TRADUCCIÓN

miércoles, 10 de julio de 2013

IDEAL EDUCATIVO ESPAÑOL Y LOMCE

La actual controversia sobre la ley Wert debería haber supuesto para el PP el párrafo final de una lección que se niegan a aprender: la de que, hagan lo que hagan, siempre tendrán a la izquierda en la calle oponiéndose al más mínimo cambio del vigente modelo ideológico, que es (por mucho que haya sido refutado su autor) el social-zapaterismo. Por eso, deberían haber desmontado desde la raíz el sistema Logse-LOE, y no haber escrito sobre la plantilla que tan desdichadas leyes implantó en la enseñanza española. El ruido habría sido el mismo. Supongo que confían en que las reválidas lo cambien todo por la vía de los hechos. Pero no será así. En primer lugar, porque mantienen la Primaria bajo los principios pedagógicos imperantes, dejando su evaluación en manos de unas comunidades trufadas de pedagogos y políticos-Logse. Y, en segundo, porque si las reválidas se hacen desde el paradigma de las llamadas competencias, y no sobre conocimientos, aplicados y no aplicados, estaremos escribiendo sobre el agua socialista.
 
 
Para entendernos, los sistemas educativos pueden agruparse en dos grandes tipos: el selectivo, meritocrático y defensor de la igualdad de oportunidades (que nada tiene que ver con el igualitarismo); y el comprensivo, que desprecia el mérito. En el primero se va seleccionando paulatinamente a los mejores, no por el dinero o la cuna, sino por el talento y el esfuerzo. Ese fue desde su origen el ideal ilustrado, revolucionario: que los hombres pudieran construir su destino sin el condicionamiento social, que se les valorara por su trabajo, y no por su origen o sus contactos. Un ideal imposible en España, donde el partido, el sindicato, los enchufes son hoy más que nunca los que proporcionan cargos y ciencia.


En el segundo, el llamado comprensivo, no se puede seleccionar, sólo hay un camino que comprende a todos. Cualquier forma de distinción se considera segregadora, propia de la maldad neoliberal que sólo busca fastidiar al prójimo. En consecuencia, los exámenes carecen de sentido, pues diferencian, por lo que se les sustituyó por ese camelo llamado evaluación continua que ya ha empezado a arrasar también las universidades. Se trataba de eliminar los obstáculos para que todo el mundo pudiera avanzar sin que se supiese nunca de lo que era capaz. Sobre todo, sin que lo supiese él. De esta manera, nuestros jóvenes desconocen sus fuerzas y carecen de entrenamiento para superar cualquier prueba verdaderamente difícil de las muchas a las que la vida habrá de someterlos. Hay que volver siempre a unas palabras de Álvaro Marchesi que lo aclaran todo: “Los exámenes son de derechas”. Y son los Marchesis y sus complejas ideas los que gobiernan la educación española desde hace 40 años.
 
El ideal educativo de España es hoy, pues, el comprensivo, todos iguales, sepamos o no. Podríamos decir –y perdonen el ejemplo– que su propósito final es que la Selección Española deje de ser una selección y podamos jugar todos por turnos. Al que no le dé ni una patada a un bote, en lugar de dedicarlo al pimpón, donde igual es bueno, se le asigna un profesor de apoyo, uno de refuerzo, un orientador psicopedagogo, un trabajador social, un profesor de servicios a la comunidad y un maestro de compensatoria (todas estas figuras existen, y las pagamos) que le acompañen la pierna hasta el bote, en lugar de ponerlo a entrenar-estudiar. A esto, y presumen de ello, lo llaman “atención a la diversidad”, y como vemos, contrariamente a la propaganda oficial, no es para que los alumnos puedan ser diversos y distintos, sino para que dejen de serlo. Y no estoy hablando de los chicos con discapacidades, que merecen cuanto necesiten, sino de aquellos que cuentan con sus facultades al completo, sobre todo las de darse cuenta de que ya no hace falta darle al bote para pasar de curso.
 
En España no sólo se odia a los mejores, sino la idea misma de que pueda haber mejores. Lo que se aplica también a los profesores. Por eso se eliminaron las oposiciones universitarias, degradadas a concursos cooptados, y casi se ha conseguido en el resto de enseñanzas gracias a las listas de interinos y a unas pruebas que son una burla. Aquí la única selección que se admite es la del dinero. Florecen los colegios carísimos y las universidades privadas. Son los sistemas comprensivos, con su fastuoso engaño, los que han devuelto la cuna y la fortuna a los lugares de privilegio. Ha muerto el ideal por el que el Estado haría del talento el único filtro para el ascenso social. Cuando la enseñanza era selectiva, muchos hijos de gentes acomodadas se estrellaban en las reválidas públicas, y muchos hijos de trabajadores y clases medias podían llegar a ingenieros. Todos éramos iguales en la reválida. Ahora, con la educación comprensiva, los títulos repartidos como subsidios ya no tienen valor, y sólo los que pueden pagarse carísimos másteres en el extranjero entran en la clase gozante. La cual está absolutamente feliz, porque este sistema tan progresista le garantiza su perpetuación. No hay de qué extrañarse. La izquierda, en el fondo, siempre ha sido gente de orden. Lo único que querían era pertenecer a él.
*Javier Orrico es catedrático de instituto y escritor.

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