TRADUCCIÓN

martes, 16 de diciembre de 2014

PRIM, EL MISTERIO DE UN MAGNICIDIO

27 de diciembre de 1870. Prim acude al Congreso para votar la aprobación del presupuesto de la Casa Real. Tenía que dejar todo cerrado ante la llegada del nuevo monarca, Amadeo I de Saboya. El rey Caballero iba a desembarcar en Cartagena tres días después. Allí estaba previsto que fuera Prim a recibirle, aunque ni el general, ni el rey, sabían que aquello finalmente no se llegaría a producir.

Aquel día caía una fuerte y densa nevada, un fenómeno habitual durante aquellos días de navidad. Debido a las bajas temperaturas que registró la ciudad, el gentío al que estaba habituada la ciudad era más bien escaso. Refugiarse y combatir el frío en lugares cubiertos provocó que las calles acabaran siendo un gélido desierto, y fue precisamente en una de ellas, en la calle del Turco, donde se desarrolló el asesinato del general Prim.





Su muerte está repleta de versiones, conjeturas, voces y dudas que no han hecho sino que acrecentar la polémica. Un magnicidio sin nombre ni rostro de los conspiradores. Un asesinato con múltiples preguntas que aún siguen sin respuesta.

"Mi general, a cada cerdo le llega su San Martín" le espetó un diputado en los pasillos del Congreso (así lo recoge Roque Barcia en La Federación Española). Una frase lapidaria teniendo en cuenta lo que sucedería después. 

Alrededor de las siete de la tarde es cuando Prim sale del edificio. En la calle de Floridablanca (la misma por la que entró) le esperaba su berlina verde, aquella que le llevaría hasta la residencia oficial, el Palacio de Buenavista ( hoy Cuartel General del Ejército). 
El trayecto era corto y sencillo. De la calle del Turco, (actualmente llamada Marqués de Cubas) al Palacio de Buenavista hay unos 700 metros. Tres minutos si uno se dirige en automóvil. 16 minutos si se hace a paso normal en caballo. Tiempo muy breve para un trayecto, eterno para salir de un fuego cruzado.


Antes de subirse al carruaje, el presidente del gobierno recibe la visita de Sagasta (ministro de Gobernación) y Herreros de Tejada. Ambos subieron con el general pero bajaron enseguida. Un comportamiento anómalo como señala Francisco Pérez Abellán en su libro Matar a Prim no hizo sino acrecentar las sospechas sobre la autoría del atentado que tendría lugar minutos después.

Finalmente, el carruaje se puso en marcha cuando sus dos hombres de confianza, González Nandín (ayudante personal) y el general Moya suben para acompañar a Prim. Nandín se ubica en el asiento de la derecha (lugar habitual donde se colocaba el presidente) y el general Moya enfrente (en la parte de la ventana).

Cuando el coche de caballos inicia su ruta todo estaba en orden, pero algo se tuerce en el cruce de la Calle del Turco con Alcalá. El carruaje frena bruscamente. Hay tres coches, dos delante y uno se cruza detrás. Se oye un largo y fino silbido en la calle. Da la sensación de que sea una clave, una señal para que se inicie la operación.


Ante este misterioso ambiente, el general Moya se asoma por la ventana. Fue entonces cuando atisba que de los carros y de una de las tabernas se acercan varios hombres armados con trabucos. "Mi general, agáchese, que nos hacen fuego!" , le dijo Moya a Prim. 

Pero la advertencia no sirvió de mucho pues los proyectiles llegaron al punto al que estaban destinadas: El general Prim. 

Fueron nueve los impactos que recibió, ninguno de ellos fueron mortales ( así se indica en el informe oficial).


Uno de los disparos le acertó en el hombro izquierdo (de donde supuestamente se le extrajeron hasta siete proyectiles), otra en el codo y una tercera le alcanzó la mano derecha. El impacto le reventó el dedo anular. También a Nandín le alcanzaron los tiros cuando interpuso su mano derecha para proteger al coronel. El único que sale ileso fue Moya. 

Tras el ataque, el cochero lanza varios latigazos para escapar del horror. Sube por la acera para esquivar el bloqueo. Entra por la calle Barquillo hasta el Ministerio de Guerra. Varios hombres armados le dejan pasar porque pensaban que el general ya había muerto. Al llegar a la residencia, Moya ayuda a bajar tanto al general como a su ayudante y cuenta el relato tradicional, que más tarde se pondría en duda, que Prim apoyó su mano malherida en la barandilla de la escalera y subió por su propio pie a sus aposentos. 

Una vez estabilizado los médicos procedieron a realizarle las primeras curas. Tal fue el destrozo que tenía en los dedos de la mano derecha que los expertos tuvieron que amputarle la primera falange del anular. Además, el impacto que presentaba en el hombro izquierdo le había sepultado al menos ocho impactos en la carne. Una operación que no resultó fácil, pues los cuidados se alargaron durante toda la noche y hasta bien entrada la madrugada. Finalmente, los médicos lograron extraerle siete balas, aunque falleció tres días después a causa de una septicemia, o no...

Las causas de la muerte que se relatan en la versión oficial han sido cuestionadas. Según recoge el Diario Oficial del Estado, el día del atentado el general Serrano comunicó que el Presidente del Consejo de Ministros sólo había sido "ligeramente herido al salir del Congreso en la tarde de ayer por disparos contra su coche en la calle del Turco" y también aseguró que se había "extraído el proyectil (que no proyectiles) sin accidente alguno ni complicación".


También se hace mención al comentario que le hace Serrano al vicealmirante Juan Bautista Topete (nombrado ministro de Estado el día del atentado) quien le ofreció la presidencia delante del "cuerpo ensangrentado de Prim" y se muestra a favor de la llegada de Amadeo (al que se oponía cinco días antes).

Sobre la evolución de Prim, el día 29 de diciembre de 1870 se llega a afirmar que el día anterior "se levantó el apósito que se había aplicado al presidente sin haber tenido lugar los accidentes que suelen presentarse en esta clase de heridas tan sujetas a complicaciones. El estado del enfermo no puede ser más halagüeño".


Algo que cambia el día 30, fecha de su muerte. Día en el que desembarca Amadeo de Saboya en Cartagena y es recibido por el almirante Topete. Aquella misma noche se comunica que Prim ha muerto debido una fiebre producida por los "grandes destrozos causados por las balas en codo, muñeca y hombro del lado izquierdo" que desembocan en una "intensa congestión cerebral que le produjo la muerte a las ocho y cuarenta y cinco minutos".

¿Pero fue esta la verdadera causa?, María del Mar Robledo e Ioannis Koutsourais afirman en su libro Las muertes de Prim (Ed Tébar Flores) que la septicemia no fue el motivo del fallecimiento. "La versión oficial cuenta que la causa de la muerte del general Prim es una infección de algunas de las lesiones que presenta el cuerpo, que son las lesiones que no habían sido operadas. Dos días después del atentado, le interviene el mejor cirujano de España y le extrae alguno de los proyectiles. En el cuerpo no hay ninguna evidencia de que se le haya practicado ninguna intervención quirúrgica", señala María del Mar Robledo.

Según este estudio médico legal, cabe la posibilidad de que el general Prim muriese por un estrangulamiento a lazo. "Sorprendentemente, en el estudio del cuerpo nos encontramos con algo que no contábamos, que eran unas marcas en el cuello muy bien definidas de 1 y 5cm de tamaño. Valoramos esas marcas, las estudiamos, descartamos lo que se dijo después de que se hubiesen producido por la ropa. Es algo imposible porque la camisa con la que fue inhumado el general es una camisa de cuello flexible y el único elemento rígido era una costura de 1cm. No puede ser que un elemento rígido, incluso haciendo mucha presión, haya dejado una impronta de 5, porque tenía que haber sido un objeto superior al que nosotros vemos en este momento. Finalmente concluimos que estas marcas que aparecen en el cuello son compatibles con un estrangulamiento a lazo", explica la antropóloga forense.

El análisis de la momia del político, que se hizo Hospital Sant Joan de Reus, con métodos como el TAC, radiología y endoscopia permitieron descubrir una herida en la espalda de la que apenas se sabía nada. "Percibimos una lesión en la parte superior izquierda que inicialmente identificamos como un orificio de salida de esa gran lesión que tenía en el hombro.Una vez analizada en profundidad nos dimos cuenta de que no era viable la versión oficial porque la ropa que llevaba el general en el momento del atentado no tenía sangre, no había ninguna marca de sangre, por lo tanto no se había producido de esa manera. Fue entonces cuando lo asociamos a una lesión por un arma blanca que se tuvo que producir posteriormente, es decir, una vez que llega a su casa", remarca la experta.


Existen también dudas sobre si se realizó o no una autopsia. "El proceso implica apertura de cavidades, y el actual cuerpo no las presenta. En el informe de la autopsia se señala que se recurre a la necroscopia para observar lesiones internas tanto ósea como musculares etc. De hecho, se describe una lesión ósea en el codo izquierdo que no existe. Para ver esa lesión se puede ver de dos maneras. De forma directa, es decir, abriendo y observando o como lo hemos hecho nosotros por radiología convencional, pero vimos que el cuerpo no ha sido autopsiado, que hay un informe oficial de la autopsia firmado por una serie de autores donde se presentan unas lesiones que no son compatibles con el informe médico de la época, así que por eso descartamos cualquier información oficial recogida hasta el momento", indica la forense Robledo.

La lista de sospechosos es interminable y nada clara. Después de diez años de investigación, 13 jueces y varios fiscales, aún hoy no existe un culpable (culpables). El gobernador de Madrid, Rojo Arias informó al juez Francisco García Franco que fueron cuatro los presuntos asesinos, sin embargo, el sumario del caso recoge hasta doce nombres, entre los que se encuentran los trabucaires (asesinos) José Martínez, Benito Rodríguez, Ramón Arnella, N. Camacho, Juan Monferrer, Adrián Ubillos, Francisco Huertas, Luis Villanueva Francisco Villanueva, José Montesinos y José Maza.


Otros a los que se menciona son Roque Barcia (director de La Federación Española), Vicente Álvarez (trabajador de el periódico El Combate), José Paul Angulo (director del periódico El Combate) Manuel Torregrosa, Antonio Cremades, Martín Arnedo, José López, José Genovés, Benito Pérez, Eustaquio Pérez Cano e incluso se señalan a personalidades como el general Francisco Serrano y el almirante Juan Bautista (ambos habían participado con Prim en la revolución de la Gloriosa),el secretario del duque de Montpensier, Felipe Solís y Campuzano, el duque de Montpensier , Antonio de Orleans

 También se han cuestionado las figuras de el cochero de la berlina y del lacayo de Prim. "En el momento del atentado Moya no era el más indicado para avisar de que les abrían fuego, tendría que haber dado la voz de alarma el cochero. Y otro personaje del que apenas se habla y no se sabe qué implicación tiene era el lacayo. Si miramos los grabados de la historia, en la berlina aparece el cochero y el lacayo encima, pero en ningún escrito aparece qué pasó con el lacayo, si estaba implicado, si murió en el atentado....", indica Ioannis.

A pesar de las posibles conjeturas, lo cierto es que eran muchas las fuerzas opositoras y enemigos de Prim: Unionistas, republicanos, alfonsinos, los partidarios de los Borbones, los seguidores de Antonio de Orleans, duque de Montepensier, los republicanos. Precisamente, el líder de estos, Francisco Pi i Margall, lanzó el día del atentado un duro discurso contra la llegada del nuevo rey.

Después de tantas elucubraciones, nombres, causas, señales y posibilidades, lo cierto es que 144 años después este suceso sigue llevando la etiqueta de Caso no resuelto. Mientras, sigue sonando aquel cántico de la época en el que se decía En la calle del turco le mataron a Prim, sentadito en su coche con la Guardia Civil. La música que puso voz a un final de proyectiles orquestados bajo la batuta de una conspiración.
  Clara Felis

Sí, don Juan Prim los tenía bien puestos, y así los tuvo hasta que el 30 de diciembre de 1870, a los 56 años, le apiolaron en la madrileña calle del Turco («en la calle del Turco mataron a Prim, mataron a Prim», cantaría el pueblo poco después, que le tenía por un amado mito) porque se había convertido en «un hombre peligroso» para los «obstaculos tradicionales» (así, con sentido del humor, llamaba él a los reaccionarios) y a sus ojos merecía -funesta tradición histórico-política- una buena andanada de perdigones. Con el cadáver (y hasta con su momia) se han dado unas cuantas vueltas en los últimos años, hasta llegar a la emisión hace un par de semanas de una fallida (fallidísima, según los historiadores serios) serie de televisión.

Y muchas vueltas también son las que ha tenido que dar uno de esos historiadores serios, Emilio de Diego, para agavillar las más de seiscientas páginas que conforman «Prim, mucho más que una espada» (Editorial Actas), un libro que da cumplido repaso de la vida y milagros de este gran catalán y, por ende, gran español llamado Juan Prim, un adelantado a su tiempo que allá por 1869 quiso que los españoles viviésemos como ahora, en un país de paz y progreso tutelado por una Monarquía constitucional, hoy la de Felipe VI, la de Amadeo de Saboya entonces.

«Además de un gran militar, héroe de la Guerra de Marruecos y de la Guerra Carlista -cuenta De Diego-, Prim destacó en otras muchas facetas, por ejemplo como diplomático y, sobre todo, como político, pues fue un hombre muy crítico con la situación de su época que quería solucionar con un proyecto que conjugara a la Corona con el pueblo y donde la soberanía nacional se sostuviera en el marco jurídico y político de una Constitución que debería ser garantizada por esa Monarquía parlamentaria».

Ideas muy avanzadas

Realmente, en esta España tan (mal) acostumbrada a militarotes con la espada demasiado larga, Prim es otra cosa: «Sin duda, es uno de los políticos más importantes del segundo tercio del siglo XIX, porque tiene una idea muy avanzada respecto a la mayor parte de los políticos, militares y hombres de la vida pública española de entonces. Avanzadas, sí, pero sin caer en utopismos ni revolucionarismos radicales y violentos, sus ideas eran realizables, creía que la soberanía nacional debía ser algo más que gritos vacíos y arrebatos emocionales sin operatividad práctica».

«Mucho más que una espada», subtitula su libro el profesor De Diego, como él mismo nos explica: «Hubo muchas espadas y hasta incluso muchos espadones. Pero Prim está por encima de Serrano, Narváez, OŽDonnell, Espartero... Prim mantiene su proyecto a pesar de la hostilidad de Palacio y de la Monarquía isabelina, contra la que conspira y a la que derroca, cuando tuvo claro que con ella no iba a haber un juego político constitucional. Era, además, un general de abajo a arriba, que supo encarnar los deseos de gran parte de la sociedad española, hasta convertirse en un auténtico mito, a pesar de que como cualquiera, tuviera sus luces y sus sombras».

Cuenta la leyenda (y algo más que la leyenda) que la Reina Isabel II se llevaba especial bien con los hombres. ¿Con Prim también? 

De Diego nos lo deja claro: «Con Isabel II se llevaba estupendamente bien, ella incluso le ennoblece y él siempre decía ¡Viva la Reina!, pero quería que esa Monarquía fuera la garante del orden jurídico-politico y de la expresión de la voluntad nacional. Eso no gustaba y el resto del espectro político veía en Prim a un individuo peligroso».

Obstáculos tradicionales

Parece claro que había que pararlo. Y lo pararon los que él llamaba «obstáculos tradicionales». Antes de los disparos de aquella noche de nieve en Madrid del 30 de diciembre de 1870, el general Prim tuvo que proponer un Rey que sustituyera a la segunda Isabel de nuestra historia: «Finalmente, Prim propuso a Amadeo de Saboya, hijo de Víctor Manuel, muy popular entonces porque había sido el artífice de la unidad italiana». Aquel era, como subraya el historiador, «un proyecto avanzadísimo, la Constitución de julio de 1869 y la Monarquía democrática de Amadeo eran el modelo político más avanzado de su tiempo».

Prim fue un auténtico liberal y no solo de palabra sino de hecho y con los hechos: «Espartero, O’Donnell, Narváez, Serrano... estos militares eran liberales y habían luchado por la libertad pero el concepto de liberal de Narváez y Prim era muy distinto. Para Narváez la libertad no era algo prioritario, lo eran el orden, la seguridad, las elecciones debían estar restringidas a los ricos, a la gente “de mérito”; para Prim , no era así».

Entonces, a ninguno de ellos, tampoco a Prim, la República les parecía viable. Pongamos un ejemplo que nos dicta Emilio de Diego: «En todas las consultas electorales siempre ganaban los monárquicos y en el Congreso, cuando se votó la elección de Amadeo de Saboya, hubo 191 votos a su favor y 60 a favor de la República».

En la calle del Turco mataron a Prim, mataron a Prim, un gran catalán un gran español, «un hombre que creía firmemente en la moralización de la vida pública, un hombre muy sencillo, hecho a sí mismo, al que le gustaba vivir bien, ser un bon vivant, lo que consiguió, y que se casó con una mujer muy rica, la mexicana Paca Agüero». Caso extraño, un general que no quería mandar sobre los españoles, sino que ellos se mandaran a sí mismos. Por eso, en la calle del Turco mataron a Prim.

Manuel de la Fuente




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