TRADUCCIÓN

jueves, 17 de septiembre de 2020

DISCURSO DE TITO

 

El hermoso discurso de Tito a los rebeldes durante el sitio de Jerusalén.
[Flavio Josefo, La guerra judía, VI, 6.2]
 
«"Estáis, pues, satisfechos con las desgracias de vuestro país, vosotros que sin valorar nuestra fuerza y ​​debilidad, con furia imprudente y con qué insensatez habéis causado la ruina del pueblo, de la ciudad y del templo, lo que precisamente está a punto de sucederos, vosotros que desde que Pompeyo os sometió nunca habéis dejado de rebelaros y al final habéis entrado en guerra abierta contra los romanos?
¿Confiábais en vuestro número? ¡Pero si contra vosotros sería suficiente una parte muy pequeña del ejército romano!
¿Contábais con la lealtad de vuestros aliados? Pero, ¿cuál de los pueblos no incluidos en nuestro imperio hubiera preferido los judíos a los Romanos?
¿Confiábais en vuestra destreza física? ¡Sin embargo, sabéis bien que los los Germanos son nuestros esclavos!
¿En la robustez de las murallas? Pero, ¿qué muro representa una defensa más segura que el océano, que aún rodeando a los Britanos no impidió que se postrasen ante las armas romanas?
¿Sobre vuestra moral inquebrantable y la astucia de los líderes? Aún así, sabíais que también hicimos caer a Cartago!
Y entonces, levantarse contra los romanos fue evidentemente nuestra misma mansedumbre, que en primer lugar os permitimos habitar esta tierra y ser gobernados por vuestros reyes, y luego os permitimos conservar las leyes de vuestra patria y os dejamos libertad para regular como quisiéseis no sólo vuestras relaciones internas, sino también las exteriores. Pero sobre todo os permitimos reclamar tributos para Dios y recolectar ofrendas votivas sin disuadir ni estorbar a quienes las ofrecían, con el resultado de que, gracias a nosotros, os hicisteis más ricos y, con los medios que deberían haber sido nuestros, hicisteis preparativos contra nosotros!
Al final, impulsado por tales ventajas, desahogásteis vuestra saciedad contra quienes os las dieron, y como serpientes indomables, inyectásteis veneno a quienes te acariciaban.
Está claro que por la indolencia de Nerón fuisteis impulsados a no darnos importancia, y como fracturas y desgarros permanecisteis maliciosamente latentes hasta que os manifestásteis cuando el mal se agravó, y dirigisteis vuestras ambiciones desmedidas hacia esperanzas descaradas. Entonces mi padre llego a vuestro país, y no para castigaros por lo que le habíais hecho a Cestio, sino para daros una advertencia. Si él hubiera venido para exterminar la nación, habría debido atacaros directamente en la raíz y destruir esta ciudad sin demora, mientras que en cambio se contuvo para no devastar Galilea y el territorio circundante, para daros así tiempo de recapacitar.
Pero a vosotros la mansedumbre os parecía debilidad, y de nuestra misericordia sacásteis alimento para vuestro atrevimiento. Luego, cuando Nerón desapareció, asumisteis una actitud más hostil que nunca tomando ánimos de nuestras perturbaciones, y cuando mi padre y yo tuvimos que ir a Egipto, aprovechásteis la oportunidad para prepararos para la guerra. Y así cuando el Imperio encontró refugio en nuestras manos, mientras todos los súbditos incluidos en él permanecían tranquilos, y también los pueblos extranjeros enviaban embajadas de felicitación, fue cuando los Judíos tomaron las armas una vez más, y enviásteis emisarios a vuestros amigos más allá del Éufrates para incitarlos a rebelarse, erigisteis nuevos baluartes de murallas, y os abandonasteis a la rebelión y la guerra civil, lo único que conviene a individuos tan pérfidos.
Después, llegué yo contra esta ciudad con las órdenes muy estrictas que mi padre, a pesar suyo, había tenido que darme. Me complació saber que la gente tenía intenciones pacíficas. En cuanto a vosotros, antes de que se reanudara la guerra os invité a deponer las armas, y en el curso de las hostilidades os mostré denostada clemencia: di una garantía a los desertores, me comporté lealmente con los suplicantes, salvé a muchos prisioneros obligando a quien quería torturarlos a que no lo hiciera, de mala gana acerqué las máquinas de guerra a vuestras murallas, tuve siempre bajo control a los soldados sedientos de vuestra sangre, después de cada victoria os exhortaba a la paz como si yo fuera el perdedor. Al llegar cerca del templo, nuevamente me olvidé con gusto de las leyes de la guerra y traté de convenceros para que salvaseis vuestros lugares santos y preservaseis el templo para vosotros mismos, concediéndoos libertad para salir y garantía de seguridad, junto a la posibilidad de reanudar la batalla en otro lugar si hubiéseis querido; pero todas estas propuestas las rechazásteis con desprecio y con vuestras manos prendisteis fuego al templo.
Y después de todo eso, sinvergüenzas, ¿venís ahora y me pedís que negocie? ¿Qué podríais intentar salvar que valga lo que habéis destruido? ¿Qué salvación creéis que merecéis después de la destrucción del templo? Y además, incluso ahora os habéis presentado con las armas en la mano, y ni siquiera reducidos a este extremo decidís asumir actitudes de suplicantes: miserables individuos, ¿con qué contáis? ¿No está destruido vuestro pueblo, el templo incinerado, en mi posesión la ciudad, no están vuestras vidas en mis manos? ¿Creéis que buscar la muerte es una reputación de heroísmo?
En cualquier caso, no competiré con vuestra necedad; prometo salvar la vida de quienes arrojen las armas y se rindan, y como hace un buen amo en su casa, castigaré a los esclavos incorregibles y conservaré a los otros para mi conveniencia."
A estas palabras respondieron que no podían aceptar los términos de la rendición, ya que habían jurado que nunca lo harían. En cambio, pidieron poder cruzar la línea de circunvalación con sus esposas e hijos: se retirarían al desierto, dejándoles la ciudad.
Entonces Tito se enfureció al ver que ellos, a pesar de estar en condición de vencidos, le presentaban propuestas como si fueran vencedores, e hizo que el portavoz les dijese que ya no dejaría que se rindiesen, o que esperasen algún tipo de gracia, porque no habría salvado a ninguno; que combatiesen en cambio con todas sus fuerzas y que buscasen escapatoria como mejor pudiesen, porque desde aquel momento él aplicaría siempre las leyes de la guerra. Dio entonces vía libre a los soldados para incendiar y saquear la ciudad.»

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