La culpa la tienen los profesores.
Por lo menos, muchos de nosotros
Hemos formado una generación ajena al gusto de saber y alérgica hacia los clásicos. Los hemos convencido de que lo bueno es lo económicamente útil. Y además han heredado nuestros complejos.
Decía el otro día aquí mismo Ely Del Valle que hemos pasado ya De jóvenes sobradamente preparados a padres tremendamente acomplejados, y creo que ni ella misma es consciente de cuánta razón tiene. Está de moda entre los jovencitos dar por buena la rebeldía heredada de sus mayores, aprobada en su origen por sus padres, sus maestros y sus hermanos mayores, y fomentada por esos políticos de los que tan mal se habla pero que siempre se terminan tomando como modelo y guía en este mar de tinieblas. Y esa falsa rebeldía es la forma más completa de sumisión y de dependencia, ya que construye adultos no ya incapaces de verdadera protesta, sino hasta ignorantes de qué es y dónde puede esta la verdadera insumisión a los males de nuestro tiempo. Stultorum plena sunt omnia, y si ya era así para Cicerón (Ad familiares 9, 22, 4) qué no será ahora.
"…nuestra generación jamás se nos pasó por la imaginación llamar idiota a un padre ni desafiar abiertamente su autoridad. Pertenezco, en definitiva, a una generación educada en el respeto a los demás, y sobre todo, en el respeto a unos padres que no se andaban con chiquitas sin que por ello dejaran de querernos como queremos nosotros a nuestros hijos; ni más ni menos" .
"Hoy sé también que pertenezco a una generación víctima, a partes iguales, de los psicólogos y su teoría de que a los niños hay que explicarles la propiedad de la conductibilidad de los metales en vez de darles un manotazo cuando van a meter los dedos en un enchufe, y de una serie de complejos heredados de no se sabe dónde que nos han convertido seguramente, en los peores padres de la historia: padres consentidores porque es más cómodo dar que negar; padres indolentes porque es menos cansino que los niños den la brasa a los demás que a nosotros; padres que confundimos el culo con las témporas, las regañinas con agresiones, la libertad con el dejar hacer" .
"Nos ponemos como hidras cuando un profesor intenta inculcar disciplina a nuestros hijos pero al mismo tiempo no nos importa que el Estado los adoctrine y la televisión les lave el cerebro a golpe de dibujos japoneses. Nuestros hijos siempre tienen razón frente a los demás, nadie tiene derecho a levantarles la voz, si queman una papelera la culpa es de quien la ha colocado en un sitio inadecuado. Alguien nos ha convencido de que los hijos no se les castiga porque se traumatizan, no se les lleva la contraria porque se frustran y no se les da un meneo porque desde los cinco años saben que pueden llamar al Defensor del Menor". Y es verdad, así están las cosas. Es muy probable que muchos padres tengan su cuota de culpa en esos males que luego lamentan, pero no hay que callar la que sin duda tenemos maestros y profesores.
No puede ser, ni es aceptable en 2012 ni lo era hace un siglo o dos, que un docente profesional cultive como virtud principalísima la doblez y la hipocresía. No podemos ni debemos poner nuestras palabras en contradicción entre sí, o con nuestros actos, porque indudablemente en todas las fases de la juventud el maestro o profesor que actúa así siembra el peor de los ejemplos. No podemos pedir a nuestros alumnos que no copien si por un lado no nos atrevemos a corregir ejemplarmente a los transgresores y por otro nosotros mismos sembramos cizaña (y no a la cara) contra otros compañeros de oficio y similares. Ya entiendo que no se trata de formar caballeros andantes ni oficiales de Infantería, pero es muy aburrido convivir con ejemplos continuos de mediocridad y de cobardía, precisamente encarnados en docentes que no saben sino renegar del sistema educativo que ellos han contribuido a hacer como es y del que sueñan huir en vez de enderezar.
No hace falta ser Gandalf, precisamente, para entender algo que ya decía la Biblia antes incluso de Cicerón: que estamos rodeados de tontos (digamos… simples), y que ese defecto se extiende. Es mucho más fácil amoldarse a las modas imperantes, reír las supuestas gracias aunque no sean tales, adular al poderoso aunque yerre, medrar a la sombra del poder, mostrarse hostil con el débil y sumiso con el fuerte, evitarnos problemas en suma. Todos tenemos en mente algún docente en activo que se evita los muchos problemas de nuestra época siguiendo esta ruta y llamando calidad educativa a una colección de papelujos. Pero no hay derecho a que ese mismo docente, culpable de muchos de los males transmitidos a la generación discente, se queje después de ellos. No señor, no hay derecho a que el corresponsable de un mal cierre los ojos a él, pretenda que lo hagamos los demás o incluso aplauda lo que es manifiestamente lamentable. No, y diga lo que diga no dejará de ser una patética criatura de sacristía, que sin duda estaría mejor fuera de un oficio, el de la tiza, que como todos requiere capacidad, conocimientos y afición que muchos nunca han tenido. Perversi difficile corriguntur et stultorum infinitus est numerus, Ec 1, 15.
"…nuestra generación jamás se nos pasó por la imaginación llamar idiota a un padre ni desafiar abiertamente su autoridad. Pertenezco, en definitiva, a una generación educada en el respeto a los demás, y sobre todo, en el respeto a unos padres que no se andaban con chiquitas sin que por ello dejaran de querernos como queremos nosotros a nuestros hijos; ni más ni menos" .
"Hoy sé también que pertenezco a una generación víctima, a partes iguales, de los psicólogos y su teoría de que a los niños hay que explicarles la propiedad de la conductibilidad de los metales en vez de darles un manotazo cuando van a meter los dedos en un enchufe, y de una serie de complejos heredados de no se sabe dónde que nos han convertido seguramente, en los peores padres de la historia: padres consentidores porque es más cómodo dar que negar; padres indolentes porque es menos cansino que los niños den la brasa a los demás que a nosotros; padres que confundimos el culo con las témporas, las regañinas con agresiones, la libertad con el dejar hacer" .
"Nos ponemos como hidras cuando un profesor intenta inculcar disciplina a nuestros hijos pero al mismo tiempo no nos importa que el Estado los adoctrine y la televisión les lave el cerebro a golpe de dibujos japoneses. Nuestros hijos siempre tienen razón frente a los demás, nadie tiene derecho a levantarles la voz, si queman una papelera la culpa es de quien la ha colocado en un sitio inadecuado. Alguien nos ha convencido de que los hijos no se les castiga porque se traumatizan, no se les lleva la contraria porque se frustran y no se les da un meneo porque desde los cinco años saben que pueden llamar al Defensor del Menor". Y es verdad, así están las cosas. Es muy probable que muchos padres tengan su cuota de culpa en esos males que luego lamentan, pero no hay que callar la que sin duda tenemos maestros y profesores.
No puede ser, ni es aceptable en 2012 ni lo era hace un siglo o dos, que un docente profesional cultive como virtud principalísima la doblez y la hipocresía. No podemos ni debemos poner nuestras palabras en contradicción entre sí, o con nuestros actos, porque indudablemente en todas las fases de la juventud el maestro o profesor que actúa así siembra el peor de los ejemplos. No podemos pedir a nuestros alumnos que no copien si por un lado no nos atrevemos a corregir ejemplarmente a los transgresores y por otro nosotros mismos sembramos cizaña (y no a la cara) contra otros compañeros de oficio y similares. Ya entiendo que no se trata de formar caballeros andantes ni oficiales de Infantería, pero es muy aburrido convivir con ejemplos continuos de mediocridad y de cobardía, precisamente encarnados en docentes que no saben sino renegar del sistema educativo que ellos han contribuido a hacer como es y del que sueñan huir en vez de enderezar.
No hace falta ser Gandalf, precisamente, para entender algo que ya decía la Biblia antes incluso de Cicerón: que estamos rodeados de tontos (digamos… simples), y que ese defecto se extiende. Es mucho más fácil amoldarse a las modas imperantes, reír las supuestas gracias aunque no sean tales, adular al poderoso aunque yerre, medrar a la sombra del poder, mostrarse hostil con el débil y sumiso con el fuerte, evitarnos problemas en suma. Todos tenemos en mente algún docente en activo que se evita los muchos problemas de nuestra época siguiendo esta ruta y llamando calidad educativa a una colección de papelujos. Pero no hay derecho a que ese mismo docente, culpable de muchos de los males transmitidos a la generación discente, se queje después de ellos. No señor, no hay derecho a que el corresponsable de un mal cierre los ojos a él, pretenda que lo hagamos los demás o incluso aplauda lo que es manifiestamente lamentable. No, y diga lo que diga no dejará de ser una patética criatura de sacristía, que sin duda estaría mejor fuera de un oficio, el de la tiza, que como todos requiere capacidad, conocimientos y afición que muchos nunca han tenido. Perversi difficile corriguntur et stultorum infinitus est numerus, Ec 1, 15.
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