José nació en 1603 en el pequeño pueblo italiano llamado Cupertino.
Sus padres eran sumamente pobres. El niño vino al mundo en un pobre
cobertizo pegado a la casa, porque el padre, un humilde carpintero, no
había podido pagar las cuotas que debía de su casa y se la habían
embargado.
Triste niñez. Murió el padre, y entonces la madre, ante la situación
de extrema pobreza en que se hallaba, trataba muy ásperamente al pobre
niño y este creció debilucho y distraído. Se olvidaba hasta de comer. A
veces pasaba por las calles con la boca abierta mirando tristemente a la
gente, y los vecinos le pusieron por sobrenombre el "Boquiabierta". Las
gentes lo despreciaban y lo creían un poca cosa. Pero lo que no sabían
era que en sus deberes de piedad era extraordinariamente fervoroso y que
su oración era sumamente agradable a Dios, el cual le iba a responder
luego de maneras maravillosas.
Un distraído desechable. A los 17 años pidió ser admitido de
franciscano pero no fue admitido. Pidió que lo recibieran en los
capuchinos y fue aceptado como hermano lego, pero después de ocho meses
fue expulsado porque era en extremo distraído. Dejaba caer los platos
cuando los llevaba para el comedor. Se le olvidaban los oficios que le
habían puesto. Parecía que estaba siempre pensando en otras cosas. Por
inútil lo mandaron para afuera.
Al verse desechado, José buscó refugio en casa de un familiar suyo
que era rico, pero él declaró que este joven "no era bueno para nada", y
lo echó a la calle. Se vio entonces obligado a volver a la miseria y al
desprecio de su casa. La madre no sintió ni el menor placer al ver
regresar a semejante "inútil", y para deshacerse de él le rogó
insistentemente a un pariente que era franciscano, para que le
recibieran al muchacho como mandadero en el convento de los padres
franciscanos.
Cambio inesperado. Sucedió entonces que en José se obró un cambio que
nadie había imaginado. Lo recibieron los padres como obrero y lo
pusieron a trabajar en el establo y empezó a desempeñarse con notable
destreza en todos los oficios que le encomendaban. Pronto con su
humildad y su amabilidad, con su espíritu de penitencia y su amor por la
oración, se fue ganando la estimación y el aprecio de los religiosos, y
en 1625, por votación unánime de todos los frailes de esa comunidad,
fue admitido como religioso franciscano.
Coincidencias agradables. Lo pusieron a estudiar para prepararse al
sacerdocio, pero le sucedía que cuando iba a presentar exámenes se
trababa y no era capaz de responder. Llegó uno de los exámenes finales y
el pobre Fray José la única frase del evangelio que era capaz de
explicar completamente bien era aquella que dice: "Bendito el fruto de
tu vientre Jesús". Estaba asustadísimo, pero al empezar el examen, el
jefe de los examinadores dijo: "Voy a abrir el evangelio, y la primera
frase que salga, será la que tiene que explicar". Y salió precisamente
la única frase que el Cupertino se sabía perfectamente: "Bendito sea el
fruto de tu vientre".
Otra chiripa. Llegó al fin el examen definitivo en el cual se decidía
quiénes sí serían ordenados. Y los primeros diez que examinó el obispo
respondieron tan maravillosamente bien todas las preguntas, que el
obispo suspendió el examen diciendo: "¿Para qué seguir examinando a los
demás si todos se encuentran tan formidablemente preparados?" y por ahí
estaba haciendo turno para que lo examinaran, el José de Cupertino,
temblando de miedo por si lo iban a descalificar. Y se libró de
semejante catástrofe por casualidad.
Después de conocer la vida de San José, podemos notar que las
"coincidencias o chiripas" se trataban más bien de Providencias de
Nuestro Señor.
Fuertes penitencias. Ordenado sacerdote en 1628, se dedicó a tratar
de ganar almas por medio de la oración y de la penitencia. Sabía que no
tenía cualidades especiales para predicar ni para enseñar, pero entonces
suplía estas deficiencias ofreciendo grandes penitencias y muchas
oraciones por los pecadores. Jamás comía carne ni bebía ninguna clase de
licor Ayunaba a pan y agua muchos días. Se dedicaba con gran esfuerzo y
consagración a los trabajos manuales del convento (que era para lo
único que se sentía capacitado).
Un caso único y raro. Desde el día de su ordenación sacerdotal su
vida fue una serie no interrumpida de éxtasis, curaciones milagrosas y
sucesos sobrenaturales en un grado tal que no se conocen en semejante
cantidad en ningún otro santo. Bastaba que le hablaran de Dios o del
cielo, para qué se volviera insensible a lo que sucediera a su
alrededor. Ahora se explicaban por que de niño andaba tan distraído y
con la boca abierta. Un domingo, fiesta del Buen Pastor, se encontró un
corderito, lo echó al hombro, y al pensar en Jesús Buen Pastor, se fue
elevando por los aires con cordero y todo.
Los animales sentían por él un especial cariño. Pasando por un campo,
se ponía a rezar y las ovejas se iban reuniendo a su alrededor y
escuchaban muy atentas sus oraciones. Las golondrinas en grandes
bandadas volaban alrededor de su cabeza y lo acompañaban por cuadras y
cuadras.
Los 70 éxtasis. Ya sabemos que la Iglesia Católica llama éxtasis a un
estado de elevación del alma hacia lo sobrenatural, durante lo cual la
persona se libra momentáneamente del influjo de los sentidos (no oye, no
siente) para dedicarse a contemplar lo que pertenece a la divinidad. La
palabra éxtasis significa en griego: ser transportado hacia lo
sobrenatural.
San José de Cupertino quedaba en éxtasis con mucha frecuencia durante
la santa Misa, o cuando estaba rezando los Salmos de la S. Biblia.
Durante los 17 años que estuvo en el convento de Grotella, sus
compañeros de comunidad presenciaron 70 éxtasis de este santo. El más
famoso sucedió cuando diez obreros deseaban llevar una pesada cruz a una
alta montaña y no lo lograban. Entonces Fray José se elevó por los
aires con cruz y todo y la llevó hasta la cima del monte.
Prohibición de aparecer en público. Como estos sucesos tan raros
podían producir verdaderos movimientos de exagerado fervor entre el
pueblo, los superiores le prohibieron celebrar misa en público, ir a
rezar en comunidad con los demás religiosos, asistir al comedor cuando
estaban los otros allí, y concurrir a las procesiones u otras reuniones
públicas de devoción.
Cuando estaba en éxtasis lo pinchaban con agujas, le daban golpes con
palos, y hasta le acercaban a sus dedos velas encendidas y no sentía
nada. Lo único que lo hacía volver en sí, era oír la voz de su superior
que lo llamaba a que fuera a cumplir con sus deberes. Cuando regresaba
de sus éxtasis pedía perdón a sus compañeros diciéndoles: "Excúsenme por
estos 'ataques de mareo' que me dan".
Las levitaciones. En la Iglesia han sucedido levitaciones a más de
200 santos. Consisten en elevarse el cuerpo humano desde el suelo, sin
ninguna fuerza física que lo esté llevando. Se ha considerado como un
regalo que Dios hace a ciertas almas muy espirituales. San José de
Cupertino tuvo numerosísimas levitaciones.
Un día llegó el embajador de España con la esposa y mandaron llamar a
Fray José para hacerle una consulta espiritual. Este llegó corriendo.
Pero cuando ya iba a empezar a hablar con ellos, vio un cuadro de la
Virgen que estaba en lo más alto del edificio, y dando su típico pequeño
grito, se fue elevando por el aire hasta quedar frente al rostro de la
sagrada imagen. El embajador y su esposa contemplaban emocionados
semejante suceso que jamás habían visto. El santo rezó unos momentos.
Luego descendió suavemente al suelo, y como avergonzado, subió corriendo
a su habitación, y ya no bajó más en ese día.
Besando al Niño Jesús. En Osimo, donde el santo pasó sus últimos seis
años, un día los demás religiosos lo vieron elevarse hasta una estatua
de la Virgen María que estaba a tres metros y medio de altura, y darle
un beso al Niño Jesús, y allí junto a la Madre y al Niño se quedó un
buen rato rezando con intensa emoción, suspendido por los aires.
Su última misa. El día de la Asunción de la Virgen en el año 1663, un
mes antes de su muerte, celebró su última misa. Y estando celebrando
quedó suspendido por los aires como si estuviera con el mismo Dios en el
cielo. Muchos testigos presenciaron este suceso.
Tratamientos duros. Muchos enemigos empezaron a decir que todo esto
eran meros inventos y lo acusaban de engañador. Fue enviado al Superior
General de los Franciscanos en Roma y este al darse cuenta que era tan
piadoso y tan humilde, reconoció que no estaba fingiendo nada. Lo
llevaron luego donde el Sumo Pontífice Urbano VIII el cual deseaba saber
si era cierto o no lo que le contaban de los éxtasis y de las
levitaciones del frailecito. Y estando hablando con el Papa, quedó José
en éxtasis y se fue elevando por el aire. El Duque de Hanover, que era
protestante, al ver a José en éxtasis, se convirtió al catolicismo.
El Papa Benedicto XIV que era rigurosísimo en no aceptar como milagro
nada que no fuera en verdad milagro, estudió cuidadosamente la vida de
José de Cupertino y declaró: "todos estos hechos no se pueden explicar
sin una intervención muy especial de Dios".
Getsemaní antes de la glorificación. Los últimos años de su vida,
José fue enviado por sus superiores a conventos muy alejados donde nadie
pudiera hablar con él. La gente descubría dónde estaba y allá corrían
las multitudes. Entonces lo enviaban a otro convento más apartado aún.
El sufrió meses de aridez y sequedad espiritual (como Jesús en
Getsemaní) pero después a base de mucha oración y de continua
meditación, retornaba otra vez a la paz de su alma. A los que le
consultaban problemas espirituales les daba siempre un remedio "Rezad,
no cansarse nunca de rezad. Que Dios no es sordo ni el cielo es de
bronce. Todo el que le pide recibe".
Murió el 18 de septiembre de 1663 a la edad de 60 años.
Tomado del Libro "Vidas de Santos" del P. Eliécer Sálesman
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