TRADUCCIÓN

martes, 26 de diciembre de 2017

CENTURIONES FAMOSOS

A lo largo de la historia de Roma ha habido varios centuriones cuyo nombre ha pasado a la posteridad:
 
Marcio Lucio: vivió en el siglo III a.C. y luchó en Hispania y en Italia. Se enfrentó a los cartagineses de Asdrúbal liberando las comunicaciones con Sagunto, Valencia y el resto de ciudades costeras de forma que Roma pudo conservar a los aliados íberos de la zona.
 

Scaeva Casio: vivió en el siglo I a.C.y fue centurión en los ejércitos de Julio César. Durante la batalla de Dirraquio en Albania contra las tropas de Cneo Pompeyo durante la Segunda Guerra Civil perdió un ojo y recibió más de veinte heridas antes de acceder a abandonar el campo de batalla.
 

Tito Pulo y Lucio Voreno: popularizados gracias a la serie Roma de HBO, fueron centuriones en el ejército de Julio César. Éste los menciona en su obra la Guerra de las Galias. Tito Pulo y Lucio Voreno rivalizaban por obtener el puesto de primus pilus, el mayor rango de entre los centuriones, pero en una batalla contra las tribus belgas se apoyaron el uno al otro salvándose la vida mutuamente y destacando ante César por su valor y lealtad.


Herenio: centurión que junto al tribuno Popilio fue el encargado, por orden de Marco Antonio, de asesinar a Marco Tulio Cicerón. A éste le cortaron la cabeza y una mano que fueron expuestas durante mucho tiempo en la rostra del Senado para que sirviera de escarmiento por haberse atrevido a hacer las Filípicas contra el triunviro Marco Antonio, que junto con Lépido y Octavio César Augusto proclamaron unas proscripciones que llenaron sus respectivas arcas y sirvieron para cobrar venganza contra sus enemigos.
 

Longinus: según la tradición cristiana, es el centurión romano que clavó la lanza en el costado de Jesús cuando éste fue crucificado. Aunque en la Biblia no se menciona su nombre, éste aparece en el apócrifo Evangelio de Nicodemo y seguramente deriva de la palabra griega para “lanza”, “lonche“. Al parecer, Longinus se convirtió posteriormente al cristianismo y actualmente es venerado como santo.
 

Lucio Arturo Casto: centurión de origen sármata que mandó a sus tropas en Britania y es conocido por ser uno de los personajes en los que se cree que se basó la leyenda del rey Arturo. Se dice que cuando los romanos abandonaron la provincia de Britania a su suerte, permaneció allí para ayudar a defender la isla de la invasión de los sajones.                                                                                

Sempronio Denso: Cuya historia relatamos a continuación:

Nos situamos en el siglo I d.C. Hace ya muchas décadas que Roma ha dejado atrás el período republicano para convertirse en un imperio; concretamente desde que en el año 27 a.C. el Senado le concediera a Octavio -por entonces ya Octaviano- el cognomen de Augusto, convirtiéndolo en emperador. En lo sucesivo, alcanzar el trono se convirtiría en una obsesión para muchos nobles y generales, lo que no deja de resultar curioso teniendo en cuenta que, estadísticamente, era comprar un boleto para una muerte probable. Treinta y siete magnicidios así lo acreditaron, sin contar las guerras civiles provocadas por alcanzar el poder.

En el año 68 Nerón acababa de volver de un viaje a Grecia cuando se enteró de que los gobernadores de la Galia Lugdunense y la Hispania Tarraconense, Cayo Julio Vindex y Servio Sulpicio Galba, se habían alzado contra él reivindicando la república. Vindex fue derrotado por las legiones destacadas en Germania de Virginio Rufo, cuyos soldados pidieron a éste que se proclamase emperador. Él se negó pero la situación ya estaba al rojo y el nuevo prefecto de la Guardia Pretoriana, Ninfidio Sabino, apoyó a Galba. El Senado depuso a Nerón, que terminó suicidándose, y Galba ocupó su lugar.

Era un rico aristócrata que tenía cierto prestigio por haber sobrevivido a Calígula y obtener el respeto de Claudio. Aún así y pese a recibir el reconocimiento senatorial, se encontró con algunos opositores inesperados; entre ellos figuraba Publio Clodio Macrón, procónsul de África y uno de los que también se rebelaron contra Nerón. Galba mandó asesinarle, al igual que hizo con Fonteyo Capitón, comandante de la Germania inferior. Incluso Ninfidio Sabino se situó en su contra después de que el nuevo emperador colocara como segundo prefecto a uno de sus amigos hispanos, pero también acabó perdiendo la vida y Galba pudo centrarse en gobernar Roma.

Sin embargo, su gestión fue torpe. Anciano ya y no muy brillante, encima se rodeó de malos consejeros (Kovaliov los describe como “un montón de inútiles”) y entre uno y otros quisieron solucionar los dos principales problemas de gobierno con medidas impopulares. Para el saneamiento de las finanzas, necesitadas de una intervención urgente, se aplicó una estricta política de austeridad que sembró el descontento; para restaurar la disciplina en el ejército se optó por cambiar los cuadros de las legiones germánicas con el mismo resultado. Ambos aspectos se combinaron fatalmente al tratar de mostrar una posición de fuerza, negándose a pagar a los pretorianos su apoyo y a las legiones germánicas la recompensa que pedían por haber derrotado a Vindex.

Ante lo que consideraban un tacaño y un desagradecido, las tropas se negaron a renovar su juramento de fidelidad y pidieron al Senado otro emperador, apuntando todas las miradas al general Aulo Vitelio. Galba, que era viudo y no tenía descendencia -sus dos hijos habían muerto-, pensó ingenuamente que todo se solucionaría con un sucesor y eligió a uno de sus consejeros más jóvenes pero también más inexpertos: Lucio Calpurnio Pisón Liciniano, de treinta y un años y perteneciente a una de las familias más antiguas de la nobilitas romana, represaliada por Nerón. La adrogatio -adopción- se llevó a cabo en apenas diez días en el campamento de la Guardia Pretoriana.

Esa apuesta no sólo no salió bien sino que resultó contraproducente y supuso la sentencia definitiva para el emperador, ya que el otro gran candidato a convertirse en heredero no se conformó con la decisión y empezó a conspirar. Se llamaba Marco Salvio Otón y era todo un carácter, quizá para compensar su desgarbado aspecto físico (calvo, patizambo y de escasa estatura, procuraba simularlo arreglándose mucho, usando peluquín, depilándose y procurando llevar una apariencia impecable; “como una mujer”, según Suetonio). Otón, de familia patricia que se remontaba a los etruscos, también había sufrido la represión de Nerón aunque no tanto por razones políticas como sentimentales, ya que su esposa, la famosa Popea, se divorció de él para convertirse en la amante del emperador.

El caso es que Otón, que había ayudado a Galba desde su puesto de gobernador de Lusitania, no obtuvo el premio que esperaba, así que empezó a sobornar pretorianos para conseguir su apoyo, aún cuando no tenía tantos recursos como el otro. 
La mañana del 15 de enero del año 69, tan sólo cinco días después de la adopción oficial de Pisón, Otón se presentó en el campamento pretoriano, donde en medio de cierta confusión fue proclamado Imperator. Acto seguido se puso al frente de un destacamento que salió en busca de Galba, quien enterado de los acontecimientos se dirigía hacia allí para intentar frenar el golpe, aunque otra versión dice que el propio Otón le engañó para que acudiera asegurándole que había logrado restablecer el orden.

El encuentro se produjo en el Foro pero no fue precisamente una batalla. Tácito cuenta que los transeúntes salieron en desbandada ante lo que se avecinaba, refugiándose en las basílicas y templos, mientras el signifer de la cohorte que escoltaba al emperador arrancaba del estandarte y arrojaba al suelo la efigie del emperador. Fue la señal para la deserción, con lo que Galba, que iba acompañado de Pisón y algunos colaboradores, se quedó indefenso en la plaza, a la altura del Lago Curcio (una especie de pozo sagrado donde, según la mitología, el personaje homónimo se inmoló por Roma siguiendo el designio de un oráculo); en medio del caos incluso se cayó de la silla de mano que le transportaba y decenas de hombres se lanzaron sobre el grupo dispuestos a acabar con él.
Aquí es donde aparece Sempronio Denso, de quien apenas se sabe nada más que su cargo y el heroico final que tuvo. Denso era centurión de la Guardia Pretoriana y había sido asignado por Galba a la escolta de Pisón. Cuando los demás huyeron, él se quedó en su puesto cumpliendo con su deber y haciendo honor a otros romanos históricos que también supieron estar a la altura de las difíciles circunstancias que les tocaron vivir, como Horacio Cocles defendiendo en solitario el puente Sublicio para dar tiempo a sus soldados a destruirlo e impedir al ejército etrusco llegar a Roma, o Mucio Escévola, que se quemó voluntariamente la mano en las llamas de un brasero para demostrar al rey etrusco Porsenna la determinación de los romanos a no rendirse.

El relato de lo que pasó varía un poco según el autor que lo narre, de forma que desconocemos el orden de las muertes de Galba y Denso. Suetonio ni menciona a este último. Plutarco aporta el dato de que el centurión era soltero y nunca había recibido ningún favor especial de Galba, guiándose en aquellos dramáticos momentos sólo por su juramento de lealtad. Dice que primero exhortó a los asesinos a deponer las armas y luego, siendo inútiles sus palabras, se enfrentó a ellos espada en mano hasta que le hirieron las piernas y ya no pudo mantenerse en pie, tras lo cual mataron al emperador.


Tácito tampoco nos dice nada sobre la vida de Denso, al fin y al cabo un personaje socialmente menor en ese episodio. Él mismo cuenta que hay varias versiones “según el odio o admiración que cada cual le tuviera” al emperador, de manera que en una Galba habría implorado clemencia y tiempo para reunir el oro que les había prometido a las tropas, mientras que en otra haría un alarde de sangre fría ofreciendo retador el cuello a sus asesinos. También especula con los nombres de varios soldados como posibles autores materiales de su muerte, aunque lo cierto es que el cadáver de Galba fue cosido a cuchilladas por casi todos y quedó prácticamente despedazado. 

Luego fue el turno de uno de sus fieles, el cónsul Tito Vinio, y finalmente Tácito reseña la valerosa actuación de Sempronio Denso, que empuñando un simple pugio (un puñal auxiliar que usaban los legionarios pero cuyo uso estaba también extendido fuera del ejército) contuvo a los atacantes dando tiempo a Pisón a refugiarse en el Templo de Vesta. El escondite no le sirvió de nada porque hasta allí le persiguieron dos soldados llamados Sulpicio Floro y Estayo Murco, que le arrastraron fuera degollándolo mientras sus compañeros de crimen exhibían exultantes la cabeza del emperador en una pica. 


Por último, Dión Casio es bastante parco y se limita a decir, al igual que Tácito, que Galba fue el primero en caer y que sólo le defendió el centurión Sempronio Denso hasta que no pudo seguir y fue muerto tratando de cubrir con su cuerpo el del emperador. Tal cual los guardaespaldas que comentaba al principio. Casio concluye que cita el nombre de ese hombre porque es digno de ser recordado.
Las cabezas de las víctimas fueron paseadas clavadas en picas por los criminales en medio del jolgorio general pero parece que, pese a ser el principal beneficiario, Otón no acogió con muestras de alegría aquella orgía de sangre; al fin y al cabo Galba y Tito Vinio habían sido amigos suyos, por lo que únicamente mostró satisfacción por el final de Pisón. Tácito dice que unas ciento veinte personas le reclamaron una recompensa al atribuirse las muertes sin imaginar que todos serían ejecutados en breve.

Porque Otón apenas ostentó tres meses el poder antes de que Aulo Vitelio, un militar mediocre pero que contaba con el respaldo de las legiones germánicas -que a esas alturas hacían y deshacían a su antojo-, le derrocara tras una rápida campaña. Otón se suicidó y el nuevo emperador se libró por expeditivos métodos de todos aquellos que constituyeran un peligro, lo que incluyó la disolución de la Guardia Pretoriana reorganizándola con gente de su confianza. No obstante, Vitelio era, según Kovaliov, “una completa nulidad y su carrera se debía más que nada a las influencias de que gozaba su padre durante el reinado de Claudio”, por lo que también aguantó poco en el trono: ocho meses después, en diciembre, fue derrotado por Vespasiano y asesinado por las tropas de éste, que pasaría a ser el cuarto emperador en un mismo año.
Fuentes: Historias (Tácito)/Las vidas paralelas (Plutarco)/Historia Romana (Dión Casio)/Vida de los doce césares (Suetonio)/Historia de Roma (Sergei Ivanovich Kovaliov)
 

Casio Querea: (en latín Cassius Chaerea), fue un militar romano del siglo I. Era centurión en Germania, superviviente de la batalla del bosque de Teutoburgo, en la que dirigió la huida de un pequeño grupo de legionarios, mientras que el resto del ejército sucumbió ante los queruscos.
 

Contrariamente a lo que la novela histórica ha hecho creer, no se tienen noticias de que Casio Querea haya participado en la batalla de Teutoburgo. La primera referencia a Casio Querea es de Tácito en sus Annales (libro I, XXXII). Nos habla de la actuación del joven Querea durante los motines de las legiones estacionadas en el Rín en el 14 d.C contra Germánico el padre del futuro emperador Calígula:
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No trataba el legado de poner remedio, habiendo la locura de tantos héchole perder la seguridad del ánimo. Arrancan, pues, furiosos de las espadas y arremeten contra los centuriones (materia antigua de los odios militares y principio de encruelecerse); tendidos en tierra, los azotan, cada sesenta el suyo, por igualar el número de los centuriones, y así, bien heridos y parte muertos, los echan fuera del estacado y en la corriente del Rin. Uno de ellos llamado Septimio, huido al Tribunal y arrojado a los pies de Cecina, fue pedido tan importunamente por ellos, que hubo de ser entregado a la muerte. Casio Querea, famoso después por el homicidio de Cayo César, entonces mancebo valeroso y de ánimo fiero, se abrió y allanó el camino con la espada entre aquellos armados. No eran ya obedecidos los tribunos ni el prefecto del campo; los soldados mismos repartían las centinelas y los cuerpos de guardia, y acudían a las demás cosas que se ofrecían. Los que consideraban con mayor atención los ánimos airados de aquella gente juzgaban por la peor señal para creer que aquella sedición había de ser grande y mala de apaciguar, al ver que no esparcidos o a persuasión de pocos, mas todos de un mismo acuerdo se encendían y de un mismo acuerdo callaban, con tanta igualdad y regla que no parecía que les faltase cabeza.

Magnicidio de Calígula
Casio, ya como tribuno militar de la Guardia Pretoriana, participó en la trama para asesinar al emperador Calígula, sobrino de Tiberio, y su familia. Existen muchas versiones en cuanto a los motivos del asesinato pero la verdad aproximada sería que fue cometido con la intención de restaurar la República, pero que fue motivado por los problemas personales entre Casio y Calígula (este último, de quien se dice se burlaba constantemente de Casio). Posteriormente Casio fue ejecutado por el emperador Claudio, quien lo acusó de haber asesinado a su sobrino por motivos personales.

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