«Nacido Jesús en Belén de Judá en tiempos del rey Herodes, unos Magos llegaron de Oriente (...) Y he aquí que la estrella que habían visto en el Oriente iba delante de ellos, hasta pararse sobre el sitio donde estaba el Niño. Al ver la estrella se llenaron de inmensa alegría. Y entrando en la casa, vieron al niño con María, su madre, y postrándose le adoraron; luego, abrieron sus cofres y le ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra». El evangelio de San Mateo es el único que recoge la escena de la adoración de los Magos aunque de forma tan sucinta, que ha dado pie a lo largo de la historia a diversas representaciones. ¿Cuántos magos eran? ¿Qué edad tenían? ¿Cuál era su origen? ¿Cómo se llamaban?
Las primeras imágenes que se conservan sobre ellos se remontan al siglo III, en las catacumbas romanas, aunque en esas escenas varía el número entre dos, tres y cuatro. «Quizá la primera representación conocida corresponda a la catacumba de Priscila (posiblemente del s. III)» aunque «no se debe llevar mucho respecto a la de Domitila y la de San Pedro», explica la doctora y profesora de Historia del Arte Sonsoles Nieto Caldeiro, que destaca que «en ellas no figuran como reyes, sino como magos de Oriente», con gorros frigios. Son figuras idénticas, sin distinción de edad.
Hay que avanzar tres siglos en la historia para contemplar la primera mención de los nombres que hoy gritan los niños en las cabalgatas. Aparecen en los mosaicos de San Apolinar el Nuevo de Rávena, Balthassar, Melchior y Gaspar, sobre tres figuras a pie que llevan los presentes al Niño. Así los citaba el «Liber Pontificales» de Ravena. Melchor se representa como el más joven; Gaspar, el anciano con barba blanca y Baltasar con barba castaña... y aún de tez blanca.
«Las tres figuras han variado a lo largo del tiempo en cuanto a su edad y aspecto, pero indudablemente ha sido la de Baltasar la que más transformaciones ha sufrido», apunta Sonsoles Nieto. Al final del gótico resulta ser de raza negra, quizá de procedencia etíope y así lo interpretan las obras pictóricas o escultóricas del siglo XV. «Debió ir en consonancia con la corriente más cosmopolita o universal que caracterizó el final de la Edad Media», explica la profesora de la Escuela de Arte de Sevilla.
En el medievo, a partir del siglo XI, los magos habían abandonado su postura oferente para adoptar una reverente y humilde de adoración ante el Niño.
De magos a reyes
Su indumentaria inicial, vistosa y colorista, propia de los sacerdotes y sabios de Oriente, se volvió más sencilla durante el Románico y el gorro frigio se transformó en corona. El concepto de mago había ido adquiriendo un tono peyorativo, equiparándose al de brujo, y se quiso dignificar su imagen atribuyéndoles una posición real. Según explica Nieto, «en manuscritos prerrománicos ya se les ve con corona y la iconografía románica los representa así».
Los primitivos flamencos, como Van der Weyden o Memling, procedentes de lugares de ricos tejidos, vistieron a los Reyes Magos con lujosas indumentarias como las que hoy les acompañan en multitud de belenes. A partir de entonces, se ha representado a Melchor, Gaspar y Baltasar de muy diversas formas, dependiendo del estilo de los autores.Fotogalería: De Magos a Reyes de Oriente
La tradición cuenta que los Reyes Magos «habiendo recibido en sueños aviso de no volver a Herodes» (San Mateo, 2) , regresaron a Oriente por otro camino y al fallecer fueron enterrados en Saba. Sus restos serían trasladados después a Constantinopla por la emperatriz Helena y en el siglo IX a Milán. En 1164 fueron trasladados por orden de Federico Barbarroja a la catedral de Colonia, donde reposan en un relicario de oro, detrás del altar mayor.
El cuarto rey americano
Los tres regalos que ofrecieron a Jesús llevaron a pensar en que fueron tres los Magos de Oriente, un número muy apropiado para relacionarlo con la Trinidad, con las tres Edades del hombre o con las tres partes del mundo que se conocían en la Edad Media: Asia, Africa y Europa, de forma que se correspondían con las tres razas del género humano, descendientes de Sem, Cam y Jafet, los hijos de Noé. El descubrimiento de América vino a tambalear esta idea e incluso hubo intentos de sumar un cuarto rey americano a la terna, aunque sin éxito, según explica Virginia Seguí en Alenarte. Vasco Fernandes incluyó en el retablo que hizo para la catedral de Viseu a un cacique con plumas y jabalina de Brasil.
Opinión del Papa
Opinión del Papa
El papa Benedicto XVI, en su
último libro “La infancia de Jesús”, editado por Planeta, se inclina por
considerar que el relato evangélico de los Reyes Magos es histórico y no solo
una narración catequética de la primera comunidad cristiana.
El papa ha logrado reunir en muy poco espacio, y con un lenguaje muy asequible, las principales teorías sobre el origen y significado del episodio de los, hasta ahora, sabios de Oriente. Pero ¿y si llegaron de Occidente? No se sabe. Podían proceder de Persia en Oriente. Pero Benedicto XVI aventura otra hipótesis que deja abierta y no desarrolla. Podían ser reyes de Tarsis, un lugar que se situaba en África o quizá en el sur de la península ibérica, como centro de la cultura tartésica que floreci 3; en este espacio geográfico.
Dice el papa, en su libro, respondiendo a qué tipo de hombres eran aquellos que se pusieron en camino hacia el rey Jesús: “Tal vez fueran astrónomos, pero no a todos los que eran capaces de calcular la conjunción de los planetas, y la veían, les vino la idea de un rey en Judá, que tenía importancia también para ellos. Para que la estrella pudiera convertirse en un mensaje, debía haber circulado un vaticinio como el del mensaje de Balaán”.
Varios factores, explica, “podían haber concurrido a que se pudiera percibir en el lenguaje de la estrella un mensaje de esperanza. Pero todo ello era capaz de poner en camino sólo a quien era hombre de una cierta inquietud interior, un hombre de esperanza, en busca de la verdadera estrella de la salvación”.
En búsqueda de la verdad
Para Benedicto XVI, los hombres de los que habla el evangelista Mateo no eran únicamente astrónomos. “Eran ´sabios´; representaban el dinamismo inherente a las religiones de ir más allá de sí mismas; un dinamismo que es búsqueda de la verdad, la búsqueda del verdadero Dios, y por tanto filosofía en el sentido originario de la palabra”.
“Podemos decir con razón –afirma- que representan el camino de las religiones hacia Cristo, así como la autosuperación de la ciencia con vistas a él. Están en cierto modo siguiendo a Abraham, que se pone en marcha ante la llamada de Dios. De una manera diferente están siguiendo a Sócrates y a su preguntarse sobre la verdad más grande, más allá de la religión oficial. En este sentido, estos hombres son predecesores, precursores, de los buscadores de la verdad, propios de todos los tiempos”.
Asegura que, de modo paralelo a como la tradición de la Iglesia ha leído el relato de la Navidad sobre el trasfondo de Isaías 1,3, también ha leído la historia de los Magos a la luz de Salmos 72,10 e Isaías 60. “Y de esta manera, los hombres sabios de Oriente se han convertido en reyes, y con ellos han entrado en la gruta [en las representaciones del belén] los camellos y los dromedarios”, afirma.
“La promesa contenida en estos textos --añade- extiende la proveniencia de estos hombres hasta el extremo Occidente (Tarsis-Tartesos en España), pero la tradición ha desarrollado ulteriormente este anuncio de la universalidad de los reinos de aquellos soberanos, interpretándolos como reyes de los tres continentes entonces conocidos: África, Asia y Europa. El rey de color aparece siempre: en el reino de Jesucristo no hay distinción por la raza o el origen. En él y por él, la humanidad está unida sin perder la riqueza de la variedad”.
El reino de Tartessos
Tartessos o Tartéside fue el nombre con el que los griegos conocían a la que creyeron primera civilización de Occidente. Posible heredera de la edad del Bronce final atlántico, se desarrolló en el triángulo formado por las actuales provincias de Sevilla, casi toda, y parte de las de Huelva y Cádiz, en la costa suroeste de la península Ibérica, influyendo sobre las tierras del interior y el Algarve portugués.
Al parecer, tuvo como eje el río Tartessos, que los romanos llamaron luego Betis, antes Oleum flumen (río de aceite) y los árabes Guadalquivir (río grande).
Los tartesios desarrollaron una lengua y escritura distinta a la de los pueblos vecinos y, en su fase final, tuvieron influencias culturales de egipcios y fenicios.
La primera fuente histórica que alude a Tartessos es la Historia de Herodoto, del siglo V a.C, que habla del rey Argantonio (Hombre de plata), del que se dice que gobernó cien años y se habla de su incontable riqueza, sabiduría y generosidad.
Una fuente más tardía data del siglo IV, del escritor romano Rufo Festo Avieno, que escribió una obra titulada Ora maritima, conocida también como “Las costas marítimas”, poema en el que se describen las costas mediterráneas.
El poeta afirma que utilizó fuentes antiquísimas de autor desconocido. Una de estas fuentes data del siglo IV a.C, de la que Avieno escribió que era un "periplo", es decir, un viaje de navegación costera, realizado por un marino griego y cartaginés, en el que partiendo de las costas de Cornualles (Inglaterra) llegó hasta Massalia (Marsella). Como resultado de aquel viaje se narran los lugares visitados por el desconocido marino, que proporciona las noticias más antiguas sobre la península ibérica.
Argantonio es el único rey del que se tienen referencias históricas. Se sabe que fue el último rey de Tartessos. Vivió 120 años según Herodoto, aunque algunos historiadores piensan que puedan referirse a varios reyes conocidos por el mismo nombre. También dice Herodoto que su reinado duró 80 años, desde el 630 a.C. al 550 a.C. Propició el comercio con los griegos foceos durante 40 años, los cuales crearon varias colonias costeras durante su reinado.
En el siglo VI a.C, Tartessos desaparece abruptamente de la historia, posiblemente barrida por Cartago y las demás colonias fenicias --Gadir (Cádiz), metrópolis fenicia, se encontraba en pleno reino tartessio- que, después de la batalla de Alalia, entre Cartago y Grecia, le hicieron pagar así su alianza con los griegos focenses. Los romanos llamaron a la amplia bahía de Cádiz Tartessius Sinus, pero el reino ya no existía.
En la Biblia, aparecen referencias a un lugar llamado ´Tarshish´, también conocido como ´Tarsis´ o ´Tarsisch´. “En efecto, el rey [Salomón] tenía en el mar la flota de Tarsis, además de la flota de Hiram; cada tres años la flota de Tarsis llevaba cargamentos de oro y de plata, de marfil, de monos y de babuinos”. (Libro de los Reyes I, 10-22).
En la actualidad, algunos creen que Salomón no se refería a Tartessos, sino que se refería al puerto de Aqaba, en la península del Sinaí.
En un texto del profeta Ezequiel (27, 12) (siglo VI a.C.) se comenta que Tiro comerciaba con Tarsis y en este caso es posible que sí se refiera a Tartessos, puesto que Fenicia ya había contactado con ellos: “Tarsis comerciaba contigo, por tus riquezas de todo género, intercambiando tus mercaderias con plata, hierro, estaño y plomo”.
El Libro de Jonás 1,3 (siglo VIII a.C.) dice: "Pero Jonás se levantó para ir a Tarsis, lejos de la presencia de Yahvéh. Bajó a Yoppe y encontró una nave que iba a zarpar hacia Tarsis. Pagó el pasaje y se embarcó en ella para ir con ellos a Tarsis, lejos de la presencia de Yahvéh".
En todo caso, los Reyes Magos no podían proceder del Tartessos de la península ibérica mientras que, como no se sabe muy bien donde estaba la Tarsis de la Biblia, toda posibilidad queda abierta.
Son la humanidad en camino hacia Cristo
Sin embargo, a Benedicto XVI le interesan menos estos datos históricos, en los que tampoco profundiza, para detenerse en el significado profundo del hecho para nuestra fe.
Por ello, al final de este apartado dedicado a los sabios que visitaron y adoraron a Jesús, afirma: “Más tarde se ha relacionado a los tres reyes con las tres edades de la vida del hombre: la juventud, la edad madura y la vejez. También esta es una idea razonable, que hace ver cómo las diferentes formas de la vida humana encuentran su respectivo significado y su unidad interior en la comunión con Jesús”.
“Queda la idea decisiva --concluye--: los sabios de Oriente son un inicio, representan a la humanidad cuando emprende el camino hacia Cristo, inaugurando una procesión que recorre toda la historia. No representan únicamente a las personas que han encontrado ya la vía que conduce hasta Cristo. Representan el anhelo interior del espíritu humano, la marcha de las religiones y de la razón humana al encuentro de Cristo”.
El papa ha logrado reunir en muy poco espacio, y con un lenguaje muy asequible, las principales teorías sobre el origen y significado del episodio de los, hasta ahora, sabios de Oriente. Pero ¿y si llegaron de Occidente? No se sabe. Podían proceder de Persia en Oriente. Pero Benedicto XVI aventura otra hipótesis que deja abierta y no desarrolla. Podían ser reyes de Tarsis, un lugar que se situaba en África o quizá en el sur de la península ibérica, como centro de la cultura tartésica que floreci 3; en este espacio geográfico.
Dice el papa, en su libro, respondiendo a qué tipo de hombres eran aquellos que se pusieron en camino hacia el rey Jesús: “Tal vez fueran astrónomos, pero no a todos los que eran capaces de calcular la conjunción de los planetas, y la veían, les vino la idea de un rey en Judá, que tenía importancia también para ellos. Para que la estrella pudiera convertirse en un mensaje, debía haber circulado un vaticinio como el del mensaje de Balaán”.
Varios factores, explica, “podían haber concurrido a que se pudiera percibir en el lenguaje de la estrella un mensaje de esperanza. Pero todo ello era capaz de poner en camino sólo a quien era hombre de una cierta inquietud interior, un hombre de esperanza, en busca de la verdadera estrella de la salvación”.
En búsqueda de la verdad
Para Benedicto XVI, los hombres de los que habla el evangelista Mateo no eran únicamente astrónomos. “Eran ´sabios´; representaban el dinamismo inherente a las religiones de ir más allá de sí mismas; un dinamismo que es búsqueda de la verdad, la búsqueda del verdadero Dios, y por tanto filosofía en el sentido originario de la palabra”.
“Podemos decir con razón –afirma- que representan el camino de las religiones hacia Cristo, así como la autosuperación de la ciencia con vistas a él. Están en cierto modo siguiendo a Abraham, que se pone en marcha ante la llamada de Dios. De una manera diferente están siguiendo a Sócrates y a su preguntarse sobre la verdad más grande, más allá de la religión oficial. En este sentido, estos hombres son predecesores, precursores, de los buscadores de la verdad, propios de todos los tiempos”.
Asegura que, de modo paralelo a como la tradición de la Iglesia ha leído el relato de la Navidad sobre el trasfondo de Isaías 1,3, también ha leído la historia de los Magos a la luz de Salmos 72,10 e Isaías 60. “Y de esta manera, los hombres sabios de Oriente se han convertido en reyes, y con ellos han entrado en la gruta [en las representaciones del belén] los camellos y los dromedarios”, afirma.
“La promesa contenida en estos textos --añade- extiende la proveniencia de estos hombres hasta el extremo Occidente (Tarsis-Tartesos en España), pero la tradición ha desarrollado ulteriormente este anuncio de la universalidad de los reinos de aquellos soberanos, interpretándolos como reyes de los tres continentes entonces conocidos: África, Asia y Europa. El rey de color aparece siempre: en el reino de Jesucristo no hay distinción por la raza o el origen. En él y por él, la humanidad está unida sin perder la riqueza de la variedad”.
El reino de Tartessos
Tartessos o Tartéside fue el nombre con el que los griegos conocían a la que creyeron primera civilización de Occidente. Posible heredera de la edad del Bronce final atlántico, se desarrolló en el triángulo formado por las actuales provincias de Sevilla, casi toda, y parte de las de Huelva y Cádiz, en la costa suroeste de la península Ibérica, influyendo sobre las tierras del interior y el Algarve portugués.
Al parecer, tuvo como eje el río Tartessos, que los romanos llamaron luego Betis, antes Oleum flumen (río de aceite) y los árabes Guadalquivir (río grande).
Los tartesios desarrollaron una lengua y escritura distinta a la de los pueblos vecinos y, en su fase final, tuvieron influencias culturales de egipcios y fenicios.
La primera fuente histórica que alude a Tartessos es la Historia de Herodoto, del siglo V a.C, que habla del rey Argantonio (Hombre de plata), del que se dice que gobernó cien años y se habla de su incontable riqueza, sabiduría y generosidad.
Una fuente más tardía data del siglo IV, del escritor romano Rufo Festo Avieno, que escribió una obra titulada Ora maritima, conocida también como “Las costas marítimas”, poema en el que se describen las costas mediterráneas.
El poeta afirma que utilizó fuentes antiquísimas de autor desconocido. Una de estas fuentes data del siglo IV a.C, de la que Avieno escribió que era un "periplo", es decir, un viaje de navegación costera, realizado por un marino griego y cartaginés, en el que partiendo de las costas de Cornualles (Inglaterra) llegó hasta Massalia (Marsella). Como resultado de aquel viaje se narran los lugares visitados por el desconocido marino, que proporciona las noticias más antiguas sobre la península ibérica.
Argantonio es el único rey del que se tienen referencias históricas. Se sabe que fue el último rey de Tartessos. Vivió 120 años según Herodoto, aunque algunos historiadores piensan que puedan referirse a varios reyes conocidos por el mismo nombre. También dice Herodoto que su reinado duró 80 años, desde el 630 a.C. al 550 a.C. Propició el comercio con los griegos foceos durante 40 años, los cuales crearon varias colonias costeras durante su reinado.
En el siglo VI a.C, Tartessos desaparece abruptamente de la historia, posiblemente barrida por Cartago y las demás colonias fenicias --Gadir (Cádiz), metrópolis fenicia, se encontraba en pleno reino tartessio- que, después de la batalla de Alalia, entre Cartago y Grecia, le hicieron pagar así su alianza con los griegos focenses. Los romanos llamaron a la amplia bahía de Cádiz Tartessius Sinus, pero el reino ya no existía.
En la Biblia, aparecen referencias a un lugar llamado ´Tarshish´, también conocido como ´Tarsis´ o ´Tarsisch´. “En efecto, el rey [Salomón] tenía en el mar la flota de Tarsis, además de la flota de Hiram; cada tres años la flota de Tarsis llevaba cargamentos de oro y de plata, de marfil, de monos y de babuinos”. (Libro de los Reyes I, 10-22).
En la actualidad, algunos creen que Salomón no se refería a Tartessos, sino que se refería al puerto de Aqaba, en la península del Sinaí.
En un texto del profeta Ezequiel (27, 12) (siglo VI a.C.) se comenta que Tiro comerciaba con Tarsis y en este caso es posible que sí se refiera a Tartessos, puesto que Fenicia ya había contactado con ellos: “Tarsis comerciaba contigo, por tus riquezas de todo género, intercambiando tus mercaderias con plata, hierro, estaño y plomo”.
El Libro de Jonás 1,3 (siglo VIII a.C.) dice: "Pero Jonás se levantó para ir a Tarsis, lejos de la presencia de Yahvéh. Bajó a Yoppe y encontró una nave que iba a zarpar hacia Tarsis. Pagó el pasaje y se embarcó en ella para ir con ellos a Tarsis, lejos de la presencia de Yahvéh".
En todo caso, los Reyes Magos no podían proceder del Tartessos de la península ibérica mientras que, como no se sabe muy bien donde estaba la Tarsis de la Biblia, toda posibilidad queda abierta.
Son la humanidad en camino hacia Cristo
Sin embargo, a Benedicto XVI le interesan menos estos datos históricos, en los que tampoco profundiza, para detenerse en el significado profundo del hecho para nuestra fe.
Por ello, al final de este apartado dedicado a los sabios que visitaron y adoraron a Jesús, afirma: “Más tarde se ha relacionado a los tres reyes con las tres edades de la vida del hombre: la juventud, la edad madura y la vejez. También esta es una idea razonable, que hace ver cómo las diferentes formas de la vida humana encuentran su respectivo significado y su unidad interior en la comunión con Jesús”.
“Queda la idea decisiva --concluye--: los sabios de Oriente son un inicio, representan a la humanidad cuando emprende el camino hacia Cristo, inaugurando una procesión que recorre toda la historia. No representan únicamente a las personas que han encontrado ya la vía que conduce hasta Cristo. Representan el anhelo interior del espíritu humano, la marcha de las religiones y de la razón humana al encuentro de Cristo”.
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