TRADUCCIÓN

viernes, 16 de agosto de 2013

LA LEY VIEJA Y LA LEY NUEVA

Una lucha, una división interior


1. Cada persona lleva dentro de sí una imagen ideal de sí mismo que le dice cómo debe ser. La realidad de cada día, sin embargo, es bien distinta: aparecen los fracasos, los fallos, las limitaciones. En distintos órdenes de la vida (trabajo, conocimiento, vida espiritual...) el hombre tiene la tendencia a superarse. Una vez conseguida una meta, desea ir más allá, y se propone metas superiores. En el orden moral el hombre siente clon frecuencia la contradicción entre lo que en conciencia sabe que debe ser su conducta y lo que realmente es. Se debate en una lucha interior en la que no podrá salir victorioso con sus propias fuerzas.




"El bien que quiero hacer, no lo hago"


2. San Pablo expresa esta división interior en estos términos: "querer lo bueno lo tengo a mano, pero el hacerlo, no. El bien que quiero hacer, no lo hago; el mal que no quiero hacer, eso es lo que hago. Entonces, si hago precisamente lo que no quiero, señal que no soy yo el que actúa, sino el pecado que habita en mí. Cuando quiero hacer lo bueno, me encuentro inevitablemente con lo malo en las manos. En mi interior me complazco en la ley de Dios, pero percibo en mi cuerpo un principio diferente que guerrea contra la ley que aprueba mi razón, y me hace prisionero de la ley del pecado que está en mi cuerpo. ¡Desgraciado de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo presa de la muerte? Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo, y le doy gracias" (Rm 7, 18-25).

"Sin mí, no podéis hacer nada"


3. Toda persona tiende al bien, pero encuentra en sí misma una cierta incapacidad, una esclavitud, de la que es, al propio tiempo, responsable y víctima. Como dice el Concilio Vaticano Il, "toda la vida de los hombres, individual o colectiva, se nos presenta como una lucha realmente dramática, entre el mal y el bien, entre las tinieblas y la luz. Más aún, el hombre se encuentra incapacitado para resistir eficazmente por sí mismo a los ataques del mal, hasta sentirse como aherrojado entre cadenas" (GS 13). Tomar conciencia de esta situación fundamental es el punto de partida, realista y esencial, para la profundización religiosa. Si no se reconoce la propia incapacidad, difícilmente se confesará la necesidad de la salvación y de la gracia. "Sin mí, no podéis hacer nada", dice Jesús (Jn 15, 5).





Impotencia de la naturaleza y de la ley para justificar a los hombres. Función de la ley

4. Tal incapacidad se manifiesta como la impotencia de la naturaleza y de la Ley para justificar a los hombres, para calmar, por propia cuenta, la insaciable sed de dignidad, de paz y de justicia que brota del corazón humano (Cfr. GS 39). Como dice el Concilio de Trento, hasta tal punto una humanidad sin Cristo es "sierva del pecado" (Rm 6, 20) que "no sólo los paganos por la fuerza de la naturaleza, mas ni siquiera los judíos por la misma letra de la Ley de Moisés podían librarse o levantarse de tal estado, si bien en ellos no estaba extinguido el libre albedrío aunque sí atenuado y desviado en sus fuerzas" (DS 1521). Más aún, el Concilio de Trento declara anatema a todo aquel que dijere "que el hombre puede quedar justificado ante Dios por sus obras, realizadas ya por las fuerzas de la naturaleza humana, ya por la doctrina de la Ley, sin la gracia divina que viene por Jesucristo" (DS 1551).

En esta situación, la función de la Ley es doble: da el conocimiento del pecado (Rm 3, 20) y, además, remite hacia Cristo (Ga 3, 24).


Con la gracia podemos y debemos cumplir los mandamientos


5. La impotencia de la naturaleza y de la Ley para justificar a los hombres no significa que el hombre no deba observar los mandamientos. Con la gracia podemos y debemos cumplirlos. Así lo dice también el Concilio de Trento: "Nadie..., aunque esté justificado, debe considerarse libre de la observancia de los mandamientos. Nadie debe usar aquella expresión temeraria y prohibida por los Padres, bajo anatema, de que la observancia de los preceptos de Dios es imposible al hombre justificado. Pues Dios no manda cosas impasibles, sino que al mandar te invita a hacer lo que puedes y a pedir lo que no puedes, y te ayuda para que puedas. Sus mandamientos no son pesados (1 Jn 5, 3), su yugo es suave y su carga ligera (Mt 11, 30). Los que son hijos de Dios aman a

Cristo, y los que le aman, corno él mismo atestigua, guardan sus palabras (Jn 14, 23), cosa que les es posible con la ayuda de Dios" (DS 1536).


El Evangelio de Jesús

6. El Antiguo Testamento nos habla de la Ley dada por Dios al pueblo de Israel en el monte Sinaí. Es el Decálogo, la Ley de la Antigua Alianza de Dios con su pueblo. El Decálogo es resumen de las normas fundamentales de conducta que deben ser observadas por todo hombre de conciencia recta. A lo largo de la historia del pueblo de Israel, se fueron introduciendo múltiples interpretaciones y preceptos que muchas veces reducían la Ley de Dios a un formalismo legalista.

La actitud de Jesús frente a la Antigua Ley es clara: "No penséis que he venido a abolir la Ley y los profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento" (Mt 5, 17). Si se opone a la

tradición de los antiguos, cuyos promotores son los escribas y fariseos (Cfr. Mt 5, 20), es porque esa tradición, al menos de hecho, lleva á los hombres a violar la Ley, y a anular la Palabra dé Dios (Mc 12, 28-34). Sin contradecir en modo alguno, el ideal moral del Decálogo, Jesús lo explica, lo interpreta y lleva a la perfección a la que se orientaban sus tendencias germinales. Así sucede cuando proclama la superioridad del hombre sobre el sábado (Mc 2, 23-27), la fidelidad del corazón (Mt 5, 27-28), la profunda sinceridad cristiana (Mt 5, 33-37), el amor al enemigo (Mt 5, 38ss).


En el Evangelio subsiste y se confirma el ideal moral de los mandamientos: "hasta la última i"

7. Con Jesús permanece el ideal moral del Antiguo Testamento, que debe ser cumplido hasta la última i: "Sí, os lo aseguro: el cielo y la tierra pasarán antes que pase una i o un ápice de la Ley, sin que todo se haya cumplido" (Mt 5, 18). Con el Nuevo Testamento, ciertamente, se vienen abajo las normas jurídicas y cultuales pertenecientes a las instituciones de Israel, pero el ideal moral de los Mandamientos no sólo subsiste, sino que se confirma en su dimensión más sustancial y genuina que, al ser substraída, se purifica de los posibles lastres contraídos en el curso histórico: los lastres de las tradiciones humanas. El Nuevo Testamento resume el ideal moral antiguo en el precepto del amor, que es la consumación y la plenitud de la Ley.





"En esto consiste el amor a Dios: en que guardemos sus mandamientos"

8. El Decálogo, núcleo de la Ley mosaica, don de Dios a su pueblo, conserva todo su valor en la Nueva Ley. En el plan de Dios el Decálogo no estaba destinado sólo al Israel según la carne, sino también al Israel según el Espíritu. Cristo recuerda estos mandamientos, los completa y perfecciona (Mt 5, 17; Mc 10, 17-21). La polémica de San Pablo contra la Ley no afecta a estos deberes esenciales para con Dios y para con el prójimo. San Pablo recuerda los mandamientos divinos sobre el culto que se debe a Dios: condena la idolatría, la participación en las fiestas paganas (Cfr. 1 Co 8, 4; Ga 4, 8; Rm 1, 23ss; 1, Co 10, 19). Y los mandamientos llamados de la segunda tabla, es decir, los que se refieren al prójimo, se resumen, según San Pablo, en la caridad fraterna, pues el que ama al prójimo ha cumplido la Ley. En efecto, "el no cometerás adulterio, no matarás, no robarás, no envidiarás, y los demás mandamientos que hay, se resumen en esta frase: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Uno que ama a su prójimo no le hace daño; por eso amar es cumplir la ley entera" (Rm 13, 9-10).

Par su parte, la primera carta de San Juan subraya la relación esencial que existe entre el conocimiento de Dios y la práctica de sus mandamientos: "Quien dice: yo le conozco y no guarda sus mandamientos es un mentiroso y la verdad no está en él" (1 Jn 2, 4). Por el contrario, "quien guarda su Palabra, ciertamente el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud" (1 Jn 2, 5). El conocimiento de Dios y la comunión de amor y de vida con El no se dan sino en el que cumple sus mandamientos. "Quien guarda sus mandamientos, permanece en Dios y Dios en El" (1 Jn 3, 24). Amar a Dios implica amor al prójimo. Y el amor al prójimo no es verdadero si no radica en el amor a Dios: "En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios: si amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos. Pues en esto consiste el amor a Dios: en que guardemos sus mandamientos" (1 Jn 5, 2-3). Amar a Dios es cumplir los mandamientos y, en especial, la caridad fraterna.


Más allá de la ley y de los profetas un ideal mayor insuperable

9. El Evangelio de Jesús 'presenta un ideal mayor que el del Antiguo Testamento. Va más allá de la Ley y los profetas. Es la prolongación de ley divina llevada a las últimas consecuencias. Es la perfección y el cumplimiento de la Ley. El estilo del Evangelio es éste: "Habéis oído que se dijo..., pues yo os digo".




"Habéis oído que se dijo a los antiguos: no matarás..."

10. "Habéis oído que se dijo a los antiguos: no matarás, y el que mate será procesado. Pero yo os digo: todo el que esté peleado con su hermano será procesado. Y si uno llama a su hermano imbécil, tendrá que comparecer ante el sanedrín y, si lo llama renegado, merece la condena del fuego. Por tanto, si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda' ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda" (Mt 5, 21-24).


"Habéis oído el mandamiento: no cometerás adulterio..."

11. "Habéis oído el mandamiento: no cometerás adulterio. Pues yo os digo: el que mira a una mujer casada deseándola, ya ha sido adúltero con ella en su interior. Si tu ojo derecho te hace caer, sácatelo y tíralo. Más te vale perder un miembro que ser echado entero en el infierno. Si tu mano derecha te hace caer, córtatela y tírala, porque más te vale perder un miembro que ir a parar entero al infierno" (Mt 5, 27-30).


"Está mandado: el que se divorcie de su mujer, que le de acta de repudio..."

12. "Está mandado: el que se divorcie de su mujer, que le dé acta de repudio. Pues yo os digo: el que se divorcie de su mujer —excepto en caso de unión ilegal— la induce al adulterio, y el que se case con la divorciada comete adulterio" (Mt 5, 31-32).


"Habéis oído que se dijo a los antiguos: No jurarás en falsos."

13. "Habéis oído que se dijo a los antiguos: NO jurarás en falso y cumplirás tus votos al Señor. Pues yo os digo que no juréis en absoluto: ni por el cielo, que es el trono de Dios; ni por la tierra, que es estrado de sus pies; ni por Jerusalén, que es la ciudad del Gran Rey. Ni jures po' tu cabeza, pues no puedes volver blanco o negro un solo pelo. A vosotros os basta decir sí o no. Lo que pasa de ahí viene del Maligno" (Mt 5, 33-37).


"Sabéis que está mandado: ojo por ojo, diente por diente..."

14. "Sabéis que está mandado: ojo por ojo, diente por diente. Pues yo os digo: No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al qud quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también la capa; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehuyas" (Mt 5, 38-42).






"Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo..."

15. "Habéis oído que se dijo:

Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia a justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los paganos? Por tanto, sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto" (Mt 5, 43-48).





Una situación religiosa totalmente nueva. El tiempo de la gracia

16. Jesús inaugura una situación religiosa totalmente nueva. Con El comienza una nueva era para el hombre: el tiempo de la Gracia. Con El termina el viejo tiempo del Antiguo Testamento: "La Ley y los Profetas llegaron hasta Juan; desde entonces se anuncia el Reino de Dios" (Lc 16, 16). 0 como dice San Juan: "La Ley se dio por medio de Moisés; la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo" (Jn 1, 17).





La ley grabada en el corazón


17. La era del Evangelio es radicalmente distinta de la era Mosaica. El Evangelio no es un código de leyes ni un conjunto de normas que regula la vida desde el exterior. El Evangelio entraña un dinamismo nuevo, un principio interior de acción, una ley grabada en el corazón. Es el cumplimiento de la Nueva Alianza, anunciada por los Profetas: "Mirad que llegan días —oráculo del Señor— en que haré con la casa de Israel y la casa de Judá una alianza nueva. No como la alianza que hice con sus padres, cuando los tomé de la mano para sacarlos de Egipto: ellos quebrantaron mi alianza, aunque yo era su Señor —oráculo del Señor—. Sino que así será la alianza que haré con ellos, después de aquellos días —oráculo del Señor—: Meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones" (Jr 31, 31-33).






Una fuerza interior, un dinamismo nuevo, el don del Espíritu

18. El Evangelio es lo que ninguna ley puede ser por sí misma: "Una fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree" (Rm 1, 16). La moral evangélica radica fundamentalmente en la gracia y en el amor (Ga 5, 14; Rm 13, 8-10), y el amor no es una norma exterior de conducta, sino una fuerza interior, un dinamismo nuevo, el don del Espíritu. Esta nueva situación del hombre ante la Ley había sido anunciada por los profetas: "Os daré un corazón nuevo y os infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Os infundiré mi espíritu y haré que caminéis según mis preceptos y que pongáis por obra mis mandamientos" (Ez 36, 26-27).


La libertad del cristiano. El Espíritu Santo, ley del cristiano




19. Así, el cristiano, animado por el Espíritu que procede de Jesús y del Padre, se encuentra liberado de toda ley en lo que la ley tiene de imposición al hombre desde el exterior. Esto no significa que el cristiano menosprecie la ley; antes bien, se siente llamado a ir más allá de la letra de la ley. Una madre que ama a su hijo cumple con sus deberes de madre sin necesidad de una norma que le recuerde sus obligaciones. Comparando el Antiguo Testamento con el Nuevo, Santo Tomás de Aquino dice que "la Nueva Ley es principalmente la gracia misma del Espíritu Santo que se da a los cristianos" (Suma Teológica, I-II, q 106 a 1). Lo principal en la ley del Nuevo Testamento es la gracia del Espíritu Santo que se nos concede por la fe viva en Jesucristo. Las demás realidades del Nuevo Testamento como, por ejemplo, los sacramentos y los mismos escritos sagrados (evangelios, cartas de San Pablo, etc.) se ordenan a esta vida de gracia y fidelidad al Espíritu Santo. La ley de gracia que el Espíritu Santo imprime en el corazón del cristiano no es sólo una indicación de lo que debe hacer, sino fuerza y ayuda para hacerlo.


Huir del mal por amor


Santo Tomás, siguiendo a San Agustín, enseña que el Espíritu Santo perfecciona interiormente nuestro espíritu comunicándonos un dinamismo interior que nos lleva a rechazar el mal porque es un mal, y no sólo porque esté prohibido. En este sentido el Espíritu Santo es fuente de libertad: "El que obra por sí mismo, obra libremente; pero el que recibe el movimiento de otro, no obra libremente. El que evita un mal, no porque es un mal, sino en virtud del precepto del Señor, no es libre. Por el contrario, el que evita el mal porque es un mal, ése es libre. Esta es la obra del Espíritu Santo que perfecciona interiormente nuestro espíritu comunicándole un dinamismo nuevo, de modo que huya del mal por amor, como si lo mandase la ley divina; de este modo es libre, no porque no esté sometido a la ley divina, sino porque el dinamismo interior le inclina a hacer lo que prescribe la ley divina" (In 2 Co 3, 17, lect 3).


El por qué de las leyes cristianas




20. Surge ahora una pregunta: si el cristiano ha sido liberado de la ley en tanto que es ley, entonces ¿por qué subsisten leyes en el cristianismo? El principio paulino permanece: "La ley no ha sido instituida para los justos, sino para los pecadores" (1 Tm 1, 9). Si todos los cristianos fueran justos, no habría necesidad de leyes. La ley, en general, no interviene más que para denunciar un desorden existente. Por ejemplo, cuando los cristianos comulgaban frecuentemente, jamás la Iglesia les ha obligado bajo pena de pecado a comulgar una vez al año. En virtud de una exigencia interior cumplían con sobreabundancia, como una madre obedece al precepto del Decálogo que le prohibe matar a su niño. Pero, en la medida en que la exigencia interior deja de urgir, cuando no se hace sentir, la ley se yergue proclamando la obligación y advirtiendo que en el creyente ha cesado dé animar la fuerza del Espíritu. Entonces juega la ley para el cristiano el mismo papel que, para el judío, la Ley mosaica.




"Habéis sido llamados a la libertad"

21. San Pablo nos dice: "Hermanos, vuestra vocación es la libertad: no una libertad para que se aproveche la carne; al contrario, sed esclavos unos de otros por amor. Porque toda la ley se concentra en esta frase: Amarás al prójimo como a ti mismo. Pero, atención, que si os mordéis y devoráis unos a otros, terminaréis por destruiros mutuamente" (Ga 5, 13-15). El cristiano es un hijo (Ga 3, 26; Rmm 8, 14-16), no un esclavo (Ga 4, 1-3); respira una atmósfera de confianza, vive en el amor (1 Jn 4, 18). La vocación cristiana es una vocación a la libertad. Pero esta libertad es para el amor e implica ruptura con los propios egoísmos: no una libertad para que se aproveche la carne, sino una participación en la propia libertad de Cristo.





En el camino del amor


22. El auténtico y recto ejercicio de la libertad acontece en el mutuo servicio del amor, se da en la vinculación amorosa a los otros y se nutre de la generosidad. La vida de fe en Cristo Jesús lleva al cristiano a ponerse a disposición de los demás para ayudarles en todo. La libertad del cristiano no consiste sólo en ser dueño de sí mismo, sino en ponerse por entero a la disposición de Dios y del prójimo, prescindiendo de su egoísmo personal. La mutua pertenencia de unos a otros, en la que se afianza la libertad ganada por Cristo, es una pertenencia mutua en el camino del amor, de un amor profundamente respetuoso de la dignidad del prójimo. El amor, como fruto del Espíritu (Ga 5, 22) y energía de la fe (Ga 5, 6), es la liberación real del hombre respecto de sí mismo. En esa libertad cristiana se cumple la ley, por sorprendente que esto parezca (Ga 5, 14; Rm 13, 9). La libertad cristiana es disponibilidad de nuestra persona para cumplir los mandamientos divinos, en cuanto que son una manifestación de la volun

tad de Dios. Estamos situados en el amor de Cristo, sumergidos en Cristo por el bautismo (Rm 5, 5) y llamados al amor de Cristo. En este amor radica la verdadera libertad del cristiano (Cfr. LG 9).





La moral del cristiano, fruto de la gracia

23. La moral cristiana es fruto del Espíritu. El comportamiento reclamado por el Evangelio no puede ser presentado simplemente como una tarea que corra sólo de nuestra cuenta. No es la fuerza del hombre la que hace posible la moral cristiana, sino la fe como acogida a un régimen de gracia que procede del Padre y que se manifiesta como fruto del misterio pascual de Cristo. La semilla que produce el fruto es la Palabra de Dios, y el hombre es la tierra —buena, mala, regular— que responde o se resiste a la voluntad del Sembrador (Mt 13, 3ss).





La alegría de vivir según el Evangelio


24. El Evangelio es Buena Noticia. Al escuchar el programa evangélico de Jesús, la muchedumbre (no unos pocos) queda admirada: "Y sucedió que cuando acabó Jesús estos discursos, la gente quedó asombrada de su doctrina" (Mt 7, 28). Hoy el asombro continúa. Ciertamente,

no hay ideal más alto. Responde a las aspiraciones más profundas del hombre y a su insaciable sed de dignidad, de paz y de justicia. Además, Jesús anuncia el cumplimiento del ideal evangélico como gracia a quienes por sí mismos ni siquiera pueden cumplir la ley. Con su cumplimiento brota en el corazón humano la alegría, la paz, la bienaventuranza. Como un eco que no cesa, resonarán siempre las palabras de Jesús: "Bienaventurados..., bienaventurados..., bienaventurados..." (Mt 5, 3-12).

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