La advocación de la Santísima Virgen María como Nuestra Señora de la Paz, se
originó en la ciudad española de Toledo, hacia fines del siglo XI. Está
estrechamente ligada a San Ildefonso, que fue uno de los más importantes obispos
de la Iglesia en España y uno de esos grandes maestros en la fe a los que los
creyentes llamamos "doctores"...
Entre sus abundantes enseñanzas destaca un entrañable amor a la Santísima Virgen María, que se esforzó por hacer venerar cada vez más en su Toledo del siglo VII y desde allí en toda la Península. En la vida de San Ildefonso, arzobispo de Toledo y devoto fervientísimo de la Virgen María, se relata cómo el 18 de diciembre del año 645, tras el décimo concilio toledano, el santo prelado, en compañía de su séquito, se dirigió pasada la medianoche a la Catedral para cantar los maitines. Al tiempo de entrar se produjo en el altar un fuerte resplandor que no podían resistir los ojos corporales. Los acompañantes de San Ildefonso huyeron asustados, pero éste avanzó resueltamente y vio a la Santísima Virgen, que había descendido de los cielos y estaba sentada en el trono episcopal del santo. La Madre de Dios habló con dulces palabras a su fiel servidor y le entregó una casulla (manto festivo para celebrar la Santa Misa), por los escritos donde el Santo había defendido la virginidad perpetua de María; después de lo cual desapareció.
Por aquel particular beneficio, la Iglesia de Toledo decretó que el día 24 de Enero, un día después de la fecha en que se conmemora la muerte de San Ildefonso, se celebrase en todo el arzobispado, con festividad especial, el memorable descenso de la Virgen María a la Iglesia Catedral. Por lo tanto, desde el siglo VII, la Catedral de Toledo quedó consagrada a la Santísima Virgen.
Entre sus abundantes enseñanzas destaca un entrañable amor a la Santísima Virgen María, que se esforzó por hacer venerar cada vez más en su Toledo del siglo VII y desde allí en toda la Península. En la vida de San Ildefonso, arzobispo de Toledo y devoto fervientísimo de la Virgen María, se relata cómo el 18 de diciembre del año 645, tras el décimo concilio toledano, el santo prelado, en compañía de su séquito, se dirigió pasada la medianoche a la Catedral para cantar los maitines. Al tiempo de entrar se produjo en el altar un fuerte resplandor que no podían resistir los ojos corporales. Los acompañantes de San Ildefonso huyeron asustados, pero éste avanzó resueltamente y vio a la Santísima Virgen, que había descendido de los cielos y estaba sentada en el trono episcopal del santo. La Madre de Dios habló con dulces palabras a su fiel servidor y le entregó una casulla (manto festivo para celebrar la Santa Misa), por los escritos donde el Santo había defendido la virginidad perpetua de María; después de lo cual desapareció.
Por aquel particular beneficio, la Iglesia de Toledo decretó que el día 24 de Enero, un día después de la fecha en que se conmemora la muerte de San Ildefonso, se celebrase en todo el arzobispado, con festividad especial, el memorable descenso de la Virgen María a la Iglesia Catedral. Por lo tanto, desde el siglo VII, la Catedral de Toledo quedó consagrada a la Santísima Virgen.
LA PROCLAMACIÓN DE
LA REINA DE LA DE LA PAZ:
Su nombre de Nuestra Señora de la Paz le fue impuesto tres siglos después, en el año de 1085, por un acontecimiento memorable que pasamos a relatar. Precisamente en el año de 1085, Alfonso VI, llamado el Bravo, rey de Asturias y de León, reconquistó de los moros la ciudad de Toledo. Una de las condiciones estipuladas en el tratado de paz fue la de que el templo principal de la ciudad quedase como mezquita a los moriscos. El rey Alfonso firmó el tratado y enseguida se ausentó de Toledo, dejando a su esposa, la reina Constanza como gobernadora de la plaza. Pero sucedió que los cristianos consideraron como cosa indigna que, si eran dueños de la ciudad, no lo fuesen de la Iglesia Metropolitana consagrada a la Santísima Virgen.
Don Alfonso anunció a los solicitantes, que la Catedral quedaría en poder de los musulmanes como lo había prometido. Pero en ese momento se produjo un acontecimiento extraordinario, que todos tomaron como una señal de que Dios había escuchado sus plegarias. Los musulmanes tomaron en consideración el peligro a que se exponían si mantenían el culto a Mahoma en lugar principal de aquella ciudad cristiana y enviaron al encuentro del rey a una comitiva de sus jefes. Los embajadores salieron de Toledo y, postrados ante Don Alfonso, le suplicaron que perdonase a los cristianos y se comprometieron a devolver la Mezquita, que antes había sido Catedral. Grande fue el regocijo del rey y el de su pueblo que vieron en aquella solución inesperada una obra de la Divina Providencia. El monarca ordenó, con el beneplácito del arzobispo y de todos los fieles que, al día siguiente, precisamente un 24 de enero, se tomase posesión de la Catedral y se hiciesen festividades especiales en honor de la Virgen María de la Iglesia Metropolitana, a la que, por haber restablecido la paz en la fecha de su fiesta, se la veneraría en adelante como a Nuestra Señora de la Paz. Aquel 24 de enero de 1085, se realizaron en Toledo magníficas ceremonias y espléndidas procesiones en honor de Nuestra Señora de la Paz, con cuyo título se venera hasta hoy a la Madre de Dios.
Desde ahí se extendió su devoción por toda España, y más tarde pasó a América, donde todas las naciones que fueron cristianizadas por España profesaron una veneración muy especial por Nuestra Señora de la Paz.
Su nombre de Nuestra Señora de la Paz le fue impuesto tres siglos después, en el año de 1085, por un acontecimiento memorable que pasamos a relatar. Precisamente en el año de 1085, Alfonso VI, llamado el Bravo, rey de Asturias y de León, reconquistó de los moros la ciudad de Toledo. Una de las condiciones estipuladas en el tratado de paz fue la de que el templo principal de la ciudad quedase como mezquita a los moriscos. El rey Alfonso firmó el tratado y enseguida se ausentó de Toledo, dejando a su esposa, la reina Constanza como gobernadora de la plaza. Pero sucedió que los cristianos consideraron como cosa indigna que, si eran dueños de la ciudad, no lo fuesen de la Iglesia Metropolitana consagrada a la Santísima Virgen.
Don Alfonso anunció a los solicitantes, que la Catedral quedaría en poder de los musulmanes como lo había prometido. Pero en ese momento se produjo un acontecimiento extraordinario, que todos tomaron como una señal de que Dios había escuchado sus plegarias. Los musulmanes tomaron en consideración el peligro a que se exponían si mantenían el culto a Mahoma en lugar principal de aquella ciudad cristiana y enviaron al encuentro del rey a una comitiva de sus jefes. Los embajadores salieron de Toledo y, postrados ante Don Alfonso, le suplicaron que perdonase a los cristianos y se comprometieron a devolver la Mezquita, que antes había sido Catedral. Grande fue el regocijo del rey y el de su pueblo que vieron en aquella solución inesperada una obra de la Divina Providencia. El monarca ordenó, con el beneplácito del arzobispo y de todos los fieles que, al día siguiente, precisamente un 24 de enero, se tomase posesión de la Catedral y se hiciesen festividades especiales en honor de la Virgen María de la Iglesia Metropolitana, a la que, por haber restablecido la paz en la fecha de su fiesta, se la veneraría en adelante como a Nuestra Señora de la Paz. Aquel 24 de enero de 1085, se realizaron en Toledo magníficas ceremonias y espléndidas procesiones en honor de Nuestra Señora de la Paz, con cuyo título se venera hasta hoy a la Madre de Dios.
Desde ahí se extendió su devoción por toda España, y más tarde pasó a América, donde todas las naciones que fueron cristianizadas por España profesaron una veneración muy especial por Nuestra Señora de la Paz.
ORACIÓN A NUESTRA SEÑORA DE LA PAZ:
Señora del mundo y Reina de la Paz, abraza a los hombres en la caridad, aleja los odios de la humanidad, y lleva a tus hijos al místico hogar.
Señora del mundo y Reina de la Paz, abraza a los hombres en la caridad, aleja los odios de la humanidad, y lleva a tus hijos al místico hogar.
Tú eres la Madre del Rey de la Paz; por eso Tú
puedes del suelo alejar la sangre y el llanto, la muerte y el mal. ¡Entrega a
los hombres el don de la Paz! Amén
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