TRADUCCIÓN

martes, 20 de agosto de 2013

MOSCATI

He aquí una película singular, de Giacomo Campiotti, bella, enternecedora, ejemplarizante. Nápoles, principio del siglo XX, ofrece especial interés; se dan cita reminiscencias nobiliarias y el revés de un sentir social decadente y empobrecido. La figura del médico Giuseppe Moscati deslumbra por su vida dedicada al cuidado y atención de los enfermos, en particular de los más pobres, sumergiéndose en sus vidas y vicisitudes. Nos hallamos también ante una estampa viviente del alto temple de la profesión médica y de las arduas virtudes de sus militantes. Médicos y pacientes vienen llamados, tras su necesaria aproximación y encuentro, a un leal y afectivo diálogo desvelador de hechos y de datos predeterminante de la advertencia y prescripción facultativa. Programación médica asentada sobre el trípode de una insoslayable realidad, sinceración expositiva y adecuada invocación científica. Una relación de amistad se define y sobrepone por encima de toda barrera psicológica o social. Se ha resaltado que el médico ha de sentir por el paciente acusable interés, respeto y cariño, manifestaciones de indudable valor terapéutico. La frialdad o indiferencia, no digamos el gesto hostil o displicente, podrán suscitar efectos negativos. “Nuestra profesión se mueve en los límites de la salud, del bienestar, de la ética, de la dignidad y de la vida” (Fernández Vara).
 
 
En la panorámica de Nápoles en 1903 las enfermedades campean por doquier. Nos impresiona comprobar el grado de entrega del doctor Moscati a la atención de sus pacientes. La particular afección de una joven de la nobleza no ha de verse correspondida. “Mi vida está al lado de los enfermos”, “la sonrisa de mis pacientes vale más que todas las atracciones”. No es exigible a una mujer compartir en grado elevado la dación a los afligidos por la sombra de la enfermedad y de la muerte. “Tengo que estar con los que me necesitan. Mi vida no es toda mía”. Giuseppe es un buen médico, el mejor de Nápoles, pero nunca podrá ser un buen marido. “Yo quiero dedicarme a mi función médica con todas mis fuerzas, con toda la disponibilidad posible”. Es casi nula la previsión social abarcando la cobertura de tantos males gravitantes sobre una población depauperada. En dos ocasiones la propagación del cólera es verdaderamente espeluznante.



Lain Entralgo nos expone en su clásica obra El médico y el enfermo, la constancia de “médicos con vocación intensa y con vocación defectuosa. Sobre la disposición vocacional opera, dándole forma y eficacia, la formación técnica, que puede ser más o menos buena. Y una y otra, vocación y formación, se actualizan operativa y socialmente en la profesión, esto es, en el modo privado y social de entender y practicar la medicina”. Bien será que no falte la atención y desarrollo de dotes intelectuales secundando la capacidad para la observación comparativa y la imaginación para la imposición de la vida anímica ajena.
Ya hemos aludido en alguna ocasión a la doble condición del médico: en cierto modo, émulo de Dios, dado que en su mano está rescatar de un eventual resultado de muerte a su paciente, y, al tiempo, nada más que un hombre, siempre en manos de Dios, el único que todo lo puede, en cuyo aliento ha de encontrar la fuerza necesaria para llevar adelante su difícil tarea. Los médicos han de representar la lucha contra la enfermedad, contra la muerte, contra el dolor, suponiendo el apoyo, la mano amiga, la capacidad inacabable de escuchar, la esperanza. Asunto esencial en la práctica médica es el trato al paciente. Recordemos la emotiva interpretación que Robin Williams hizo en Despertares (Penny Marshall, 1990), film basado en la figura del doctor Oliver Sacks, médico capaz de ver vida en el interior de pacientes en estado de coma y tratar de sacarla fuera.
La llamada vocacional es fuerte, muy fuerte, en el alma del doctor Moscati. Su respuesta ha de ser absoluta e indeleble. “Tenemos que hacer lo que nos toca, sólo debemos responder”. “La vida dura un instante, todo en la vida tiene su fin”; “busca sobre todo la verdad, sé tu mismo, sin miedo, sé fuerte, la muerte no es el fin sino el principio”. La vida de Moscati está asentada en Dios. “Dios nos ha dado todo y nos pasará cuenta de cómo hemos gastado sus dones”. Lo que transforma el mundo no es la fuerza, sino la caridad.
El viejo profesor y director del hospital, a pesar de su agnosticismo, admira y estima a Moscati. “Nunca me he encontrado con ese Dios tuyo”; “pero va buscándole cada mañana con su telescopio”. Razón asiste a Gonzalo Herranz cuando destaca que la “deontología está en las salas y pasillos de los hospitales y ambulatorios”
*Francisco Soto Nieto es doctor en Derecho y ex magistrado del Tribunal Supremo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Temas sugeridos

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...

Sic transit gloria mundi

trucos blogger