El Padre Damián nació el 3 de enero de 1840, en Tremeloo, Bélgica.
De
pequeño en la escuela ya gozaba haciendo como obras manuales, casitas como la de
los misioneros en las selvas. Tenía ese deseo interior de ir un día a lejanas
tierras a misionar.
De joven fue arrollado por una carroza, y se levantó
sin ninguna herida. El médico que lo revisó exclamó: "Este muchacho tiene
energías para emprender trabajos muy grandes".
Un día siendo apenas de
ocho años dispuso irse con su hermanita a vivir como ermitaños en un bosque
solitario, a dedicarse a la oración. El susto de la familia fue grande cuando
notó su desaparición. Afortunadamente unos campesinos los encontraron por allá y
los devolvieron a casa. La mamá se preguntaba: ¿qué será lo que a este niño le
espera en el futuro?
De joven tuvo que trabajar muy duro en el campo para
ayudar a sus padres que eran muy pobres. Esto le dio una gran fortaleza y lo
hizo práctico en muchos trabajos de construcción, de albañilería y de cultivo de
tierras, lo cual le iba a ser muy útil en la isla lejana donde más tarde iba a
misionar.
A los 18 años lo enviaron a Bruselas (la capital) a estudiar, pero
los compañeros se le burlaban por sus modos acampesinados que tenía de hablar y
de comportarse. Al principio aguantó con paciencia, pero un día, cuando las
burlas llegaron a extremos, agarró por los hombros a uno de los peores
burladores y con él derribó a otros cuatro. Todos rieron, pero en adelante ya le
tuvieron respeto y, pronto, con su amabilidad se ganó las simpatías de sus
compañeros.
Religioso. A los 20 años escribió a sus padres pidiéndoles
permiso para entrar de religioso en la comunidad de los sagrados Corazones. Su
hermano Jorge se burlaba de él diciéndole que era mejor ganar dinero que
dedicarse a ganar almas (el tal hermano perdió la fe más tarde).
Una
gracia pedida y concedida. Muchas veces se arrodillaba ante la imagen del gran
misionero, San Francisco Javier y le decía al santo: "Por favor alcánzame de
Dios la gracia de ser un misionero, como tú". Y sucedió que a otro religioso de
la comunidad le correspondía irse a misionar a las islas Hawai, pero se enfermó,
y los superiores le pidieron a Damián que se fuera él de misionero. Eso era lo
que más deseaba.
Su primera conquista. En 1863 zarpó hacia su lejana
misión en el viaje se hizo sumamente amigo del capitán del barco, el cual le
dijo: "yo nunca me confieso. soy mal católico, pero le digo que con usted si me
confesaría". Damián le respondió: "Todavía no soy sacerdote pero espero un día,
cuando ya sea sacerdote, tener el gusto de absolverle todos sus pecados". Años
mas tarde esto se cumplirá de manera formidable.
Empieza su misión. Poco
después de llegar a Honolulú, fue ordenado sacerdote y enviado a una pequeña
isla de Hawai. las Primeras noches las pasó debajo de una palmera, porque no
tenía casa para vivir. Casi todos los habitantes de la isla eran protestantes.
Con la ayuda de unos pocos campesinos católicos construyó una capilla con techo
de paja; y allí empezó a celebrar y a catequizar. Luego se dedicó con tanto
cariño a todas las gentes, que los protestantes se fueron pasando casi todos al
catolicismo.
Fue visitando uno a uno todos los ranchos de la isla y
acabando con muchas creencias supersticiosas de esas pobres gentes y
reemplazándolas por las verdaderas creencias. Llevaba medicinas y lograba la
curación de numerosos enfermos. Pero había por allí unos que eran incurables:
eran los leprosos.
Molokai, la isla maldita. Como en las islas Hawai
había muchos leprosos, los vecinos obtuvieron del gobierno que a todo enfermo de
lepra lo desterraran a la isla de Molokai. Esta isla se convirtió en un infierno
de dolor sin esperanza. Los pobres enfermos, perseguidos en cacerías humanas,
eran olvidados allí y dejados sin auxilios ni ayudas. Para olvidar sus penas se
dedicaban los hombres al alcoholismo y los vicios y las mujeres a toda clase de
supersticiones.
Enterrado vivo. Al saber estas noticias el Padre Damián
le pidió al Sr. Obispo que le permitiera irse a vivir con los leprosos de
Molokai. Al Monseñor le parecía casi increíble esta petición, pero le concedió
el permiso, y allá se fue.
En 1873 llego a la isla de los leprosos. Antes
de partir había dicho : "Sé que voy a un perpetuo destierro, y que tarde o
temprano me contagiaré de la lepra. Pero ningún sacrificio es demasiado grande
si se hace por Cristo".
Los leprosos lo recibieron con inmensa alegría.
La primera noche tuvo que dormir también debajo de una palmera, porque no había
habitación preparada para él. Luego se dedicó a visitar a los enfermos. Morían
muchos y los demás se hallaban desesperados.
Trabajo y distracción. El
Padre Damián empezó a crear fuentes de trabajo para que los leprosos estuvieran
distraídos. Luego organizó una banda de música. Fue recogiendo a los enfermos
mas abandonados, y él mismo los atendía como abnegado enfermero. Enseñaba reglas
de higiene y poco a poco transformó la isla convirtiéndola en un sitio agradable
para vivir.
Pidiendo al extranjero. Empezó a escribir al extranjero,
especialmente a Alemania, y de allá le llegaban buenos donativos. Varios barcos
desembarcaban alimentos en las costas, los cuales el misionero repartía de
manera equitativa. Y también le enviaban medicinas, y dinero para ayudar a los
más pobres. Hasta los protestantes se conmovían con sus cartas y le enviaban
donativos para sus leprosos.
Confesión a larga distancia. Pero como la
gente creía que la lepra era contagiosa, el gobierno prohibió al Padre Damián
salir de la isla y tratar con los que pasaban por allí en los barcos. Y el
sacerdote llevaba años sin poder confesarse. Entonces un día, al acercarse un
barco que llevaba provisiones para los leprosos, el santo sacerdote se subió a
una lancha y casi pegado al barco pidió a un sacerdote que allí viajaba, que lo
confesara. Y a grito entero hizo desde allí su única y última confesión, y
recibió la absolución de sus faltas.
Haciendo de todo. Como esas gentes
no tenían casi dedos, ni manos, el Padre Damián les hacía él mismo el ataúd a
los muertos, les cavaba la sepultura y fabricaba luego como un buen carpintero
la cruz para sus tumbas. Preparaba sanas diversiones para alejar el
aburrimiento, y cuando llegaban los huracanes y destruían los pobres ranchos, él
en persona iba a ayudar a reconstruirlos.
Leproso para siempre. El santo
para no demostrar desprecio a sus queridos leprosos, aceptaba fumar en la pipa
que ellos habían usado. Los saludaba dándoles la mano. Compartía con ellos en
todas las acciones del día. Y sucedió lo que tenía que suceder: que se contagió
de la lepra. Y vino a saberlo de manera inesperada.
La señal fatal. Un
día metió el pie en un una vasija que tenía agua sumamente caliente, y él no
sintió nada. Entonces se dió cuenta de que estaba leproso. Enseguida se
arrodilló ante un crucifijo y exclamó: "Señor. por amor a Ti y por la salvación
de estos hijos tuyos, acepté esta terrible realidad. La enfermedad me ira
carcomiendo el cuerpo, pero me alegra el pensar que cada día en que me encuentre
más enfermo en la tierra, estaré más cerca de Ti para el cielo".
La
enfermedad se fue extendiendo prontamente por su cuerpo. Los enfermos
comentaban: "Qué elegante era el Padre Damián cuando llegó a vivir con nosotros,
y que deforme lo ha puesto la enfermedad". Pero él añadía: "No importa que el
cuerpo se vaya volviendo deforme y feo, si el alma se va volviendo hermosa y
agradable a Dios".
Sorpresa final. Poco antes de que el gran sacerdote
muriera, llegó a Molokai un barco. Era el del capitán que lo había traído cuando
llegó de misionero. En aquél viaje le había dicho que con el único sacerdote con
el cual se confesaría sería con él. Y ahora, el capitán venía expresamente a
confesarse con el Padre Damián. Desde entonces la vida de este hombre de mar
cambió y mejoró notablemente. También un hombre que había escrito calumniando al
santo sacerdote llegó a pedirle perdón y se convirtió al catolicismo.
Y
el 15 de abril de 1889 "el leproso voluntario", el Apóstol de los Leprosos, voló
al cielo a recibir el premio tan merecido por su admirable caridad.
En
1994 el Papa Juan Pablo II, después de haber comprobado milagros obtenidos por
la intercesión de este gran misionero, lo declaró beato, y patrono de los que
trabajan entre los enfermos de lepra.
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