TRADUCCIÓN

martes, 27 de febrero de 2018

HACER LO QUE SE TIENE QUE HACER

Su padre Juan, curtidor de pieles, y su madre Isabel, eran buenos cristianos. Tuvieron cinco hijos, de los que tres se consagraron al Señor. Murió pronto la madre, y al final el padre se ordenó sacerdote.
 
Nuestro santo fue el ángel del hogar, fiel ayudante de su madre. Inició sus estudios en el Seminario de Malinas, luego entró en el Noviciado de los jesuitas de la misma ciudad. Más tarde pasó a Roma. En el Seminario y en el Noviciado se distinguió por su candor, estudio y piedad.

Su devoción a la Virgen era proverbial. Sentía hacia ella un cariño tierno, profundo, confiado y filial. «Si amo a María, decía, tengo segura mi salvación, perseveraré en la vocación, alcanzaré cuanto quisiere, en una palabra, seré todopoderoso». A ella dedicó su Coronita de las doce estrellas.

Pululaban por entonces los errores de Bayo, catedrático de Escritura en Lovaina, quien afirmaba que María había sido concebida en pecado. Los teólogos Belarmino y Francisco de Toledo intervienen para esclarecer la verdad. Es curioso notar que el gran teólogo español Juan de Lugo atribuye el movimiento a favor de la Inmaculada a las oraciones de Berchmans.

El mismo Lugo insiste en que el decreto de 24 de mayo de 1622 se ha conseguido por la influencia sobrenatural de Juan Berchmans. En él se confirman las constituciones de Sixto VI, Alejandro VI, San Pío V y Pablo V. Se manda severamente que nadie, ni de palabra ni por escrito, se atreva a afirmar que la Santísima Virgen María fue concebida en pecado, y se solemniza la fiesta de la Inmaculada.
En el último año de su vida Juan se había comprometido, firmando con su propia sangre, a «afirmar y defender dondequiera que se encontrase el dogma de la Inmaculada Concepción de la Virgen María».

Los santos han practicado en grado heroico todas las virtudes. Pero suelen distinguirse en alguna de ellas. ¿Cuál es la virtud característica de Berchmans? Él deseaba practicarlas todas por igual. Su obsesión, su locura de santo, era la fidelidad en observar perfectamente sus obligaciones, sin excusas ni escapismos. «La virtud más eminente, es hacer sencillamente, lo que tenemos que hacer», decía Pemán en El Divino Impaciente.

Aparentemente no había hecho nada, nada llamativo. Pero vivió «apasionado por la gloria de Dios». «Quiere trabajar sin perder la más pequeña parte de su tiempo». Aprovecha las cruces de la vida diaria: «Mi mayor penitencia, la vida común». «Quiero ser santo sin espera alguna».

Hacía cada cosa en su momento, y sobrenaturalizando la intención. Cuando hay que orar, decía, ora con todo amor. Cuando hay que estudiar, estudia con toda ilusión. Cuando hay que practicar deporte, practícalo con todo entusiasmo. Y siempre con más amor, en cada instante del programa diario, bajo la dulce mirada maternal de la Virgen María. Estudiaba con la mirada puesta en el futuro apostolado, en las almas que se le encomendarían.

Mi mayor consuelo, decía al morir joven, es no haber quebrantado nunca, en mi vida religiosa, regla alguna ni orden de mis superiores, a sabiendas, y advertidamente, y el no haber cometido nunca un pecado venial. Alto y recio mensaje. Es patrono de los que se preparan para el sacerdocio.

Por una enfermedad pulmonar fallece en Roma el 13 de agosto de 1621 con gran pesar de toda la comunidad del Colegio Romano quienes ya lo consideraban un santo. Sus últimas palabras fueron: Jesús, María.

Beatificado por Pio IX en 1865 y canonizado por el Papa León XIII en 1888 el mismo día que San Alonso Rodriguez , San Pedro Claver y los siete fundadores de los Siervos de María .

Bienaventurado Juan, que en la hora de la muerte quisisteis estrechar en vuestras manos el Crucifijo, el Rosario y las Reglas, diciendo: "estas tres cosas me son muy amadas; con ellas moriré gustoso", alcanzadme, os lo suplico por la Sangre de Jesucristo, tal respeto a la ley santa de Dios y obligaciones de mi estado, tal devoción a María Santísima, y tal amor a Cristo Crucificado, que al morir pueda repetir como vos: "Estas tres cosas son las que siempre he amado más en mi vida, y con ellas en el corazón moriré contento." Amén.



MÁXIMAS PARA RECORDAR

Nada procurare evitar con tanto empeño, como el ocio, la tristeza y las amistades particulares.



No estoy seguro de mi salvación, si no profeso un verdadero y filial amor a la virgen.



No me avergonzaré de ser tenido por persona espiritual y devota.



Lo que pueda hacer ahora no lo dejaré para después.



Si ahora mientras soy joven no me hago santo, nunca jamás llegaré a serlo.



Haré muchísimo caso de las cosas más pequeñas.



Obraré siempre de un modo contrario a las máximas del mundo.



El que más trabaja es el que menos siente el peso del trabajo.



Hacer mucho y hablar poco.



Atiende a ti únicamente. ¿Qué te importa de los demás?



Cuida tú de servir a Dios, y Dios cuidará de ti.



Ten con los demás la ternura de una madre, pero sé contigo juez riguroso.



Haz con toda diligencia el examen particular.



Me aplicaré  al estudio con toda diligencia y constancia.



Eligiré un día cada mes en que pueda más libremente recogerme, teniendo tres o cuatro meditaciones.



Evitaré con sumo cuidado juzgar a los otros y entrometerme en negocios ajenos: Si viese alguna falta inexcusable, he de compadecerme del que falto, mirando a mis muchos defectos, y en el acto rezaré por su enmienda una Ave María u otra oración.



Seré respetuosísimo con los mayores.



Seré muy fácil y generoso en dar a cada uno el trato y título que le correspondan: y guardaré la caridad como la niña de mis ojos.



Seré muy amante de las cosas espirituales, y principalmente de la meditación, examen y lectura espiritual.



¿De qué te aprovecha, alma mía decir o hacer aquello, de que después a solas te hayas de arrepentir?



Con todo empeño procuraré y conservaré la paz y alegría interior.



Me acostumbraré a excusar a los demás con entrañas de candor.



¿Por qué quieres ver lo que no te es lícito poseer? La modestia de los ojos es madre de la devoción y preserva de muchas tentaciones.



Pide consejo en todo, aun en las cosas de menor importancia.



Me desagrada:

    1ª la tardanza y pesadez en los movimientos del cuerpo

     2º la demasiada libertad en el hablar aunque sea de cosas espirituales

     3º contradecir con frecuencia

     4º mostrarse excesivamente delicado

     5º hablar con ironía

     6º andar por la calle volviendo la cabeza o mirando con demasiada libertad

     7º gritar y reír a carcajada suelta o sin moderación.



Evita en las cosas hacederas el disputar y contradecir a los demás.



La alegría exterior unida a la exacta observancia de mis deberes, es cosa muy agradable.



No trates con confianza al que pretenda hacerte vivir con más libertad.



Mira tus propios defectos y no los ajenos, y júzgate inferior a todos.

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