TRADUCCIÓN

sábado, 7 de mayo de 2022

EL ANFITEATRO ROMANO Y SU SIMBOLOGÍA

 

Como cualquier lugar o actividad, el anfiteatro traía consigo una serie de simbolismos, los cuales lo hicieron destacar.

En primera instancia es evidente que el anfiteatro constituía en la mentalidad romana, una representación a escala del universo. De esta forma todo el universo era mostrado (y se congregaba) en el anfiteatro, en la arena se exhibían los pueblos y bestias del mundo sometidas al pueblo de Roma, el cual los contemplaba desde la grada, y aún por encima de la grada el anfiteatro se abría al cielo, desde el cual los dioses (que recogían los destinos de cada uno) veían el evento.

En un segundo nivel, centrándonos en la grada, esta era una representación del pueblo de Roma, meticulosamente ordenado según la clase social de cada uno de sus miembros. Los individuos más importantes se sentaban al borde de la arena y, conforme descendía la relevancia social del individuo, más arriba se le emplazaba en la grada. En suma, la grada constituía una representación ordenada y organizada del pueblo, ocupando cada uno el puesto que le correspondía en la sociedad.

En un tercer nivel, el anfiteatro era (teniendo en cuenta todo lo anterior) la materialización del triunfo de Roma, pues en la representación del universo que mostraba el anfiteatro, el pueblo de Roma ocupaba el lugar del vencedor (estaba en la grada, no en la arena) y porque aparecía ordenado de un modo que ensalzaba esa victoria (se sentaban más cerca de la arena aquellos que desempeñaban un rol más activo en someter a lo que aparecía en ella, hombres y bestias).

Es más, la mera apariencia física del edificio expresaba claramente el triunfo de Roma, pues solo una nación exitosa y rica podía ser capaz de levantar semejante estructura colosal.

Así, resulta evidente que sentado en la grada de un anfiteatro un romano solo podía sentirse orgulloso de serlo y aquellos que no eran romanos probablemente darían gracias de poder estar ahí y no un poco más abajo (en la arena), y se alegrarían de ser amigos de los romanos y de compartir su cultura.

En esencia, el anfiteatro potenciaba el sentimiento de identidad nacional (en los romanos) y lo creaba en los no romanos (deseaban serlo). Tanto si habías nacido en Roma o no, sentado en la grada de un anfiteatro uno se sentía romano (la expresión más clara de lo que significaba la romanización).

Pero además de evocar al universo, a la sociedad romana y a su triunfo, el edificio mismo y el munus que en él se celebraba eran una metáfora de la vida. Así, en la arena había dos puertas, la Porta Triumphalis y la Porta Libitinensis, representando la existencia humana:

  • Porta Triumphalis

Simbolizaba el nacimiento, razón por la que era a través de esta puerta que los gladiadores entraban en la arena (la vida) mediante el desfile que abría el munus (pompa). Si el gladiador vencía, significaba que «volvía a nacer» (ciertamente, cada combate ganado era una nueva vida), razón por la que abandonaba la arena por esa misma puerta por la que había «nacido», de ahí su nombre, ya que por ella salían los gladiadores triunfantes.

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Porta Triumphalis Tarraco
  • Porta Libitinensis

Simbolizaba la muerte. Justo enfrente de la puerta del nacimiento (la Triumphalis). al otro extremo de la arena, estaba la puerta de la muerte (Porta Libitinensis), al igual que en la vida la muerte está enfrente del nacimiento, todo lo que nace tiene frente a sí la muerte. La Porta Libitinensis se llamaba así por Libitina, diosa de la muerte, y era a través de esta puerta por la que sacaban a todo aquello que moría sobre la arena (ya fuese hombre o bestia).

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Así, el gladiador, lo primero que veía al salir (nacer) de la porta Triumphalis a la arena era la Porta Libitinensis (la muerte), un buen recordatorio del destino que le esperaba si no combatía bien. Sin duda, una forma de motivar a los combatientes desde el primer momento. Y era en el espacio entre el nacimiento y la muerte, la arena (la vida), donde el gladiador debía luchar para ganarse su destino.

Todo era una metáfora de la existencia, quien en la vida (la arena) luchaba bien merecía seguir viviendo, pero quien ante las adversidades que aparecían en la vida (la arena) no se comportaba con virtuosismo no merecía seguir viviendo, sino continuar su camino por la Porta Libitinensis.

La Porta Triumphalis y la Porta Libitinensis estaban sobre el eje mayor de la elipse de la arena (en el Coliseo la Triumphalis está en el lado oeste y la Libitinensis en el lado este).

No hay datos concretos de por dónde salían los gladiadores vencidos a los que se les salvaba la vida (al no ser victoriosos, las fuentes no se ocupan de este particular). Quizá no existía una costumbre fija al respecto, pudiendo ocurrir que en unos anfiteatros saliesen por una puerta y en otros ppr otra.

En el Coliseo, la porta Libitenensis conecta directamente, siguiendo el trazado del eje mayor, con la arcada este del eje mayor, que da al ludus magnus y al spoliarium (la morgue). Así pues, un gladiador que moría en combate recorría un camino totalmente recto: entraba en el anfiteatro por la arcada de la fachada oeste, que llevaba (siempre en línea recta) hasta la Porta Triumphalis, por la que salía a la arena, caía muerto y era sacado de la arena por la Porta Libitinensis, la cual en línea recta llevaba hasta la arcada de la fachada este, a través de la cual se le sacaba del anfiteatro para llevarlo al spoliarium.

Bibliografía:

MAÑAS A., Gladiadores: El gran espectáculo de Roma. Barcelona 2013.

SEGURA MUNGUÍA, S., CUENCA CABEZA, M.: El ocio en la Roma antigua. Bilbao 2008.

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