Parafraseando a Obélix, el regordete personaje de Uderzo y Gosciny, los romanos son muy divertidos. Nos han dejado cosas muy serias, como su capacidad para hacer la guerra; sus avances arquitectónicos y su lingua latina
como ejemplos del legado cultural de uno de los más grandes imperios de
la historia. Pero también nos han dado mucho material para escribir
sobre sus excentricidades y curiosidades, algunas de las cuales ya hemos
tratado en anteriores artículos de este blog.
Hoy he elegido escribir sobre un aspecto importante de la cultura
romana, tanto como lo puede ser en cualquier civilización, pero que en
este caso resalta por la fama que han alcanzado algunos de los
personajes más notables y la supervivencia de dichos nombres en la
actualidad.
Tres nombres
La nomenclatura romana se basaba en la Tria Nomina, los
tres nombres utilizados desde la fundación de Roma y prácticamente
hasta el fin del imperio con apenas algunas variaciones. El Praenomen se
otorgaba en una ceremonia a cada recién nacido y era individual,
personal, no muy diferente de nuestros nombres de pila actuales (Marcus,
Gaius, Publius, Nero).
El Nomen era hereditario y se refería al clan al que
perteneciese la familia del bebé, prevaleciendo mayoritariamente el de
la familia paterna, tampoco muy diferente de nuestros apellidos (Julius,
Antonius, Claudius, Tullius). Algo más llamativo era el Cognomen,
una especie de apodo que muy a menudo se convertía en un segundo
apellido que servía para diferenciar las diferentes ramas de uno de los
clanes (Cicero, Caesar). Las particularidades y curiosidades de la Tria Nomina provienen de esta última.
Probablemente el más conocido de los romanos sea Gaius Julius Caesar (pronunciado Kaesar).
Su nombre representa por si sólo el espíritu romano, ambicioso, militarista, poderoso, y aún adorna las
partidas de nacimiento de miles de niños por todo el mundo, aunque dudo
que los padres intenten por ello transmitir las cualidades del Dictator a sus retoños.
Pero resulta que Caesar tiene su origen en una broma, o mejor dicho, en una burla, pues significa algo así como “melena”, o “melenudo”, haciendo referencia a la calvicie que tanto el padre de Gaius como el mismo sufrieron desde temprana edad.
De apodo a político…
No obstante, gracias a la fama ganada por este último, César ha
pasado a significar un título político similar al de rey o emperador, y
no sólo en Roma, pues tanto las palabras Kaiser como Zar tienen su
origen en el Cognomen de Julio César. Otro ejemplo curioso de cognomen
es el de Marcus Tullius Cicero, el senador e intelectual del último
periodo republicano famoso por su sabiduría y por su defensa de los valores de la república.
A pesar de que el nombre Cicerón ha pasado a la historia como
sinónimo de “guía” o “maestro”, su origen es algo más prosaico y no es
más que la referencia a la cabeza redonda de Marco Tulio, que recordaba a
sus amigos y enemigos a un guisante, Cicero en latín.
Puede que a los españoles no les sea obvia la comparación, pero los
latinoamericanos lo reconocerán más fácilmente sabiendo que guisante se
dice “chícharo” del otro lado del charco.
Zapatitos
Un ejemplo más nos lo proporciona el más sanguinario de los
emperadores Julios, cuyo verdadero nombre era Gaius Julius Caesar
Augustus Germanicus, pero que dejó su marca en la historia como Calígula, en referencia a las sandalias (caligas) que usaban los soldados romanos y que a él le gustaba usar de pequeño para imitar a las tropas de su padre. O sea, este curioso y perverso personaje, que nombró a su caballo senador, era conocido por todos como “botitas”.
También es llamativo que lo que en Roma eran apellidos, ahora los
utilicemos como nombres: Claudio, Julio, Flavio, Pompeyo, etc. son
buenos ejemplos de ello, algunos más populares que otros, pero cabe
recordar que, al menos en España, el nombre Antonio encabeza la lista de nombres desde hace dos décadas. En el caso de las mujeres podemos hablar de que existía cierta discriminación en lo que respecta a su tratamiento.
Discriminación
Como en muchas otras culturas, especialmente las de corte
militarista, las niñas no eran tan bienvenidas como sus hermanos y no
recibían un Praenombre personal, y tenían que conformarse con la versión femenina del Nomen familiar y el añadido del Cognomen en su versión del genitivo.
Así, la hija de Julio César era simplemente llamada Julia Caesaris.
Si había dos hermanas, la mayor sería llamada Major y la pequeña Minor,
y si el “infortunio” de más de dos hijas caía sobre una familia, cada
una llevaría como prefijo el número correspondiente a su nacimiento,
Prima, Secunda, Tercia, etc.
En caso de matrimonio, las esposas adquirían como Nomen el de su marido, y sólo a partir de César Augusto las mujeres alcanzaron cierto grado de reconocimiento al poder mantener su Nomen familiar, especialmente cuando este era de una familia de alcurnia.
Así, las hijas de Agripina, la esposa de Nerón, pasaron a llamarse
Agripina, Drusila y Julia, siguiendo la línea familiar de la madre, en
lugar de la del padre, que las hubiese bautizado a todas como Claudia,
por Nero Claudius Germanicus.
Por último, los esclavos liberados por sus amos generalmente adoptaban el Praenomen y Nomen de sus antiguos dueños, y su nombre original pasaba a ser el Cognomen. De
esta manera, un esclavo llamado Pallas que había pertenecido a Marco
Antonio, pasó a llamarse en su nueva vida Marco Antonio Pallas, y sus
hijos heredarían exclusivamente el Marco Antonio.
Roma nos dejó sus acueductos, circos, ballestas y sus carreteras,
pero también sus nombres. Seguramente muchos de vosotros lectores
lleváis al menos uno de los ejemplos que he mencionado, y si no, algún
primo, hermano o amigo o del mismo parentesco pero en femenino. Si ese
es el caso, no dudéis en mencionarlo en vuestros comentarios.
Jesús García Barcala
No hay comentarios:
Publicar un comentario