TRADUCCIÓN

domingo, 15 de junio de 2014

POEMAS DE MANUEL ÁLVAREZ ORTEGA



EL  PUENTE  QUE  SE  EXTIENDE  DE  UNA  EDAD  A  OTRA


EL puente que se extiende
de una  edad  a  oti a  etlacl,  pur  donde  pasa  el  tiempo
sin ver, por donde pasamos
hora a hora, tanto»- años
ya, tantos  siglos,  está ahí, seguro  de sus viejos maderos,  arco  único.

Sin  embargo,   ¿quién  se  atreve a  cruzarlo,  aunque  la  claridad
esté al otro lado, y rodeada por un alto muro la  casa  se  ilumine?

Florece  la rosa  de  piedra en el zaguán, y, entre el espino resplandeciente, sus  símbolos  nos  traen
el rumor de la lluvia,
lo que no sabemos  dónde se ocultará,  el miedo del  ángel  que  duerme
en nuestra  cabeza y  se niega a posesionarse de  la  habitación.

Viajeros trashumantes,  mitos por   ferias   nocturnas   o   errantes   mercados, dispuestos estamos a conceder
la  venta  de  nuestro  dominio.

Firmada  la ley, lebrel
en su  fundación  desconocida,  vamos inscribiendo nuestro nombro en el pergamino de su magisterio.

Seremos  los  centinelas  dot fuerte, donde llora la víctima, y el rey,
desde la  cama,  mientras  se  enfría  el  desayuno,

dicta la orden de lo oscuro

entre la seda de las colchas y los ojos que miran
cómo  se configura  el pánico
de su diabólico  anillo.

No  volveremos  mús.  El  ocio
que promulga  el  edicto  nos salvará
de la ira, y entre las velas,  conocida la verdad,
murciélagos decapitados, vagaremos
por  el  carnaval  del  insomnio.



COMO  UN  BECORDATORIO   QUE  NO  FUE  ESCRI'EO



HEMOS puesto nombre
a este artilicio
que engendra nuestro vivir. Hemos dicho amor y no era
sino una torpe  sustitución
de maleficios y aventuras
que estaban escritos en nosotros  desde antes de nacer.
Hemos llamado verdad a este olortorio
de sucesos interiores  que se alimentan  de voces
nunca  oídas,  contratiempos
oscuros, pacíficos venenos.


Ah todo trabajo de la carne
es  un  justo  improperio  en  nuestra  breve
temporalidad.  Crece  el  mal
abriendo   compuertas   cuyo   existir   desconocíamos,
canalizando sus puñales
en  muy  distintas  direcciones,
apuntando hacia una víctima que sólo en nosotros se configura.

A veces, cuando el calor huye de otros cuer¡›os y nos  da la res¡iriesta, intentamos asegurar nuestro poder, creamos
un trópico de maldiciones, y, en esta nueva travesía, escribimos el testamento

que muchos siglos des¡›uès,
Se alzará,  seguro,  con la victoria.

en  su  última  máscara  reconocido,

Ser á  el ser un día

y saliendo de los escombros  que  lo coronan, contará  sus  oráculos
de sombra,  el beneficio  que ha  obtenido  del préstamo
en que se constituyó,  será  de nuevo  el muro
que quiso sustentar, el alba
antípoda  de  su  memoria,

y en su fugaz etapa, llave que la tiniebla apartará, mortal
perpetuo, como un recordatorio que no fue escrito,
así el espectáculo de sus mitos
entre los requiems  y  las palmas  ennegrecidas
se ofrecerá, y, templo visitado
por las hormigas, el olvido extenderá el sudario que nunca podrá hablar
de eternidad.



EL OJO SE SABE DONDE  SE ESCONDE  SU MALDAD


EL  ojo sabe donde  se esconde  su  maldad, y sin embargo no renuncia a su ley, escala cada uno  de los relieves  que toca,
dilucida sufrimientos, inventa mentiras, da calor
al  frío  universo  que  con  solemnidad proclama.

El día,  ¿espera  ver  así  la  luz que  compone  su vida?  ¿Quién  conoce  ya el sonido de sus metales o cae
en su labiada  voz?
Nunca,  nunca  la  as entura se  decide  a cerrar  su  victoria;
cree que  una  dorada  voz  llegará  del  espacio

y hablará  con su acero
a lo que niega el silencio.

Pero el tiempo,
cerrada  su leyenda,  logra  el triunfo, es un ave o una  aurora invernal, cuenta  las  estaciones
y  a  cada  movimiento  se  detiene,  sabe  escuchar
una  queja, el latido que expresa
su  cinerario  adiós.

Ahora,  el ojo —no  sabeIa9OS—
penetra  otra  cabeza,  juega
su destino a otra suerte, recorre una galería
que antaño me prisión,  Silbe
que su  duelo  desborda  la noche,  y  los  signos, desprendléndose,  alcanzarán  la  nrill a
de  su  carne  hecha  muerte,

y, sólo así, atento como una  siempe  en  su nidal,
el cuerpo que circunda puede  entregarse,
antes de que las piedras, lOS láticos o los cuchillos pongan en su piel  la huella
de  su  maldición.

El ojo esconde su maldad
licuada  en  su incesante  osario  gii atcirio.



DE  VÉRTIGO  A  MEDIODÍA  HAIIITAIIOS,   CIEGAS  DIVINIDAD ES


DE  vértigo  a  mediodía  habitados,
ciegas  divinidades  de  lo desconocido,  pan  que  sentencia la  caída  del  rostro,

así vuelven  de su viaje  por  lo oscuro,
y  en  medio  del  desconcierto,
cuando  el dolor queda, emplazan  su  cabala  de pena
y  iiialcliciones.

El sol, comido por los mitos, se adentra en sus bocas, un mar creciente
se agita en sus cuerpos como un hogar sin llamas ni ceniza
y al fondo de los  años  inventa
el sencillo instrumento que los señalará.

Pero  el  agua, vendándoles  los  ojos,  negándose  a  su  implacable movimiento,  hará  que  vuelvan
a su república  de velas  y  sollozos,  modelará  su estirpe con una música  creada  para  otro  infierno:
un espejo estridente
que sólo refleja  la  danza  de sus huesos.




buhoneros  del tedio y  el  desengaño,

Amargo  Auto  son,

pern ol vahri de sus mantos alcanzará la otra orilla del mundo,  donde  están  secas las tierras,
los  arados  tardíos,  el hambre  pregonando  sus sílabas
¡›oi  las  muertas,  dondé  El olVldo,  la  ira,
el golpe  del verano  y  su  cuchillo  reparten  la tristeza como  un  veneno  hermoso.

Dormidos  astros en su  nidal,
derrotados  los  días,  noche  sola  la  patria,
un largo río de sangre por su cara circula y el fuego en sus dientes se extiende
como una alfombi a ni or-tal.

Pues  amen o maldigan,  arañas del  sacrificio  son,  afilada  vejez,
contraluz  de unas mascaras que esculpen  sus cicatrices y dejan su saliva escrita
sobre muertos y piedras.



SE HIZO  LA  IMAGEN  EN EL ESPEJO


SE hizo la imagen  en  el espejo
y, como anuncio de unas leyes

que nunca  nos  serían  reveladas,  vimos  la  vejez oscurecerse  bajo  la  sábana,
nacer  cierto  maleficio  entre  las cosas,
clecir el tiempo adiós
en nuestra  cruz sola.

Al’í:lÚítS   Í íls  UJílllos,  ÍOF(Ié
penumbra  cerrándose  en la  boca,
¿qué  valía  una  palabra,  un  signo,  si la  hora sembraba la ceniza de la muerte?
¿Qué valía  una  verdad,  la  tizne  del perdón,
si el rostro era ya exilio y  htiía
perseguido por un coro do sordos, inmortales
cuchillos?

Quien  ha  oído  abrirse  la  cerradura del  dolor,  quien  ha  tocado  una  frente
con  desesperación  y  puesto
el luto de Sus años  on una piel ardida,  sabe
que,  cuando  llega  el  día,
del  amor  sólo  queda  una marca  de  salitre. un  negro  olvido.

Pues  todo  amor  siempre  se rodea
de mitos  y  desgracias,  siembra  su lluvia
de veneno en nuestra  carne o edlíica sus ruinas para una eternidad que no puede ser obra
de una posesión
que nunca  se conoce.


ESCRIBO COSAS DEL HUÉSPED QUE ME HABITA
¿Qué dirás? Hallas la vida como un mar oscuro,
oyes de sus desnudos escollos elevarse
los puñales, ves el remordimiento de su agua
negar la paz, mojar de luto tus orillas,
ceder su tinta negra por el desierto de ortigas
que unos ciegos relojes, con habilidad, abren
en tu memoria.
Hoy es un día cualquiera,
tres de junio, un día innecesario, te mueves
como un fantasma que se hiere en las cosas,
ardes bajo el continuo fuego de este páramo
del sur, esta prolongación de la muerte,
este infierno diario.
Gota a gota se deslíe
la noche, vives, las redes del desaliento
te tienden su ceniza, suena una música de piedra,
están golpeándote contra números ciegos,
pájaros infernales, monarcas de un paraíso
que escriben su maldición sobre las tablas
de este hogar vacío, estos mudos espejos
que arañan tu prisión terrestre.
Cae la lluvia
del verano, un olor a pobreza te atenaza,
no sabes qué luz te inventa, vas por las calles
como dormido, gastas la miel de tu tristeza
por un puerto mortal, no hay barcos, no hay
velas, el faro está apagado, arriba solo
el cadáver de la luna que despliega los hilos
de su azufre maldito sobre el mar.
Por un arco
de maderos, ría abajo, conchas y cieno, te alejas
de la maldad, el llanto de los mendigos
cuya letra asesina, el duelo de una boca letal
que se ofrece junto al malecón, entre dos luces,
alba malcosida, perros que babean su pereza
alrededor de las lonjas de pescado,
muchachas
cuyas sórdidas dávidas enmohecen en el fondo
de los tugurios, bajo sábanas salpicadas de orín,
descompuesto el cabello por el humo del tabaco,
la siniestra marea de un ejército que se pudre
entre sudor, vino y discordia, vanas castidades
de una edad que gira descompuesta en la lana
despintada por la saliva de cien generaciones
de borrachos.
Te alejas hacia otros meridianos,
tiene que existir otro mundo, algún lugar, otro
aire, una tapia, un hoyo, un túnel, no sabes,
un amarillo espacio donde el crimen se olvide,
donde una espada de fuego, arcángel o demonio,
defienda y crucifique los puntos cardinales
del hombre, abra las trampas de la virginidad
y sus ceremonias,
alguna tierra, algún astro,
nube o subsuelo, en donde la justicia sea,
un puño vengador se levante, libere del tirano
que se embriaga en su copa de lujuria, no halle
el dolor su domicilio en el lecho del verdugo
que desata su mal diario, clausure la asfixia
sus llamas expiatorias y salve con los signos
de su turbulenta liturgia el insomnio que anida
bajo el humo de las cárceles.
Oh, existe, sombra
o planeta, y hacia allá quieres tender tu cabeza,
la costumbre del muerto que sube por tu tronco,
oír cantar aún el mar de huesos que por tus ojos
se mueve, interroga, escupe, te niega al aluvión
de pena que te arrastra a otro golfo, sótano
cada vez más oscuro, cuerda acusadora, papel
culpable, reguero de destilaciones que unifica
silencio y hambre, rezo y cadena.
Y hacia allá
vas, tentáculo creciente, salamandra, liana
última, mientras la noche en ti se precipita,
abre hondos agujeros del olvido por tu carne,
y tú, credo solo, en su tinta germinal viertes
la sal de tus horas, el luto y la aventura
de este huésped, fénix ciego, que te habita.

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