros» y cuya «corpulencia aterraba a los soldados», pero
«torpes» y a los que solo se les podía sacar provecho con «muchísimo
trabajo». Así es como definió el mismísimo Julio César
(100 - 44 a. C.) a los temibles elefantes de guerra. Unas inmensas
moles de 5 toneladas de peso y 3,5 metros de altura que causaban
estragos cuando cargaban contra el enemigo. Aunque también un arma de
doble filo, pues no era raro que, al asustarse, se descontrolaran y
provocaran el caos. Ya lo expresó el historiador Apiano (95-165 d. C.) en «Historia de Roma. Sobre Iberia»:
«Esto es lo que les suele ocurrir siempre a los elefantes cuando están
irritados, que consideran a todos como enemigos. Algunos, a causa de la
falta de confianza, los llaman “enemigos comunes”».
El ejemplo vivo de lo peligrosos que eran estos animales para las tropas aliadas lo sufrió en primera persona el cónsul Quinto Fulvio Nobilior
en el verano del año 153 a. C. Por entonces, el representante de la
República romana fue testigo de cómo una decena de estos paquidermos
abandonaban el asalto sobre las murallas de Numancia y
se volvían, asustados, contra los mismos legionarios que les habían
adiestrado. El resultado de la contienda fue una verdadera humillación
para sus hombres, que se vieron obligados a abandonar el asedio y huir
para no morir aplastados. Por si fuera poco, aquel desastre se completó
cuando los defensores abrieron las puertas de la ciudad sedientos de
sangre. «Los numantinos se lanzaron desde los muros, y en la persecución
dieron muerte a cuatro mil hombres y tres elefantes», explica Apiano.
Entre Cartago y Roma
El
origen de esta contienda hay que buscarlo en el siglo III a. C. Época
en la que la Península era testigo de los enfrentamientos entre las dos
grandes potencias de la época: Cartago y Roma. Una región la primera que, tal y como afirma el estudioso decimonónico Philippe Le Bas en su «Manual de historia romana desde la fundación de Roma hasta la caída del Imperio de Occidente», extendía su comercio por «toda la costa septentrional de África desde los confines de Libia hasta
el gran océano», disponía de un «vasto imperio que se extendía sobre
las costas occidentales del Mediterráneo» y (afincada por estos lares)
se nutría de las minas de Hispania para sufragar sus contiendas contra
su eterna enemiga: la República ubicada en Italia.
Así fue como Hispania, conocida como «tierra de conejos» o «tierra de los metales» por los romanos, se convirtió en un campo de batalla obligado para los hermanos Publio y Cneo Escipión. Los generales que, tras la llegada de refuerzos a Ampurias en
el 218 a. C., se propusieron expulsar por las bravas a los cartagineses
de la Península. La misión les costó a ambos la vida (literalmente) y
no se materializó hasta el año 206 a. C. cuando, vencidos en todos los
frentes, los hombres de Aníbal y Asdrúbal plegaron
banderas y regresaron hasta su hogar en el norte de África. Aquello no
fue una derrota más, ni mucho menos. Por el contrario, significó el fin
de una de las épocas de expansión más destacables de Cartago. Unos años
ligados a la familia Bárquida y que había inaugurado Amílcar Barca desembarcando en Gadir allá por el 237 a. C.
En una sociedadtan jerarquizada y organizada como la
de Roma, el acceso a los cargos públicos estaba regulado y se hacía
mediante elecciones relativamente democráticas. Solo relativamente
democráticas, porque para ser candidato a uno de estos cargos debías
disponer de recursos suficientes y porque solo podían votar los hombres
libres con la ciudadanía romana —por enésima vez las mujeres se quedaban
fuera de poder ser protagonistas de la historia—. La mayoría de los
cargos públicos tenían periodicidad anual, no estaban remunerados y, en
algunas ocasiones, eran desempeñados por dos miembros por aquello de no
acaparar poder (en ocasiones esta dualidad hacía difícil la toma de
decisiones). Al no estar remunerados, solo los candidatos de familias
pudientes y con recursos podían ser candidatos, ya que debían financiar
de su bolsillo las campañas electorales e incluso todos los gastos
durante su mandato. Y no eran pocos, porque para ganarse el favor del
pueblo costeaban obras públicas o financiaban espectáculos (teatro,
carreras de cuadrigas, lucha de gladiadores…). Pero no sufráis por
ellos, para unos era un gran honor —lo que hoy se podría llamar un
servicio público—, y para otros era una inversión de futuro —para llegar
a un puesto vitalicio en el Senado, el cementerio de elefantes—. Al
contrario de lo que ocurre en los cementerios, donde los que están
dentro no pueden salir y ninguno de los que está fuera quiere entrar, en
la política los que están dentro no quieren salir y todos los que están
fuera quieren entrar. Los distintos cargos públicos que ocupaba una
misma persona durante toda su vida se llamaban cursus honorum (carrera política).
Es curioso el origen del término «candidato», procedente del latín candidatus,
que significa «el que viste de blanco» porque durante la campaña
electoral debían vestir una túnica blanca (cándida) que mostraba su
honradez y pureza para acceder a un cargo público. Ironías de la vida o
del lenguaje, todos los políticos corruptos que un día sí y otro también
acaparan las portadas de la prensa en algún momento fueron candidatos.
Una vez convocadas las elecciones y hechos públicos los diferentes
candidatos, comenzaba la campaña electoral… y la carrera por el voto.
Aunque ahora a los candidatos les gusta mucho eso de soltar arengas para
que sus incondicionales les ovacionen, recorrer las calles de las
ciudades y fotografiarse haciéndole carantoñas a los niños, dando besos y
abrazos a diestro y siniestro, olvidan pronto el «nunca prometas con lo
que cumplir no cuentas» y ponen en práctica el «prometer hasta meter y
una vez metido, se olvida lo prometido». Y eso precisamente es lo que
hacían en Roma, ganarse el voto a pie de calle. Aquí tenía especial
importancia la figura del nomenclator. Aunque hoy en día ha
quedado como un simple «catálogo de nombres», en la antigua Roma se
llamaba así a los esclavos que acompañaba al candidato por las calles
para susurrarle discretamente al oído el nombre de la persona a la que
se dirigían para pedirle su voto. Si un candidato se dirige a ti por tu
nombre, sabe si tienes familia o en qué trabajas, tiene mucho ganado.
Por tanto, su labor era muy importante y, lógicamente, debían tener una
memoria de elefante para poder recordar todos esos datos. Buscando más
similitudes con nuestra época, también tenían sus particulares pegadas
de carteles. Grupos de seguidores e incluso gentes contratadas para la
ocasión, recorrían las calles para buscar los mejores «escaparates»
donde estampar pintadas (grafitis) vendiendo las excelencias de su
candidato o sacando los trapos sucios de sus adversarios. Y cómo no…, la
eterna corrupción. Aunque estaba terminantemente prohibida la compra de
votos, el dinero y otras prebendas eran los responsables de que se
votase a un candidato u otro.
Y ahora que sabemos cómo se desarrollaban las elecciones, vamos a extrapolar a los candidatos ( B ) y partidos que se presentarán a las elecciones
de Hispania el próximo 10 de noviembre y llevarlos a la Antigua Roma. Y
para ello me serviré del magnífico hilo publicado en twitter por Cierva de Sertorio.
Los hermanos populares Graco lideran Unita Possumus (Unidas Podemos),
con el nombre en género neutro para no discriminar. Luchan por los
derechos de los proletarii y de las mulieres, que por algo su madre
Cornelia fue la más importante de su tiempo. Están abiertos a todos los
socii y peregrini.
El joven Cayo Octavio Turino representa Magis patria (Más País),
una facción nacida de este año como consecuencia de la crisis política.
Acepta veteranos de todos los partidos populares, y por muchos es
considerado el futuro de la Res publica. No se diferencia demasiado de
Unita Possumus.
La Popularis Factio (ad) Orbem Excipiendum (PSOE)
o PFOE (facción popular para salvar el mundo) es una facción ambigua.
Es popular, pero no demasiado, ya que César, en cuanto coge el poder, no
lo suelta, y sólo lo quiere para él. El pueblo lo ama, y es el partido
con más representación.
Si el PFOE es ambiguo, Cives (Ciudadanos) aún
más. Pompeyo no hace ascos ni a los populares de César ni a los
optimates de Sila. Representan a los plebeyos enriquecidos y se mueven
por intereses. Están ganando cada vez más popularidad gracias a las
campañas y hazañas de su líder.
Catón y su tradicionalismo se ven reflejados en el Pro Populo(PP).
Optimates de pies a cabeza, defienden el Mos maiorum (costumbres de los
ancestros; conservadores) con firmeza y se oponen a los intentos
progresistas de los populares. No le hacen mucha gracia los extranjeros,
y su lema es Gibraltar Delenda Est.
Por último se encuentran Sila y Vox, la
facción más optimate de todas. Vienen a salvar la república de la
escoria popular y a establecer un nuevo orden (si es necesario con
proscripciones). Hacen campaña con el águila romana y con los ataques de
Mitrídates en Oriente a romanos.
En todas las culturas, existen fechas fatídicas en el calendario aguardadas con temor, en las cuales el Otro Mundo se acerca al mundo de los vivos. Días ocultos como la Noche de las ánimas o de Todos los Santos, Halloween, Samhain, … En la Antigua Roma, esta época de tinieblas tenía lugar durante la Lemuralia o Lemuria.
“Memento mori.” Mosaico de Pompeya – Museo Arqueologico Nápoles
LEMURES, LARES, MANES Y PENATES
En la mitología romana, las larvae o lemures
eran considerados unos espectros o espírituos de los muertos que
habían vivido una vida miserable y que vagaban para atormentar a los
vivos. Se considera que los lemures,
a los que se le representa como esqueletos, erraban por los viñedos,
los pozos y las estancias del hogar molestando a criados, niños y
animales y propinando buenos sustos y amargos sinsabores. Se podría
decir que eran la versión maligna de los lares. ( 1)
Los lares, tambiénespíritus de los antepasados, sin embargoeran considerados los protectores del hogar. Éstos pertenecían al grupo de los dioses Manes que eran considerados los dioses familiares y domésticos, (dentro de este grupo encontramos también a los dioses Penates o dioses de la despensa). El pater familias o padre cabeza de familia,
era su sacerdote y oficiaba sus ceremonias religiosas y ofrendas en los
lararios de las viviendas en su honor frente a toda la familia.
Larario romano
Los dioses Manes eran tenidos en cuenta en los entierros con la mención en las lápidas de DIS MANIBUS (a los dioses Manes). A éstos también se dedicaba una festividad, las fiestas deParentalia, que tenían lugar entre el 13 y 21 de febrero para honrar a los antepasados. El día 21 se celebraba la fiesta de la Feralia,
cuando los familiares visitaban las tumbas de sus ancestros y dejaban
coronas de flores, sal, pan empapado en vino puro y leche.
Lápida romana
Los antiguos romanos consideraban a los lémures como espíritus vengativos que salían de sus tumbas para atormentar a sus familiares vivos y relacionaban su origen con Remo. De hecho, Ovidio sitúa
dicho origen en los tiempos míticos cuando éste se apareció tras ser
asesinado por su hermano Rómulo. Se ha deducido por ello que en sus
inicios la fiesta se denominó “Remuria”, aunque todo parece indicar que esta etimología sería ficticia.
Así, como hemos visto, en la Antigua
Roma existía una paradojica dualidad con los antepasados difuntos: por
un lado, existía la obligación ancestral de honrarlos mientras que
también, por otro, el respeto temeroso hacia su regreso.
“hubo una
época, mientras libraban largas guerras, en las que los romanos hicieron
omisión de los días de los muertos. No quedo eso impune, pues dicen
que, desde aquel mal agüero Roma se calentó con las piras de los
suburbios. Apenas puedo creerlo,
pues dicen que nuestros abuelos salieron de las tumbas, quejándose en el
transcurso de la noche silenciosa. Dicen que una masa vacía de almas
desfiguradas recorrió aullando las calles de la ciudad y los campos
extensos. Después, de ese suceso, se reanudaron los honores olvidados de las tumbas, y hubo coto para los prodigios y funerales”.
LA CEREMONIA
Los días 09, 11 y 13 de mayo, los lémuresregresaban
al mundo de los vivos y vagaban por las casas de sus familiares. Para
conjurarlos se celebraba una gran fiesta pública además de una serie de
ritos privados que tenian lugar en el seno de cada familia.
Mientras que de la ceremonia oficial no
sabemos nada, sí conocemos parte de los ritos familiares gracias a la
descripción que nos dejo en su obra Fastosel escritor latino Publio Ovidio Nasen.
Cuenta Ovidio que cada
una de las tres noches el “Pater Familia” se levantaba a la medianoche
y, tras hacer una señal de protección de la higa (el puño cerrado con el
pulgar sobresalido entre los dedos) y lavarse las manos con agua
corriente, cogía nueve habas negras (que se cree
alimentadas con sangre) y las arrojaba a su espalda sin volver nunca la
mirada atrás. Después de tirar cada una de ellas, debía repetir: “Yo arrojo estas habas, con ellas me salvo yo y los míos”. Supuestamente, las habas eran recogidas por el espíritu quien, si quedaba satisfecho, se marchaba.
“A la búsqueda de comida y bebida se aparecen en nuestras moradas y pasan su muerte a la espera”
Al parecer, una de las principales motivaciones de los lemures,
además de otras como la búsqueda de venganza o justicia, consistía en
el ansia de probar de nuevo alimentos humanos. Por ello, no parece
extraño que en algunos mosaicos que decoraban los suelos de las casas se
representaran desperdicios de alimentos a modo de ofrenda a estos
espíritus.
Pero a veces no bastaba con aplacar su
hambre, por lo que, tras realizar el rito de las habas, el cabeza de
familia debía hacer sonar un gong de bronce mientras clamaba nueve
veces: “!Sombras de mis antepasados, marchaos¡” Con
ello la ceremonia terminaba y el Pater Familia era libre de darse la
vuelta. Los habitantes de la casas podían ya respirar tranquilos, al
menos durante un año.
DÍAS NEFASTOS
Prueba de que estos días eran
considerados peligrosos o “nefastos” lo constituye el hecho de que los
templos permanecían cerrados y, entre otros ritos, no se celebraban
matrimonios. Un dicho popular rezaba:
“Solo la mujer mala se casa en el mes de mayo”
ANÉCDOTA
Los lémures (primates de Madagascar) fueron llamados así por el naturalista Linneo
por sus grandes ojos, hábitos nocturnos y los sonidos tremendos que
hacen por la noche. Algunas especies de lémur fueron identificadas por
sus llamadas incluso antes de que fuesen vistos individuos concretos.
Linneo acuño también el uso moderno de la palabra ‘larva’ para denotar
el estadio de oruga en el ciclo vital de los insectos.
Ovidio, Obras completas, Madrid, Espasa, 2005. pp. 760-763
R.M. Ogilvie, Los romanos y sus dioses, Madrid, Alianza, 1995,
Pierre Grimal, Diccionario de mitología griega y romana, Barcelona, Paidos, 1991.
Xavier Espluga,Mònica Miró i Vinaixa, Vida religiosa en la antigua Roma, Editorial UOC, 2003
Guillermo Guimaraens Igual, Ab Imo· Pectore, Vision Net, 2004
ANOTACIONES
1- Así, aunque algunos autores romanos
describen a los lémures como el nombre común para todos los espíritus de
la muerte, y los dividen en dos clases: los lares, o almas benevolentes de la familia, que protegen la domus o casa, y las larvae,
o inquietas y horribles almas de hombres malvados, la idea más común
era que los lémures y las larvae eran lo mismo. Se decía de ellas que
vagaban por la noche y que atormentaban y asustaban a los vivos.
Muchos de nosotros al ver películas,
leer libros o mirar algún documental nos maravillamos ante lo que fueron
las Legiones romanas, una máquina de guerra que arrollaba todo a su
paso, y que pudo conquistar casi toda Europa a punta de pilum y
gladius. Efectivamente, las legiones romanas eran una organización
admirable, que aún se estudian en varios ámbitos. Y a pesar de esto,
surgen las dudas:
¿Cómo se organizaban estas Legiones
romanas? ¿Por qué de esta organización? ¿Cómo estaban comandadas? ¿Hay
equivalencia entre los rangos romanos y los actuales? El presente artículo buscará dar una respuesta a dichas preguntas.
Las reformas de Mario
A principios del siglo II A.C. el
sistema defensivo romano de Legión manipular quedó en crisis. Urgía un
cambio radical si es que Roma, amenazada, quería sobrevivir.
Tipos de Legión manipular tardía (A. McBride)
La Legión manipular (Osprey)
Hasta ese momento las legiones romanas
se dividían en cohortes, y estas a su vez en manípulos. Había varios
tipos de combatientes que eran (de más ligero a más pesado): velites,
hastati, príncipes y triarii. El sistema manipular no era malo en sí,
había demostrado su éxito a pesar de reveses contra los cartagineses y
númidas. Era en definitiva una fuerza de soldados-ciudadanos de clase
media, basada en los ingresos y las propiedades de los ciudadanos donde
se preveía que los que poseían propiedades de hasta 3000 sestercios iban
derecho a las legiones, el resto servía como velites, y que cada
ciudadano se proporcionara su propio armamento. Estos
legionarios-ciudadanos estaban motivados primero por el mantenimiento de
su estatus material, y por consiguiente del mantenimiento de la
República.
Pero en este período, la sangría de las
guerras púnicas y desastres militares contra cimbrios y teutones
redujeron sensiblemente la base de reclutamiento romana, hasta entonces.
Roma se había quedado prácticamente sin clase media, sin base para su
fuerza de legionarios-ciudadanos.
Con este panorama es que en el año 107
A.C. el recién nombrado cónsul Cayo Mario se marca la difícil tarea de
reformar todo el sistema militar romano, buscando solucionar los
problemas que aquejaban al correcto funcionamiento del mismo.
Las reformas se realizaron en los siguientes puntos
Reclutamiento
Se eliminaron las condicionantes de
propiedad para entrar en la Legión. Con esto, se dispuso de una base de
reclutamiento amplísima. Los ciudadanos de las clases más pobres, que
carecían de elementos para lograr elevar su estatus social vieron así
una posibilidad de mejoras a través de una carrera militar, y se
enrolaron en masa. El período de servicio se hizo de 25 años en los
cuales el legionario no podía casarse. La República se haría cargo del
equipamiento de cada uno de los legionarios, simplificando y unificando
el mismo.
Tipo de combatiente
Lo más importante de todo es que se creó
una fuerza de carácter permanente, que se entrenaba de forma constante,
no cuando la situación lo ameritaba. Al proveer el Estado de armamento,
el tipo de tropa se homogeneizó y se eliminaron los tipos de
legionarios (velites, hastati, príncipes y triarii). El grueso de la
Legión se volvió un tipo de tropa más de Infantería Pesada. Las tareas
de Infantería más ligera, de lanzadores de proyectiles (arqueros,
honderos) y de Caballería de choque pasaron a formar parte de las tropas
auxiliares, que sustituían a las tropas asociadas, y eran tropas
extranjeras que combatían por Roma, a cambio de conseguir la ciudadanía
al fin de su período de servicio.
A pesar de que el Estado se hacía cargo
de proporcionar al Legionario el equipo, éste era enteramente
responsable por el mismo, así como de transportar durante las marchas
sus enseres personales, mudas de ropa y víveres. Por esta razón los
Legionarios pasaron a ser llamados jocosamente “las mulas de Mario”,
viendo todo el equipo que cargaban durante la marcha.
Seguía siendo un tipo de
soldado-ciudadano, pero las motivaciones para servir eran diferentes.
Antes lo era por preservar el estatus que tenía, que el mundo que había
creado el ciudadano no se destruyera, típico de alguien de clase media.
Ahora en cambio la motivación estaba de la mano con subir en la escala
social y hacerse un nombre, llegar a por lo menos ser clase media. Hay
casos también de oficiales que desde los estratos más bajos hicieron
carrera en la Legión y llegaron al Ordo Equestris.
Estructura
Una Legión constaba ahora de unos 6.000
hombres, de los cuales 4.920 eran soldados (el resto era tropa no
combatiente). Cada una de estas legiones estaba constituida por diez
cohortes (numeradas del I al X), y a su vez, estas cohortes tenían seis
centurias cada una. Al revés que en el sistema manipular, los soldados
más veteranos, los de la I Cohorte, combatían en posiciones primordiales
del campo de batalla (a la derecha y a la vanguardia), mientras que los
más bisoños, los de la X Cohorte, lo hacían en posiciones menos
relevantes (segunda o tercera líneas, a la izquierda).
Las Centurias estaban compuestas por 100
hombres, 80 soldados y 20 no combatientes, y estaba al mando de un
soldado profesional ascendido de entre la tropa y llamado Centurión. La
Centuria era la unidad combativa mínima de la Legión. Acarreaba con ella
todas las armas y demás provisiones e instrumentos necesarios para
mantener a la unidad. Sólo a efectos de montar campamento, cada una de
estas Centurias se dividía a su vez en Contubernia de 8 hombres, que
compartían una carpa en el mismo. El Centurión más veterano de cada
cohorte, llamado Pilus Prior era el comandante de la misma.
Contubernia en marcha (Angus McBride)
Por lo tanto los Manípulos son
sustituidos por las Cohortes, y cada uno de los soldados a cargo de cada
cohorte, tenía a su cargo un asistente llamado Optio, junto a otros
cargos de suboficiales que se verá más adelante. El Centurión de la I
Cohorte era el soldado más experimentado de todos, llamado Primus Pilus
(o primipilo), que era un soldado de carrera y asesoraba directamente al
Legatus, el comandante de toda la Legión en asuntos de la tropa. En
épocas imperiales la I Cohorte era la más importante, y dada su posición
de preeminencia dentro de la Legión, se le duplicó el número, 800
hombres en cinco centurias, aumentando la relevancia del Centurión
Primus Pilus.
Como tropa adjunta, cada Legión contaba
con 120 soldados de Caballería propios de la Legión, que realizaban
tareas de reconocimiento y enlace. Era un tipo de fuerza muy ligeramente
equipada, típica de las misiones que tenían. Estos soldados de
Caballería ya no eran reclutados de entre los estratos más altos de la
sociedad, sino que al igual que la Infantería, provenían del pueblo liso
y llano. Para el Ejército Romano, la fuerza de Caballería de choque
provenía de los auxiliares.
Así que para resumir, la Legión completa
contaba con 6.000 hombres, de los cuales 4.920 eran combatientes (con
5.240 en épocas imperiales). A su vez cada Legión se dividía en diez
cohortes, del I al X, que eran constituidas por 6 Centurias de 80
hombres cada una, cada una al mando de un Centurión, de los cuales los
más veteranos comandaban la Cohorte completa, y el más veterano de todos
la I Cohorte. Y los 120 soldados de Caballería.
La Legión imperial (P. Connolly)
Entonces la suma sería así:
6 Centurias x 80 = 480 – 10 Cohortes x 480 – 4.800 + 120 = 4.920 hombres
Cuando se modificó la I Cohorte la estructura pasó a formar de la siguiente manera:
1 Cohorte x 800 + 9 Cohortes x 480 – 5.120 + 120 = 5.240 hombres
Rangos
La cadena básica de Comando era la
siguiente. El comandante de la Legión era el Legatus, comandante de la
Cohorte/Centuria era el Centurión. Y entre la tropa, los Milites, se
elegía al jefe del Contubernium o Decanus (pero este era sólo un título
nominal y no estaba enmarcado dentro de la Legión).
Se buscará además realizar una
comparación con rangos actuales dentro de las Fuerzas Armadas, pero hay
que hacer la aclaración de que es difícil encontrar equivalentes
modernos dentro de la estructura de la Legión, donde a pesar de ciertas
igualdades, el trato social seguía definiendo en muchos casos el rango. A
pesar de esto algunos paralelos con la actualidad se incluirán.
A continuación se nombrarán desde el rango más bajo al más alto. Los rangos se discriminan por sueldo.
Tropa
a. Milites – Pedes (Soldado)
Era el rango base de la Legión. La gran
mayoría de los legionarios tenían esta graduación. Eran 5.120 en total
en la Legión imperial. Sometido a un riguroso entrenamiento y una férrea
disciplina, con sus armas Roma conquistó casi toda Europa.
Legionario de la época imperial (A. McBride)
El Legionario comenzaba su carrera
militar como Tiro (recluta), donde pasaba por un periodo de
adiestramiento de seis meses, para luego pasar al cargo de Munifex o
Miles Gregarius. A medida que iba avanzando y aprendiendo especialidades
como Discens, podía obtener la consideración de Inmunes, que eran los
legionarios que poseían alguna especialidad y podían ser relevados de
ciertas tareas de campo, aunque por supuesto no todas.
El equipo estándar consistía en el casco
(cassis), de muy buena protección en general, el único ornamento que
poseían era una cresta que se colocaba en desfiles. La protección
corporal era una coraza hecha de láminas (lorica segmetata) compleja
pero con un buen balance entre protección y movilidad, y las siempre
presentes sandalias de legionario (caligae), una pieza de vital
relevancia y un verdadero avance tecnológico que permitían al legionario
realizar largas marchas. Las armas eran dos jabalinas (pilum), el
siempre presente gladio y como defensa el gran escudo (scutum) que podía
usarse también ofensivamente.
Recibían la paga básica
b. Caballería
Los soldados de Caballería eran también
legionarios de rango básico. Realizaban tareas de escolta, exploración y
envío de despachos, y no tenían un rol importante en el combate, pues
los romanos cedían la Caballería de choque a tropas auxiliares.
Como tal su equipo era más bien ligero,
con una lorica hamata (cota de malla), una lanza (hasta) y una espada
(spatha). Sus caballos no eran de tan buena calidad como la de los
auxiliares, por las tareas que realizaban.
La Caballería legionaria cumplía funciones de exploración y enlace
Estaban comandados por un Decurio, un rango de suboficial, y dependían de las órdenes del Legatus.
Al igual que los infantes, recibían la paga básica
Suboficiales
a. Cornicen (Cabo Especialista)
Eran quienes tocaban el corno, una
especie de trompeta de la antigüedad. Se encargaban de realizar las
órdenes sonoras a la Legión. Estas órdenes era por ejemplo, dirigir
sonoramente las tropas durante los combates, marcar las cadencias de
marcha, marcar las horas y toques durante el campamento (rancho,
silencio, fajina, diana, etc.). Poseía el mismo equipo que el legionario
común, salvo que su protección era una cota de mallas (lorica hamata).
Un detalle distintivo era que estaba tocado por una piel de animal
salvaje, generalmente un lobo.
Cornicen
Había uno por Cohorte, es decir 59 en la
Legión imperial, y marchaban al frente de ellas. En caso de ausencia de
otros subificiales también servían de asistente al Centurión.
Recibían paga 1.5 veces superior a la de tropa.
b. Tesserarius (Cabo de Guardia)
Era el soldado encargado de las guardias
en el campamento. Los Tesserarius organizaban y comandaban por ejemplo
las guardias nocturnas en campamento durante los acatonamientos o en
épocas de guerra.
Tesserarius
Su nombre proviene de la tessera único
equipo diferente al del legionario, una especie de tableta de cera,
donde se anotaba el santo y seña del día, para poder entrar al
campamento.
Eran, al igual que los Cornicen, uno por
Cohorte, en total 59, y también marchaban al frente de ellas. También
recibían una paga y media.
c. Optio (Sargento)
Era el segundo al mando luego del
Centurión, por lo que había también varios niveles de Optio, desde los
segundos de Centuria, pasando por los segundos de Cohorte, hasta los
segundos de la I Cohorte.
Podía ser designado por el Centurión o
por sus compañeros, valorándose su valor, destreza militar y dotes de
mando. Los Optiones (pl. de Optio) eran soldados vitales dentro de la
estructura de las Legiones. En orden de marcha y de combate se colocaban
siempre en la retaguardia de los legionarios (el Centurión iba al
frente), para mantener el orden de las tropas. Las tareas que le eran
encomendadas consistían en hacer cumplir las órdenes del Centurión,
sucediéndolo en el mando de ser necesario, supervisar a las tropas y
llevar tareas administrativas de la Centuria o la Cohorte. Se
diferenciaba por el uso de dos plumas en el casco, visibles a los
legionarios.
Optio (izquierda) junto a un Centurión (A. García Pinto)
Estaba clasificado de entre los milites
principales y poseía la categoría de duplicarius, es decir, estaba
rebajado de tareas pesadas y cobraba doble paga. Aspiraba a ser nombrado
centurión, y cuando había alcanzado la cualificación suficiente,
recibía el título de Optio ad Spem Ordinis (Optio expectante de
comisión). Había 59 en toda la Legión.
d. Portaestandartes (Sargento)
Siguientes en la línea de mando venían los portaestandartes, de los cuales habían también varias categorías.
El primero de ellos era el Signifer, era
el que llevaba el estandarte (signum) de la Centuria o la Cohorte. Este
estandarte era el emblema militar de la unidad, y un elemento
importante como referencia visual en el campo de batalla. El estandarte
generalmente venía acompañado de philarae (medallones), o también una
mano humana abierta (manus) que significaba el juramente de honor de la
unidad a Roma. Como se mencionó había un Signifer por Cohorte y
Centuria, por lo tanto 59 en total y cobraban paga doble. Al igual que
los Cornicen, usaban en combate una piel de lobo sobre su casco. También
utilizaban un pequeño escudo llamado Parma en lugar del más grande
scutum de sus compañeros, seguramente para mayor movididad.
Signifer
El más importante de los
portaestandartes era el Aquilifer, que llevaba el Águila de la Legión,
el elemento simbólico más importante de la misma. Había uno sólo por
toda la Legión, y era generalmente un soldado veterano, curtido y
premiado por su conducta y valor. Aparte de servir como el referente
simbólico de toda la unidad servía como custodio de los valores de la
misma. Tenía una gran responsabilidad a cuestas, pues si el Águila se
perdía en combate significaba una deshonra enorme para la Legión. Muchas
veces las Legiones combatieron salvajemente para no ceder el Águila al
enemigo, algunas veces de forma exitosa, como se nos cuenta
pormenorizadamente el El Comentario de la Guerra de las Galias de César,
y otras infructuosamente como en Carrhae o Teutoburgo.
Aquilifer y Signifer (A. García Pinto)
El Aquilifer combatía generalmente con
una capa de león u oso sobre su equipo, y utilizaban también el escudo
más pequeño, el Parma.
Aquilifer (G. Embleton)
El rango equivalente en la actualidad
para este soldado en particular sería un Suboficial Mayor (el suboficial
de mayor grado en la unidad), y era dentro de los rangos de
suboficiales el mejor pago de toda la Legión. En épocas imperiales se
creó una figura análoga, la del Imaginifer, que llevaba la imagen del
Emperador.
Oficiales subalternos
a. Centurión
Entre la tropa y los oficiales
superiores se encontraban los Centuriones. Este es el grado más
estudiado de todos los que han compuesto una Legión, pero a su vez es el
más complejo si queremos vincularlo con grados militares actuales. Para
comenzar con las complejidades, basta señalar que el rango de Centurión
no era un rango único.
Primero que nada, la definición estricta
de Centurión es la del comandante de una Centuria, pero como se verá
esta definición va un poco más allá. Es como se verá el rango táctico de
mayor relevancia dentro de la Legión, los verdaderos responsables de la
expansión del Imperio Romano por el mundo conocido.
Diversos tipos de Centuriones (G. Rava)
Eran hombres que se distinguían del
resto de los legionarios, por su sentido táctico y administrativo, por
sus dotes de mando, disciplina, resistencia, capacidad de enseñar y
templanza. Eran nombrados de acuerdo a esas capacidades por el Legado, a
veces siguiendo la recomendación de la misma tropa.
Los Centuriones marchaban al frente ya a
la derecha de su Cohorte/Centuria, liderando a los hombres desde la
primera línea, por eso la proporción de bajas entre este rango era más
elevada que en el resto de la tropa. Como se mencionó anteriormente
estaba asistido por los suboficiales, el Optio que era el segundo al
mando y marcha en la parte de atrás de la unidad; el Tesserarius, que
organizaba las guardias, y el Cornicen que transmitía sonoramente sus
órdenes al resto de la tropa.
Centurión (V. Vuksic)
En la Legión Imperial había 59
Centuriones en total. Había uno frente a cada Centuria, siendo el más
veterano de ellos el comandante de la Cohorte. Cada comando de cada uno
de los Centuriones reflejaba el rango que tenía dentro de la Legión. La
primera Cohorte tenía 4 a su mando el Centurión más veterano de la
Legión, el Primus Pilus, más cuatro Centuriones veteranos. Por contraste
el Comandante de la 6ta Centuria de la 10 Cohorte, el Centurión más
joven.
Rangos de Centurión (Connolly)
Por lo tanto los Centuriones podían
clasificarse en los siguientes rangos, se pondrá una aproximación a un
rango actual entre paréntesis.
Primus Pilus (Teniente Coronel): era el Centurión de mayor rango, uno sólo por Legión. Dependía directamente del Legatus.
Primi Ordinis (Mayor): eran los
Centuriones que comandaban cada una de las restantes Centurias de la
Primera Cohorte, 4 en total. Se dividían en orden por: Primus Princeps,
Hastatus, Princeps posterior, Hastatus Posterior.
Pilus Prior (Capitán): eran los Centuriones que comandaban las restantes 9 Cohortes.
Ordinarii (Teniente): el resto de los
Centuriones, 36 en total. Estaban divididos en orden por: Pilus
Posterior, Princeps Prior, Princeps Posterior, Hastatus Prior, Hastatus
Posterior.
Como equipamiento distintivo los
Centuriones llevaban una cresta transversal en el casco, que los hacía
identificables a la tropa, especialmente durante el combate. Además
llevaban una armadura de cota de malla (lorica hamata) o de escamas
(lorica squamata), en lugar de la laminar (lorica segmentata), muchas
veces cubierta por phalerae (condecoraciones en forma de medallón) y
torquex (pulseras colgantes). Cuanto más ornamentos tuviera, más
veterano él Centurión y por ende mayor rango. Usaba además protecciones
en las piernas (grebas). Portaba la espada corta reglamentaria (gladius)
en el lado izquierdo en lugar del derecho, habitual en los simples
milites, sujeta al cuerpo mediante un cingulus o cinturón con la funda
del arma. Su símbolo de mando era un bastón de mando hecho de una rama
de vid.
Centurión Primus Pilus
El Primus Pilus era por lo tanto el
Centurión más experimentado, respondía directamente del Comandante de la
Legión, y dependiendo de su veteranía podía cobrar un sueldo de hasta
16 veces más que el sueldo base. Era el rango que todo legionario quería
llegar, pero era muy difícil acceder a él porque además de todas las
capacidades necesarias para ser un Centurión, debía tener considerables
habilidades educacionales y administrativas. El rango en principio sólo
podía durar de uno a tres años, por lo cual el Primus Pilus podía
obtener otras posiciones de privilegio incluso como oficiales superiores
dentro de la Legión (Praefectus Castrorum), pudiendo llegar al mismo
Orden Ecuestre.
Legionario saludando a un Centurión
Oficiales Superiores
a. Tribunos (Coronel/General)
Había seis de estos oficiales en la Legión, cinco del Orden Ecuestre y uno del Orden Senatorial. Estos eran:
Tribunus Angusticlavii (Coronel)
Eran los del rango ecuestre. Tenían
tareas administrativas dentro de la Legión, sin mando táctico durante el
combate, a pesar de poder tener experiencia militar.
Trinunos Laticlavii (General)
El tribuno de rango ecuestre, servía
como segundo al mando de toda la Legión. En general este rango estaba
reservado a jóvenes que necesitaban foguearse para seguir para seguir
una carrera política en Roma, por lo tanto los conocimientos militares
que aportaba a la Legión eran nominales.
Ambos se diferenciaban por las tiras de
color púrpura en su toga, los tribunos de menor grado usaban tiras finas
(angusticlavi), mientras que el de mayor rango una de tiras más anchas
(laticlavi). Formaban parte del Estado Mayor del Legatus.
Tribuno Angusticlavio
El equipo ya no era el estándar de la
Legión, pues aquí los gustos personales influían en la elección del
equipo, por lo general usaban una coraza de metal de una sola pieza y
casco ático, cuanto más ricamente ornado el equipo mayor rango o más
patricia la familia.
b. Praefectus castrorum (Coronel)
El Prefecto del campo (Praefectus
castrorum) era el tercer rango en importancia dentro de la Legión, luego
del Legatus y del Tribuno Laticlavius. Generalmente era un soldado
veterano con mucha experiencia como un Centurión Primus Pilus retirado,
elevado al rango ecuestre y reenganchado como evocatus. Por lo tanto era
un puesto abierto a todas las clases sociales romanas (desde la clase
baja se podía llegar a este cargo y así entrar en clases sociales más
privilegiadas).
Las tareas que se reservaban al Prefecto
del Campo eran las de la organización de lo referente al mantenimiento y
organización del acuartelamiento de la unidad, tanto cuando estaba
acantonada como en campaña. Asimismo tenía la tarea de velar por el
estado del equipamiento de los legionarios, y ver que estos estén en
forma, coordinando con el Primus Pilus no sólo el entrenamiento, sino la
organización de las guardias y patrullas.
El equipo era similar al del resto de los oficiales superiores.
c. Legatus (General)
El Legatus es el comandante de la
Legión, un hombre designado por el poder político, usualmente de las
clases senatoriales patricias romanas. Era nombrado directamente por el
Emperador, o el Cónsul en la época de la República.
Legatus junto a un Primus Pilus (G. Embleton)
Usualmente la persona elegida para el
rango de Legatus había servido anteriormente como Tribuno Laticlavio (el
de mayor rango) en la Legión, por lo cual tenía experiencia previa. Era
un cargo muy rentable, pues usualmente el Legado se llevaba parte del
botín que pudieran capturar las legiones.
Legatus al frente de su Legión (G. Rava)
Se diferenciaba del resto de los
oficiales superiores por su coraza musculada más elaborada, y por su
paludamentum (capa que se sujetaba al hombro) color escarlata. También
tenía alrededor de su coraza un cincticulus, una banda de tela fina
escarlata que se anudaba en arco alrededor de su cintura.
Legatus imperial junto a un Cornicen y un Imaginifer (N. Zubkov)
Conclusión
Esperamos que el artículo haya sido de
vuestro agrado, y que sirva su cometido, es decir aclarar cómo era la
organización dentro de la Legión romana, y qué paralelismos se pueden
trazar con la de los Ejércitos hoy día.
Como podrán ver, hay muchas similitudes
entre los rangos romanos y los rangos militares actuales, y es que en
cierta medida, así como el mundo romano ha marcado la cultura occidental
de una manera u otra, las Legiones Romanas marcaron la forma de ser
militar por los siglos venideros.
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Bibliografía
Y. Le Bohec, El ejército romano: instrumento para la conquista de un imperio, Ed. Ariel, Barcelona, 2004.
A. Goldsworthy, El ejército romano, Ed. Akal, Madrid, 2005.
Connolly, Peter, The Roman Army, McDonald, Londres, 1978.
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M. Simkins et G. Embleton, The Roman Army From Caesar To Trajan, Osprey Publishing, Londres, 1984
M. Windrow et A. McBride, Imperial Rome at War, Concord Publications Company, Hong Kong 1998.