Mucho se está hablando de los gestos de sobriedad
del actual Papa. Tanto, que en mi opinión, se está cayendo en un ridículo llamativo.
Si se cargan las tintas, tan sin
pudor, en la sencillez de Francisco se corre el riesgo de producir la lógica
reacción. ¿Qué pasa que Benedicto XVI, era un sátrapa en el Vaticano?, ¿Qué
pasaba con sus antecesores: Juan Pablo II, Juan Pablo I, Pablo VI, eran unos
ostentosos tal vez? Ridículo total.
Vamos a ser serios y no comparar.
Las comparaciones resultan odiosas
dice el refrán castellano. Juan XXIII fue un Papa que abrió las ventanas de un
Vaticano que las tenía muy cerradas desde tiempo atrás y sobre todo por la II
Guerra Mundial. Sus formas de padre y de párroco trajeron un aire fresco a la
Iglesia que en muchos lugares terminó siendo contraproducente porque muchos de
sus hijos no lo supieron entender y se tomaron atribuciones bastante sui generis.
Hoy la Iglesia, inmersa en una
deriva que viene determinada por la deriva de Occidente necesita regenerarse y
ofrecer a la sociedad lo que demanda: más autenticidad, más sencillez y más
ejemplo en sus guías, entre otras muchas cosas.
Creo que Francisco se ha dado
cuenta que la palabra nos ha llegado a saturar. Por todos lados nos acosan los
mensajes de todo tipo y esto está produciendo vértigo. Lo que hoy es, mañana ya
ha caducado y la gente necesita asideros firmes donde agarrarse, actitudes que
den seguridad y que no nos dejen a las veleidades del sacerdote de turno.
Francisco nos da ejemplo, pero nosotros también debemos de saber qué es lo que
nos pide Jesús en cada momento y en cada lugar.
Todos vemos su sencillez, pero
eso no resta ni un ápice de valor a los pontífices anteriores. La cuestión no
es que este Papa lleve una cruz de plata en lugar de una de oro. La cuestión es que se
trabaje desde todos sitios por la justicia.
Ya puestos, si él coge el báculo de Juan Pablo II o de Benedicto XVI creo que saldrá
más barato que si manda a que le hagan uno nuevo, aunque este sea de madera.
Nos muestran, en estos días,
también como un gran ejemplo la habitación donde se va alojar el Papa en
Brasil. Vale, muy sencilla, aunque creo que si la cama le ponen un cabecero no
pasa nada, ni sería un ejemplo de derroche, al menos no se ve tan ridícula como
se ve, con una almohada que se queda corta. Lo mismo si llega a un palacio
apostólico y le dejan una de las habitaciones tampoco sería para desgarrarse
las vestiduras por el derroche o si se aloja en un convento como han hecho otros pontífices sería para hacer quebrar al Banco Vaticano.
Con todo esto quiero señalar que
el marketing se ha metido también en el Vaticano y que puede resultar peligroso
si se hace excesivo hincapié en las formas, porque la gente pide –de esa agua que
sacia la sed y lleva a la vida eterna-.
Padre Francisco, pido yo: enséñanos a orar
y proporciónanos el agua de vida eterna de la que nos habló Jesús; y si tengo
que cambiar la cruz de oro, aunque pequeña, que llevo en el pecho por una de
madera, pues la cambio sin que ello suponga una gran revolución.
De paso también pediría que se pusiese
un poco más coordinado al clero porque, algunos, los sacramentos –sobre todo el
de la reconciliación- se los pasan por salva sea la parte.
Que Dios bendiga a nuestro Papa y
que Francisco es Francisco, es decir D. Jorge Mario Bergoglio y que no es Juan
XIII, es decir D. Angelo Roncalli. Cada quién es cada cual y dejemos andar el
mundo.
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