Poniendo el dedo en la llaga, pero sin tono de regañina, el Papa
sorprendió a los cardenales
y altos cargos de la Curia
con un originalísimo discurso de felicitación de Navidad: la lista de las quince
«enfermedades de la
Curia», de modo que puedan hacer «examen de conciencia» y acudir al
«sacramento de la Reconciliación».
En tono muy sereno, el Papa les habló durante veinte minutos sobre
cada una de estas patologías, añadiendo que se dan también en las diócesis, las
congregaciones religiosas, las comunidades e incluso en los movimientos, no
exentos del contagio de clericalismo.
Con claridad absoluta, pero también con buen humor y en un lenguaje
coloquial, el Papa enumeró las enfermedades de «sentirse inmortal e
insustituible», el «exceso de actividad», la «petrificación mental y
espiritual», el «exceso de planificación y funcionalismo», la «mala
coordinación», el «Alzheimer
espiritual» que lleva a olvidar el fervor de la primera entrega, la
«rivalidad y vanagloria» de la gente soberbia, y la «esquizofrenia existencial»
de quienes olvidan que están al servicio de personas concretas.
En el comentario de cada enfermedad de la lista, el Papa adoptó un
tono severo solamente respecto a la «murmuración», que califico
de «muy grave» e incluso de «terrorismo» por los destrozos que causa. Respecto a
la décima enfermedad, que consiste en «divinizar a los jefes y el carrerismo»,
el Santo Padre advirtió que no es sólo patología de aduladores sino también de
algunos jefes que intentan crear una dependencia psicológica en sus
súbditos.
Las cinco últimas enfermedades son la «indiferencia respecto a los
demás», las «caras
fúnebres», la «acumulación de bienes», los «círculos cerrados» o
camarillas, que a veces se crean por motivos buenos pero terminan rompiendo la
unidad, y el «provecho mundano» que se manifiesta en el «exhibicionismo» en los
periódicos, llegando a veces a hacer declaraciones falsas para lograr más
impacto.
El Papa mencionó antídotos para varias de estas enfermedades, y se
extendió respecto a la de las «caras fúnebres» aconsejando a todos «una dosis de sano
humorismo», riéndose de uno mismo para no darse demasiada importancia.
Aconsejó acudir a una oración que compuso santo Tomas Moro con este fin y
confesó que «yo la rezo todos los días. Me hace bien».
Al final, muchos cardenales y arzobispos estaban desconcertados, pero
no enfadados. Es más, la mayoría estaban contentos de que alguien llamase por
fin a las cosas por su nombre.
Juan Vicente Boo
Es el rayo que no cesa. El papa Francisco sigue aprovechando cualquier oportunidad para denunciar los pecados de la Curia. Con cariño, pero también con dureza. El papa Francisco aprovechó la audiencia navideña a los hombres que le ayudan –aunque no siempre—a dirigir los destinos de la Iglesia para advertirles de las enfermedades más comunes que minan la salud del Vaticano. Desde “sentirse inmortales e indispensables” al alzhéimer espiritual –la pérdida de la memoria de Dios--, pasando por la mundanidad, el exhibicionismo, la vanagloria o “el terrorismo del chismorreo”. Un catálogo de 15 enfermedades y sus posibles tratamientos.
La relación no tiene desperdicio, de ahí que a continuación vayan resumidas una por una y por su orden. La primera de las 15 enfermedades de la Curia enumeradas por Bergoglio en su larga intervención –apoyada en citas del Evangelio y de varias encíclicas-- es la de “sentirse inmortales, inmunes” o incluso “indispensables”. Dice el Papa que “una Curia que no hace autocrítica, que no se actualiza y que no trata de mejorar es un cuerpo enfermo”. Habla Francisco de la patología del poder, “del complejo de los elegidos”, de todos aquellos que “se transforman en dueños y se sienten superiores a todos y no al servicio de todos”. El posible remedio que propone Jorge Mario Bergoglio sin duda marca de la casa: “¡Una visita a los cementerios nos podría ayudar a ver los nombres de personas que tal vez también pensaban ser inmortales, inmunes e indispensables!”.
La segunda es la “enfermedad de la excesiva laboriosidad”. Recuerda Francisco que también Jesús aconsejó a sus apóstoles “descansar un poco”. Dice que para evitar “el estrés y la agitación” es necesario pasar tiempo con la familia, respetar las vacaciones”, utilizarlas para recuperarse “espiritual y físicamente”. La tercera enfermedad es la del “endurecimiento mental y espiritual”. Advierte Francisco de los que poseen un “corazón de piedra”, se esconden tras los papeles y la gestión y pierden “la sensibilidad humana”, la capacidad de amar al prójimo. La cuarta enfermedad es la de la “excesiva planificación y funcionalidad”. Dice el Papa –en un mensaje tal vez dirigido a los más tradicionalistas de la Iglesia—que son necesarias “la frescura, la fantasía y la novedad” para no encerrarse en “las propias posiciones estáticas e inamovibles”. La quinta enfermedad es la “mala coordinación”. Asegura Francisco que cuando falta la colaboración y el espíritu de equipo –“el pie que le dice al brazo no tengo necesidad de ti”— es cuando llega “el malestar y el escándalo”.
Es el rayo que no cesa. El papa Francisco sigue aprovechando cualquier oportunidad para denunciar los pecados de la Curia. Con cariño, pero también con dureza. El papa Francisco aprovechó la audiencia navideña a los hombres que le ayudan –aunque no siempre—a dirigir los destinos de la Iglesia para advertirles de las enfermedades más comunes que minan la salud del Vaticano. Desde “sentirse inmortales e indispensables” al alzhéimer espiritual –la pérdida de la memoria de Dios--, pasando por la mundanidad, el exhibicionismo, la vanagloria o “el terrorismo del chismorreo”. Un catálogo de 15 enfermedades y sus posibles tratamientos.
La relación no tiene desperdicio, de ahí que a continuación vayan resumidas una por una y por su orden. La primera de las 15 enfermedades de la Curia enumeradas por Bergoglio en su larga intervención –apoyada en citas del Evangelio y de varias encíclicas-- es la de “sentirse inmortales, inmunes” o incluso “indispensables”. Dice el Papa que “una Curia que no hace autocrítica, que no se actualiza y que no trata de mejorar es un cuerpo enfermo”. Habla Francisco de la patología del poder, “del complejo de los elegidos”, de todos aquellos que “se transforman en dueños y se sienten superiores a todos y no al servicio de todos”. El posible remedio que propone Jorge Mario Bergoglio sin duda marca de la casa: “¡Una visita a los cementerios nos podría ayudar a ver los nombres de personas que tal vez también pensaban ser inmortales, inmunes e indispensables!”.
La segunda es la “enfermedad de la excesiva laboriosidad”. Recuerda Francisco que también Jesús aconsejó a sus apóstoles “descansar un poco”. Dice que para evitar “el estrés y la agitación” es necesario pasar tiempo con la familia, respetar las vacaciones”, utilizarlas para recuperarse “espiritual y físicamente”. La tercera enfermedad es la del “endurecimiento mental y espiritual”. Advierte Francisco de los que poseen un “corazón de piedra”, se esconden tras los papeles y la gestión y pierden “la sensibilidad humana”, la capacidad de amar al prójimo. La cuarta enfermedad es la de la “excesiva planificación y funcionalidad”. Dice el Papa –en un mensaje tal vez dirigido a los más tradicionalistas de la Iglesia—que son necesarias “la frescura, la fantasía y la novedad” para no encerrarse en “las propias posiciones estáticas e inamovibles”. La quinta enfermedad es la “mala coordinación”. Asegura Francisco que cuando falta la colaboración y el espíritu de equipo –“el pie que le dice al brazo no tengo necesidad de ti”— es cuando llega “el malestar y el escándalo”.
La sexta enfermedad que Francisco dice haber detectado en la Curia es la del
“Alzhéimer espiritual”: “Lo vemos en aquellos que han perdido la memoria del
encuentro con el Señor (…) y dependen completamente de su presente, de sus
pasiones, de sus caprichos y manías; (…) convirtiéndose en esclavos de los
ídolos esculpidos por sus propias manos”. La séptima enfermedad, “gravísima”
según el Papa, es la de “la rivalidad y la vanagloria”, cuando “la apariencia,
el color de los vestidos y las insignias de honor se convierten en el objetivo
prioritario de la vida”. Huelgan más comentarios.
La octava de las 15 enfermedades es la “esquizofrenia asistencial”, sufrida por aquellos miembros de la Curia que viven “una doble vida”, que se dedican a los asuntos burocráticos de la Santa Sede perdiendo el contacto con la realidad de las personas concretas: “Se crean así un mundo paralelo y viven una vida escondida y a menudo disoluta. La conversión de estas personas es urgente”.
Las siguientes enfermedades detalladas por el Papa no son exclusivas del interior del Vaticano. Se puede decir que son virus universalmente expandidos. En el punto nueve, un clásico en las intervenciones de Francisco, habla del peligro de la afición a criticar y a cotillear –“¡hermanos, guardémonos del terrorismo de las habladurías!”--, en el 10 pone el acento en el peligro de “divinizar a los jefes”, un peloteo vital en el que tantos basan su ambición de ascender, “pensando solo en lo que se puede obtener y no en lo que se debe ofrecer”. La enfermedad número 11 es “la indiferencia hacia los demás”, muy unida también a los celos, “cuando cada uno piensa solo en sí mismo y pierde el calor de las relaciones humanas”. A la siguiente enfermedad –la de “la cara fúnebre”—también suele referirse Bergoglio, un Papa con gran sentido del humor, de forma habitual: “El religioso debe ser una persona amable, serena y entusiasta, una persona alegre que transmite alegría. ¡Qué bien hace una buena dosis de humorismo”.
El Papa cierra su diagnóstico sobre los males de la Curia –aunque no solo de la Curia—advirtiendo sobre “la enfermedad de acumular bienes materiales” –número 13--, “la enfermedad de los círculos cerrados” –14—y, finalmente, la del “aprovechamiento mundano, de los exhibicionistas”, la de aquellos que “transforman su servicio en poder, y su poder en mercancía para obtener ganancias mundanas o aún más poder”.
No deja de ser significativo que, además de leer la cartilla a la Curia, el papa Francisco quisiera también reunirse con los trabajadores del Vaticano. Con ellos utilizó un tono y un mensaje muy distinto: “Quiero pediros perdón por mis errores y los de mis colaboradores y también por algunos escándalos que han hecho tanto daño. ¡Perdonadme!”.
Pablo Ordaz
La octava de las 15 enfermedades es la “esquizofrenia asistencial”, sufrida por aquellos miembros de la Curia que viven “una doble vida”, que se dedican a los asuntos burocráticos de la Santa Sede perdiendo el contacto con la realidad de las personas concretas: “Se crean así un mundo paralelo y viven una vida escondida y a menudo disoluta. La conversión de estas personas es urgente”.
Las siguientes enfermedades detalladas por el Papa no son exclusivas del interior del Vaticano. Se puede decir que son virus universalmente expandidos. En el punto nueve, un clásico en las intervenciones de Francisco, habla del peligro de la afición a criticar y a cotillear –“¡hermanos, guardémonos del terrorismo de las habladurías!”--, en el 10 pone el acento en el peligro de “divinizar a los jefes”, un peloteo vital en el que tantos basan su ambición de ascender, “pensando solo en lo que se puede obtener y no en lo que se debe ofrecer”. La enfermedad número 11 es “la indiferencia hacia los demás”, muy unida también a los celos, “cuando cada uno piensa solo en sí mismo y pierde el calor de las relaciones humanas”. A la siguiente enfermedad –la de “la cara fúnebre”—también suele referirse Bergoglio, un Papa con gran sentido del humor, de forma habitual: “El religioso debe ser una persona amable, serena y entusiasta, una persona alegre que transmite alegría. ¡Qué bien hace una buena dosis de humorismo”.
El Papa cierra su diagnóstico sobre los males de la Curia –aunque no solo de la Curia—advirtiendo sobre “la enfermedad de acumular bienes materiales” –número 13--, “la enfermedad de los círculos cerrados” –14—y, finalmente, la del “aprovechamiento mundano, de los exhibicionistas”, la de aquellos que “transforman su servicio en poder, y su poder en mercancía para obtener ganancias mundanas o aún más poder”.
No deja de ser significativo que, además de leer la cartilla a la Curia, el papa Francisco quisiera también reunirse con los trabajadores del Vaticano. Con ellos utilizó un tono y un mensaje muy distinto: “Quiero pediros perdón por mis errores y los de mis colaboradores y también por algunos escándalos que han hecho tanto daño. ¡Perdonadme!”.
Pablo Ordaz
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