La magia del cine -que es, sobre todo, la magia de Hollywood- ha conseguido que la primera representación que se nos venga a la cabeza al pensar en la palabra "pionero" sea, ya la de un colono de la costa este ocupando territorios de las primitivas trece colonias que conformaron los futuros Estados Unidos, ya la de una caravana a la carrera por las grandes praderas del oeste para delimitar una parcela propia que enseguida habría que defender de indios y forajidos.
Peor enemigo, peor defensa
Mil años antes, sin embargo, eran los españoles quienes vivían en la frontera, se apropiaban de territorio sin dueño, formaban comunidades políticas autónomas con estructuras señoriales y se veían hostigados por un enemigo cruel, que había expulsado a sus ancestros de esas mismas tierras para sustituir la cruz que las bendecía por la media luna que las hollaba.
Hay dos diferencias, eso sí, respecto a los pioneros de las películas: "El enemigo al que tenían que enfrentarse no era una barahúnda de tribus primitivas, sino un poder tan evolucionado como el del emirato de Córdoba, y nunca hubo un Séptimo de Caballería para proteger su avance, sino que ellos, los colonos, eran al mismo tiempo labradores y soldados y monjes". Así lo explica José Javier Esparza en el breve prólogo a su extensa e intensa novela El Caballero del Jabalí Blanco (La Esfera de los Libros). Que es una fantástica aproximación literaria a lo que aquellas gentes vivieron, sintieron y creyeron.
El anclaje histórico de unas gentes de leyenda
Es una obra que abarca el periodo entre 780 y 830, aproximadamente, con el hilo conductor de la vida de un anciano. Zonio echa la vista atrás y recuerda cómo su padre abandonó las tierras norteñas, protegidas por las montañas, para descender al abierto Valle de Mena (hoy provincia de Burgos), llevando consigo a "los suyos". Que en la época no eran sólo mujer e hijos, sino también la familia heril y los vasallos fieles, futuros hombres libres de la incipiente Castilla.
Al protagonista le vemos de rapaz que aprende las artes de cultivar la tierra y preparar la caza; de aprendiz de monje -ni siquiera novicio: se interponen las pecas y la cabellera rubia de Deva-; de escudero, de soldado, de caballero... Zonio es un paradigma de la época, y además un nombre real: aparece como firmante en 824 del fuero de Brañosera, y Esparza le hace en su relato hijo de Lebato y Muniadona, nombres también reales de los fundadores de la primera aldea castellana.
Apenas se sabe más de ellos, pero a Esparza le sirve como base para construir una ficción poderosa y verosímil de cuanto sucedía en aquellas primeras décadas de la Reconquista. Una gesta que ya era percibida así, en semilla, por sus actores principales: los reyes y señores de la cornisa cantábrica, desde Asturias a Vizcaya, y el pueblo que peleaba bajo su mando y labraba y pastoreaba entre aceifa y aceifa, ya fuese el asalto árabe o bereber.Corría el tiempo del Beato Liébana...
Peor enemigo, peor defensa
Mil años antes, sin embargo, eran los españoles quienes vivían en la frontera, se apropiaban de territorio sin dueño, formaban comunidades políticas autónomas con estructuras señoriales y se veían hostigados por un enemigo cruel, que había expulsado a sus ancestros de esas mismas tierras para sustituir la cruz que las bendecía por la media luna que las hollaba.
Hay dos diferencias, eso sí, respecto a los pioneros de las películas: "El enemigo al que tenían que enfrentarse no era una barahúnda de tribus primitivas, sino un poder tan evolucionado como el del emirato de Córdoba, y nunca hubo un Séptimo de Caballería para proteger su avance, sino que ellos, los colonos, eran al mismo tiempo labradores y soldados y monjes". Así lo explica José Javier Esparza en el breve prólogo a su extensa e intensa novela El Caballero del Jabalí Blanco (La Esfera de los Libros). Que es una fantástica aproximación literaria a lo que aquellas gentes vivieron, sintieron y creyeron.
El anclaje histórico de unas gentes de leyenda
Es una obra que abarca el periodo entre 780 y 830, aproximadamente, con el hilo conductor de la vida de un anciano. Zonio echa la vista atrás y recuerda cómo su padre abandonó las tierras norteñas, protegidas por las montañas, para descender al abierto Valle de Mena (hoy provincia de Burgos), llevando consigo a "los suyos". Que en la época no eran sólo mujer e hijos, sino también la familia heril y los vasallos fieles, futuros hombres libres de la incipiente Castilla.
Al protagonista le vemos de rapaz que aprende las artes de cultivar la tierra y preparar la caza; de aprendiz de monje -ni siquiera novicio: se interponen las pecas y la cabellera rubia de Deva-; de escudero, de soldado, de caballero... Zonio es un paradigma de la época, y además un nombre real: aparece como firmante en 824 del fuero de Brañosera, y Esparza le hace en su relato hijo de Lebato y Muniadona, nombres también reales de los fundadores de la primera aldea castellana.
Apenas se sabe más de ellos, pero a Esparza le sirve como base para construir una ficción poderosa y verosímil de cuanto sucedía en aquellas primeras décadas de la Reconquista. Una gesta que ya era percibida así, en semilla, por sus actores principales: los reyes y señores de la cornisa cantábrica, desde Asturias a Vizcaya, y el pueblo que peleaba bajo su mando y labraba y pastoreaba entre aceifa y aceifa, ya fuese el asalto árabe o bereber.Corría el tiempo del Beato Liébana...
De esta forma, en uno u otro papel, Zonio pasea por los pueblos costeros y por la montaña citerior, fortaleza natural antimusulmana; se adentra en bosques por donde vagan las brujas (y el gran jabalí blanco); y campea por llanuras donde la vista se pierde sin que nada rompa el horizonte... salvo la silueta de un jinete moro, los apaches de esta trama.
Y traba relación singular nada menos que con el Beato Liébana como afectuoso pero severo Gandalf de nuestro joven héroe. Entre innumerables otras aventuras que desgrana este relato a la vez trepidante y sereno, como si quisiera transmitir el doble estado de espíritu de nuestros antepasados.
Convertido en el gran apóstol contemporáneo de la Reconquista (le ha consagrado historias convertidas en best sellers), Esparza añade a su esfuerzo divulgador la historia de Zonio en guerra y en paz, separadas por un hilo tan fino que con él se bordó una tipología especial de hombres y mujeres hechos a todo y con un ideal muy definido: vivir de nuevo un día bajo un poder cristiano tan fuerte que redujese a vieja pesadilla la presencia islámica en España.
Se demoró la victoria aún seiscientos años, pero nada se habría logrado sin aquellos valientes que dieron el primer paso. No el paso de guerrear -que también-, sino el paso de asentarse en un hogar que les fue arrebatado y donde el valor no sólo se suponía para combatir y morir, sino también y sobre todo para derrotar a los pequeños enemigos del día a día constructor y civilizador. Esos rivales que forjan el carácter de una patria con agallas.
Carmelo López Arias
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