Desde que comenzaron a publicar los vídeos de sus ejecuciones, los terroristas de Estado Islámico se han ganado una aterradora reputación. Decapitaciones, prisioneros quemados vivos o crucifixiones, forman parte de un mismo mensaje intimidatorio hacia
Occidente y otros grupos dentro del islamismo. Estas acciones, se suman
a sus crueles actos terroristas, como el ataque en cadena del pasado
viernes que se cobró en París la vida de 129 personas.
Se los llama «asesinos», sin sospechar que aquella palabra los une a
uno de los grupos que siglos atrás usó las mismas herramientas de
terror, los «assassins».
Los «assassins» nacieron de la facción de los ismaelitas,
una de las tantas variantes del Islam. Eran parte de los chiitas que, a
diferencia de los sunitas, creían que los herederos del mandato de
Mahoma eran los imanes. Tras la muerte Ismael, el
séptimo Imán, los chiitas ismaelitas fueron perseguidos y convertidos en
un grupo alejado del poder.
Fue entonces cuando saltó a la escena Hassam I Sabbah,
un teólogo que había nacido en el seno de una familia chiita en Qom,
pero que en su madurez decidió abrazar el ismaelismo tras una breve
estadía en Egipto. En 1081 se mudó a Persia, donde comenzó a predicar su
credo entre las masas pobres de la región. De allí surgió su nombre,
del término «hashishi», que describe a la turba empobrecida.
Hassam se estableció en la región de Daylam y desde allí comenzó a
formar un grupo radicalizado que se convirtió en dominador de la zona
tras tomar en 1090 el control de la fortaleza de Alamut («El nido del
águila»), una construcción inexpugnable en las montañas de Elburz.
Desde Alamut, Hassam inició una campaña de asesinatos políticos que pronto lo convirtieron en el azote de los gobernadores chiitas. Fue el destino que le dieron al visir de Sava, al que acuchillaron, después de entrar a un banquete en su honor disimulados entre los invitados. Al visir le siguieron cientos de funcionarios y clérigos enemigos que se negaron a sumarse al ismeilismo.
Dar la vida por la «causa»
Los encargados de las ejecuciones eran los «Fidayiin», un grupo
especial entrenado en el sicariato. Para ser parte de ellos, se
seleccionaba a aquellos que estuvieran dispuestos a ejecutar órdenes sin ninguna clase de cuestionamientos y a dar su vida por la causa.
Hassam era el primero en dar el ejemplo: ordenó ejecutar a unos de sus
hijos por asesinar a un adversario sin su permiso y a otro más por
haberse emborrachado.
Los «assassins» crearon una escuela de verdugos en Alamut en donde se entrenaba desde niños a adultos en el uso de armas cortas y en lenguas y costumbres extranjeras,
para que pudieran infiltrarse en la variedad de culturas que poblaban
cada área en la que pretendía dominar Hassam. Tras recibir su
entrenamiento, dicen las crónicas de la época, tanto podían pasar por
simples pastores, como por comerciantes europeos para acercarse a aquellos que querían asesinar.
Se estimulaban sus habilidades y fanatismo para permanecer meses
esperando entre la gente común, hasta encontrar el momento oportuno para
cumplir su labor. Una plegaria religiosa a viva voz antecedía al ataque ejecutado con dagas y en grupo, para aumentar las posibilidades de éxito.
Poco a poco, los guerreros de Hassam comandados por su general,
Hussein Qaini, se convirtieron en un factor de poder en una amplia zona
de Persia, Siria e Irak.
En 1124 murió el líder Hassam. Para ese momento los «assassins» ya
habían lanzado una campaña exitosa en Siria, para aprovechar la
situación de enfrentamiento interno entre las facciones
musulmanas de la región y la irrupción de los cruzados católicos en el
área. Allí, llevaron adelante la misma campaña de terror que en las
zonas que ya dominaba; aquellos que se apartaban de su interpretación de
las reglas coránicas, eran ejecutados en rituales públicos de gran crueldad, pensados para esparcir el temor entre la población.
Católicos y musulmanes
El intento de asesinato del líder militar selúcida sunita, Mawdud en
Siria fue un grave error. Una gran fuerza militar atacó las poblaciones
«assassins» y ejecutaron una gran masacre entre los seguidores de Hassam. Se estima que medio millón de «assassins» murieron en ese periodo.
Derrotados y masacrados en Siria, los sucesores de Hassam decidieron mudarse a Egipto.
Los siete líderes de los «assassins» que surgieron desde entonces
fueron tan extremistas como Hassam. En un intento por recuperar el
terreno perdido, decidieron enfrentarse al mismo tiempo con los cruzados
católicos y con las huestes del general de los ejércitos musulmanes, Saladino. En 1192, los «assassins» se infiltraron vestidos de monjes en el castillo del marqués Conrado Montferrato y
los asesinaron antes que pudiera asumir la corona de Jerusalén.
Intentaron hacer lo mismo con Saladino, pero fracasaron todos sus
intentos.
La muerte del conde Montferrato llenó de confusión a los generales de
uno y otro bando. Como cuando se denuncian conspiraciones occidentales
detrás de Estado Islámico, los asesinos dijeron haber actuado por orden del rey inglés, Ricardo Corazón de León.
Lo único comprobable entre tanta intriga, es que los «assassins» se
dedicaron a matar a funcionarios y mercaderes católicos y musulmanes por
igual, a cambio de lo cual obtenían riquezas y consolidaban su peso
dentro del escenario político de la región que abarcaba desde Egipto a
Persia. Un sistema de tributos forzados a los pobladores de las zonas
donde operaban les devolvió el poder que habían perdido en el pasado.
Tanto Saladino como los generales cruzados intentaron, siempre sin éxito, acabar con los sicarios «assassins» durante un siglo. Su fanatismo y las refinadas tácticas que usaban para acercarse a sus víctimas, los convirtieron en un problema irresoluble.
Su final vino de una fuente inesperada. En 1120 las hordas mongolas
llegaron a llegaron a Persia y sometieron a la región. Los assassins
trataron de acercase a los nuevos dominadores. Hulagu Khan, sucesor del gran líder Kublai Khan,
en principio, los ignoró. Pero en 1257 lanzó una gran campaña militar
contra los «assassins», destruyó Almut y masacró a la mayoría de los
pobladores assassins. Debilitados, fueron arrasados en otras regiones de Egipto y Siria donde aún mantenían bastiones. Su último gran líder, Rukn Din Khushah,
murió apaleado por su propia guardia personal, que había sido sobornada
por los mongoles para que se convirtieran en sicarios del jefe de todos
los «assassins».
Y así terminó el recorrido de la secta musulmana más radicalizada y
brutal del islamismo hasta la llegada del Estado Islámico, el grupo que
hoy heredó la denominación de «asesinos», y que recuerda a los sicarios
creados por Hassam I Sabbah casi mil años antes.
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