“El aguijón de la muerte es el pecado y la fuerza del pecado está en la ley” (1 Cor 15, 57). Así se refiere San Pablo a la comunidad de Corintios que vivía pendiente de lo mas mínimo y el primero que se resbalara estaban allí para sacarle en cara el error. Una revolución que basa parte de su ideología en el amor, no puede recurrir a la ley como único orden social para mantener un orden mayor.
Es como el regaño del padre al hijo que si derrama un vaso de agua sobre la mesa, de una vez lo castiga y lo deja sin cena, lo encierra en su cuarto, le quita el televisor y ademas le prohibe – si es el caso por la edad – no salir por un mes con sus amigos, pero el padre no se ha percatado que de repente la mesa estaba coja, el espacio del comedor es insuficiente y cuando el pobre muchacho se movio un centimetro a la izquierda para tomar alguno de los platos, tropezó por el pequeño espacio, el vaso en la mesa coja perdió el equilibrio y derramo el líquido. ¿De quién entonces es la responsabilidad de tal derrame del vaso de agua?… de la vaca seguramente.
1. LEY/ORGULLO:
La fuerza de pecado es la ley. El título de esta primera página no
es de quien la firma sino de san Pablo; son cosas que interesa dejar claras
desde el principio.
Al hilo de esta afirmación paulina nosotros podemos deducir otras
afirmaciones o, al menos, plantearnos algunas cuestiones: si el pecado encuentra
su fuerza en la ley, entonces, ¿qué pensar de la ley?, ¿qué concepto debemos
tener de ella?, ¿qué efectos puede producir la ley?.
En primer lugar, la ley produce transgresores, delincuentes,
culpables; quien no se somete a la ley, quien no la acepta ni la acata, quien se
salta uno de sus artículos se convierte en un sin-ley. Y como el número de leyes
es elevadísimo, ¿quién es capaz de cumplirlas absolutamente todas, sin saltarse
ni una sola?; más aún: ¿quién es capaz de conocerlas -y en profundidad- todas y
cada una de ellas para poder cumplirlas sin el más mínimo fallo? En principio
parece que la única respuesta posible es: nadie. La ley, por el hecho de
existir, crea hombres con temor y con angustia, hombres con unos sentimientos
tales que difícilmente pueden vivir con paz.
En segundo lugar, si no hilamos demasiado fino ni somos
excesivamente rigoristas, podemos admitir que sí hay cumplidores de la ley.
Ahora bien, si malo es estar del lado de los que no cumplen la ley, no es mejor
estar del lado de los que sí la cumplen: "yo cumplo la ley" o "pago mis
impuestos", o "tengo mis derechos"... es tanto como decir "yo soy justo", o "yo
soy bueno", "yo ando muy cerca de la perfección"...; así, el cumplidor poco a
poco se va llenando de orgullo de sí mismo, se va convirtiendo en un engreído y
termina por despreciar a los que no son como él. Nefasta consecuencia, aunque
sea indirecta, de ser un cumplidor de la ley (y cuanto más y mejor se cumpla,
peores consecuencias).
En tercer lugar, y como consecuencia de todo lo dicho más arriba,
la ley no une sino que divide a los hombre: cumplidores y no cumplidores; los
primeros pueden mirar con envidia a los segundos; éstos casi siempre desprecian
a aquéllos; por este camino, la ley difícilmente puede acercar a las personas;
evidentemente, mal podemos defender nada que ocasione o fomente la división
entre los hombres; y la ley, divide.
En cuarto lugar, la ley (con el apoyo de las "fuerzas de seguridad"
y el subterfugio de que la justicia emana de pueblo), es el medio habitual usado
por los poderosos para imponerse, someter a los pueblos a los que dice servir y
tenerlos controlados (¿por qué siempre coincide el bien común con los intereses
de los gobernantes?, ¿no es demasiado sospechoso?).
En quinto lugar, si tenemos una visión cristiana de la ley,
entonces podemos remitirnos al título de esta primera página: la ley toma su
fuerza del pecado. Traemos aquí un párrafo del número 2-2 que deberíamos
reflexionarlo en profundidad: "No se puede separar pecado y muerte por un lado y
ley por otro. Los tres pertenecen al mismo mundo. La fuerza del pecado es la
ley. Se trata de una afirmación muy fuerte y muy seria. Fuerte, porque crea y
aumenta la conciencia del pecado y porque la ley, para nosotros de hecho, es
ocasión de que pequemos más. No sólo por la atracción de lo prohibido, sino
porque se nos fomenta la autosuficiencia y la soberbia por medio de la ley,
sobre todo si se cumple".
La ley que produce culpables, la ley que produce orgullosos, la ley
que divide, la ley como medio de dominación, la ley que origina el pecado...
¿Tiene algo de bueno la ley? Hablando claro y con el Evangelio en la mano, la
única respuesta es: no. Es un mal inevitable, como lo es la necesidad de médicos
(¡ojalá todos fuésemos verdaderamente responsables de nuestra condición de
ciudadanos, y no necesitásemos gobernantes en absoluto!)...
En un primer momento la norma de conducta habitual era el "sálvese
quien pueda"; la ley vino a "poner orden" y fue un considerable avance sobre la
situación anterior, pero no hemos conquistado la meta ideal. La ley es una etapa
a superar, la ley es un pequeño paso en el camino hacia una sociedad sin ley
pero con respeto y amor. La perfección no está en el hombre que cumple la ley
sino en el hombre que ama. Las leyes han cambiado, cambian y cambiarán, si los
legisladores no olvidan el mínimo elemental de que las leyes deben estar al
servicio de los hombres y no al revés y, por lo tanto, se irán adaptando a las
situaciones y necesidades sociales e históricas de los hombres, hasta que llegue
un día (así lo esperamos), en que ya no hagan ninguna falta ni los legisladores
ni las leyes.
Quizá tengan razón los que afirman que, mientras el hombre sea
hombre, harán falta las leyes para regular su vida social; pero no por eso
debemos renunciar al sueño de un mundo en el que las leyes sobren, estén de más
o, mejor aún: no existan. En el fondo ésta es una de las leyes características
del reino de Dios: no que todos cumplamos las leyes, sino que todos vivamos como
hermanos; el reino no es un mundo legalmente perfecto sino fraternalmente
perfecto; no se trata de que reine la ley, sino de que todos reconozcamos a Dios
como Padre, y vivamos conforme a esa convicción.
Fue San Agustín quien hizo la famosa afirmación: "Ama y haz lo que
quieras"; el que no ama, no puede hacer lo que quiera y tiene que someterse a la
ley; pero el que ama... ese es de otra pasta y ese no necesita la ley para nada,
porque ha descubierto el único camino que merece la pena, el único camino que
hace al hombre verdaderamente tal, el único camino que le da la libertad y la
felicidad. Pero mientras todo esto no sea posible, mientras no amemos para poder
hacer lo que queramos, tendremos que andar muy pendientes de la ley. Pero
entonces, por favor, no digamos: "¡Qué suerte que tenemos la ley!"; reconozcamos
más bien que es una pena tener que estar sometidos a ese imperio que ni libera,
ni hace felices, ni nos ayuda a amar ni a ser mejores.
LUIS GRACIETA
DABAR 1989, 30
DABAR 1989, 30
2. MU/P/LEY
En el contexto de este capítulo, dedicado a afirmar la resurrección
de los hombres en virtud del influjo de Cristo Resucitado, llega Pablo a la
coronación y final de todo el argumento.
En primer lugar (vs. 54-55) hay una confesión de esperanza. Pablo
sabe que no todo se ha cumplido ya con la Resurreción de Cristo, aunque cierta-
mente están puestos los fundamentos para ello y puede decirse en otro sentido
que todo ya se ha realizado. Pero hay un aspecto en que todavía es preciso
esperar la victoria final individual. Esto es lo que afirma al principio del
párrafo.
La muerte ha quedado vencida, herida de muerte, por la resurrección
de Cristo, pero nosotros todavía morimos. Sin embargo, además de que esa nuestra
muerte ya no es lo mismo que sin la resurrección de Cristo, todavía habrá de
desaparecer plenamente. Una segunda afirmación sintética muy importante es la de
el v.56, donde Pablo relaciona una vez más, con toda fuerza, muerte, pecado y
ley. Hay consecuencia de una categoría a la otra. No se puede separar pecado y
muerte por un lado y ley por otro. Las tres pertenecen al mismo mundo. La
"fuerza del pecado es la ley".
Se trata de una afirmación muy fuerte y muy seria. Fuerte porque
crea y aumenta la conciencia del pecado y porque la ley, para nosotros de hecho,
es ocasión de que pequemos más. No sólo por la atracción de lo prohibido, sino
porque se nos fomenta la autosuficiencia y la soberbia por medio de la ley,
sobre todo si se cumple. Esta podría ser una verosímil interpretación de esta
acusadora frase paulina. Termina el párrafo con una acción de gracias a quien
hace posible nuestra liberación de todos esos poderes y una exhortación a seguir
por este camino.
FEDERICO PASTOR
DABAR 1989, 30
DABAR 1989, 30
3. VE/RS:
En las últimas frases del c. 15, las afirmaciones sobre la
resurrección alcanzan su punto álgido y concluyente: en el mundo divino no
existe muerte alguna ni corrupción alguna. De ahí que, como nosotros somos
mortales, tendremos que transformarnos para poder entrar en el mundo de Dios. El
inicio o puesta en marcha de este proceso ha sido establecido: el aguijón de la
muerte, el pecado (Rm/07/07-24), ha sido derrotado por la muerte y la
resurrección de Jesús. Las consecuencias prácticas son evidentes: quien
pertenece al Señor (está "en el Señor") sabe que el esfuerzo de su fe y de su
fidelidad no es vano, porque ése ya ha dado el paso de la muerte a la
vida.
Por consiguiente, cristianos, "manteneos firmes e inconmovibles
sabiendo que no son inútiles las fatigas". Y nada de abandonar las tareas
ordinarias de este mundo, ni la actividad propia de la condición
humana.
Hay que aceptar de verdad -movidos por el Espíritu Santo, cuyas
primicias poseemos- la existencia humana en el cuerpo y en el mundo, porque a
través de ella, y no desligándose de ella, se realiza la salvación... La otra
vida será en cierta manera una continuación de la presente, así como del grano
de trigo sale una espiga de trigo. La resurrección, pues, será como una
transformación, como un revestimiento ("poner un vestido encima") de
inmortalidad; y, posiblemente, nos encontraremos después con los mismos hombres,
poseyendo toda su personalidad, marcados por sus actos pasados, por todo lo que
les ayudó a madurar. No sin razón Cristo resucitado quiso mostrar en su cuerpo
glorioso las llagas de su pasión.
EUCARISTÍA 1989, 25
4. RS/CUERPOS:
Esta lectura termina la larga disertación de Pablo en torno a la
forma de la resurrección de los cuerpos, y especialmente en torno a la forma de
transformación de quienes estén todavía vivos en ese momento (vv. 51-53), en
forma de doxología al cap. 15 (vv. 54-57).
* * * *
La problemática que domina en los primeros versículos todavía de
inspiración judía: si la resurrección de los cuerpos es la etapa previa a la
restauración del reino, ¿qué sucederá con quienes estén aún vivos en ese
momento? ¿Tendrán que morir para resucitar después? La respuesta de Pablo es
negativa: La resurrección no es más que un medio y no un fin en sí y lo único
que importa es participar de la vida gloriosa e incorruptible del Señor. Puesto
que no es más que una etapa, los vivos estarán evidentemente dispensados de
ella, lo que les obligará a pasar por otra etapa durante la cual su cuerpo
físico, movido hasta entonces por el alma, se convertirá en cuerpo "pneumático",
movido por el Espíritu (1 Cor. 15, 44).
Otro aspecto judío del pasaje es la alusión al ceremonial de esa
resurrección y, en particular, a la trompeta final (mencionada ya en 1 Tes. 4,
13-18). La trompeta es el instrumento privilegiado para la convocatoria de las
tribus de Israel a las grandes asambleas festivas (cf. Núm. 29, 1-6; Lev. 23,
23-25) y el instrumento para la aclamación del rey mesiánico esperado (Núm. 23,
21; 1 Re. 1, 34-40). No es necesario conservar la imagen material. Su
significado profundo es evidente: la resurrección de los cuerpos es un fenómeno
colectivo, la primera etapa de una gran asamblea, signo del pueblo nuevo. Dentro
de este marco, de inspiración judía, Pablo presenta, sin embargo, una doctrina
típicamente cristiana: la resurrección esperada por los judíos no era en el
fondo más que una especie de recuperación del cuerpo físico para poder
participar en el reino, que también era material (1 Re. 17, 17-24). Pero la
Pascua del Señor ha permitido a San Pablo superar este punto de vista: la
resurrección no será una simple recuperación, sino la transformación y el acceso
de nuestro cuerpo al estatuto del Cuerpo glorificado de Cristo. Según la manera
de ver cristiana, la resurrección tiene, pues, otro sentido en los medios
rabínicos; es la doctrina del "estar con Cristo" lo que lleva a Pablo a pensar
de esa manera. Por consiguiente, si la resurrección no es una simple
recuperación de un cuerpo muerto, sino el acceso a una corporeidad nueva y
espiritual, interesa tanto a los vivos como a los muertos; unos y otros tienen
que beneficiarse de esa transformación para "estar con Cristo", cualquiera que
sea el estado en que les sorprenda la Parusía.
La doxología con que cierra Pablo su argumentación podría ser muy
bien un himno puesto en labios de los resucitados después de la victoria sobre
la muerte y sobre el pecado, himno de toda una humanidad que al fin consigue un
estatuto que se le había prometido.
* * * *
Cuidémonos de perdernos por el dédalo de las preguntas sobre la
forma y el contenido de la resurrección de los cuerpos. Pablo ha afirmado clara-
mente, al comienzo del cap. 15, el hecho de nuestra resurrección en solidaridad
con Cristo. También ha afirmado que este misterio está por encima de la
inteligencia humana al igual que el de la resurrección. Si Pablo, acosado a
preguntas por los corintios, aventura a veces alguna que otra respuesta, todas
ellas se quedan en el terreno de la hipótesis y no penetran en el fondo del
problema, salvo cuando se refieren a la solidaridad entre el Señor y los hombres
y la continuidad entre "estar con Cristo" y "resucitar".
MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA II
MAROVA MADRID 1969.Pág. 319 s
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA II
MAROVA MADRID 1969.Pág. 319 s
5.
-Dios da la victoria por Jesucristo (1 Co 15, 54-58)
Este es uno de los pasajes más esperanzadores para la vida del
cristiano. San Pablo ha empezado ya a hablar de la resurrección. En los domingos
6° y 7°, Ciclo C, oímos sus reflexiones a este respecto. Aquí, tiene empeño en
descender a puntualizaciones: "Lo que en nosotros es corruptible se convertirá
en incorrupción, y lo que es mortal se revestirá de inmortalidad". A san Pablo
le gusta la expresión "revestir" que, en él, como en otros escritos, no
significa en modo alguno una forma exterior, sino una mutación real. Así, "por
el bautismo, nos hemos revestido de Cristo" (Ga 3, 27). Mediante esta mutación,
nos transformamos radicalmente... Se trata de un nuevo nacimiento. Encontramos
aquí la misma imagen. Seremos revestidos de inmortalidad. Esta vestidura de
inmortalidad es celestial (1 Co 15, 40; 47-50; 2 Co 5, 2). Nuestro cuerpo
miserable, escribe también san Pablo, será transformado en cuerpo glorioso como
el de Jesucristo (Flp 3, 20-21).
A partir de este momento, el cristiano ha de ver la muerte de
manera enteramente distinta de como la ve el que no cree ni recibió el bautismo.
En el cristiano se realizarán las palabras de la Escritura ¿En qué parte de la
Escritura se lee esta reflexión? En realidad, no se encuentra así en la Biblia;
tal reflexión, en san Pablo resulta de la lectura de dos pasajes distintos: el
primero, en Isaías 25, 8, cuando el profeta escribe: "Aniquilará la muerte para
siempre". Trátese o no de una resurrección real en este pasaje de Isaías, san
Pablo recoge el tema en este sentido. Lo transforma recogiendo otro pasaje más
de la Biblia: Oseas 13, 12-14: "¿Dónde están, muerte, tus pestes? ¿Dónde están
tus azotes, seol?". Así transpone san Pablo el anuncio del castigo de Samaria,
en promesa de su integridad y de su supervivencia por realidad de la
resurrección.
Pero la forma literaria de san Pablo es de las más vigorosas, y da
a quien la lee con fe un sentimiento invencible de confianza y de seguridad
frente a la muerte.
Lo que hace horrible a la muerte para todo hombre es el pecado.
Pues, de suyo, cabría suponer una muerte que fuera un simple tránsito a la
gloria; pero el dardo del pecado la hace siempre odiosa. Precisamente la Ley
refuerza el pecado. Porque la Ley sólo da el conocimiento de lo que está mal,
sin proporcionar fuerza para resistirse a ello (Rm 7, 7). En lugar de librar del
mal a los hombres, la Ley hace que pequen más. Sólo Cristo puede liberar de la
tutela de la Ley (Rm 7, 1-6). La conciencia humana estaba prisionera del mal (Rm
7, 14-25). Por Cristo, la Ley ya no es exterior, el Espíritu nos transforma y la
graba en nuestros corazones infundiendo en ellos la caridad (Rm 5,
5).
Así, pues, tenemos que dar gracias a Dios que nos da la victoria
por Jesucristo. La vida cristiana, aunque muy realista, ha de ser por lo tanto
optimista y libre de temor. En principio, el cristiano es un vencedor de la
muerte en Cristo resucitado. En consecuencia, en la vida del cristiano no hay
lugar alguno para la verdadera tristeza, ni existe acontecimiento alguno que
pueda arrebatarle esta certeza de su gloria en Jesucristo. La muerte es tránsito
a la gloria.
ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 5
TIEMPO ORDINARIO: DOMINGOS 22-34
SAL TERRAE SANTANDER 1982.Pág. 182 s.
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 5
TIEMPO ORDINARIO: DOMINGOS 22-34
SAL TERRAE SANTANDER 1982.Pág. 182 s.
6.
Pablo finaliza este cap. 15 de su carta, dedicado al tema de la
resurrección y a los problemas que suscitaba en la comunidad de Corinto, con una
especie de himno a la victoria definitiva de la vida sobre la muerte que
Jesucristo ha alcanzado.
Cuando todos los elegidos habrán llegado ya a aquella vida
"incorruptible", "inmortal", entonces se habrá cumplido ya el objetivo final de
Dios manifestado en la Escritura, que es la liquidación del poder de la muerte.
Pablo utiliza dos textos de la Escritura (Is 25,8 y Os 13,14), citados muy
libremente, para expresar este objetivo, y lo enlaza con la explicación del
porqué de esta aniquilación del poder de la muerte: la causa era el pecado, y el
pecado existía debido a la Ley, que mostraba qué había que hacer pero no ofrecía
la fuerza para hacerlo, de modo que los hombres tenían que vivir siempre con la
conciencia culpable de ser infieles a la voluntad de Dios; ahora, Jesús sí ha
realizado lo que realmente es la voluntad de Dios, y el hombre puede adherirse a
él y liberarse del pecado.
El razonamiento acaba con una conclusi6n en orden a la vida
cristiana. Este convencimiento de victoria y de vida plena en Jesucristo, que
estamos invitados a creer firmemente, es lo que empuja a "trabajar siempre por
el Señor, sin reservas", con la seguridad de que realmente vale la
pena.
MISA DOMINICAL 1995, 3
7.
El capítulo dedicado a la resurrección de los cristianos termina
con una nueva afirmación de este destino, en que destaca el matiz futuro de todo
ello.
Pablo sabe que esta transformación a imagen del Señor Jesús ya ha
comenzado, pero también percibe que no ha llegado a desarrollar todas las
virtualidades que contiene en sí. Lo que aún falta lo resume con la palabra
"corrupción" y con la de mortalidad, que resaltan bien los aspectos negativos
todavía presentes en la existencia.
Lo importante está en la certeza de la victoria. De tal manera que,
aun siendo algo futuro, permite emplear a Pablo un pasado: «la muerte ya ha sido
absorbida por la victoria». Es un enemigo herido, precisamente, de muerte,
aunque todavía no haya desaparecido del todo. Sería bueno destacar que, por todo
esto, la esperanza no es algo sólo futuro, sino que hunde sus raíces en el
pasado de Cristo y de cada uno de nosotros. Porque ello permitiría vivir en
consonancia mayor con esta situación cristiana fundamental. A lo cual exhorta el
Apóstol en los versículos los finales del párrafo.
Es interesante también destacar la vinculación entre muerte, pecado
y ley. Muerte no sólo física, sino en cuanto acertado símbolo de cuanto
deshumaniza y hace la vida humana menos humana; pecado como fuerza del mal
presente y actuante en el mundo, productora de deshumanizaciones varias, como
podemos ver todos los días. Y ley. En la misma categoría negativa de las dos
potencias anteriores. Ley, no sólo judía, sino actitud de autosuficiencia,
pecadora soberbia y consiguiente desprecio de los demás.
Estos tres poderes, los tres, también han sido ya vencidos por el
Señor Jesús, no de un modo general, sino en cada uno de nosotros que podemos y
debemos vivir según esa victoria.
FEDERICO PASTOR
DABAR 1995, 15
DABAR 1995, 15
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