Los santos afirman con claridad que la humildad es el fundamento de 
toda creencia espiritual. Si no somos humildes, no somos santos. Así de 
simple. Pero por muy sencillo que sea saber que debemos ser humildes, no
 siempre es fácil poner en práctica esta virtud. Aquí disponen de seis 
métodos para cultivar la virtud de la humildad.
- REZAR PIDIENDO LA VIRTUD DE LA HUMILDAD
 
Toda virtud toma forma en el alma gracias a la práctica frecuente de 
la oración. Si deseáis realmente ser humildes, rezad todos los días por 
recibir esta gracia. Pedid a Dios que os ayude a derrotar a vuestro amor
 propio. Como enseñaba el santo cura de Ars:
Cada día deberíamos pedir a Dios con todo nuestro corazón por la 
virtud de la humildad y la gracia de comprender que no somos nada por 
nosotros mismos, y que nuestro bienestar corporal y espiritual viene 
sólo de Él.
Para ello, os recomiendo encarecidamente una hermosa oración conocida como Letanías de la humildad.
- ACEPTAR LA HUMILLACIÓN
 
Tal vez la manera más dolorosa, pero también la más eficaz, de 
aprender humildad sea la de aceptar las circunstancias humillantes y 
embarazosas. En palabras del padre Gabriel de Santa Marie-Madeleine:
Muchas almas querrían ser humildes, pero pocas desean la humillación.
 Muchos piden a Dios rezando fervorosamente por que les haga humildes, 
pero muy pocos desean ser humillados. Sin embargo, es imposible obtener 
la virtud de la humildad sin las humillaciones; de igual forma que a 
través del estudio podemos adquirir conocimiento, es a través del camino
 de la humillación que podemos lograr humildad.
Mientras deseemos la virtud de la humildad pero no estemos dispuestos
 a aceptar los medios que conducen a ella, no estaremos verdaderamente 
en el buen camino para adquirirla. Incluso si en algunas situaciones 
somos capaces de actuar humildemente, podría ser solamente el resultado 
de una humildad superficial y aparente, en vez de una humildad real y 
profunda. La humildad es la verdad; por consiguiente, decimos que, 
puesto que no poseemos nada por nosotros mismos, a excepción del pecado,
 es justo que recibamos humillación y desprecio.
- OBEDECER A LA AUTORIDAD
 
Una de las manifestaciones más evidentes de orgullo es la 
desobediencia. Paradójicamente, la desobediencia y la rebelión son 
aclamadas como grandes virtudes en la sociedad occidental moderna. La 
caída de Satán fue a causa de su orgullo: Non serviam, “No serviré”.
Por otro lado, la humildad se manifiesta siempre como obediencia a la
 autoridad, ya esté representada por un jefe o por el gobierno. Como 
decía san Benito:
El primer grado de humildad es la obediencia sin demora.
- DESCONFIAR DE UNO MISMO
 
Los santos nos dicen que si desconfiáramos de nosotros mismos y 
depositáramos nuestra confianza únicamente en Dios, entonces nunca 
cometeríamos ningún pecado. El sacerdote y escritor Lorenzo Scupoli 
llegó incluso a decir que:
La desconfianza en uno mismo es indispensable en el combate 
espiritual. Sin esta virtud, no podemos esperar vencer nuestras más 
débiles pasiones, y aún menos conseguir la victoria.
- RECONOCER QUE NO SOMOS NADA
 
Otro medio muy eficaz de cultivar la humildad es meditar sobre la 
grandeza y el esplendor de Dios, reconociendo al mismo tiempo nuestra 
propia nulidad en comparación a Él. El cura de Ars afirma que:
¿Quién podrá contemplar la grandeza de un Dios, sin anonadarse en
 su presencia, pensando que con una sola palabra ha creado el cielo de 
la nada, y que una sola mirada suya podría aniquilarlo? ¡Un Dios tan 
grande, cuyo poder no tiene límites, un Dios lleno de toda suerte de 
perfecciones, un Dios de una eternidad sin fin, con la magnitud de su 
justicia, con su providencia que tan sabiamente lo gobierna todo y que 
con tanta diligencia provee a todas nuestras necesidades! ¡Ante Él no 
somos nada!
- CONSIDERAR A LOS DEMÁS SUPERIORES A UNO MISMO
 
Cuando somos orgullosos, pensamos inevitablemente que somos mejores 
que los demás. Rezamos como el fariseo: “Señor, te doy gracias porque no
 soy como los demás hombres”. Esta satisfacción con uno mismo es 
increíblemente peligrosa para nuestras almas y es una abominación para 
Dios. Las Escrituras y los santos afirman que el único camino seguro 
consiste en considerar que los demás son mejores que nosotros mismos. 
“No hagan nada por rivalidad o por orgullo, sino con humildad, y que 
cada uno considere a los demás como mejores que él mismo”, afirma san 
Pablo (Fil 2:3).
Tomás de Kempis resume esta enseñanza en el capítulo 7 de su clásico La Imitación de Cristo:
No te estimes por mejor que otros, porque no seas quizá tenido 
por peor delante de Dios, que sabe lo que hay en el hombre. No te 
ensoberbezcas de tus buenas obras, porque de otra manera son los juicios
 de Dios que los de los hombres, y a Él muchas veces desagrada lo que a 
ellos contenta. Si tuvieres algo bueno, piensa que son mejores los 
otros, porque así conservas la humildad. No te daña si te pusieres 
debajo de todos; mas es muy dañoso si te antepones a sólo uno. Continua 
paz tiene el humilde; mas en el corazón del soberbio hay emulación y 
saña frecuente.
CONCLUSIÓN
No cabe duda al respecto: la humildad es el fundamento de toda vida 
espiritual. Sin esta virtud, jamás podremos progresar en santidad. Sin 
embargo, la humildad no es simplemente una abstracción para ser 
admirado. Es una virtud que aprender y practicar en las circunstancias de la vida cotidiana, a menudo dolorosas.
 Hagamos todo lo posible para ser siempre humildes, a imagen de 
Jesucristo, que “renunció a lo que era suyo y tomó naturaleza de siervo,
 haciéndose como todos los hombres”.
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