TRADUCCIÓN

domingo, 21 de enero de 2018

LA LEGION ROMANA EN BRITANIA



Anglesey: cuando la legión romana XIV Gemina aplastó una secta renegada de druidas y brujas en Britania

En enero del año 43 d.C., esta unidad fue enviada a Gran Bretaña. Dos décadas después, logró acabar con uno de los mayores focos de enemigos de la región.

«El griterío daba pavor. Decenas de mujeres vestidas completamente de negro saltaban locamente entre los guerreros, completamente hechas furia. Sus cabellos en completo desorden se agitaban en el aire al igual que lo hacían las antorchas encendidas que llevaban en sus manos. Cerca de ellas una banda de druidas, todos ellos vestidos de blanco, alzaban sus manos al cielo lanzando terribles imprecaciones». Así es como describió Tácito la llegada a Angresey (la llamada «Isla de los druidas») de la legión romana XIV Gemina en el año 60 d.C.
La jornada no pudo ser más aciaga para los militares, pues aquel día tuvieron que superar sus prejuicios y su carácter supersticioso para asestar el golpe definitivo a la que, en aquellos tiempos, era la mayor secta de druidas de Britania. Y lo cierto es que su miedo estaba en cierta forma justificado, pues de estos religiosos se decía que coqueataban con la magia negra y llevaban a cabo sacrificios humanos para contentar a sus dioses. Hoy, recordamos a esta legión aprovechando que, en enero del año 43 d.C. (tal mes como este) fue enviada a Gran Bretaña.

La «Isla de los druidas»

La llegada de las legiones romana a Britania en el siglo I d.C. de manos del emperador Claudio (Julio César ya lo había intentado un siglo antes y había fallado estrepitosamente) llevó a las diferentes tribus de la zona a organizar varios focos de resistencia. La mayoría, establecidos en la mitad norte de la isla. Sin embargo, los historiadores reconocen como uno de los enclaves celtas más destacados la isla de Anglesey (cerca de Liverpool).
«El pueblo céltico vivió en el norte de Francia y las Islas Británicas. Practicaba las artes ocultas y adoraba a la naturaleza»
Conocida como la «Isla de los druidas» (o Ynys Mon en dialecto local), este pedacito de tierra de apenas 715 kilómetros cuadrados se convirtió en un auténtico dolor de cabeza para los soldados de las legiones romanas. Y es que, en ella se asentaba un «colegio de druidas» cuyos miembros decían tener el poder necesario para proteger a todo el territorio de los invasores.
¿Quiénes eran los druidas? Oficialmente, los sacerdotes del pueblo celta. Pero extraoficialmente eran aquellos que canalizaban la religión como forma de aunar a las diferentes tribus contra las legiones romanas. «El pueblo céltico vivió en el norte de Francia y las Islas Británicas. Practicaba las artes ocultas y adoraba a la naturaleza, a la que atribuía cualidades animísticas o sobrenaturales», señalan John Ankerberg y John Weldon en su libro «Facts on Halloween». De esta opinión es también el historiador y arqueólogo Henri Hubert quien (en su obra «Los celtas y la civilización céltica») determina que los habitantes de las islas se mantenían unidos gracias a los druidas, a los que se daba gran importancia por saber interpretar los deseos de los dioses: «Eran una clase de sacerdotes expresamente encargados de la conservación de las tradiciones».
Ilustración ficticia de un druida
Ilustración ficticia de un druida- Wikimedia
En su extensa obra, «Legiones de Roma. La historia definitiva de todas las legiones imperiales romanas», el historiador Stephen Dando-Collins es de la misma opinión ya que, en sus palabras, los romanos se percataron de que «los druidas eran un factor unificador de las diferentes tribus britanas». De hecho, los hijos de los nobles eran habitualmente educados por estos sacerdotes en su religión.
Muchos de ellos se convertían en druidas, mientras que el resto pasaban a dirigir políticamente la mayoría de los pueblos de la región. «Así, todas las tribus apelaban a los mismos dioses celtas para que les dieran poder para derrotar a sus enemigos», añade el experto en su obra.
En base a todo ello, no es raro que -en cuanto pisó Britania- Augusto prohibiera a los romanos que profesaran esa religión y, posteriormente, Claudio la ilegalizara en su totalidad. Con esos precedentes, los romanos entendieron que debían conquistar la isla para acabar de un único golpe con el foco de resistencia. «Pretendían acabar con esa secta ilegal apagando así el fuego druídico de la resistencia británica», completa Dando-Collins. Sin embargo, para el ataque se necesitaba un oficial aguerrido capaz de tomar con sus legiones una región que, a priori, parecía inexpugnable.

El elegido

Para el ataque, Roma eligió al que había sido gobernador de Britania durante dos años, Cayo Suetonio Paulino. El primer general romano que, según explica el historiador Plinio en su obra «Descripción de África y Asia», cruzó la cordillera del Atlas durante su estancia como general en África: «Suetonius Paulinus [...] fue el primer general romano que avanzó una distancia de algunas millas más allá del Monte Atlas: él habla como cualquier otra de la altura de esta montaña, pero añadió que el camino está lleno de espesos bosques y profundos formados de una especie de árboles desconocidos: la altura de estos árboles es notable, y el tronco sin nudos es brillante y el follaje es similar al ciprés, que emana un olor fuerte, y está cubierto como con lana sutil, que con arte, se pueden hacer tejidos como con la seda. La cumbre de la montaña está cubierta, incluso en verano, de nieve espesa».
Además, Suetonio no solo ofreció una información clave para la geografía romana como la ruta idónea para cruzar el Atlas o la situación de los accidentes geográficos de la zona, sino que también combatió en África como un auténtico héroe. No en vano, en el año 42 había demostrado sus habilidades marciales expulsando a una molesta tribu rebelde de Mauritania y optaba a recibir el título de «mejor soldado del imperio». Era, en definitiva, un «trabajador y sensato oficial», como determina el también historia Tácito.
Estatua de Suetonio
Estatua de Suetonio- Wikimedia
Para tomar la isla, Suetonio eligió a los hombres de la XIV Legión, llamada Gémina, fundada por Julio César, y famosa por haber participado en todo tipo de campañas como la de Dirraqui y Tapsos. De hecho, tras combatir en Britania sería conocida como una de las unidades más experimentadas de todo el ejército romano.
Pero sus hombres no estarían solos ante los britanos, pues contarían además con el apoyo de varias unidades de caballería e infantería ligera bátavas. Hombres junto a los que llevaban llegando al baile de los aceros durante décadas y en los que tenían total confianza. Todo estaba listo para el enfrentamiento definitivo entre la secta de druidas y los legionarios.

Los enemigos

Pero... ¿Quiénes eran realmente sus enemigos? En palabras de Tácito, la isla estaba habitado por una secta de druidas renegados entre los que había mujeres. El historiador latino habla de hembras despeinadas, que vestían ropajes fúnebres dedicados al luto, y que solían llevar consigo antorchas. Todas ellas, acompañadas de druidas y de miles de guerreros celtas.
El contemporáneo afirma también que este grupo de enemigos era dirigido por una sacerdotisa llamada Velada. «La sacerdotisa vidente era una virgen que dominaba un vasto territorio y que era objeto de una profunda veneración. […] Su función en el oráculo era [sumamente] importante por su influencia», explica Stefano Mayorca en «Los misterios de los celtas». Tácito dice lo siguiente de ella: «Estaba prohibido acercarse a Veleda o dirigirse a ella, como queriendo manifestar la veneración que se le debía».

Hacia la batalla

Suetonio salió de Camulodunum (actual Colchester) en al año 60 d.C. Tras reunir a sus hombres en la frontera con Gales, se dirigió al noroeste de la región. Como romanos que eran, no tardaron en buscar una solución para poder vadear rápidamente los ríos que encontraran a su paso. Así lo explica el autor de «Legiones de Roma»: «Durante el invierno, los hombres de la legión XIV Gemina se habían preparado para el ataque construyendo unas pequeñas barcas desmontables de fondo plano para poder operar en el río y en la costa. Dichas barcas fueron transportadas en la columna de bagaje de la fuerza especial y descargadas en cada uno de los ríos que se encontraban a través del norte de Gales».
«Durante el invierno, los hombres de la legión XIV Gemina se habían preparado para el ataque construyendo unas pequeñas barcas desmontables»
Tras atravesar el río Dee, el Clwyd y el Conway, se encontraron con su último escollo: el Estrecho de Manai. Una corriente de agua a la que arribaron en verano y que tenían que superar para llegar hasta los dominios de los britanos. Los primeros en cruzarla fueron los infantes. Los legionarios romanos. Y lo hicieron en las barcazas de fondo plano que ya habían sido montadas y desmontadas en una infinidad de ocasiones. Posteriormente le tocó el turno a los jinetes bátavos, a los cuales se les ordenó mojarse y pasar el líquido elemento «a nado con sus caballos».
Por su parte, los defensores esperaron al enemigo en las costas. «Una masa de guerreros galeses, probablemente de las tribus de los deceanglos, los ordovices y los siluros, formó en la orilla sureste de la isla en una “formación apretada” y esperaron el desembarco de las tropas romanas», explica Stephen Dando-Collins. Todo estaba listo para enfrentarse a pilum y escutum contra los enemigos.
Con los ejércitos formados en las playas y las armas preparadas para cargar contra el enemigo, los legionarios fueron recibidos por unos curiosos personajes ataviados con túnicas. En palabras de Mayorca, los primeros en plantar cara a los invasores fueron «un grupo de druidas que gritaban fórmulas y conjuros mientras elevaban sus manos hacia el cielo».
Tácito va más allá y señala que todo era parte de un extraño «ritual mágico» llevado a cabo por mujeres y que estaba destinado a maldecir a sus contrarios. «Mientras los legionarios y los auxiliares salían con dificultades de los botes, un grupo de mujeres histéricas aparecieron como un rayo por detrás de las filas celtas. Vestidas de negro, con los cabellos desaliñados, las mujeres agitaban tizones ardiendo en las manos y chillaban como animales», determina, en este caso, Dando-Collins.
Soldados romanos asesinan druidas
Soldados romanos asesinan druidas- Wikimedia
Ver aquel improvisado aquelarre dejó más que boquiabiertos a los legionarios romanos de la XIV Gemina. Parece que a estos de nada les sirvió su amplio entrenamiento militar pues, sintiendo pánico a aquellas maldiciones llegadas del inframundo, se quedaron petrificados y no atendieron ni a levantar sus escudos para defenderse. La situación llegó a ser tan desesperante para los invasores que Suetonio, a voz en grito, recordó a sus supersticiosos hombres que aquellas no eran más que falacias lanzadas desde gargantas de tribus sin cultura alguna. Después, encabezó la carga contra los enemigos. Algo que enardeció los corazones de sus combatientes.
El resultado fue el esperado, una masacre. «Fue necesario que el propio Paulino asumiese el liderazgo e incitase a sus hombres a actuar preguntándoles si tenían miedo de las mujeres. Sin esperar a que se les uniera la caballería, los legionarios cargaron, exterminando tanto a guerreros como a brujas. Al poco, había pilas de cadáveres celtas quemándose entre las llamas de las piras funerarias encendidas con los propios tizones de las mujeres», determina Dando-Collins.
Acto seguido, y con los contrarios aplastados, las legiones se expandieron por la isla dispuestos a acabar con todos los druidas. Unos hombres que, según las leyendas, solían llevar a cabo sacrificios humanos.

¿Verdad o mentira?

Son muchos los expertos que, en base a los textos de Tácito, creen que los legionarios romanos tuvieron que sobreponerse a los maleficios que les lanzaban aquellas brujas antes de cargar contra ellas. Sin embargo, hay otros como el historiador español Pedro Palao Pons que afirman que este episodio fue exagerado por los militares de la época.
«En honor a la verdad, lo que cuenta Tácito posiblemente ocurrió más en la mente del historiador que ante sus ojos, ya que cuando aconteció la batalla del estrecho de Menai nuestro querido historiador romano, ni era historiador, ni estaba en Britania, puesto que solo era un niño», explica el autor en su obra «El libro de los celtas».
A su vez, Palao explica en este libro que, muy probablemente, Tácito se dejó impresionar por algún legionario exagerado que quería demostrar lo valiente que había sido en aquella isla. Aun con todo, el historiador sí corrobora que los druidas solían bendecir a los guerreros con salmos, canciones y danzas frenéticas para imbuirles ánimos en las batallas.
 Manuel P Villatoro (ABC Historia)


viernes, 19 de enero de 2018

PARA APROBAR UN EXAMEN



Controlar el estrés es vital para pasar los exámenes con nota. Estos son algunos de los trucos de estudio para lograrlo

La Ley de la Abuela
Cuando se estudia, los especialistas apuntan que hay que seguir lo que se llama la ‘ley de la abuela’. “Comer primero las lentejas y después el postre”. Primero lo que más trabajo cuesta y luego lo que más gusta. También apuntan que una buena forma de pasar el trago es alternar el estudio ‘que duele’ (el puramente memorístico) con el ‘que no duele’ (leer, resumir, hacer esquemas).

El método Robinson
En las escuelas anglosajonas se emplea un esquema de estudio de cinco fases: explorar (conocer la estructura del tema), preguntar (una lectura con actitud crítica, viendo qué no se entiende), leer (con subrayados y comprensión profunda, porque se aprende mejor lo que se entiende), recitar (en voz alta, enunciar lo leído) y repasar (fijar lo aprendido).

Trucos mnemo-técnicos
Más allá del distinto nivel de inteligencia de los alumnos, hay trucos válidos para cualquiera. Los pedagogos apuntan que siempre es más fácil recordar lo que se estudia si se relaciona con la vida cotidiana, con cosas que forman parte de la propia vida. Por ejemplo, convertir los problemas abstractos de matemáticas en cuestiones reales. También es positivo hacer falsos exámenes, porque los errores nunca se olvidan… aunque se cometan en pruebas ficticias.

La ayuda de los padres
Los padres deben estar ‘presentes’ en el acto de estudiar, insistiendo a los hijos para que se organicen y estando a su disposición para cualquier consulta, pero sin entrometerse hasta el punto de hacerles los deberes. Es bueno que impongan unas pautas cotidianas de trabajo y que, salvo circunstancias muy justificadas, no hagan excepciones. Sin olvidar que “la calidad del tiempo empleado en estudiar es más importante que la cantidad, porque pasar horas delante de un libro sin asimilar nada no tiene sentido”.

Hablar con el profesor
Todos los profesores prefieren que el alumno aprenda la materia a que se especialice en aprobar exámenes. Un truco útil para los chavales es preguntar siempre al maestro: “¿Qué es lo más importante que debemos preparar para este examen?”. Ninguno eludirá la respuesta. Y es probable que dominar esos temas claves, los que el profesor quiere que el alumno retenga, sirva para aprobar.

Nuevas tecnologías
Existen programas específicos para ayudar en el estudio, como aplicaciones para móviles con la que crear tarjetas de notas tipo post-it . Pero la tentación de perder el tiempo con redes sociales y videojuegos hacen que móviles y ordenadores sean un arma de doble filo.

Lo que nunca se debe hacer
Los mensajes negativos tienen el valor de una profecía. Los pedagogos creen que es mejor decir frases positivas, del tipo “si estudias, aprobarás”, que negativas (“si no estudias, suspenderás”). Los comentarios que minan la autoestima crean más ansiedad.

miércoles, 17 de enero de 2018

GRITOS DE GUERRA


Tan importante como la fortaleza física, la habilidad en el manejo de las armas o la capacidad táctica que muestra una unidad militar en combate son la mitología y la fama que la rodean. El creerse invencibles o que el enemigo lo piense así es un arma implacable, como las legiones, los tercios o la Guardia Imperial de Napoleón han comprobado a lo largo de la historia. Incluso en el grito antes del combate empieza a labrarse una victoria.
Una de las referencias más remotas a un grito de guerra como tal está en una costumbre de origen jónico llamado peán, (paian), que Esquino definió como «un grito sagrado emitido con voz potente». Concretamente, el «Alala» proferido por los hoplitas griegos deriva de la palabra onomatopéyica alale, «elevar el grito de guerra».
El ejército tardoimperial romano gritaba «¡Junge!», que venía a decir ¡prietas las filas!, y se usaba para llamar a los soldados a formar una tortuga
A las falanges griegas les sustituyeron las legiones romanas como los soldados de referencia de la Antigüedad, si bien los legionarios variaron su grito en función del adversario. En tiempos republicanos, los legionarios comenzaron a gritar «Delenda est Carthago» (Cartago será destruida) cuando se enfrentaban a la nación de Anibal Barca, el inesperado genio militar que casi destruye a Roma. No obstante, el ejército tardoimperial romano gritaba «¡Junge!», que venía a decir ¡prietas las filas!, y se usaba para llamar a los soldados a formar una tortuga, mientras que los oficiales bizantinos usaban el grito cristiano de «¡Nobiscum Deus!» (¡Dios con nosotros!). Frente a este grito de los mandos, los guerreros, a una voz, contestaban «¡Kyrie Eleison!» (¡Señor ten piedad!)

«Aur, aur... Desperta ferro»

Ya en la Edad Media, las guerras de religión que se sucedieron en Tierra Santa vieron toda clase de invocaciones a Dios como el clásico «Dieu le veut» («Dios lo quiere»), utilizado por los cruzados franceses antes de la lucha, o el «Caelum Denique» («Por fin el cielo», en latín) utilizado por los cruzados de Tierra Santa. Frente a sus gritos, los musulmanes gritaban «Allahu Akbar» («Dios es grande», en árabe) que hoy han hecho tristemente conocido los terroristas yihadistas.
En la tradición militar hispánica, el grito de guerra más común era el «¡Santiago y cierra España!», utilizado por los soldados desde la Reconquista hasta la Época Moderna antes de cada carga en ofensiva. El significado de la frase es invocar al apóstol Santiago, que según la leyenda se apareció durante la Batalla de Clavijo para combatir junto a los cristianos, y por otro, la orden militar cierra, que en términos militares significa trabar combate, embestir o acometer. Conquistadores, soldados de los tercios… el grito de «¡Cierra España!» traspasó fronteras y sirvió a toda clase de tropas hispánicas para entrar en combate.
Santiago Matamoros por Giovanni Battista Tiepolo (Museo de Bellas Artes, Budapest)
Santiago Matamoros por Giovanni Battista Tiepolo (Museo de Bellas Artes, Budapest)
«Desperta ferro» («¡Despierta hierro!») es otro de los gritos hispánicos más conocidos. Los almogávares, una infantería ligera al servicio de la Corona de Aragón durante la Reconquista, golpeaban sus espadas contra el suelo haciendo saltar chispas contra las piedras al grito de guerra: «Aur, aur... Desperta ferro» («escucha, escucha...Despierta, hierro»). Hoy el grito ha sido adoptado como lema por la Brigada «Almogávares» VI de Paracaidistas.

«¡Hooyah!»

Uno de los gritos más universales en la historia militar es el «Hurra» utilizado por el ejército británico, el ejército ruso y copiado más tarde por unidades militares de otros países. A España llegó a través del inglés «hurray» (antiguamente,«hurrah») y tiene probablemente su origen en la exclamación victoriosa «arru» de los romanos, que a su vez procede de la entonación al dios griego de la guerra Ares. No obstante, en la Edad Media existíeron voces eslavas parecidas como la rusa «ura» o la polaca «hura», que posiblemente procedan de la expresión religiosa hur-aj (al paraíso). De igual modo, los mongoles y japoneses poseían sus propios gritos guerreros, urra y uraa, de origen puramente onomatopéyico.
Parecido al «Hurra», los marines americanos emplean hoy el grito de guerra «¡Oorah!» y el ejército regular el «¡Hooah!». A ellos se suma el «¡Hooyah!», característico de los Navy SEAL, la unidad por excelencia para operaciones especiales.
De la Segunda Guerra Mundial proceden el mítico «Banzai» («Diez mil años» en japonés) utilizado por los pilotos kamikaze japoneses o el «Gerónimo» usado por las tropas de paracaidistas del ejército de EE.UU. 

César Cervera

lunes, 15 de enero de 2018

jueves, 11 de enero de 2018

ORACIÓN DE UN DESESPERADO

Quédate conmigo, Señor, porque es necesario que
estés presente para que no te olvide. Ya sabes lo fácil que te abandono.


Quédate conmigo, Señor, porque soy débil
y necesito tu fuerza para no caer tan a menudo.


Quédate conmigo, Señor, porque tú eres mi vida,
y sin ti, no tengo fervor.


Quédate conmigo, Señor, porque tú eres mi luz,
y sin ti, estoy en tinieblas.


Quédate conmigo, Señor, para mostrarme tu voluntad.
Quédate conmigo, Señor, para que escuche tu voz
y te siga.


Quédate conmigo, Señor, porque deseo amarte
mucho y estar siempre en tu compañía.


Quédate conmigo, Señor, si deseas que te sea fiel.

Quédate conmigo, Señor, porque por pobre que sea mi alma,
quiero que sea un lugar de consuelo para Ti, un nido de amor.

Amén
~ San Pío de Pietrelcina


viernes, 29 de diciembre de 2017

QUÉ ES SER AGNÓSTICO

Reflexión del profesor Enrique Tierno Galván sobre el significado de ser agnóstico.

miércoles, 27 de diciembre de 2017

martes, 26 de diciembre de 2017

UNA CIUDAD EN MARTE


CENTURIONES FAMOSOS

A lo largo de la historia de Roma ha habido varios centuriones cuyo nombre ha pasado a la posteridad:
 
Marcio Lucio: vivió en el siglo III a.C. y luchó en Hispania y en Italia. Se enfrentó a los cartagineses de Asdrúbal liberando las comunicaciones con Sagunto, Valencia y el resto de ciudades costeras de forma que Roma pudo conservar a los aliados íberos de la zona.
 

Scaeva Casio: vivió en el siglo I a.C.y fue centurión en los ejércitos de Julio César. Durante la batalla de Dirraquio en Albania contra las tropas de Cneo Pompeyo durante la Segunda Guerra Civil perdió un ojo y recibió más de veinte heridas antes de acceder a abandonar el campo de batalla.
 

Tito Pulo y Lucio Voreno: popularizados gracias a la serie Roma de HBO, fueron centuriones en el ejército de Julio César. Éste los menciona en su obra la Guerra de las Galias. Tito Pulo y Lucio Voreno rivalizaban por obtener el puesto de primus pilus, el mayor rango de entre los centuriones, pero en una batalla contra las tribus belgas se apoyaron el uno al otro salvándose la vida mutuamente y destacando ante César por su valor y lealtad.


Herenio: centurión que junto al tribuno Popilio fue el encargado, por orden de Marco Antonio, de asesinar a Marco Tulio Cicerón. A éste le cortaron la cabeza y una mano que fueron expuestas durante mucho tiempo en la rostra del Senado para que sirviera de escarmiento por haberse atrevido a hacer las Filípicas contra el triunviro Marco Antonio, que junto con Lépido y Octavio César Augusto proclamaron unas proscripciones que llenaron sus respectivas arcas y sirvieron para cobrar venganza contra sus enemigos.
 

Longinus: según la tradición cristiana, es el centurión romano que clavó la lanza en el costado de Jesús cuando éste fue crucificado. Aunque en la Biblia no se menciona su nombre, éste aparece en el apócrifo Evangelio de Nicodemo y seguramente deriva de la palabra griega para “lanza”, “lonche“. Al parecer, Longinus se convirtió posteriormente al cristianismo y actualmente es venerado como santo.
 

Lucio Arturo Casto: centurión de origen sármata que mandó a sus tropas en Britania y es conocido por ser uno de los personajes en los que se cree que se basó la leyenda del rey Arturo. Se dice que cuando los romanos abandonaron la provincia de Britania a su suerte, permaneció allí para ayudar a defender la isla de la invasión de los sajones.                                                                                

Sempronio Denso: Cuya historia relatamos a continuación:

Nos situamos en el siglo I d.C. Hace ya muchas décadas que Roma ha dejado atrás el período republicano para convertirse en un imperio; concretamente desde que en el año 27 a.C. el Senado le concediera a Octavio -por entonces ya Octaviano- el cognomen de Augusto, convirtiéndolo en emperador. En lo sucesivo, alcanzar el trono se convirtiría en una obsesión para muchos nobles y generales, lo que no deja de resultar curioso teniendo en cuenta que, estadísticamente, era comprar un boleto para una muerte probable. Treinta y siete magnicidios así lo acreditaron, sin contar las guerras civiles provocadas por alcanzar el poder.

En el año 68 Nerón acababa de volver de un viaje a Grecia cuando se enteró de que los gobernadores de la Galia Lugdunense y la Hispania Tarraconense, Cayo Julio Vindex y Servio Sulpicio Galba, se habían alzado contra él reivindicando la república. Vindex fue derrotado por las legiones destacadas en Germania de Virginio Rufo, cuyos soldados pidieron a éste que se proclamase emperador. Él se negó pero la situación ya estaba al rojo y el nuevo prefecto de la Guardia Pretoriana, Ninfidio Sabino, apoyó a Galba. El Senado depuso a Nerón, que terminó suicidándose, y Galba ocupó su lugar.

Era un rico aristócrata que tenía cierto prestigio por haber sobrevivido a Calígula y obtener el respeto de Claudio. Aún así y pese a recibir el reconocimiento senatorial, se encontró con algunos opositores inesperados; entre ellos figuraba Publio Clodio Macrón, procónsul de África y uno de los que también se rebelaron contra Nerón. Galba mandó asesinarle, al igual que hizo con Fonteyo Capitón, comandante de la Germania inferior. Incluso Ninfidio Sabino se situó en su contra después de que el nuevo emperador colocara como segundo prefecto a uno de sus amigos hispanos, pero también acabó perdiendo la vida y Galba pudo centrarse en gobernar Roma.

Sin embargo, su gestión fue torpe. Anciano ya y no muy brillante, encima se rodeó de malos consejeros (Kovaliov los describe como “un montón de inútiles”) y entre uno y otros quisieron solucionar los dos principales problemas de gobierno con medidas impopulares. Para el saneamiento de las finanzas, necesitadas de una intervención urgente, se aplicó una estricta política de austeridad que sembró el descontento; para restaurar la disciplina en el ejército se optó por cambiar los cuadros de las legiones germánicas con el mismo resultado. Ambos aspectos se combinaron fatalmente al tratar de mostrar una posición de fuerza, negándose a pagar a los pretorianos su apoyo y a las legiones germánicas la recompensa que pedían por haber derrotado a Vindex.

Ante lo que consideraban un tacaño y un desagradecido, las tropas se negaron a renovar su juramento de fidelidad y pidieron al Senado otro emperador, apuntando todas las miradas al general Aulo Vitelio. Galba, que era viudo y no tenía descendencia -sus dos hijos habían muerto-, pensó ingenuamente que todo se solucionaría con un sucesor y eligió a uno de sus consejeros más jóvenes pero también más inexpertos: Lucio Calpurnio Pisón Liciniano, de treinta y un años y perteneciente a una de las familias más antiguas de la nobilitas romana, represaliada por Nerón. La adrogatio -adopción- se llevó a cabo en apenas diez días en el campamento de la Guardia Pretoriana.

Esa apuesta no sólo no salió bien sino que resultó contraproducente y supuso la sentencia definitiva para el emperador, ya que el otro gran candidato a convertirse en heredero no se conformó con la decisión y empezó a conspirar. Se llamaba Marco Salvio Otón y era todo un carácter, quizá para compensar su desgarbado aspecto físico (calvo, patizambo y de escasa estatura, procuraba simularlo arreglándose mucho, usando peluquín, depilándose y procurando llevar una apariencia impecable; “como una mujer”, según Suetonio). Otón, de familia patricia que se remontaba a los etruscos, también había sufrido la represión de Nerón aunque no tanto por razones políticas como sentimentales, ya que su esposa, la famosa Popea, se divorció de él para convertirse en la amante del emperador.

El caso es que Otón, que había ayudado a Galba desde su puesto de gobernador de Lusitania, no obtuvo el premio que esperaba, así que empezó a sobornar pretorianos para conseguir su apoyo, aún cuando no tenía tantos recursos como el otro. 
La mañana del 15 de enero del año 69, tan sólo cinco días después de la adopción oficial de Pisón, Otón se presentó en el campamento pretoriano, donde en medio de cierta confusión fue proclamado Imperator. Acto seguido se puso al frente de un destacamento que salió en busca de Galba, quien enterado de los acontecimientos se dirigía hacia allí para intentar frenar el golpe, aunque otra versión dice que el propio Otón le engañó para que acudiera asegurándole que había logrado restablecer el orden.

El encuentro se produjo en el Foro pero no fue precisamente una batalla. Tácito cuenta que los transeúntes salieron en desbandada ante lo que se avecinaba, refugiándose en las basílicas y templos, mientras el signifer de la cohorte que escoltaba al emperador arrancaba del estandarte y arrojaba al suelo la efigie del emperador. Fue la señal para la deserción, con lo que Galba, que iba acompañado de Pisón y algunos colaboradores, se quedó indefenso en la plaza, a la altura del Lago Curcio (una especie de pozo sagrado donde, según la mitología, el personaje homónimo se inmoló por Roma siguiendo el designio de un oráculo); en medio del caos incluso se cayó de la silla de mano que le transportaba y decenas de hombres se lanzaron sobre el grupo dispuestos a acabar con él.
Aquí es donde aparece Sempronio Denso, de quien apenas se sabe nada más que su cargo y el heroico final que tuvo. Denso era centurión de la Guardia Pretoriana y había sido asignado por Galba a la escolta de Pisón. Cuando los demás huyeron, él se quedó en su puesto cumpliendo con su deber y haciendo honor a otros romanos históricos que también supieron estar a la altura de las difíciles circunstancias que les tocaron vivir, como Horacio Cocles defendiendo en solitario el puente Sublicio para dar tiempo a sus soldados a destruirlo e impedir al ejército etrusco llegar a Roma, o Mucio Escévola, que se quemó voluntariamente la mano en las llamas de un brasero para demostrar al rey etrusco Porsenna la determinación de los romanos a no rendirse.

El relato de lo que pasó varía un poco según el autor que lo narre, de forma que desconocemos el orden de las muertes de Galba y Denso. Suetonio ni menciona a este último. Plutarco aporta el dato de que el centurión era soltero y nunca había recibido ningún favor especial de Galba, guiándose en aquellos dramáticos momentos sólo por su juramento de lealtad. Dice que primero exhortó a los asesinos a deponer las armas y luego, siendo inútiles sus palabras, se enfrentó a ellos espada en mano hasta que le hirieron las piernas y ya no pudo mantenerse en pie, tras lo cual mataron al emperador.


Tácito tampoco nos dice nada sobre la vida de Denso, al fin y al cabo un personaje socialmente menor en ese episodio. Él mismo cuenta que hay varias versiones “según el odio o admiración que cada cual le tuviera” al emperador, de manera que en una Galba habría implorado clemencia y tiempo para reunir el oro que les había prometido a las tropas, mientras que en otra haría un alarde de sangre fría ofreciendo retador el cuello a sus asesinos. También especula con los nombres de varios soldados como posibles autores materiales de su muerte, aunque lo cierto es que el cadáver de Galba fue cosido a cuchilladas por casi todos y quedó prácticamente despedazado. 

Luego fue el turno de uno de sus fieles, el cónsul Tito Vinio, y finalmente Tácito reseña la valerosa actuación de Sempronio Denso, que empuñando un simple pugio (un puñal auxiliar que usaban los legionarios pero cuyo uso estaba también extendido fuera del ejército) contuvo a los atacantes dando tiempo a Pisón a refugiarse en el Templo de Vesta. El escondite no le sirvió de nada porque hasta allí le persiguieron dos soldados llamados Sulpicio Floro y Estayo Murco, que le arrastraron fuera degollándolo mientras sus compañeros de crimen exhibían exultantes la cabeza del emperador en una pica. 


Por último, Dión Casio es bastante parco y se limita a decir, al igual que Tácito, que Galba fue el primero en caer y que sólo le defendió el centurión Sempronio Denso hasta que no pudo seguir y fue muerto tratando de cubrir con su cuerpo el del emperador. Tal cual los guardaespaldas que comentaba al principio. Casio concluye que cita el nombre de ese hombre porque es digno de ser recordado.
Las cabezas de las víctimas fueron paseadas clavadas en picas por los criminales en medio del jolgorio general pero parece que, pese a ser el principal beneficiario, Otón no acogió con muestras de alegría aquella orgía de sangre; al fin y al cabo Galba y Tito Vinio habían sido amigos suyos, por lo que únicamente mostró satisfacción por el final de Pisón. Tácito dice que unas ciento veinte personas le reclamaron una recompensa al atribuirse las muertes sin imaginar que todos serían ejecutados en breve.

Porque Otón apenas ostentó tres meses el poder antes de que Aulo Vitelio, un militar mediocre pero que contaba con el respaldo de las legiones germánicas -que a esas alturas hacían y deshacían a su antojo-, le derrocara tras una rápida campaña. Otón se suicidó y el nuevo emperador se libró por expeditivos métodos de todos aquellos que constituyeran un peligro, lo que incluyó la disolución de la Guardia Pretoriana reorganizándola con gente de su confianza. No obstante, Vitelio era, según Kovaliov, “una completa nulidad y su carrera se debía más que nada a las influencias de que gozaba su padre durante el reinado de Claudio”, por lo que también aguantó poco en el trono: ocho meses después, en diciembre, fue derrotado por Vespasiano y asesinado por las tropas de éste, que pasaría a ser el cuarto emperador en un mismo año.
Fuentes: Historias (Tácito)/Las vidas paralelas (Plutarco)/Historia Romana (Dión Casio)/Vida de los doce césares (Suetonio)/Historia de Roma (Sergei Ivanovich Kovaliov)
 

Casio Querea: (en latín Cassius Chaerea), fue un militar romano del siglo I. Era centurión en Germania, superviviente de la batalla del bosque de Teutoburgo, en la que dirigió la huida de un pequeño grupo de legionarios, mientras que el resto del ejército sucumbió ante los queruscos.
 

Contrariamente a lo que la novela histórica ha hecho creer, no se tienen noticias de que Casio Querea haya participado en la batalla de Teutoburgo. La primera referencia a Casio Querea es de Tácito en sus Annales (libro I, XXXII). Nos habla de la actuación del joven Querea durante los motines de las legiones estacionadas en el Rín en el 14 d.C contra Germánico el padre del futuro emperador Calígula:
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No trataba el legado de poner remedio, habiendo la locura de tantos héchole perder la seguridad del ánimo. Arrancan, pues, furiosos de las espadas y arremeten contra los centuriones (materia antigua de los odios militares y principio de encruelecerse); tendidos en tierra, los azotan, cada sesenta el suyo, por igualar el número de los centuriones, y así, bien heridos y parte muertos, los echan fuera del estacado y en la corriente del Rin. Uno de ellos llamado Septimio, huido al Tribunal y arrojado a los pies de Cecina, fue pedido tan importunamente por ellos, que hubo de ser entregado a la muerte. Casio Querea, famoso después por el homicidio de Cayo César, entonces mancebo valeroso y de ánimo fiero, se abrió y allanó el camino con la espada entre aquellos armados. No eran ya obedecidos los tribunos ni el prefecto del campo; los soldados mismos repartían las centinelas y los cuerpos de guardia, y acudían a las demás cosas que se ofrecían. Los que consideraban con mayor atención los ánimos airados de aquella gente juzgaban por la peor señal para creer que aquella sedición había de ser grande y mala de apaciguar, al ver que no esparcidos o a persuasión de pocos, mas todos de un mismo acuerdo se encendían y de un mismo acuerdo callaban, con tanta igualdad y regla que no parecía que les faltase cabeza.

Magnicidio de Calígula
Casio, ya como tribuno militar de la Guardia Pretoriana, participó en la trama para asesinar al emperador Calígula, sobrino de Tiberio, y su familia. Existen muchas versiones en cuanto a los motivos del asesinato pero la verdad aproximada sería que fue cometido con la intención de restaurar la República, pero que fue motivado por los problemas personales entre Casio y Calígula (este último, de quien se dice se burlaba constantemente de Casio). Posteriormente Casio fue ejecutado por el emperador Claudio, quien lo acusó de haber asesinado a su sobrino por motivos personales.

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