TRADUCCIÓN

sábado, 27 de abril de 2013

SUPERSTICIÓN O DIOS BOTELLON


Tuve un sueño rarísimo. La gente entraba en la catedral con paraguas de distintos colores bajo un sol radiante. Mi estupor fue en aumento al ver que permanecían con ellos abiertos dentro de la gran bóveda. Pregunté el porqué del insólito espectáculo. ¿Había goteras o peligro de algún desprendimiento? Todos me dieron la misma respuesta: "es la devoción tradicional". ¿Pero por qué, para qué, qué aporta tanto paraguas?

Me fijé en una viejita menuda que no llevaba paraguas. Acurrucada en un rincón parecía ensimismada y ausente. Me acerqué con intención de preguntar pero no me atreví a interrumpir su oración devota. Y me senté cerca para abordarla cuando terminase. No pude evitar oírla susurrar: "Mi bien, mi tesoro, mi luz, mi paz, mi amor, mi todo". Hacía una pequeña pausa, respiraba hondo y proseguía: "Mi bien, mi tesoro, mi luz, mi paz…". Así una y otra vez. A veces jadeaba levemente, se emocionaba y una lágrima rodaba por su rostro lacio. Repetía y repetía y no se cansaba de repetir.

Vi salir al sacerdote para celebrar la fiesta del Patrono de la ciudad y el último día de su novena. Estaba expectante. Me recomía la curiosidad. ¿Para qué sería tanto despliegue de paraguas? En un determinado momento escuché: "Bajo tu amparo y protección nos ponemos bendito Santo para que nos obtengas la gracia que pedimos (pídase)".

El sueño se aceleró y, como si de distintas catedrales se tratara, me sentí metido en un torbellino de oraciones: "Protégenos, san Fulano, de los peligros…" -- "No nos dejes desamparados, san Mengano, ante las acechanzas…" -- "Con tu auxilio y protección, san Zutano, seremos capaces de merecer…" -- "Concédenos por la valiosa intercesión de nuestro santo Patrono que…"

Cuando me desperté y fui capaz de salir de aquel mareo empecé a vislumbrar el significado de mi sueño. Una gran mayoría de católicos va a rezar con paraguas, con el paraguas del santo o virgen de su devoción. Protegidos por ese mínimo retazo de nailon se sienten seguros, mientras ignoran la pétrea y formidable bóveda que a todos da cobijo.

Tomé conciencia del ridículo que supone extender un paraguas bajo la bóveda de la catedral. El mismo ridículo que hacemos los católicos cuando pedimos protección a un santo estando totalmente abrazados por el mismísimo Dios.

Como si me inundase la luz de la aurora al abrir la ventana, vi claramente que los santos son nuestros hermanos de la "Iglesia triunfante". Son faros, ejemplos, testimonios, pero no "conseguidores". Son animadores, pero no "enchufes palaciegos". Viven en el seno de Dios pero no son "anzuelos" para pescar en su regazo. No pueden hacer por nosotros más de lo que ya hicieron: vivir como personas plenas, como buscadores incansables del rostro de Dios, como fidelísimos seguidores de sus huellas. ¡No hay que pedirles, hay que imitarles!

En algún momento de la historia nos hemos vuelto majaras y, ante las huellas desnudas y taladradas del Maestro con miles de huellas detrás, hemos "interpretado" que había que convertir la Iglesia en una gran fábrica de zapatos para "ganarnos" a los seguidores descalzos. Y ahí estamos, fabricando escarpines, coturnos y zancos para obtener recomendación o hurtar algún milagro del bolsillo secreto del Creador. ¡Ni se nos ocurre mirar por dónde transcurrieron sus huellas!

 

Si fuésemos sinceros, nos daríamos cuenta que lo que hacemos es "sobornarlos". No buscamos cambiar, avanzar, parecernos a ellos. Solo nos interesan sus imaginarios regalos o sus remiendos. Somos como esos delfines de piscina que hacen acrobacias circenses para obtener "pescaito", pero ni saben dónde está el mar ni les interesa.

Hay que decirlo alto y claro: ¡Los santos no pueden hacer nada por nosotros! Solo pueden mostrarnos su vida y el camino que siguieron. ¡Es inútil nuestra interesada fábrica de zapatos! No pueden hacer nada porque Dios mismo es nuestro don y se derrama permanentemente sobre nosotros. Pensar que los santos pueden conseguirnos más o pueden arrancarle algún favor es sencillamente una ridícula superstición (1).

El culto a los santos, tal como lo practicamos hoy, es una de las estafas que hacemos a la religión auténtica. Las buenas gentes no distinguen entre dulías, hiperdulías o latrías. La mayoría cree y practica lo que ven hacer a los curas, sin más discernimiento. Y unos y otros solo saben pedir. ¿Conoces alguna imagen que no tenga una hucha debajo? En eso hemos convertido la religión: en una "máquina tragaperras". ¡A ver si me sale premio! Incluso he visto -con repugnancia- el reiterado anuncio de una conocida revista religiosa que manipula a los ingenuos con este eslogan: "La revista del santo de los milagros. Y, si te suscribes ahora, te regalamos la medalla del santo". ¡Hipócritas! ¡Lo que os interesa en vender más revistas!

No me cansaré de vocearlo: ¡Dios es pura gratuidad que se vuelca, descarado regalo que se da! Nos crea por amor y nos llama a la felicidad "con gemidos inenarrables" (Rom 8,26). Es una ridiculez supina acudir a "intermediarios" para mover la mano con la que ya nos aprieta contra su corazón. Pretender "protegerse" con tejadillos debajo de la cúpula inmensa del Padre es tan ridículo como entrar en la catedral con paraguas.

Algunos teólogos antiguos -con sus complejos ríos de tinta- se han inventado unas "mediaciones" imposibles. No existen "mediadores". Lo dice claramente la Escritura: "En Él somos, nos movemos y existimos" (Hch 17,28). O somos troncos en el fuego del amor de Dios o nos convertiremos en serrín para tapar inmundicias.

La única "mediación" posible es dejarnos alcanzar por el incendio de nuestros santos y luego compartir nuestra propia llama -que transforma y libera- sumergida en la dulce hoguera del amor Dios. En eso consiste la "mediación" de nuestros santos y nuestra Madre, en el dulcísimo contagio de su llama, no en conseguirnos confites. De nosotros depende dejarnos transformar.



La única persona de mi sueño que estaba conectada verdaderamente con Dios era aquella viejita de ojos cerrados y oración susurrante, que le decía lindezas a su Amado. Ella no tenía paraguas porque no tenía miedo y no necesitaba "intercesores". Se sabía hija amada del Padre, sostenida y arrullada con total seguridad. Sabía -sin saberlo- que lo único que la alimentaba y levantaba era impregnarse de lo que Dios es y le estaba dando desde dentro de ella misma.

Tras estas clarividencias me asaltaron de repente preguntas lacerantes: ¿Por qué en nuestra Iglesia se sigue practicando la intercesión? ¿Por qué se confía más en intermediarios humanos, como nosotros, que en el mismísimo Dios Torrente? Interceder es "hablar en favor de alguien para conseguirle un bien o librarlo de un mal". Es decir, les pedimos a los santos que le digan al Creador que sea bueno... ¿No se dan cuenta los "sabios y entendidos"? ¿Cómo es posible que no nos saquen de nuestras ingenuidades y supersticiones? ¿Será cierto que los tales sabiondos son tan ciegos y burros -con perdón- como cuenta el Evangelio? "¿Somos también nosotros ciegos? Y les dijo: Si fueseis ciegos, no tendríais culpa; pero como decís que veis, seguís en pecado" (Jn 9,40).



Me sentí muy abatido y me seguían cayendo preguntas como martillazos: ¿Cómo hemos llegado a convertir la religión en ventanilla administrativa? ¿Qué hemos hecho de la Iglesiuca del sembrador, del agua viva, de la mies sazonada, de la viña cuidada, de la mínima mostaza recrecida, del pan fermentado por ínfima levadura, del tesoro encontrado, de la oveja recuperada, de los pobres evangelizados…?

¿Cómo la hemos convertido en obligado "mostrador único" con innumerables ventanillas, en las que los "funcionarios consagrados" solo nos ayudan a presentar instancias, a rellenar suplicatorios, a reclamar subvenciones? Incluso acompañamos ese interesado papeleo con los timbres del soborno: "si me das, te daré", "te doy, para que me des", "vengo a poner el cazo y te prometo"...

¿Qué deformación o ceguera nos lleva a pedir agua cuando nos está inundando la Catarata? ¿Pero religión no significa "unión" con Dios? ¿Cómo es posible que manejemos como idolillos de escayola a los que vivieron esa "unión", en vez de imitar su ejemplo? ¿Cómo es posible que confiemos más en el "supuesto poder" de esos humanos, que en el "poder cierto" del Padre que sobre todos se derrama?

En el tímpano de mi alma retumbó el estremecido grito de Pablo: "¿Por qué hacéis esto? Nosotros somos hombres como vosotros, que hemos venido a anunciaros que dejéis los dioses falsos y os convirtáis al Dios vivo…" (Hch 14,15). La necia idolatría de los de Listra me parece menos grave que la nuestra. Nosotros hemos convertido a nuestros benditos santos en "sacacorchos" de un grotesco ídolo: el "dios botellón".



Abrumado por tantas preguntas, por tanta incongruencia, por tanta impotencia para gritar quién es y cómo es el Dios verdadero, me eché a llorar desconsoladamente. En el paisaje de mi llanto apareció aquella viejita orante y empecé a musitar con ella: "Mi bien, mi tesoro, mi luz, mi paz, mi amor, mi todo"...

Así estuve larguísimo rato llorando y gozando al mismo tiempo. Noté las manos de algunos santos que, apoyadas en mis hombros, me confortaban. De repente empezaron a cantar con una voz sublime y me invitaron a imitarles: "No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria" (Sal 115).

Cuando aquella sensación agridulce se disipó, se me impuso desde dentro contaros el sueño del ridículo baile de los paraguas y deciros a voz en cuello: ¡No, nuestros queridísimos santos no son "sacacorchos" de un supuesto "dios botellón"!

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(1) Superstición: 1. Creencia extraña a la fe religiosa y contraria a la razón. 2. Fe desmedida o valoración excesiva respecto de algo.
 
Jairo del Agua

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