“Con el estudio de los libros se busca a Dios, con la meditación se le encuentra”. El autor de esta frase es uno de los más grandes santos del siglo XX. El hombre de los estigmas, de los milagros y del confesionario era también el hombre de la oración.
El Padre Pío no dedicaba un tiempo a rezar: su misma vida era oración. El momento de la misa, con frecuentes éxtasis en la Consagración –cuando compartía con Cristo la Pasión de los estigmas–, se prolongaba por encima de lo usual. No dedicaba menos de cuatro horas a la meditación, apuntó en su diario del 21 de julio de 1929. Pasaba el día en el confesionario atendiendo fieles que aguardaban su turno jornadas enteras. Novenas (la suya, principal instrumento con el que se expande hoy la devoción al santo de Pietrelcina), las rezaba una tras otra por las intenciones ajenas. Como los rosarios. A los estudiosos de su causa de canonización “no les salen las cuentas” y concluyen que sólo un privilegio sobrenatural que le permitiese orar y obrar a la vez puede explicar que no le faltasen minutos para tanta presencia de Dios
De esa intimidad con el Crucificado bebieron sabios consejos los cientos de miles de penitentes que acudieron a él, quedando protegidos bajo el secreto del sacramento. Pero otros los puso por escrito en cartas a sus hijos espirituales... mientras le permitieron escribirlas, pues durante 10 años de duras calumnias, entre 1923 y 1933, le fue prohibida toda comunicación con ellos. Para cuando se levantó el veto, su ritmo de escritura había decrecido notablemente.
Y el undécimo
Con todo, abundan en su obra suficientes reflexiones sobre la oración, sus requisitos y su objeto como para que José María Zavala haya podido reunir un florilegio (Orar, LibrosLibres) como acicate para fríos y tibios, y como impulso y perseverancia para quienes, mejor que peor, ya “levantan el corazón a Dios y le piden mercedes”: que es como el catecismo del Padre Astete define el acto de rezar.
Con todo, abundan en su obra suficientes reflexiones sobre la oración, sus requisitos y su objeto como para que José María Zavala haya podido reunir un florilegio (Orar, LibrosLibres) como acicate para fríos y tibios, y como impulso y perseverancia para quienes, mejor que peor, ya “levantan el corazón a Dios y le piden mercedes”: que es como el catecismo del Padre Astete define el acto de rezar.
¿Cómo mejorar esos momentos bajo el dictado del fraile de San Giovanni Rotondo? Estos podrían ser, con sus palabras, “diez mandamientos” de la oración.
1. “Quien no medita es como si jamás se mirase en el espejo”.
2. “La oración requiere constancia y perseverancia, especialmente cuando no estamos bien dispuestos. Dios recompensa la voluntad, no el sentimiento”.
3. “Ten el propósito de servir y amar a Dios con todo tu corazón; no pienses en el mañana, piensa en obrar bien en el momento presente”.
4. “Dios es misericordioso con aquellos que han puesto en Él su esperanza”.
5. “Si rechazamos la tentación, esta produce en nuestra alma el efecto de la lejía en la ropa sucia”.
6. “Huid de la más mínima sombra que os haga tener un concepto elevado de vosotros mismos”.
7. “Dios enriquece el alma que se vacía de todo”.
8. “Jamás olvides que el ángel de la guarda está siempre contigo y que nunca te abandona ante cualquier error que puedas cometer”.
9. “Tienes que saber que nunca podremos llegar a Jesús, fuente de agua viva, sin servirnos del canal, que es la Virgen”.
10. “El alma cristiana auténtica no deja pasar un solo día sin meditar la Pasión de Jesucristo”.
“Si alguna vez he levantado un alma, ya puede estar bien tranquila, que no la dejaré caer de nuevo”, confortaba el Padre Pío a sus fieles. Valga como undécimo.
Carmelo López Arias
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