Hijo amadísimo, lo primero que quiero enseñarte es que ames al Señor,
tu Dios, con todo tu corazón y con todas tus fuerzas; sin ello no hay
salvación posible.
Hijo, debes guardarte de todo aquello que sabes que
desagrada a Dios, esto es, de todo pecado mortal, de tal manera que has
de estar dispuesto a sufrir toda clase de martirios antes que cometer un
pecado mortal.
Además, si el Señor permite que te aflija alguna
tribulación, debes soportarla generosamente y con acción de gracias,
pensando que es para tu bien y que es posible que la hayas merecido.
Y,
si el Señor te concede prosperidad, debes darle gracias con humildad y
vigilar que no sea en detrimento tuyo, por vanagloria o por cualquier
otro motivo, porque los dones de Dios no han de ser causa de que le
ofendas.
Asiste, de buena gana y con devoción, al culto divino, mientras
estés en el templo, guarda recogida la mirada y no hables sin
necesidad, sino ruega devotamente al Señor con oración vocal o mental.
Ten piedad para con los pobres, desgraciados y afligidos, y ayúdalos y consuélalos según tus posibilidades.
Da gracias a Dios por todos sus beneficios, y así te harás digno de recibir otros mayores.
Obra con toda rectitud y justicia, sin desviarte a la derecha ni a la izquierda; ponte siempre más del lado del pobre que del rico, hasta que averigües de qué lado está la razón.
Pon la mayor diligencia en que todos tus
súbditos vivan en paz y con justicia, sobre todo las personas
eclesiásticas y religiosas.
Sé devoto y obediente a nuestra madre, la
Iglesia romana, y al sumo pontífice, nuestro padre espiritual.
Esfuérzate en alejar de tu territorio toda clase de pecado, principalmente la blasfemia y la herejía.
Hijo amadísimo, llegado al final, te doy toda la bendición que un padre amante puede dar a su hijo; que la Santísima Trinidad y todos los santos te guarden de todo mal.
Y
que el Señor te dé la gracia de cumplir su voluntad, de tal manera que
reciba de ti servicio y honor, y así, después de esta vida, los dos
lleguemos a verlo, amarlo y alabarlo sin fin. Amén.
Testamento espiritual de S. Luis a su hijo.
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