TRADUCCIÓN

Mostrando entradas con la etiqueta historia. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta historia. Mostrar todas las entradas

jueves, 23 de noviembre de 2023

LAS LEGIONES ROMANAS EN LA REPÚBLICA MEDIA

 

Tomado del canal "Perros de la Guerra"  (Gracias)

miércoles, 11 de mayo de 2022

TABUÉS SEXUALES EN LA ANTIGUA ROMA

 

1. Roma se fundó gracias a un festival de tabúes sexuales rotos

La mejor manera de entender el presente es conocer nuestro pasado. Recibe cada semana la newsletter “Historia y vida” directamente en tu mail

Dioses engendraban mortales, vírgenes violadas, sacerdotisas ofendidas y reyes de origen semidivino criados por vulgares meretrices. Sexo y violencia era parte de la vida política de Roma desde sus inicios. Eneas, el primer patriarca, era hijo de Venus, diosa del amor pasional. Por las venas de los romanos también corría la sangre beliciosa de Marte. Rómulo y Remo no habrían nacido si el dios de la guerra no hubiera violado a su madre, la vestal Rea Silvia. Y tampoco habrían podido fundar la ciudad más poderosa de Europa de no ser por la loba que los amamantó. Según algunas versiones de la leyenda, la loba era en realidad una compasiva prostituta (lupa, en latín, se usaba indistintamente para referirse al animal o a una mujer de moralidad dudosa, de ahí viene la palabra lupanar). El propio Rómulo, ya adulto, recurriría a la violencia a la hora de conseguir esposas para sus guerreros, raptando a las hijas de los sabinos.

Aun así, los primeros romanos no se caracterizaron por ser desenfrenados. Pobres y ricos trabajaban el campo, un oficio agotador que no dejaba mucho margen para la diversión. Se celebraban bastantes matrimonios indisolubles, mediante un rito llamado confarreatio. Y aunque había formas menos inflexibles de matrimonio, de todos modos el divorcio estaba mal visto. Solamente se podía repudiar a una esposa si esta cometía un grave delito, como ser infiel, abortar sin permiso del esposo o robar las llaves de la bodega para emborracharse (las damas respetables tenían prohibido el vino). Las parejas con problemas recurrían a la mediación de Juno Viriplaca, divinidad que, como su nombre indica, “aplacaba a los maridos”. Ante el altar de la diosa intercambiaban reproches, se desahogaban y, las más de las veces, volvían a casa reconciliados.

Los lectores ávidos de orgías tendrán que esperar al Imperio para ver colmadas sus expectativas. Se sabe poco de los años oscuros de las primeras monarquías, pero los tres primeros siglos de la República quedarían para el recuerdo como una era de irreprochable virtud, que llenaría de nostalgia a moralistas como Catón el Viejo o Salustio.

¿Qué significa la virtud para los romanos? Nada que ver con la abstinencia sexual o la fidelidad a la esposa. Virtus viene de vir, varón. Ser virtuoso equivale a ser masculino.

Ahora bien, ¿qué significa la virtud para los romanos? Desde luego, no tiene nada que ver con la abstinencia sexual o la fidelidad a la esposa, y menos aún con la heterosexualidad. La palabra virtus viene de vir, varón. Ser virtuoso equivale a ser masculino, y ser masculino, en la mentalidad romana, significa dominar. En primer lugar, dominar los propios impulsos, pero también dominar a los demás: esposa, amantes, hijos, esclavos, extranjeros… La virtud es cosa de hombres, o, mejor dicho, de ciudadanos. La cualidad que ennoblece a una mujer de alto rango no es la virtud, sino la pudicitia, el pudor. Y al resto de los mortales solo les queda la obediencia.

2. Mandar en la cama

Al ciudadano romano le está permitida cualquier actividad sexual, siempre que su actitud sea dominante. Puede penetrar a mujeres, hombres o adolescentes apenas púberes sin remordimiento alguno. También puede recibir atenciones orales sin menoscabo de su reputación. Lo que no debe hacer bajo ningún concepto, si quiere conservar la dignidad, es servir como objeto de placer.

El sexo no es jamás una relación entre iguales, sino un juego de poder, en el que lo que es bueno o malo viene determinado por el puesto que uno ocupa en la jerarquía social.

Ser penetrado es la mayor de las humillaciones. ¡Pobre del ladrón o del seductor a quien pesquen in fraganti colándose en una vivienda ajena! Tiene todos los números para acabar sodomizado por el dueño de la casa o por sus esclavos. En una relación homoerótica, nadie pondrá en tela de juicio la masculinidad del miembro activo de la pareja, sean cuales sean sus preferencias. En cambio, al pasivo se le desprecia por afeminado, y los papeles de ambos no son, en modo alguno, intercambiables. Tampoco entra en los planes del amante virtuoso preocuparse por hacer gozar a su partenaire. Para los romanos no hay nada más ridículo que un ciudadano que practica una felación. O, peor aún, un cunnilingus, que se interpreta como un homenaje servil a una mujer, ser inferior por naturaleza.

Así pues, el sexo no es jamás una relación entre iguales, sino un juego de poder, en el que lo que es bueno o malo, aceptable o inaceptable, viene determinado por el puesto que uno ocupa en la jerarquía social. Lo expresó de maravilla Séneca el Viejo: el sexo pasivo “en un hombre libre es un crimen; en el esclavo, una obligación; en el liberto, un servicio”.

A diferencia de los griegos, que incorporan la pederastia a la cultura demócrata, los romanos tienen terminantemente prohibido acercarse a un muchacho libre. El cuerpo de un ciudadano es intocable, como lo es el de una mujer casada o el de una virgen patricia. Lo comprobó de primera mano un tal Publio Poncio, que en 330 a. C. dio con sus huesos en la cárcel por haber intentado abusar de un joven de buena familia venida a menos, llamado Tito Veturio. El caso era controvertido: Veturio se había vendido voluntariamente como esclavo a Poncio para pagar unas deudas. Por ello, este se creía en su derecho de convertirlo en su amante y de azotarlo para forzarle a consentir. Los cónsules no lo vieron del mismo modo. Aunque esclavo temporal, Veturio había nacido libre y era, por tanto, inviolable.

De haber sido esclavo de nacimiento, liberto, prostituto o extranjero, la ley no habría salido en defensa de Veturio. “Nadie prohíbe a nadie caminar por la calle, mientras no tomes un atajo por una zona vallada”, dice un personaje de una comedia de Plauto. “Mientras te mantengas lejos de la novia, la viuda, la virgen, el hombre joven y los chicos nacidos libres, ama a quien quieras”. No obstante, no todo el mundo respetaba estos límites. Una ley del siglo II a. C. prohibía seguir a matronas y adolescentes por la calle, lo que hace suponer que el acoso era algo frecuente. Hay que tener en cuenta que las ciudadanas romanas se casaban a partir de los doce años. Abundaban las matronas y las viudas extremadamente jóvenes.

3. Las clases inferiores vivían las relaciones íntimas sin protección ni privilegios, pero también con menos rigidez

¿Cómo vivían las relaciones íntimas las clases inferiores? Se esperaba de los esclavos que fueran promiscuos, pero a veces se les permitía vivir en contubernio, literalmente “compartir tienda”. Algo parecido sucedía con los soldados, que tenían prohibido el matrimonio mientras durara el servicio militar, pero solían mantener a compañeras e hijos, cuya situación regularizaban una vez licenciados.

Un caso curioso es el de la liberta Allia Potestas, que convivía con dos hombres a la vez. Sus dos viudos le dedicaron un emotivo epitafio, en el que alaban sus habilidades domésticas y describen sus encantos con minucioso desparpajo, desde el color de su cabello hasta el tamaño de sus pezones. El matrimonio romano no permitía la poligamia, pero era una institución hecha a medida de los ricos. A nadie le importaba cómo vivieran quienes no tuvieran un rancio linaje que preservar.



4. El loco siglo II a. C.

A pesar de la relativa tolerancia de la que disfrutaban los hombres de las clases privilegiadas, los magistrados de la República predicaban moderación en las costumbres. No porque el sexo fuera malo en sí, sino porque podía distraer a un ciudadano de sus obligaciones e incitarle a derrochar su fortuna. Enamorarse era insensato e irresponsable.

TERCEROS

Venus protegía a los romanos, sí, pero también podía hacerles perder la cabeza. No convenía irritarla, pero era mejor mantenerla a raya. De la misma manera que los cristianos adoran a la Virgen María bajo distintas advocaciones (Montserrat, Guadalupe, etc.), en Roma se rendía culto a Venus Genetrix, una discreta versión de la diosa que subrayaba su carácter maternal, como honorable tatarabuela de los romanos. Pero estos, al final, se verían obligados a recurrir a otra Venus mucho más explosiva. Aníbal tuvo la culpa. En el año 215 a. C. el Senado, aterrado ante la idea de vérselas con el cartaginés ante las puertas de Roma, decidió implorar la ayuda de su protectora y erigió en el monte Capitolio un templo a la poderosa Venus Ericina, responsable de las pasiones desatadas y patrona de las prostitutas. Cartago fue vencida, pero la pícara diosa conquistó para siempre el corazón de los romanos.

5. Los jóvenes patricios mandaron al cuerno la proverbial austeridad romana.

Tras el fin de la segunda guerra púnica, una intensa sensualidad se adueñó de Roma. Con Cartago fuera de combate, ya no había obstáculo para apoderarse de todo el Mediterráneo. A medida que las legiones se adentraban en Grecia y Asia Menor, los soldados quedaron deslumbrados por el lujo de sus ciudades y palacios. Con cada nueva conquista, un chorro de oro llovía sobre las clases dirigentes en forma de tributos, posesiones y cargos en el extranjero. La ciudad se llenó de mercancías exóticas, dioses desconocidos, esclavos de extrañas facciones y filósofos griegos que predicaban nuevos valores.

Los jóvenes patricios, seducidos por la nueva Roma cosmopolita, mandaron al cuerno la proverbial austeridad romana, para consternación de moralistas como Catón el Viejo, que veía en aquella actitud el fin de la virtus y la dignitas. “El Estado va por mal camino cuando se paga más dinero por un esclavo guapo que por un campo de cultivo”, se quejó amargamente en un discurso. En efecto, estaban de moda los delicati, jovencitos destinados a complacer sexualmente a sus amos. Sin embargo, no era el homoerotismo lo que irritaba al severo orador, sino la intemperancia. Un pueblo que lo gastaba todo en placeres solo podía conducir a la República a su ruina. La lujuria no era peor que la pereza o la glotonería. Eso sí, todo tenía un límite. En 186 a. C., más de siete mil hombres y mujeres, algunos de familia noble, fueron arrestados por participar en unas bacanales que iban más allá de lo que los romanos entendían por un culto razonable a Dionisio. Además de las clásicas danzas bajo los efectos del vino, se decía que esta secta practicaba orgías multitudinarias, abusos sexuales contra muchachos libres e incluso sacrificios humanos.

6. Mujeres al poder

La nueva juventud romana no está para sermones. “Todos los que puedan pagar tienen derecho a hacer el amor”, grita un personaje de Plauto, haciéndose eco del sentir de su generación. Ciertamente, sus padres y abuelos ya echaban canas al aire con prostitutas, pero ellos van más allá: se enamoran de cortesanas, las colman de regalos, compiten por sus favores y les dedican poemas. En sus versos, Catulo, Tibulo y Virgilio ya no se comportan como el macho omnipotente de los viejos tiempos. Al contrario, se declaran subyugados por la amada, imploran sus favores y se quejan de sus traiciones, una falta de hombría que hubiera sonrojado a sus antepasados. Ellas, por su parte, emplean la seducción para obtener concesiones o acumular un patrimonio que les permita jubilarse holgadamente.

Las grandes familias se aseguran de mantener su fortuna a buen recaudo, ya que las novias patricias conservan la propiedad de sus bienes y el derecho a heredar.

La prosperidad económica también ha cambiado la vida a las mujeres respetables. El matrimonio ya no es lo que era. Ahora las bodas se celebran sin manus: la esposa sigue bajo la tutela paterna en lugar de pasar a depender del marido. De este modo, las grandes familias se aseguran de mantener su fortuna a buen recaudo, ya que las novias patricias conservan la propiedad de sus bienes y el derecho a heredar. En teoría no pueden vivir a su antojo, ya que dependen de la autoridad paterna. Pero en la práctica gozan de una gran libertad de movimientos: a fin de cuentas, no viven bajo el mismo techo que su padre. Si quedan huérfanas, enviudan o se divorcian, se les asigna un tutor a quien deben consultar para determinadas transacciones. Sin embargo, con el tiempo, el permiso de estos tutores se volverá una mera formalidad.

Ya nadie ofrece sacrificios a Juno Viriplaca para resolver crisis conyugales. El divorcio está a la orden del día, los clanes hacen y deshacen matrimonios en función de las conveniencias políticas del momento, alianzas orientadas a obtener cargos públicos que beneficien a ambas familias. Y las romanas desempeñan un papel crucial en estas redes políticas. Lejos de quedarse en casa tejiendo túnicas, como manda la tradición, se convierten en profesionales de las relaciones públicas. Acompañan a sus maridos a fiestas y banquetes, ejercen de mediadoras entre su familia y la de su esposo, intrigan para impulsar la carrera de hijos y parientes, emprenden negocios con el dinero de su dote e incluso reciben a sus propios clientes, hombres y mujeres de rango inferior que les prestan apoyo incondicional a cambio de favores.

Las nuevas libertades de las matronas no incluyen el derecho de amar a quien deseen. El tabú del adulterio sigue intacto. Incluso las viudas deben guardar las formas. El gran escándalo del siglo I a. C. lo protagonizó Clodia Metelli, una opulenta viuda patricia que se vio envuelta en una intrincada trama judicial de tintes políticos. Al acusado, Marco Caelio Rufo, se le imputaba un asesinato, varios disturbios y un intento de envenenar a Clodia. Pero Caelio contaba con un abogado de lujo, Cicerón, cuya táctica consistió en desprestigiar a la demandante, vertiendo sobre ella un sinfín de reproches morales –adulterio, incesto, alcoholismo...– hasta convertir a la presunta víctima en una malévola femme fatale, a la que no dudó en apodar “la Medea del Palatino”. Por fortuna para ella, este ataque a su reputación no tuvo consecuencias legales. Durante la República, la conducta de una viuda emancipada era un asunto privado. Pero eso estaba a punto de cambiar.


7. El adulterio como asunto de Estado

Si durante la República las matronas seguían siendo intocables y las aventuras galantes las protagonizaban cortesanas, en tiempos de Julio César el adulterio era ya el deporte nacional. Al mismo César lo llaman, jocosamente, “marido de todas las mujeres y mujer de todos los maridos”. Por primera vez se tiene en cuenta el placer mutuo. Es en esta época cuando Ovidio publica El arte de amar, un completísimo manual para seducir a mujeres casadas que, entre otros consejos, indica a los jóvenes los mejores sitios de Roma donde ir a cazar conquistas, entre ellos el circo y el teatro.

Las mujeres se pirran por aurigas, actores y luchadores. Una patricia llamada Epia fue la comidilla de sus contemporáneos por fugarse con un gladiador de mediana edad. “Es la espada que las mujeres aman”, comentaría, entre burlón y resignado, Juvenal. Si damos crédito a los grafitis de Pompeya, el sex-appeal de los gladiadores era, ciertamente, irresistible: “Las chicas suspiran por Celadus el Tracio” o “Crescens el reciario, médico de las chicas de noche, de día y a otras horas” son algunas de las bravuconadas que pintaban en las paredes estos guerreros del espectáculo.

Octavio Augusto daría un brusco golpe de timón a las costumbres con dos leyes concebidas para interferir directamente en la vida íntima de los ciudadanos.

Entre los romanos, el ocio siempre se consideró una fuente de inmoralidad, y jamás hubo tanto ocio ni tan variado como durante las primeras dinastías del Imperio. Roma seguía siendo una ciudad rica, y sus ciudadanos, despojados de casi todo poder político, no tenían nada que hacer. Bañarse, cotillear, asistir a espectáculos, cultivar las artes y enredarse en amoríos eran sus únicas ocupaciones. Las matronas habían aparcado la tradicional stola y vestían modelos más vistosos y provocativos. En la aristocracia, los celos entre esposos no eran de buen tono, y tener hijos había dejado de ser una prioridad.

Octavio Augusto daría un brusco golpe de timón a las costumbres con dos leyes concebidas para interferir directamente en la vida íntima de los ciudadanos. La Lex Iulia de maritandis ordinibus penalizaba a los solteros y a los casados sin hijos, impidiéndoles heredar. Además, obligaba a viudos y divorciados de ambos sexos a casarse de nuevo, en plazos que oscilaban de los cien días a los diez meses. A las matronas que hubieran dado más de tres hijos a la patria se las premiaba liberándolas de cualquier tutela masculina. Por su parte, la Lex Iulia adulteriis convertía el adulterio en un crimen penado por la ley. Hasta entonces, los trapos sucios de la infidelidad se lavaban en casa, con la ayuda de un consejo familiar que negociaba las condiciones del repudio y con alguna que otra paliza al amante de turno. A partir de ahora, denunciar un adulterio sería obligatorio. Si el esposo no acusaba públicamente a la infiel, se exponía a ser condenado por proxeneta. Cualquier testigo de un adulterio, real o imaginario, podía presentar denuncia, y si los reos eran declarados culpables, el demandante se quedaba una parte de sus bienes. Esto disparó los juicios por intereses políticos o económicos, incluso por simple venganza. La pena solía consistir en el destierro a una isla, aunque el padre de la condenada tenía derecho a matarla, si lo prefería. Por supuesto, la ley afectaba únicamente a mujeres casadas de nacimiento libre. La vida moral de las menos respetables no interesaba al Estado. En el año 19, una patricia llamada Vistilia intentó eludir el castigo por adulterio inscribiéndose en el registro de prostitutas. Para cubrir este agujero legal, el Senado acabó publicando un decreto que prohibía prostituirse a las mujeres de clase alta.

La dureza de estas medidas haría exclamar al historiador Tácito: “Antes sufríamos con los escándalos, ahora sufrimos con las leyes”. Sin embargo, el alarde de conservadurismo de Octavio no iba a dar los frutos esperados. Los jóvenes ricos de su tiempo siguieron entregándose al placer. Y la primera dinastía del Imperio no pasaría a la historia, precisamente, como ejemplo de continencia sexual.

Este artículo se publicó en el número 532 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.

Ana Echeverría Arístegui

sábado, 7 de mayo de 2022

EL ANFITEATRO ROMANO Y SU SIMBOLOGÍA

 

Como cualquier lugar o actividad, el anfiteatro traía consigo una serie de simbolismos, los cuales lo hicieron destacar.

En primera instancia es evidente que el anfiteatro constituía en la mentalidad romana, una representación a escala del universo. De esta forma todo el universo era mostrado (y se congregaba) en el anfiteatro, en la arena se exhibían los pueblos y bestias del mundo sometidas al pueblo de Roma, el cual los contemplaba desde la grada, y aún por encima de la grada el anfiteatro se abría al cielo, desde el cual los dioses (que recogían los destinos de cada uno) veían el evento.

En un segundo nivel, centrándonos en la grada, esta era una representación del pueblo de Roma, meticulosamente ordenado según la clase social de cada uno de sus miembros. Los individuos más importantes se sentaban al borde de la arena y, conforme descendía la relevancia social del individuo, más arriba se le emplazaba en la grada. En suma, la grada constituía una representación ordenada y organizada del pueblo, ocupando cada uno el puesto que le correspondía en la sociedad.

En un tercer nivel, el anfiteatro era (teniendo en cuenta todo lo anterior) la materialización del triunfo de Roma, pues en la representación del universo que mostraba el anfiteatro, el pueblo de Roma ocupaba el lugar del vencedor (estaba en la grada, no en la arena) y porque aparecía ordenado de un modo que ensalzaba esa victoria (se sentaban más cerca de la arena aquellos que desempeñaban un rol más activo en someter a lo que aparecía en ella, hombres y bestias).

Es más, la mera apariencia física del edificio expresaba claramente el triunfo de Roma, pues solo una nación exitosa y rica podía ser capaz de levantar semejante estructura colosal.

Así, resulta evidente que sentado en la grada de un anfiteatro un romano solo podía sentirse orgulloso de serlo y aquellos que no eran romanos probablemente darían gracias de poder estar ahí y no un poco más abajo (en la arena), y se alegrarían de ser amigos de los romanos y de compartir su cultura.

En esencia, el anfiteatro potenciaba el sentimiento de identidad nacional (en los romanos) y lo creaba en los no romanos (deseaban serlo). Tanto si habías nacido en Roma o no, sentado en la grada de un anfiteatro uno se sentía romano (la expresión más clara de lo que significaba la romanización).

Pero además de evocar al universo, a la sociedad romana y a su triunfo, el edificio mismo y el munus que en él se celebraba eran una metáfora de la vida. Así, en la arena había dos puertas, la Porta Triumphalis y la Porta Libitinensis, representando la existencia humana:

  • Porta Triumphalis

Simbolizaba el nacimiento, razón por la que era a través de esta puerta que los gladiadores entraban en la arena (la vida) mediante el desfile que abría el munus (pompa). Si el gladiador vencía, significaba que «volvía a nacer» (ciertamente, cada combate ganado era una nueva vida), razón por la que abandonaba la arena por esa misma puerta por la que había «nacido», de ahí su nombre, ya que por ella salían los gladiadores triunfantes.

Resultado de imagen de porta triumphalis
Porta Triumphalis Tarraco
  • Porta Libitinensis

Simbolizaba la muerte. Justo enfrente de la puerta del nacimiento (la Triumphalis). al otro extremo de la arena, estaba la puerta de la muerte (Porta Libitinensis), al igual que en la vida la muerte está enfrente del nacimiento, todo lo que nace tiene frente a sí la muerte. La Porta Libitinensis se llamaba así por Libitina, diosa de la muerte, y era a través de esta puerta por la que sacaban a todo aquello que moría sobre la arena (ya fuese hombre o bestia).

Resultado de imagen de porta libitinensis

Así, el gladiador, lo primero que veía al salir (nacer) de la porta Triumphalis a la arena era la Porta Libitinensis (la muerte), un buen recordatorio del destino que le esperaba si no combatía bien. Sin duda, una forma de motivar a los combatientes desde el primer momento. Y era en el espacio entre el nacimiento y la muerte, la arena (la vida), donde el gladiador debía luchar para ganarse su destino.

Todo era una metáfora de la existencia, quien en la vida (la arena) luchaba bien merecía seguir viviendo, pero quien ante las adversidades que aparecían en la vida (la arena) no se comportaba con virtuosismo no merecía seguir viviendo, sino continuar su camino por la Porta Libitinensis.

La Porta Triumphalis y la Porta Libitinensis estaban sobre el eje mayor de la elipse de la arena (en el Coliseo la Triumphalis está en el lado oeste y la Libitinensis en el lado este).

No hay datos concretos de por dónde salían los gladiadores vencidos a los que se les salvaba la vida (al no ser victoriosos, las fuentes no se ocupan de este particular). Quizá no existía una costumbre fija al respecto, pudiendo ocurrir que en unos anfiteatros saliesen por una puerta y en otros ppr otra.

En el Coliseo, la porta Libitenensis conecta directamente, siguiendo el trazado del eje mayor, con la arcada este del eje mayor, que da al ludus magnus y al spoliarium (la morgue). Así pues, un gladiador que moría en combate recorría un camino totalmente recto: entraba en el anfiteatro por la arcada de la fachada oeste, que llevaba (siempre en línea recta) hasta la Porta Triumphalis, por la que salía a la arena, caía muerto y era sacado de la arena por la Porta Libitinensis, la cual en línea recta llevaba hasta la arcada de la fachada este, a través de la cual se le sacaba del anfiteatro para llevarlo al spoliarium.

Bibliografía:

MAÑAS A., Gladiadores: El gran espectáculo de Roma. Barcelona 2013.

SEGURA MUNGUÍA, S., CUENCA CABEZA, M.: El ocio en la Roma antigua. Bilbao 2008.

miércoles, 8 de diciembre de 2021

LOS MÁRTIRES DEL EMPERADOR FILÓSOFO. LAS PERSECUCIONES DE LYON Y VIENNE

 

La visión general que los historiadores dan de los casi cien años que la dinastía Antonina gobernó Roma es muy positiva. Es común encontrarse con la expresión "La edad de Oro" o frases como "La época más feliz de la historia de la humanidad" (Edward Gibbon).

Como todas las visiones generales, ver estos casi 100 años como un siglo de prosperidad, paz y progreso ininterrumpidos, es un error en el que todo amante de la Antigüedad debe evitar caer. A pesar de ser un periodo de progreso con respecto a otros anteriores, no debemos dejar de tener presente que en estos años hubo graves conflictos bélicos con otras potencias en Dacia, Persia y también con las tribus bárbaras, cada vez más fuertes, del Danubio y del Rhin. La sociedad presentaba graves problemas de desigualdad y miseria .Políticas como las de Nerva o Trajano intentaron sacar del desamparo a los niños más pobres de Italia. Al final de esta época se extenderá por el Imperio la conocida como "peste antonina" (165-180 d.C), posiblemente una epidemia de varicela o de sarampión, que costó la vida a millones de personas y que debilitó gravemente amplias zonas del territorio romano.

Casi todos estos temas son ampliamente conocidos por el público en general, aunque hay un aspecto de este periodo que, sin embargo, se trata poco por los historiadores: las fuertes tensiones religiosas que comienzan a hacerse patentes en el seno de la sociedad.

El crecimiento en número e influencia de los cristianos provocará una reacción de desconfianza de las autoridades y del pueblo hacia este grupo religioso que se traducirá en un aumento progresivo del odio hacia los seguidores de Cristo que se desbordará con fuerza en situaciones y lugares puntuales, en especial bajo el gobierno de Marco Aurelio (161-180 d. C).



ANTECEDENTES.

A lo largo del gobierno de la dinastía, con algunos matices, el procedimiento seguido por todas las autoridades romanas con respecto a los cristianos vino marcado por las famosas directrices que Trajano dio en una famosa carta (pincha aquí si quieres leer el texto completo de la carta.) en respuesta a Plinio, el Joven, su gobernador en Bitinia y Ponto, alrededor del año 112 d. C. en las que básicamente se decía que:

     1.-Los cristianos no deben ser perseguidos por los representantes imperiales por propia iniciativa.
     2.-No se deben admitir denuncias anónimas.
    3.-Si el cristiano llevado ante el tribunal no se declara cristiano o se retracta y hace un sacrificio a los dioses romanos que, normalmente, consiste en quemar algo de incienso en honor al Emperador, debe ser liberado.
     4.-Si el cristiano persiste y se niega a sacrificar y a adorar a otros dioses debe ser castigado.

Estas pautas de actuación permitieron la supervivencia de la Iglesia primitiva, pero no evitaron la persecución de sus miembros por parte de algunos poderes locales que actuaban en ocasiones por exceso de celo, por denuncias particulares y en otros muchos casos, por presión popular. Se les acusaba de canibalismo, de ateísmo, al negarse a aceptar a los dioses romanos e incluso "de odio al genero humano" (Tácito). 

Trajano (98-117d. C).

Bajo su gobierno Plinio, el Joven, ordenó la ejecución de varios cristianos que se negaron a sacrificar ante los dioses. El propio Papa Clemente fue una de las primeras víctimas. Simeón, obispo de Jerusalén fue crucificado. También Ignacio, obispo de Antioquía fué arrojado a los leones en Roma.


                                                   Simeón, obispo de Jerusalén es crucificado.

 Adriano (117-138)

En estos años se condenó a Telesforo, Papa de Roma, a Sinforosa y a sus siete hijos . 
El Emperador ordenó que sobre el lugar en el que anteriormente se levantaba el Templo de Jerusalén, incendiado en el 70 d. C., se levantara un templo dedicado a la triada capitolina (Jupiter, Juno y Minerva) y en el sitio del Gólgota y del Santo  Sepulcro mandó construir otro dedicado a Venus.
No obstante, bajo su mandato emitió una respuesta al procónsul de Asia, Minucio Fundano, en el que se ordenaba acabar con las ejecuciones sumarias de cristianos, sin interrogatorio judicial previo y sin comprobar el delito. El procónsul no debía ceder a la presión popular. Ordenó que:
     1.- La condena a los cristianos debe ser emitida tras un correcto y completo proceso judicial.
     2.-Esta condena solo está permitida si se ha probado que los cristianos acusados han ido en contra de las leyes romanas.
     3.- El castigo debe ser proporcionado al delito.
     4.-La acusación en falso debe ser severamente castigada.
Estas reglas mejoraron sensiblemente la situación, en especial en Asia.

                                              Incendio y saqueo del Templo de Jerusalén. 70 d.C.



Antonino Pío (138-161 d. C.)

Fue un verdadero devoto del culto tradicional romano que siguió las pautas marcadas por sus antecesores con respecto a los cristianos. Entre los martirizados destacaron el obispo de Esmirna Policarpo, que en el 155 d.C. murió en la hoguera a los 86 años de vida, tras un proceso llevado a término por el procónsul Estacio Cuadrato en el que la presión popular para que fuera ejecutado fue considerable.

Marco Aurelio (161-180 d. C.)

Bajo su gobierno se produjo un agravamiento de la persecución contra los seguidores de Cristo, debido a la suma de dos factores clave:
     
      1.- La actitud personal del Emperador. En sus escritos se puede apreciar el desprecio que sentía hacia esta religión. Al parecer consideraba el sacrificio de los cristianos en lo que ellos llamaban "martirio", como una ilusión falsa y necia. No obstante su administración seguirá ateniéndose, en lineas generales, a las pautas dictadas por Trajano.
      2.- El malestar generalizado que comienza a instalarse en la sociedad romana, debido a las continuas guerras que Marco Aurelio debe mantener frente a los bárbaros, a las catástrofes naturales y a la terrible peste antonina que costará la vida a millones de habitantes del Imperio debilitándolo gravemente.En esta situación el pueblo utilizará a los cristianos, cada vez más numerosos y visibles, como una válvula de escape, culpándoles de todos los males que se van sucediendo. Según Tertuliano (apologetium, V, XII) el clamor en situación de crisis era siempre el mismo: " Cristianos a los leones".

                                                            Ejecución de una joven.

Algunos autores cristianos como Melitón de Sardes o Atenágoras se atreverán a  protestar ante Marco Aurelio por la expoliación de las propiedades de los devotos de Cristo en diferentes partes del Imperio. En Asia Menor, el populacho saqueó el patrimonio de los cristianos, siendo ejecutados en Pérgamo el obispo Carpo, el diacono Papilo y Agatonice. En Laodicea sufrirá el martirio el obispo Sagarís.

En Roma se incrementa el odio del pueblo y la desconfianza de las autoridades imperiales y de los intelectuales hacia ellos. Se desarrollará una activa propaganda literaria dirigida por personas muy próximas y apreciadas por el Emperador. Por ejemplo, Luciano de Samosata les satiriza como si fueran un grupo de fanáticos ignorantes. También Fronto, el preceptor y amigo íntimo de Marco Aurelio, les denunció en un discurso formal y el filosofo Crescencio, intervino en una disputa pública con el pensador cristiano Justino, que al parecer había fundado en la capital imperial el Didascáleo romano, una escuela de filosofía cristiana. La polémica le costó la vida a Justino, que fué ejecutado en el 165 d. C. siendo el prefecto Junio Rústico, que también condenó a Caritón, a Caridad, al esclavo imperial Evelpisto, a Hiera y a Liberiano.

                                                                  Ejecución de Justino.
   
Persecución de Lyon y Vienne(177 d. C).                                        

Esta persecución, tal y como nos la cuenta Eusebio de Cesarea (H.E.5.1.7), estuvo precedida por la violencia colectiva contra los cristianos que sufrieron robos, asaltos y lapidaciones previas a la apertura del proceso que llevaría a la mayor parte de los seguidores de Cristo de esas dos ciudades a la muerte. Al parecer estaban excluidos de las plazas y de los baños, les sorprendían y les perseguían a gritos.Toda esta situación estalla en el verano del 177. Se habían reunido en Lyon representantes de toda la Galia para las fiestas del culto imperial. Es en este contexto cuando explota el furor contra esos cristianos considerados por los demás como un verdadero problema para el buen funcionamiento del Imperio.
El numero de cristianos en ambas ciudades era importante. Una parte muy importante de la comunidad de esas dos ciudades provenía de Oriente, siendo su nivel social muy variado. Entre ellos había esclavos, nobles, médicos, artesanos, etc. La mayor parte de ellos fueron sometidos a tortura, siendo solo diez, según Eusebio de Cesarea los que se retractaron de su fe y sacrificaron en honor del Emperador. Con respecto al número total de ejecutados se calculan que fueron unas 70 personas. Analizaremos brevemente los casos mejor conocidos:


                                                Seis de los mártires más conocidos de Lyon y Vienne.
                                               Blandina, Pontico, Atalo, Alejandro,Maturo y Sanctus

          El obispo de Lyon, Potino( ca. 87-177 d.C)
 Era una persona de casi noventa años que fue llevado ante el tribunal. Al no renegar de sus creencias fue golpeado y encerrado en una mazmorra donde murió a los dos días por sus heridas.

         Blandina, la joven esclava.
Es una de las mártires de Lyon más conocidas. Era cristiana, esclava de una dama, también cristiana. Según Eusebio de Cesarea fue llevada ante el tribunal y sometida a todo tipo de tormentos. Primero fue violada, a continuación puesta sobre una parrilla de ardiente, arrojada después envuelta en una red a los toros para ser corneada. Finalmente fue degollada.

                                          Blandina, envuelta en una red es corneada por los toros.
         
          Póntico, el joven.
Murió junto con Blandina, el último día de las fiestas. Su corta edad de 15 años no le libró de la tortura que, debido a su juventud no pudo el  aguantar el tormento al que fue somentido demasiado tiempo.
       
         Sanctus, el diacono de Vienne.
Se negó a dar su nombre, procedencia o condición social al  tribunal. Se limitaba a responder "soy cristiano". Fue condenado a tortura en la parrilla ardiente y a ser arrojado a las fieras en el anfiteatro donde finalmente encontró la muerte.

         Maturo, el neófito.
Maturo, no es una de las personalidades más destacadas de la iglesia de Lyon o Vienne. Le tocó sufrir los diferentes tormentos junto a Sanctus. Tras las torturas del interrogatorio, fueron sometidos a pasar entre dos filas de hombres provistos de látigos. Sufrieron el suplicio de la silla ardiente de hierro, para ser finalmente degollados

         Biblis, la arrepentida.
Era una dama de origen oriental, que por miedo a las consecuencias, negó su condición de cristiana ante el tribunal. Según Eusebio de Cesarea, cuando fue sometida a tortura para que declarara que los cristianos se alimentaban de carne humana afirmó ser cristiana e increpó a sus interrogadores."¿Como pueden los cristianos devorar a los niños, si ni siquiera comen la sangre de los animales?". De esta afirmación se desprende que muchos judeo-cristianos de Oriente, como Biblis, respetaban la prohibición del Sínodo de Jerusalén de alimentarse de animales ahogados y de la sangre de cualquier animal."
   .
        Atalo, el noble de Pérgamo y Alejandro, el médico frigio.
Ambos provenían de Oriente. Atalo era una persona de buena posición social y ciudadano romano. Fué sacado con los demás a las fieras del anfiteatro, pero cuando el legado imperial supo de su condición legal como ciudadano romano, le hizo volver al calabozo, junto a los demás cristianos que ostentaban esa condición y que por lo tanto tenían derecho a no ser torturados y a que se les ejecutara por decapitación. Sin embargo el representante imperial, para satisfacer a la multitud cambió de opinión y condenó a Atalo al suplicio en la arena del anfiteatro, junto al médico Alejandro, que se había delatado así mismo al protestar ante las autoridades por el trato dado a sus compañeros de fe. Ambos fueron sometidos a tormento y ejecutados públicamente para divertimento de la muchedumbre.

     
Los cuerpos de todos ellos fueron arrojados al Ródano.

Con respecto a la responsabilidad de los representantes imperiales y del propio Marco Aurelio en lo sucedido, debemos aclarar que hubo mucha presión popular sobre las autoridades para que actuaran contra los cristianos. El legado imperial consultó a Marco Aurelio sobre la forma de proceder contra estos seguidores de Cristo, algunos de los cuales eran además ciudadanos romanos y que por lo tanto gozaban de ciertos derechos legales. La respuesta de Marco Aurelio fue clara. Había que devolver la libertad a los que abjuraran. A los que persistían, decapitarlos si eran ciudadanos romanos y si no lo eran, había que condenarlos a morir en el anfiteatro.

CONCLUSIÓN.

Tras dar un repaso a la persecución de los cristianos desde Trajano hasta Marco Antonio podemos concluir que:
          1.- Los emperadores de esta dinastía se atuvieron, con algunos matices, a las instrucciones que Trajano le dio a Plinio, el Joven, Gobernador de Bitinia y Ponto.
              2.- La actitud hostil de la población "pagana" creó un ambiente y un modo de interpretar la realidad ,según la cual, ser cristiano era incompatible con el estilo de vida en el Imperio Romano.
               3.- De esa creencia nació una especie de aforismo legal que permitirá a las autoridades el castigo a los cristianos, por el simple hecho de serlo.
        4.- Las persecuciones que se produjeron tuvieron un cacárter local. No fueron impulsadas o coordinadas desde Roma. Surgieron de forma esporádica, a veces provocadas por el celo de los gobernadores locales que reaccionaban ante la denuncia de algún particular, a veces por el pueblo que les culpaba de diversas calamidades del momento histórico.



Escrito por Federico Romero Díaz

BIBLIOGRAFIA

Eusebio de Cesarea.- HIST. ECCL; IV y V)
Eusebio, Historia de la Iglesia.- Paul Maier.-Portavoz, 1999.
Plinio, el Joven.(Epistolae X.96).
Historia del cristianismo.- Alain Corbin et. al..-Ariel 2013.
Historia de la Iglesia Primitiva. Desde el siglo I hasta la muerte de Constantino.-E. Bachousey, C. Tylo. Edit CLIO, 2004.

domingo, 7 de noviembre de 2021

EL CID CAMPEADOR

 

Introducción

Rodrigo Díaz de Vivar, mejor conocido como el Cid Campeador, es sin duda uno de los personajes históricos más fascinantes del pasado medieval de la península Ibérica. Ha protagonizado novelas, películas y hasta series de televisión de dibujos animados. Sin embargo, la figura que nos ha llegado es ante todo producto de la ficción y de la creación en el siglo XIX de una serie de mitos nacionales españoles en los que el Cid Campeador y otras figuras como Don Pelayo, Blas de Lezo o Agustina de Aragón encarnaban la defensa de la patria ante sus enemigos. ¿Qué sabemos realmente del Cid Campeador? ¿Qué es verdad y qué es legendario en la historia del Cid, su caballo Babieca y su espada Tizona? Para averiguarlo haremos un resumen de la historia del Cid y de su aparición en las fuentes en estas dos entradas.

El actor Charlton Heston interpretando al héroe castillano en "El Cid Campeador", película dirigida por el director Anthony Mann en 1961
El actor Charlton Heston interpretando al héroe castillano en «El Cid», película dirigida por el director Anthony Mann en 1961 (Fuente: IMDb)

La leyenda del Cid Campeador

El más conocido es el Cid campeador literario que nos ha brindado la ficción. Todas las versiones posteriores, incluyendo las modernas películas, son reelaboraciones de dos obras medievales castellanas: el Cantar de Mio Cid (aprox. 1200) y Las mocedades de Rodrigo (1360). El más célebre cantar de gesta, el Mio Cid, es un poema anónimo de casi 4.000 versos que narra las gestas del Cid tras ser desterrado por el rey Alfonso VI de León (1076-1109), a quien previamente había hecho jurar que no había intervenido en la muerte de su hermano Sancho.

En el destierro por tierras musulmanas, el héroe parte en busca de aventuras y acaba conquistando la ciudad de Valencia. Sus hijas, doña Elvira y doña Sol, son casadas con los infantes de Carrión, pero luego de que su padre los humillara, estos las maltratan y las abandonan en Corpes. El Cid venga su honor y las casa de nuevo con los reyes de Aragón y Navarra, con lo que da su sangre “a los reyes de España”.

Hay que tener en cuenta que esta obra se escribe más de cien años después de la muerte del Cid Campeador histórico. Presenta además muchos elementos que hacen pensar que obedece más a un propósito literario (un romance caballeresco) y propagandístico (ensalzar a Castilla y sus héroes) que a uno puramente historiográfico.

Monumento ecuestre dedicado al Cid Campeador en Burgos
Monumento ecuestre dedicado al Cid Campeador en Burgos

Descubriendo la verdadera biografía del Cid Campeador

Para acercarnos al Cid Campeador histórico (que vivió entre mediados del siglo XI y 1099) hemos de contar con los testimonios más cercanos de cronistas cristianos y árabes y los documentos de la época. Los testimonios cristianos más cercanos a su época son las crónicas de la corte de Alfonso VI, tales como la Crónica anónima de Sahagún o la Crónica Compostelana (principios del siglo XII).

Por otro lado, tenemos las llamadas “crónicas cidianas” (de fines del siglo XII), como la Historia Roderici Campodictoris, la Chronica Naierensis o el Carmen Campodictoris, donde se narra la vida del Cid de modo laudatorio. Por último, los hechos de la segunda mitad del siglo XI son expuestos con profundidad en las dos grandes obras históricas del siglo XIII, el Chronicon Mundi de Lucas de Tuy (1236) y De rebus Hispanie de Jiménez de Rada (1243).

Dado que una parte importante de su biografía transcurre en al-Ándalus, contamos con importantes testimonios de historiadores andalusíes en lengua árabe: la Elegía de Valencia de Al-Waqasi, compuesta tras la conquista cidiana de Valencia (1094) o Al-Yazira de Ibn Bassam, donde narra los hechos contemporáneos del Cid. Por último, existen algunos (escasos) testimonios documentales de su vida, como las donaciones autógrafas que realiza junto con su mujer en Valencia.

Donación del Cid Campeador a la catedral de Valencia y el obispo Jerome de 1098
Documento que recoge la donación del Cid a la catedral de Valencia y el obispo Jerome en 1098. Presumiblemente se refiere a la mezquita mayor ocupada como catedral, hoy correspondiente a la catedral de Santa María de Valencia.

La “verdad histórica” del Cid Campeador dista mucho de la imagen idealizada que dan la literatura o los cronistas “cidianos” y se acerca más a la versión de los andalusíes de un mercenario cruel y ambicioso. No obstante, hemos de recordar que ante todo el Cid es un personaje de su época con el que nos separan más de mil años y cuya figura nos ha llegado deformada debido a siglos de reelaboraciones.

La península Ibérica en el tiempo del Cid Campeador

El Cid Campeador ha sido definido modernamente como un personaje “transfronterizo” que vive a caballo entre un espacio cristiano y uno musulmán, sirviendo indistintamente a varios señores y propósitos. Aunque pueda parecernos sorprendente, no lo es tanto si nos introducimos en la mentalidad de un militar de la península ibérica en el siglo XI.

A principios de esta centuria, el poderoso califato omeya de Córdoba había perecido víctima de guerras civiles y había estallado en unos veinte poderes musulmanes independientes o taifas gobernadas por reyes locales que luchaban entre ellos por la hegemonía. La situación era aprovechada por los reyes y condes cristianos, quienes ofrecen su protección (o su la promesa de no agredirles) a los reyes de taifa a cambio de fuertes tributos en oro llamados “parias”. Por otro lado, la pugna entre taifas se traduce también en una competición por tener la corte más suntuosa, con lo cual, paradójicamente, se inicia el momento de mayor esplendor cultural y artístico de al-Ándalus.

Mapa de la península Ibérica hacia el 1031, cuando se acabó el califato omeya de Córdoba
Mapa de la península Ibérica hacia el 1031, cuando se acabó el califato omeya de Córdoba

Por su parte, la situación entre los reinos y condados cristianos distaba también de ser idílica, dado que existía una dura competencia por la tutela política de las taifas (y su oro) y la hegemonía sobre la península cristiana. El padre de Alfonso VI, Fernando I “el Grande” (1037-1065), hijo del monarca pamplonés Sancho III “el Mayor”, había convertido a León en la principal potencia ibérica sometiendo a sus hermanos, los reyes de Pamplona y Aragón, y a los reyes taifas.

El propio Alfonso llega al trono tras una guerra civil con su hermano mayor Sancho -como cuenta el Mio Cid– ayudado por el rey taifa de Toledo. Ya en el trono, continúa con la política de “protección de su padre” hasta la primavera del año 1085: en este momento, tras sofocar una rebelión, decide hacerse con el control directo de esta taifa, recuperar la antigua capital visigoda, Toledo, y extender los límites de su reino más allá del Tajo.

Miniatura que representa al rey Alfonso VI de León, señor del Cid Campeador, en una miniatura que forma parte del Tumbo A de la catedral de Santiago de Compostela
Miniatura que representa al rey Alfonso VI de León en una miniatura que forma parte del Tumbo A de la catedral de Santiago de Compostela

Entre los “cristianos del norte” y “andalusíes del sur” había muchas realidades mixtas. Por un lado, en al-Ándalus existían también comunidades cristianas llamadas “mozárabes” (arabizados de lengua) o “hispaniipor los cristianos del norte. Mientras que los cristianos mozárabes conservaban las tradiciones y la liturgia de los antiguos hispanoromanos, los cristianos del norte habían ido construyendo una iglesia propia. Además, el Papado (en plena expansión en el siglo XI) intentaba poner bajo su autoridad a estas iglesias del norte a través de la acción de los reformadores de Cluny y poniendo bajo su protección a los distintos reyes y condes.

Yendo más allá, el Papado ensayó en territorio ibérico algunos intentos de “guerra bendecida contra el islam” antes de proclamar la primera cruzada en 1095 con la que envió a los nobles y caballeros del sur de Francia a recuperar el Santo Sepulcro. En 1063 convocó a todos los guerreros para ayudar a Ramiro I de Aragón a conquistar Barbastro. Y al año siguiente lo hizo para participar en la contraofensiva de Graus donde encontró la muerte el monarca aragonés.

El papa Urbano II en el Concilio de Clermont, que desencadenó la Primera Cruzada en los últimos años de vida del Cid Campeador
El papa Urbano II en el Concilio de Clermont, que desencadenó la Primera Cruzada. Ilustración del Livre des Passages d’Outre-mer, de alrededor de 1490

No obstante, hacía décadas que había ya guerreros y señores de la guerra cristianos al otro lado de la frontera. Además de las campañas anuales en primavera y verano de los cristianos hacia el sur para obtener botín, no era raro que los reyes taifas solicitaran (previo pago) los servicios militares de cristianos -aragoneses, castellanos e incluso de otras partes de Europa como el mercenario normando Roger de España– para luchar contra otros reyes taifas u otros reyes cristianos. El Cid Campeador es un buen ejemplo de estos mercenarios que ponían su espada al servicio de un príncipe cristiano o musulmán en función de las circunstancias.

Artículo escrito por Luis Galan Campos, doctorando en Historia Medieval

 

Bibliografía

FLETCHER, R. (1989): El Cid. Madrid: ed. Nerea.

GÓNZALEZ FERRÍN, E. (2016): Historia general de al-Ándalus: Europa entre Oriente y Occidente. Córdoba: Almuzara.

MARTÍNEZ DÍEZ, G. (2003): Alfonso VI: señor del Cid, conquistador de Toledo. Madrid: Temas de Hoy.

MARTÍNEZ DÍEZ, G. (1999): El Cid histórico. Un estudio exhaustivo sobre el verdadero Rodrigo Díaz de Vivar. Barcelona: Planeta.

lunes, 21 de diciembre de 2020

FRASES EN LATÍN

 

Frases en latín

Amor vincit omnia: el amor lo conquista todo. Fue el poeta Virgilio quien nos dejó esta máxima romántica. A decir verdad, le falta una parte, pues Virgilio añadía, “rindámonos también al amor”.

Caveat emptor: literalmente, cuidado por parte del comprador. Id est (esto es), que el comprador es responsable de lo que compra, y no podrá quejarse. Cuidado con las compran en internet si dice caveat emptor.

Acta, non verba: hechos, no palabras. Esto me lo decía mi padre mucho, y ahora yo lo repito. No me vale lo que me digas, sino tus acciones. Muy apta para políticos de todo el mundo.

Barba non facit philosophum: la barba no hace al filósofo, traducido a lenguaje moderno, que puedas comentar en Facebook y otras redes sociales no te convierte en un sabelotodo. Que lleves gafas de pasta, tampoco te hace más interesante. Que seas presidente de un país o de una región, no quiere decir que seas un líder.

Corruptissima re publica plurimae leges: otra con connotaciones políticas. La república es más corrupta mientras más leyes tiene, Obviamente, esto aplica también a reinos y otros sistemas de gobierno.

COPY CODE SNIPPET

Discendo discimus: Enseñando, aprendemos. Todos los que alguna vez hemos ejercido de profesores, sabemos que siempre aprendemos al mismo tiempo. En dos partes: una, cuando nos preparamos para dar una clase y, dos, cuando aprendemos de los alumnos.

Como derivado del mismo axioma, cada vez que escribo un artículo, aprendo mucho sobre el tema.

Fortis fortuna adiuvat: la suerte favorece al valiente. En román paladín, el que no arriesga no gana. La frase tiene su origen en la obra de Publius Terentius Afer, “Phormio”, aunque Virgilio tiene una frase en latín parecida en la Eneida.

Intelligenti pauca: como decimos, al buen entendedor pocas palabras.

Memento mori: recuerda que eres mortal. Esta frase presuntamente era repetida por un hombre al oído de los generales romanos victoriosos, a la vez que paseaban por Roma en su desfile triunfal, el triumphus.

memento mori frases en latin

Nanos gigantium humeris insidentes: enanos sobre los hombros de gigantes. Esta frase, a pesar de estar en latín, se atribuye a Isaac Newton, Con ella quería decir que sus éxitos científicos no hubiesen sido posibles sin el trabajo de muchos otros que vinieron antes. Sin Galileo, sin Copérnico, sin Ptolomeo, Newton probablemente no hubiese llegado tan lejos.

Non sequitur: no procede. Utilizamos esta frase en latín cuando decimos que un comentario no tiene sentido, o que no tiene nada que ver con el tema del que hablamos. Puede que el comentario sea válido, pero está utilizado en un contexto erróneo.

Pecunia, si uti scis, ancilla est; si nescis, domina: el dinero, si se utiliza adecuadamente, es tu esclavo; si no, es tu amo.

Per aspera ad astra: del sufrimiento a las estrellas, o lo que es lo mismo, con el esfuerzo hacia el triunfo. Muy parecida a Per angusta ad augusta, del sufrimiento a la grandeza.

Quis custodiet ipsos custodes?: ¿quién cuida a los guardias? Nuevamente, una frase con sentido político, atribuida a Juvenal. Los gobiernos supuestamente nos protegen , pero ¿quién nos protege de los gobiernos? Visto lo visto, nadie.

Vincit qui patitur: el que resiste, gana. Una frase muy popular en España, que nos anma a no darnos por vencidos. Trabajando, luchando sin parar, pero más importante, simplemente resistiendo, conseguiremos nuestros objetivos.

Tempus fugit: el tiempo vuela. Lo sabemos todos los que hemos llegado a cierta edad. Otra frase en latín relacionada, tempus edax rerum, el tiempo, devorador de todas las cosas.

Epilogus

Esta es sólo una probadita, me quedan muchas frases en latín en el tintero. Muchas las utilizamos ya, otras las escuchamos, y nos viene bien entender su sentido original.

Algunas, como la de Newton, no se originaron en la Antigua Roma, sino en épocas posteriores. Recordemos que el latín se usó durante muchos siglos después de la caída del imperio, y en algunos temas, como en el derecho, la ciencia y la iglesia, se sigue utilizando. El latín no es una lengua muerta, como tampoco lo es el griego antiguo.

Somos nosotros quienes lo mantenemos vivo, así que creo que no es mala idea conocer el significado de algunas de sus frases célebres. Usque altera, id est, hasta la próxima…

Temas sugeridos

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...

Sic transit gloria mundi

trucos blogger