TRADUCCIÓN

jueves, 26 de marzo de 2020

ANÍBAL BARCA Y LA BATALLA DEL TAJO


Nuestra España, antigua Hispania, sigue llena de misterios. Pero puede ser que, gracias a las últimas pesquisas, uno de ellos haya sido resuelto. Seis investigadores nacionales dicen haber hallado el punto en el que se produjo la conocida como «batalla del Tajo»; una contienda acaecida en el año 220 a. C. en la que el general Aníbal Barca, al mando de 25.000 cartagineses, venció a una coalición de tribus locales formada por nada menos que 100.000 soldados. Algo que ni los historiadores clásicos Tito Livio y Polibio pudieron lograr cuando escribieron sus respectivas historias de Roma.
Tras más de dos siglos de dudas, Emilio Gamo Pazos, Javier Fernández Ortea, Miguel Ángel Rodríguez-Pascua, Andrés Díez-Herrero, María Ángeles Perucha Atienza y José Francisco Mediato Arribas han llegado a la conclusión de que la gran victoria de Aníbal se sucedió en las cercanías de Driebes (Guadalajara). Y así lo han explicado en el dossier «Datos históricos, arqueológicos y geológicos para la ubicación de la batalla de Aníbal en el Tajo (220 a.C.)», publicado el pasado noviembre de 2019.

Hacia la batalla

Cuentan las crónicas de los historiadores clásicos que el origen de la batalla se halla en la campaña protagonizada por Aníbal Barca contra Helmántica (ubicada en la actual Salamanca) y Arbucala allá por el año 220 a. C. Aunque no fue sencillo por la determinación de ambas urbes, el general cartaginés logró que doblaran la rodilla y saqueó cuanto pudo de aquellas urbes. El coste, eso sí, fue lo bastante alto como para tomar la determinación de regresar junto a sus hombres hasta su cuartel general de Qart Hadasht (Cartago Nova, hoy Cartagena) para rearmarse y contar el botín.
La vuelta al hogar suponía recorrer nada menos que 600 kilómetros y enfrentarse a unos pueblos locales ávidos de venganza: los olcades, los vetones, los carpetanos y los vacceos. Casi nada.
Anibal Barca
Anibal Barca
En su obra, «Ab urbe condita» («Desde la fundación de la ciudad», en la que se narra la historia de Roma) el historiador del siglo I Tito Livo hizo referencia a que el camino de regreso era más que tortuoso. No ya por la rudeza del terreno (letal para los elefantes que acompañaban al ejército), sino por el hostigamiento organizado por unos pueblos locales que ansiaban recuperar el gran tesoro que había sido robado por el militar cartaginés. Otro tanto explica su colega Polibio en «Historias», donde especifica que, a la altura del río Tajo (cuando no había superado ni un tercio del trayecto) se topó con un gran contingente enemigo: una alianza formada por las tribus más poderosas de la Hispania prerromana.
«Ya se retiraba, cuando se vio expuesto súbitamente a los más graves peligros: le salieron al encuentro los carpetanos, que quizás sea el pueblo más poderoso de los de aquellos lugares; les acompañaban sus vecinos, que se les unieron excitados principalmente por los olcades que habían logrado huir; les atacaban también, enardecidos, los helmantinos que se habían salvado», señala Polibio. En palabras de ambos autores, el contingente resultante rozaba los 100.000 hombres mientras que, por su parte, Aníbal Barca apenas sumaba 25.000 (y entre ellos, unos 40 paquidermos). El enemigo de Roma sabía que, «de entablar una batalla campal» sería derrotado. Por ello, prefirió urdir un curioso plan para salir victorioso.
«Aníbal, que se iba retirando con habilidad y prudencia, tomó como defensa el río llamado Tajo»
Ninguno de los autores especifica en qué punto cruzó la corriente de agua. Polibio se limita a afirmar que «Aníbal, que se iba retirando con habilidad y prudencia, tomó como defensa el río llamado Tajo». Por su parte, Tito Livio apenas señala que el enfrentamiento se produjo «a su regreso del territorio vacceo, no lejos del río Tajo», y que la principal finalidad de las tribus locales era «desbaratar la marcha de su ejército cargado con el botín». Otro tanto sucede con la fecha exacta en la que se produjo la contienda: ninguno la especifica. El primero confirma solo que los cartagineses salieron de sus cuarteles de Qart Hadasht en verano, mientras que el segundo marca esta fecha en primavera (a principios de ella, para ser más concretos).

El milagro de Aníbal

Siempre según estos dos autores, todo apunta a que Aníbal planeó una estrategia similar a la de el rey Leónidas en las míticas Termópilas: aprovechar el río para suprimir la superioridad numérica de los pueblos hispanos. Para empezar, ubicó a sus tropas en la orilla, tras los escasos y estrechos vados que sus contrarios podían atravesar. De esa guisa, sus hombres no podrían ser rodeados y combatirían siempre contra un número reducido de adversarios. Así lo confirma Livio: «Una vez que reinó la calma y el silencio vadeó el río […] les dejó sitio por donde atravesarlo y decidió atacarlos cuando estuviesen cruzando».
Planteó una defensa en varias líneas. La primera, la más cercana a los vados del Tajo, la formaban sus veteranos jinetes. Todos ellos, con órdenes de atacar a los enemigos cuando el agua les cubriera y les impidiese moverse. Y es que, según Polibio, «los caballos dominaban mejor la corriente, y los jinetes combatían contra los hombres de a pie en una situación más elevada». Tras ellos, Aníbal Barca levantó una empalizada a lo largo de toda la orilla para dar protección a su infantería y evitar que la corriente pudiese ser cruzada por otro lugar que no fueran los caminos que él deseaba.
Los elefantes, un arma secreta contra los hispanos, fueron ubicados tras los jamelgos para acabar con los pocos soldados que superasen la corriente fluvial. El tablero estaba preparado y solo quedaba saber qué haría el otro jugador.
Las tribus locales, animadas por su mayor número, decidieron lanzarse de bruces contra el ejército cartaginés a través de los pasos. «Intrépidos por naturaleza, confiando además en el número y creyendo que el enemigo había retrocedido por miedo, convencidos de que lo que retrasaba la victoria era el hecho de estar el río de por medio, lanzando un grito de guerra se precipitan al río de cualquier manera, sin mando alguno, por donde a cada uno le pillaba más cerca», desvela Tito Livio. La mayor parte de los asaltantes eran soldados a pie y la caballería local brillaba por su ausencia. Dos factores que, a la larga, iban a costarles caro.
La primera acometida fue un desastre para los habitantes de Hispania, como bien explica el mismo historiador:
«Desde la otra orilla se lanza al río un enorme contingente de jinetes, y en pleno cauce se produce un choque absolutamente desigual, puesto que mientras el soldado de a pie, falto de estabilidad y poco confiado en el vado, podía ser abatido por un jinete incluso desarmado que lanzase su caballo al azar, el soldado de a caballo, con libertad de movimientos para sí y para sus armas, operaba de cerca y de lejos con un caballo estable incluso en medio de los remolinos. En buena parte perecieron en el río; algunos, arrastrados en dirección al enemigo por la corriente llena de rápidos, fueron aplastados por los elefantes».
Poco después, cuando cundió el desconcierto entre las tribus, Aníbal Barca pasó a la ofensiva y, según Tito Livio, cruzó el Tajo con su guardia personal en «formación en cuadro» para acabar con ellos antes de que «recobrasen sus ánimos de tan tremendo susto». Fue una debacle en toda regla que acabó con la alianza hispana e hizo, en palabras de Plutarco, que «nadie más allá del Ebro se atreviese fácilmente a afrontarlo, a excepción de Sagunto». El resto es historia: los cartagineses regresaron victoriosos a su campamento de invierno y este enfrentamiento, a pesar de ser un milagro militar acaecido en nuestras tierras, cayó en el absoluto olvido.

¿Misterio resuelto?

Así fue hasta que, hace más de dos siglos, los expertos se propusieron hallar el punto concreto en el que se sucedió la contienda. Una tarea más que ardua debido a la escasa información que ofrecen los dos historiadores clásicos en sus respectivas obras. Las localizaciones que se han barajado han sido tantas como expertos se han adentrado en el tema. El historiador del siglo XVIII, Juan Antonio Álvarez de Quindós, por ejemplo, la ubicó a la altura de Aranjuez tras haber estudiado una serie de hallazgos de la época en la zona. Otros, como el arqueólogo Adolf Schulten, se la llevaron hasta Toledo y concluyeron que Aníbal se había retirado a través de Guadarrama. Así, hasta una docena más.
Sin embargo, los autores de este nuevo estudio son partidarios de que, atendiendo tanto a las descripciones que ofrecen los textos clásicos como a las características del terreno y a los restos arqueológicos, la batalla debió sucederse en algún punto cercano a Driebes (un municipio ubicado en Guadalajara).
El primer argumento de peso para sustentar su teoría lo encuentran en que, atendiendo a la lógica, Aníbal habría escogido el itinerario más corto para arribar a su destino. Y este se correspondía «con la vía Complutum-Carthago Nova», que existía ya desde la época prerromana y que cruzaba el Tajo junto a la ciudad carpetana de Caraca. Cercano a Driebes, «era un camino seguro, frecuentado y conocido para los cartagineses que permitía, en principio, una retirada cómoda con el botín obtenido e n tierras de los vacceos».
Esta ubicación coincide también con la teoría, más que asentada, de que la contienda se libró en territorio carpetano y de que fue esta facción la que decidió el punto en el que atacarían a los cartagineses. Por si fuera poco, los análisis llevados a cabo en la zona han confirmado la existencia de una «estructura cuadrangular» de origen probablemente humano que, en palabras de los autores, podría corresponderse «con una posible empalizada». La misma que usó el general en el año 220 a. C. «Si se tratase de una empalizada forzaría el paso de los carpetanos hacia la margen izquierda del río por dos de los vados actuales y que también serían activos durante la batalla, lo que le da sentido estratégico», completan.
También han analizado la posibilidad de que los vados del Tajo presentes hoy cerca de Driebes sean los mismos que utilizó el general para organizar su defensa frente a las tribus hispanas. Algo, en sus palabras, poco probable. «La propia dinámica fluvial puede hacer aparecer y desaparecer vados en poco tiempo, incluso en días tras un periodo de crecidas, por ejemplo. Por este motivo es importante poder asegurar que los vados del Tajo que hay junto a Caraca estaban activos también en esta época histórica», señalan en su dossier.
Sin embargo, de lo que están seguros es de que el tramo en el que creen que se produjo la contienda ha sido uno de los que más vados ha atesorado a lo largo de los milenios. «Entre todos los tramos del cauce del Tajo Medio, el sector entre Almoguera y Villamanrique de Tajo es el que parece tener más alta probabilidad de haber mantenido un número considerable de secciones vadeables a lo largo de la historia; ya que en él confluyen, además de las características fluviales de un río meandriforme, otros condicionantes tectónicos y geomorfológicos (karstificación), que interfieren con la dinámica fluvial». Para ellos, una muestra más de que fue en esta región donde Aníbal venció a sus enemigos.
Manuel P. Villatoro

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