Un precioso regalo desde Oriente, cortesíá
de la edición árabe de Aleteia: una oración antiquísima de la tradición
siria, que los monjes han rezado durante siglos y siguen rezando aún en
arameo, el idioma de Jesús. Una oración que pide la protección Maligno
durante la noche.
Este es el texto de la oración:
En la noche, hago el signo de la Cruz sobre mi cuerpo,y hago de Ella un guardián día y noche.
Este es el texto de la oración:
En la noche, hago el signo de la Cruz sobre mi cuerpo,y hago de Ella un guardián día y noche.
Así, en la noche, y cuando duermo y viene el Maligno para arruinarme el alma, ve la luz de tu cruz y corre a esconderse en la oscuridad de fuera.
Y por la mañana me levanto y te elevo mi alabanza.
San Pedro nos dice que nuestra esperanza en Sus promesas es firme y que no debemos asombrarnos de que nuestra fe sea probada en el fuego (1 Pe 1, 3-9) “Estad seguros –dice– y alcanzáis la meta de vuestra fe, la salvación de las almas”. Y tanto en Pedro como en Pablo encontramos una santa cautela: “Porque si, después de haberse alejado de la impureza del mundo por el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, se enredan nuevamente en ella y son vencidos, su postrera situación resulta peor que la primera.” (2 Pe 2, 20-22) Sabemos que la salvación, que es una activa participación en la gracia del Espíritu en nuestra vida diaria, es un don de Dios, Él nos comparte su Naturaleza Divina como un don gratuito, y espera que hagamos uso de otro don: nuestra libertad, y deliberadamente escojamos seguirlo, amarlo y preferirlo a Él antes que a nosotros. Él desea perdonarnos pero debe oír primero nuestro arrepentimiento y ver nuestros esfuerzos por cambiar.
San Juan pone por escrito ciertas condiciones que son necesarias de nuestra parte: (1 Jn)
San Pedro nos dice que nuestra esperanza en Sus promesas es firme y que no debemos asombrarnos de que nuestra fe sea probada en el fuego (1 Pe 1, 3-9) “Estad seguros –dice– y alcanzáis la meta de vuestra fe, la salvación de las almas”. Y tanto en Pedro como en Pablo encontramos una santa cautela: “Porque si, después de haberse alejado de la impureza del mundo por el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, se enredan nuevamente en ella y son vencidos, su postrera situación resulta peor que la primera.” (2 Pe 2, 20-22) Sabemos que la salvación, que es una activa participación en la gracia del Espíritu en nuestra vida diaria, es un don de Dios, Él nos comparte su Naturaleza Divina como un don gratuito, y espera que hagamos uso de otro don: nuestra libertad, y deliberadamente escojamos seguirlo, amarlo y preferirlo a Él antes que a nosotros. Él desea perdonarnos pero debe oír primero nuestro arrepentimiento y ver nuestros esfuerzos por cambiar.
San Juan pone por escrito ciertas condiciones que son necesarias de nuestra parte: (1 Jn)
1º Romper con el pecado. (Capítulos 1 y 3)
2º Guardar los mandamientos, especialmente el mandamiento del Amor. (Capítulos 2 y 3)
3º Desapegarse del mundo. (Capítulo 2)
4º Estar en guardia contra los falsos profetas. (Capítulos 2 y 3)
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