Hay frases que escuchamos tan a menudo que, al final, las asumimos sin ninguna crítica y pasan a ser carne de nuestra carne, pensamiento de nuestro pensamiento.
Una de ellas es «soy cristiano no practicante».
Me la recuerdan a menudo los jóvenes que vienen a solicitar el matrimonio por la Iglesia o las parejas que desean bautizar a su hijo, cuando, tratando de ayudarles a celebrar el sacramento, les pregunto sobre el sentido de su petición.
Una de ellas es «soy cristiano no practicante».
Me la recuerdan a menudo los jóvenes que vienen a solicitar el matrimonio por la Iglesia o las parejas que desean bautizar a su hijo, cuando, tratando de ayudarles a celebrar el sacramento, les pregunto sobre el sentido de su petición.
-¿Por qué quieres casarte por la Iglesia, si el matrimonio civil tiene todo el valor del mundo? O ¿Qué es lo que te empuja a bautizar a tu hijo?
La respuesta suele ser unánime y sin vacilación:
-Porque soy cristiano, soy creyente.
No satisfecho con la escueta respuesta, invito a las parejas a que puntualicen qué es eso de «soy cristiano», qué significa para ellos ser «creyente».
Es entonces, en el marco de la conversación que se establece, cuando surge la frase: «Somos cristianos, no practicantes».
Te confieso que tal frase me suena como si me dijeran:
-Soy discípulo de Jesús, pero por libre y a mi modo, cogiendo lo que me interesa. Yo tengo mi propia fe y mis sentimientos, me sobran los encuentros que tienen los cristianos los domingos, paso de la Iglesia... En definitiva, me sobra todo, menos lo que a mí me interesa. Y lo que ahora me interesa ya sabes qué es: que aceptes la pantomima que vamos a hacer de casarnos por la Iglesia o de introducir a nuestro hijo en la Iglesia, de la que nosotros pasamos olímpicamente.
Sinceramente, en esos instantes, me pongo a doscientos por hora.
Tengo que repetirme el chiste:
-Señor, dame paciencia. Pero... ¡ya!
Porque a veces uno es prudente, pero en más de una ocasión diría a muchos:
-Por favor, no me toméis el pelo.
Algo parecido sucede en lo que se refiere a la Eucaristía.
Muchos cristianos, a los que cuestiono su ausencia sistemática en las eucaristías, suelen responder:
-«Soy cristiano no practicante”.
-Ja, ja, ja... -le he respondido a más de uno, con el que me une gran confianza-.
Conozco la frasecita... amigo.
-¿Es que no se puede ser cristiano sin Eucaristía?
-Pues, no. ¿Tú crees que podemos ser discípulos de Jesús sin el mandamiento del amor? Pues hay otro que nace también de la voluntad expresa del Galileo: el mandamiento de que sus seguidores nos reunamos para celebrar la Eucaristía. Porque... convendrás conmigo en que la Eucaristía no es un invento de la Iglesia, sino una página que procede expresamente de Jesús, que no podemos arrancar a nuestro libre albedrío... ¿o no?
-Señor, dame paciencia. Pero... ¡ya!
Porque a veces uno es prudente, pero en más de una ocasión diría a muchos:
-Por favor, no me toméis el pelo.
Algo parecido sucede en lo que se refiere a la Eucaristía.
Muchos cristianos, a los que cuestiono su ausencia sistemática en las eucaristías, suelen responder:
-«Soy cristiano no practicante”.
-Ja, ja, ja... -le he respondido a más de uno, con el que me une gran confianza-.
Conozco la frasecita... amigo.
-¿Es que no se puede ser cristiano sin Eucaristía?
-Pues, no. ¿Tú crees que podemos ser discípulos de Jesús sin el mandamiento del amor? Pues hay otro que nace también de la voluntad expresa del Galileo: el mandamiento de que sus seguidores nos reunamos para celebrar la Eucaristía. Porque... convendrás conmigo en que la Eucaristía no es un invento de la Iglesia, sino una página que procede expresamente de Jesús, que no podemos arrancar a nuestro libre albedrío... ¿o no?
En los primeros siglos de la historia de la Iglesia discípulos de Jesús morían por transgredir la orden del emperador que prohibía asistir a la Eucaristía. Hoy, un tanto por ciento muy elevado de ellos se autodenominan «cristianos no practicantes», cristianos sin Eucaristía. ¡Qué contraste! Son cristianos con una identidad diluida, cristianos acomodaticios que nunca molestarían a ningún emperador, ni a Diocleciano ni a ninguno de los actuales.
Por favor, tú no caigas en la trampa de este sofisticado invento. Es una frase tonta y sin sentido, creada probablemente por algún personaje «preclaro» de nuestra Iglesia, para justificar alguna situación injustificable. Ningún cristiano medianamente lúcido puede pronunciarla, aplicándosela a sí mismo. Evangélicamente está haciendo el ridículo.
Se puede decir «soy un cristiano inconsecuente con mi fe», «soy un cristiano abandonado y con necesidad de convertirme», «soy un cristiano que no he llegado a comprender el sentido de la Eucaristía», «soy un cristiano en búsqueda»... Pero, decir «soy un cristiano no practicante», con convicción y autosuficiencia, es de una estupidez mayúscula, e implica arrancar una de las páginas más importantes del evangelio.
Aceptar tal afirmación como válida es reducir el cristianismo a una forma de entender el mundo que afecta sólo a nuestra cabeza, pero en nada a nuestra vida. Es afirmar que se puede ser seguidor de Jesús -eso es ser cristiano-, «sin practicar».
El cristianismo, por el contrario, es un estilo de vida que nace de una experiencia y conlleva una relación con el Resucitado. Y uno de los lugares privilegiados para ello es la Eucaristía, «la fracción del pan»:
«Cuando se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron y se dijeron uno a otro: ¿no ardía nuestro corazón cuando conversábamos con él y nos explicaba las Escrituras?» (Lc 24,30-32).
Eso de.. «cristiano no practicante» es uno de los múltiples cachondeos que nos hemos inventado para justificar un cristianismo anodino y vulgar.
Amigo-amiga, intenta vivir tu fe con mediana elegancia, sin engañarte, sin justificar tus actitudes o conducta, sin manipular el evangelio.
Juan Jáuregui
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