TRADUCCIÓN

jueves, 2 de enero de 2014

BLAS MÁRQUEZ COTILLAS





Blas era un castellano trasplantado a Úbeda, un manchego que fue tomando esa sobriedad que las piedras de nuestra ciudad desprenden y con la que impregnan a cualquier persona con un mínimo de sensibilidad.


Su conversación era medida, no gustaba repetir las cosas y como todo en la vida tiene su equilibrio, él lo buscaba también en el lenguaje al que, siempre, gustaba perfeccionar y pulir.

Su vida fue rica en amigos que supo conservar y aumentar. Fiel a su equipo de toda la vida: el Atlético de Madrid al que seguía y siempre esperaba. (Hasta hoy en día, yo mismo creo que ser seguidor de él imprime un carácter singular.)

Era hombre al que gustaba en extremo ser autosuficiente y no molestar en ningún sitio. Sus visitas eran cortas, pero no por nada especial, sino  porque estaba imbuido por ese afán de no ser carga en ningún lugar. Creo que llevaba a gala el lema de “lo bueno, si breve, dos veces bueno. Esto alguna vez le causó algún malentendido, pero si algo era Blas, era ser fiel a sí mismo.

Su fe, siempre fue profunda. Las raíces espirituales las tenía tan bien asentadas que fue fecunda su siembra. Enamorado como estaba de su Cofradía de la Columna, supo esparcir ese amor por su Hermandad y hacer muchos cofrades nuevos entre los que se encuentran sus nietos y yo mismo. La manera que tenía de atraer no era pregonando las bondades que pudiese tener la Cofradía o compararla con otras. El se ofrecía como ejemplo y predicaba con el mismo. Personas como él, después de la postguerra, forjaron la leyenda de una Cofradía que se hizo grande, porque tipos de personas parecidas: cabales, formales y monolíticos en su fe, transmitieron a muchas generaciones una manera de hacer y de estar que hoy todavía perdura.

La palabra cabal es la que mejor lo ha definido siempre, junto con la de bondad, Blas siempre fue, como dijo Machado, esencialmente bueno.

La fidelidad a sus ideas y a sus creencias es la mejor herencia para sus familiares. Su final está sembrado de muchas anécdotas del hombre que intuye que el fin estaba muy cerca de él y que, siempre lúcido, transmitía serenidad y resignación. Yo que tuve la suerte de pasar su última noche, en esta Tierra junto a él, conservo, para mí, mucha de esa serenidad y de esa fe que me comunicó. 

Su pérdida, superados los primeros momentos de desconcierto, deja en mí la fe y la tranquilidad de quien tiene la certeza de que Blas ha resucitado y está junto a ese Jesús, en el que creía y al que amaba.

Hoy me quedo con los buenos momentos vividos junto a  él durante tres décadas; con su ejemplo, que como dice el refrán: No hay mejor maestro que fray ejemplo. Y doy las gracias a Dios por haber tenido la suerte de pasar tantos años cerca.

Blas disfruta ya de Jesús y de su Madre María y de esa Navidad sin fin con la que el buen Dios lo premió el día de Nochebuena.



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