En España , cada cierto tiempo, -esto ya es una auténtica tradición- nos paramos a preguntarnos quiénes somos. Nos asemejamos a un adolescente que se mira al espejo y no se reconoce.
Ahora estamos, nuevamente, en ese periodo en el que no nos reconocemos, en el que mirarse al espejo es un ejercicio doloroso y en el que la inseguridad nos roe por dentro.
Para solucionar esa angustia nuestros dirigentes -modernos ilustrados donde los haya- han encontrado un método eficaz que nos lleve, de nuevo, a redescubrir nuestro ser verdadero: la prohibición.
La tierra prometida está al alcance de sus sueños. Sólo hace falta prohibir, prohibir y prohibir para así conseguir que este pueblo antaño orgulloso, digno y valiente y hoy dócil, consiga "ver a través del espejo metafísico". Sabremos por fin quiénes somos. No nos lo dicen, pero seguro que lo piensan.
Si aquel lejano mayo del sesenta y ocho nos trajo lemas como: prohibido prohibir..., hoy se nos ha vuelto el calcetín por aquellos que lo gritaban en los campus universitarios.
La madurez de España está así más cercana. Hemos por fin descubierto , gracias a nuestros protectores, que: somos más musulmanes que cristianos, más ecoguays que taurinos, más catalano parlantes en la intimidad que castellano parlantes, más proabortistas que defensores del no nacido, más igualas que iguales, aunque sea atropellando todas las reglas gramaticales que haga falta ,que la dignidad de un Juan José Cortés no se puede comparar ni de lejos con la de esos que con sus favoritismos, sus chanchullos y sus corruptelas, sean del partido que sean, se aferran a sus cargos.
El cuadro está así, no hay que darle más vueltas. Los catalanes, mucho me temo, lo van a descubrir el viernes día dieciocho con una prohibición más: las corridas de toros españolistas.
Esa delantera nos van a coger al resto: ellos estarán más cerca del ser zapatético que todos llevamos dentro.
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