TRADUCCIÓN

domingo, 15 de marzo de 2015

LOS IDUS DE MARZO

Ciertos momentos clave del calendario tenían nombre propio. Los idus, por ejemplo eran los días 13 de cada mes, excepto en marzo, mayo, julio y octubre que se celebraba el día 15. Entre ellos destaca el conocido como "idus de marzo" que designaba al día 15 del mes dedicado al dios de la guerra Marte, el mes de Martius según los romanos. O lo que es lo mismo, el 15 de marzo para los hispanoparlantes. Otras referencias del calendario romano eran las calendas (el primer día de cada mes) y las nonas (el quinto día de cada mes excepto en marzo, mayo, julio y octubre, que era el séptimo día).
Estos días eran jornadas de buenas noticias, sin embargo, los caprichos de la historia hicieron que uno de estos días el propio Julio César fuera asesinado en el año 44 a.C. De hecho, según apuntaba el propio escritor griego Plutarco, César fue advertido del peligro, pero lo obvió y el idus de marzo de ese año se tiñó de sangre. Según el texto de Plutarco, "Lo que es más extraordinario aún es que un vidente le había advertido del grave peligro que le amenazaba en los idus de marzo, y ese día cuando iba al Senado, llamó al vidente y riendo le dijo: «Los idus de marzo ya han llegado»; a lo que el vidente contestó compasivamente: «Sí, pero aún no han acabado»".
Incluso años más tarde el propio Shakespeare haría famosa la frase "¡Cuídate de los idus de marzo!" (Beware of the ides of March, en su versión anglosajona original) a través de su obra Julio César, de 1599, en la que recreaba la conspiración que acabó con el asesinato del mandatario.
A finales de septiembre del año 46 a.C., a lo largo de casi dos semanas, Julio César celebró en Roma su éxito en cuatro guerras libradas en los años anteriores: en las Galias, en Egipto, en el Ponto y en África. Cubierto con un manto púrpura bordado en oro recorrió la ciudad de Roma montado en una cuadriga y acompañado de varios carros que exhibían al pueblo el cuantioso botín conseguido. Nunca se había visto en Roma una celebración tan grandiosa como aquella.
Casi dos años después, el 15 de marzo del año 44 a.C., hace hoy 2.057 años, cayó asesinado en el Senado, víctima de una conspiración orquestada por un grupo de senadores opuestos a sus ambiciones autocráticas. Cayo Casio, Marco Junio Bruto, Décimo Junio y un grupo de más de sesenta personas, los llamados Libertadores, materializaron su funesto plan, durante los idus de marzo, cuando César se hallaba junto a la estatua de Pompeyo, a quien, paradojas del destino, había derrotado cuatro años atrás en la batalla de Farsalia, en Grecia.Tilio Cimbro y Servilio Casca le asestaron los primeros golpes, a los que siguieron varias puñaladas que acabaron con su vida.
En octubre de 2012, un equipo hispano-italiano dirigido por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) anunció el hallazgo del lugar exacto donde fue apuñalado Julio César, en el centro del fondo de la Curia de Pompeyo, en el Largo di Torre Argentina, una plaza muy transitada del centro de Roma. Augusto, el hijo adoptivo y sucesor de Julio César, señaló el lugar en el que se cometió el infame asesinato mediante una estructura de hormigón de tres metros de ancho por más de dos metros de alto. El complejo arqueológico fue descubierto a finales de los años veinte, durante el gobierno de Mussolini, y desde entonces ha servido de refugio para una gran parte de los gatos callejeros de Roma.


Los idus de marzo[1] (en latín, Idus Martii o Idus Martiae) en el calendario romano correspondían a los días 15 del mes de Martius.
Los idus eran días de buenos augurios que tenían lugar los días 15 de marzo, mayo, julio y octubre, y los días 13 del resto de los meses del año.
Aunque marzo (Martius, mes consagrado al dios Marte) fue el tercer mes del calendario juliano, en el calendario romano más antiguo, fue el primer mes del año. Los días de fiesta observados por los romanos desde el primero de los idus reflejan su origen como celebraciones del año nuevo. Los idus de marzo, en los calendarios más antiguos, habrían sido los días correspondientes a la primera luna llena del año nuevo.[2]

Los idus de marzo en la cultura

Estos idus de marzo eran los más famosos de los idus por estar marcados por varias observancias religiosas y por haberse producido en esa fecha el asesinato de Julio César en 44 a. C., considerado un punto de inflexión en la historia de la Antigua Roma, marcando la transición del período histórico conocido como República Romana al Imperio Romano.[3]
Según el escritor griego Plutarco, César habría sido advertido del peligro, pero había desestimado la advertencia:
Lo que es más extraordinario aún es que un vidente le había advertido del grave peligro que le amenazaba en los idus de marzo, y ese día cuando iba al Senado, Julio César encontró al vidente y riendo le dijo: «Los idus de marzo ya han llegado»; a lo que el vidente contestó compasivamente: «Sí, pero aún no han acabado».
Plutarco
Aunque el calendario romano fue sustituido por los días de la semana modernos alrededor del siglo III, los idus se siguieron usando coloquialmente como referencia durante los siglos siguientes. Shakespeare en su obra Julio César en 1599 los citaba al escribir la famosa frase:
«¡Cuídate de los idus de marzo!».

Observancias religiosas

Panel que representa las fiestas Mamuralias en un mosaico de los meses, donde marzo está posicionado en el comienzo del año (proveniente de El Djem, Túnez (África romana), siglo III.
Los idus de cada mes estaban consagrados a Júpiter, el dios supremo de los romanos. El Flamen Dialis, sumo sacerdote de Júpiter, llevaba la "oveja de los idus" (ovis Idulius) en procesión por la Vía Sacra hasta el Arx, donde era sacrificada.[4]
Además de este sacrificio mensual, en los idus de marzo también se celebraba la Fiesta de Anna Perenna, una diosa del año (en latín, annus), cuya festividad originalmente concluía con las ceremonias del nuevo año. Este día era celebrado con entusiasmo por el pueblo con comidas en el campo, bebida y mucha diversión.[5] Una de las fuentes de la antigüedad tardía también sitúa las Mamuralias en los idus de marzo.[6] Esta celebración, que tiene aspectos de chivo expiatorio o de antiguos rituales pharmacos griegos, implicaba dar una paliza a un anciano vestido con pieles de animales y probablemente se le llevaba fuera de la ciudad. Este ritual podía haber formado parte de la fiesta de año nuevo, representando la expulsión del viejo año.[7]
En el período imperial tardío, los idus comenzaban una "semana santa" de fiestas[8] de Cibeles y Attis. Los idus eran los días del Canna intrat ("El junco entra"), cuando Atis nació y fue expuesto (abandonado) cuando era todavía lactante entre los juncos de un río de Frigia.[9] Atis fue descubierto, dependiendo de la versión del mito, por pastores o por la diosa Cibeles, que también era conocida como la Magna Mater, "Gran Madre".[10] Una semana después, cada 22 de marzo, los días de la fiesta del Arbor intrat ("El árbol entra") se conmemora la muerte de Atis bajo un pino piñonero. Un colegio de sacerdotes llamados los "portadores del árbol", los dendróforos (dendrophoroi) cortaban un árbol,[11] lo engalanaban y suspendían de él una imagen de Atis,[12] y lo transportaban al templo de la Magna Mater en medio de lamentaciones.
Finalmente, el día fue formalizado como parte del calendario oficial romano en tiempos de Claudio.[13] Y le hicieron seguir un período de tres días de duelo,[14] que culminaría con el renacimiento de Atis, el 25 de marzo, fecha del equinoccio de primavera en el calendario juliano.[15]

 Marco Bruto

Adorado por sus amigos, admirado por los buenos, y no odiado por nadie, ni siquiera por sus enemigos, pues era un hombre de carácter benigno, magnánimo, ajeno a la ira, a la lujuria y a la ambición, y de ánimo firme e inflexible en lo honesto y en lo justo». Tal era la imagen de Marco Bruto ante sus contemporáneos, según recoge Plutarco en su biografía; un ejemplo del romano íntegro y patriota. Pero este mismo hombre fue el instigador, y uno de los ejecutores, de uno de los asesinatos políticos más célebres de la historia: el de Julio César.
Marco Junio Bruto nació hacia el año 85 a.C., en el seno de una ilustre familia romana. Todos los romanos recordaban a uno de sus antepasados, Lucio Junio Bruto, que en torno al año 509 a.C. acabó con el último rey de Roma, Tarquinio el Soberbio, dando así paso a la República. Su padre participó de lleno en las luchas civiles de la fase final de la República romana y pagó un alto precio por ello, pues en el año 77 a.C., cuando el joven Marco tenía apenas ocho años, fue ejecutado por Pompeyo tras ser capturado en Módena. Su madre fue Servilia Cepiona, mujer dominante a la vez que inteligente y rica, una de esas audaces romanas que participaron activamente en la vida política y social de finales de la República. Servilia era hermana de Servilio Cepión, de quien Bruto se convertiría en hijo adoptivo, y medio hermana de otro personaje insigne, Catón el joven, que le serviría de mentor. Pero el parentesco más discutido de Bruto fue el que se le atribuyó con el mismo Julio César. En efecto, su madre Servilia contrajo un segundo matrimonio con Junio Silano, durante el cual mantuvo una relación adúltera con Julio César. Los historiadores antiguos supusieron que César fue el verdadero padre de Bruto y que por ello el dictador mostró siempre una especial consideración a quien creía su hijo. Sin embargo, esto resulta prácticamente imposible, pues cuando Bruto nació César tenía tan sólo catorce o quince años y su relación con Servilia fue bastante posterior.

Un filósofo en campaña

Desde su adolescencia, Bruto emprendió la carrera de honores habitual de los aristócratas romanos. Tras ingresar muy pronto en el Senado, sirvió en el ejército, primero en Chipre, bajo el mando de su tío Catón, y luego en Cilicia. Su matrimonio con una joven de la familia Claudia, Claudia Pulcra, lo alineó con la facción más conservadora del Senado, opuesta a los ambiciosos políticos que trataban de conquistar el poder, como Pompeyo y César. En esta época, Bruto se había convertido ya en un hombre muy rico debido no sólo a su patrimonio familiar y al de su padre adoptivo, sino también a sus negocios privados, incluido el de prestamista a alto interés, y a lo que pudo requisar del patrimonio público durante su estancia en Chipre. Eso no le impidió cultivar sus intereses intelectuales, en particular la filosofía y la historia. Durante las campañas militares empleaba las horas libres en leer y escribir. Plutarco cuenta que en vísperas de una batalla, un día de gran calor, sin esperar a que llegaran los soldados con la tienda, comió un bocado «y mientras los demás dormían o pensaban en lo que ocurriría al día siguiente, él pasó toda la tarde escribiendo, ocupado en elaborar un compendio del historiador Polibio».
 n el año 50 a.C., los senadores se enfrentaron a un dilema dramático: debían optar entre defender la causa de la República bajo un líder desacreditado, Pompeyo, o sumarse al golpe de Estado del mejor general romano del momento, Julio César. Bruto odiaba a Pompeyo por haber ordenado la muerte de su padre y su abuelo, que habían prestado su apoyo a la revuelta del ex cónsul Lépido tras la muerte del dictador Sila; Plutarco recuerda que Bruto, «cuando se encontraba con Pompeyo ni siquiera le saludaba». Pero también tenía motivos para odiar a César, por la relación de éste con su madre (y, según algunos, también con su hermanastra Junia). Finalmente, como republicano de corazón que era, optó por Pompeyo por considerar que su causa era más justa que la de César y marchó a alistarse en su ejército.

El perdón de César

La participación de Bruto en la guerra civil entre Pompeyo y César no fue muy destacada. Tras pasar algún tiempo acantonado en Sicilia, viendo que allí había poco que hacer, viajó por sus propios medios a Macedonia justo a tiempo para participar en la batalla final entre Pompeyo y César, en Farsalia, en el año 48 a.C. Según Plutarco, Pompeyo se maravilló de verle llegar a su tienda, y venciendo el desdén que sentía por su antiguo adversario «se levantó de su asiento y le abrazó como a persona muy distinguida y aventajada». En cuanto a César, ordenó a sus oficiales que respetaran la vida de Bruto; en caso de que se resistiera a ser capturado deberían dejarlo marchar. Sin duda pensaba en complacer así a su amante Servilia.
Tras su victoria en Farsalia, César perdonó la vida a Bruto, no se sabe si porque éste le escribió pidiéndole perdón o a ruegos de Servilia. En todo caso, Bruto se pasó decididamente al bando del vencedor. No tuvo reparo en descubrir que Pompeyo se había fugado a Egipto, donde el líder derrotado encontraría la muerte. En una de sus típicas muestras de clemencia calculada, César recompensó sus servicios concediéndole el cargo de gobernador de la Galia Cisalpina. Al año siguiente, cuando llegó el momento de decidir quién sería el próximo pretor urbano (la máxima autoridad judicial en Roma), César descartó al candidato que parecía más adecuado, Casio, y se inclinó por Bruto; otra muestra de favoritismo que alentó las sospechas sobre la paternidad secreta del dictador.

El salvador de la República

Bruto, sin embargo, no se sentía cómodo en su nueva situación, y fue así como en el año 45 a.C. decidió divorciarse de su mujer –en contra de la voluntad de su madre y provocando un gran escándalo en Roma– para casarse con Porcia, la hija de Catón el joven, el archienemigo de César, que acababa de suicidarse en Útica cuando se hallaba acorralado por las fuerzas del dictador. Sin duda, su nuevo matrimonio significaba una clara toma de partido por parte de Bruto. Algunos advirtieron a César de que su favorito se estaba volviendo en su contra, pero el dictador desechó las acusaciones y, tocándose el cuerpo con una mano, les decía: «Pues qué, ¿os parece que Bruto no ha de esperar el fin de esta carne?». Con esta frase quería decir que Bruto tenía en su mano convertirse en su sucesor natural en la más alta magistratura romana.
Pero Bruto empezó a escuchar los argumentos de Casio, que lo instaba a sublevarse contra el hombre que había acaparado todo el poder y actuaba como un tirano, pisoteando la libertad y dignidad de los auténticos romanos. Otros amigos le mostraban las estatuas de su antepasado Bruto, el que derrocó a Tarquinio, y le dejaban mensajes al pie de su tribunal de pretor que decían: «Bruto, ¿duermes?» y «En verdad que tú no eres Bruto». Finalmente, Bruto se implicó en la conspiración para matar a Julio César. Durante los preparativos de la acción, por la noche no podía ocultar a su esposa la agitación que lo embargaba, hasta que ésta le arrancó el secreto después de hacerse un profundo corte en el muslo para demostrarle su determinación. Fijado el día para el atentado, Bruto no faltó a la cita y fue uno más de los que clavaron su daga en el cuerpo de César hasta acabar con su vida.

Muerte en Filipos

Tras el magnicidio, Bruto y sus compañeros marcharon al Capitolio «con las manos ensangrentadas y, mostrando los puñales desnudos, llamaban a los ciudadanos a la libertad». Pero el pueblo romano, hábilmente manejado por Marco Antonio, reprobó la acción. Bruto marchó a Asia con una misión oficial, y de allí pasó a Creta y luego a Grecia.
A diferencia de Cicerón rechazó llegar a un acuerdo con Marco Antonio y Octavio, el futuro Augusto, pues «tenía firmemente resuelto no ser esclavo y miraba con horror una paz ignominiosa e indigna». De modo que en 43 a.C. organizó en Oriente, junto a Casio, un ejército para defender la causa de la República frente a Antonio y Octavio.
El choque definitivo tuvo lugar en las llanuras de Filipos, en el año 42 a.C. En realidad se libraron dos batallas. En la primera, Bruto derrotó a las fuerzas de Octavio, pero Casio fue vencido por Antonio y se quitó la vida. Tres semanas después, fue Bruto el derrotado. En un paraje retirado, desesperado ya de la vida y entre confusas parrafadas filosóficas, Bruto se suicidó arrojándose contra una espada sostenida con firmeza por su buen amigo y compañero en sus estudios de retórica, el griego Estratón.

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