TRADUCCIÓN

martes, 29 de diciembre de 2009

D. MANUEL MEDINA CABALLERO IN MEMORIAM

  Es Dios...
     alba preñada de azul,
    luna en retirada,
    amor en tu mirada,
                           caricias en la desnuda alma.   
           
Era un hombre bueno, un sacerdote sencillo que con el ejemplo quería que las personas se acercasen a Dios.

Don Manuel Medina Caballero, quienes tuvimos las fortuna de tratarlo, era ese padre que se preocupa por tu bienestar, en este caso el espiritual; ese hermano que te acompaña en tu vida  sin llegar a ser molesto; ese amigo que se da sin alharacas, sin pretensiones de recibir.  Don Manuel, siempre entrañable, paciente,, siempre afable y atento para que pudieses volar, por tu cuenta, en busca del Espíritu.


Don Manuel era más como el símbolo que representa al apóstol Juan: el águila. Lo buscaba, era su evangelista preferido; la Nueva Buena de Jesús, para él, pasaba siempre por Juan, el discípulo del amor.
Cómo paladeaba avanzar por esos senderos sanjuanistas, como gustaba hacerlos sentir a los demás. Su viaje a Tierra Santa, fue una inmersión, para él, en los misterios de ese Cristo del Amor.
Cómo sufrió las incomprensiones de algún político que le cortó, alas y anhelos, ilusiones en definitiva de mejorar la Parroquia. Sin embargo no recuerdo palabras en contra, cuando se cebaron, injustamente con él, cuando los que le dieron de palabra los permisos para tomar las piedras de Madre de Dios del Campo y después lo abandonaron a su suerte, Don Manuel calló y sufrió. Cómo callaba y sufría al ver, también, a la juventud tan desorientada cuando daba sus clases en el Instituto, sufría y callaba, callaba y sufría cuando los alumnos, tras nombrarlos al pasar lista, se le marchaban de clase, pero era hombre que no gustaba para nada del proselitismo, sólo ponía en práctica lo que el fondo creía: a Dios se va voluntario no forzado...
 Mil gracias trajiste a mi joven vida,
mil gracias a cada paso voy dando
en horas vespertinas de acogida.
Las lágrimas que hoy, a solas, derramo
brotan afanosas por tu ausencia indefinida,
por no darte más palabras agradecidas
por tantos amorosos cuidados
para hacer crecer en mí la semilla
de la buena nueva  de  ese Cristo
que para ti fue amor, libertad y vida.
Deseó irse a las misiones, pero su diabetes lo ató a esta tierra de olivos...Deseó dignidad para una parroquia ansiosamente por otros pretendida. Luchó con la verdad que el evangelio de Jesús le daba cada día.
Tu memoria seguirá siendo venerada en mi, por lo mucho que me has dado, que me has transmitido. La revolución  de amor que un día Cristo empezó en Israel, hasta llegar a mí pasa, sin lugar a dudas, por ti.
Gracias D. Manuel

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