Mucho se ha especulado sobre el tema. Y muchos creyentes se hacen la pregunta
que encabeza el presente artículo. Esa curiosidad, por lo general, es sana, pues
en el servicio cristiano la aprobación o la desaprobación por parte de Dios
depende del conocimiento y cumplimiento de su voluntad (Lc. 12:47-48).
Para el Señor Jesucristo la sumisión a la voluntad del Padre era tan vital como
el alimento para el cuerpo (Jn. 4:32,
34; Jn. 5:30).
Y algunos ejemplos bíblicos nos muestran que nada puede sustituir la aceptación
de tal voluntad. El rey Saúl había recibido de Dios órdenes muy claras acerca
del botín dejado por los amalecitas; pero él creyó que sería mejor apropiarse de
éste a cambio del sacrificio de vacas y ovejas en honor de Yahveh. ¿Y qué le
dice el Señor? «¿Acaso se complace Yahveh tanto en holocaustos y sacrificios
como en la obediencia a las apalabras de Yahveh? Mejor es obedecer que
sacrificar» (1 S. 15:1-23).
Cuando la voluntad de Dios llega clara a nuestro conocimiento, todo intento de
sustituirla por criterios humanos aparentemente más acertados es insensatez y
rebeldía cuyas consecuencias habremos de deplorar el resto de nuestros días.
La voluntad de Dios en las cuestiones dudosas de la vida
No siempre encontramos en la Biblia respuesta a nuestras preguntas. Damos
algunos ejemplos (podrían citarse muchos más):
- Se me presenta la oportunidad de obtener un nuevo empleo. ¿Debo aceptarlo o no?
- Hay una persona que me atrae poderosamente. Ambos estamos recíprocamente enamorados. ¿Es voluntad de Dios que me case con ella?
- La relación con mis padres se ha hecho tensa, prácticamente insoportable. ¿Debo abandonar la casa paterna y vivir mi propia vida?
- Una situación análoga vivo en la iglesia. ¿Debo buscar otra en la que me incorpore como miembro?
- ¿Quiere el Señor que me prepare para servirle mejor en alguna forma de servicio cristiano?
- En el círculo de mis relaciones hay una persona con la cual congenio, pero no es cristiana. ¿Qué es aconsejable en tal caso?
- Me urge comprar un piso. ¿He de solicitar una hipoteca al banco?
- etc. etc. etc.
Principios generales para conocer la voluntad de Dios
En primer lugar hemos de entender que no hay camino seguro al conocimiento de
la voluntad divina cuando nuestra consulta admite dudas. La respuesta puede
variar según multitud de factores y circunstancias. Nos gustaría que Dios nos
enviase un ángel que nos indicara la decisión a tomar. O, al menos, que nos
fueran dadas una tablillas al estilo del antiguo urim y tumim del sacerdote
israelita en las que aparecía el oráculo de Dios. La consulta sobre la voluntad
del Señor en una cuestión determinada no es hoy en día algo que pueda resolverse
mediante un talismán, sino por medio de una percepción espiritual y una
sensibilidad debidamente desarrolladas. A modo de guía, sugerimos las siguientes
pautas:
1. Renuncia a todo prejuicio y a todo intento de justificar lo que a
nosotros nos gustaría que fuese la voluntad divina. De lo contrario, cualquier
respuesta que no se ajuste a nuestro deseo fácilmente será rechazada con
razonamientos fruto del autoengaño. Hemos de ir a Dios con mente y oídos
abiertos a su voz, sea cual sea su respuesta.
2. Oración sincera «para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el
Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento
de él; que él alumbre los ojos de vuestro entendimiento para que sepáis cuál es
la esperanza de la vocación a que él os ha llamado» (Ef. 1:17-18),
«que seáis llenos del conocimiento de su voluntad en toda sabiduría e
inteligencia espiritual. Así podréis andar como es digno del Señor, agradándole
en todo» (Col. 1:9-10).
3. Consideración del tema a la luz de la Biblia. En algunos casos la
enseñanza de la Escritura es suficientemente clara y nos indica si debemos o no
tomar la decisión que nos planteamos. En otros, puede suceder que no hallemos un
texto suficientemente claro para decidir la resolución que debemos tomar. Sin
embargo, la enseñanza global de la Escritura y el espíritu de la misma siempre
contienen luz que nos ayuda a tomar nuestras decisiones. Esa luz será tanto más
clara y útil cuanto más ampliamente conozcamos la globalidad de las Escrituras.
No podemos fiarnos demasiado de lo que nos dice un solo versículo. Es poco
fiable la práctica de abrir al azar la Biblia después de haber orado pidiendo a
Dios que nos dé como mensaje suyo el primer versículo que aparezca a nuestros
ojos. La experiencia de Agustín de Hipona no debe tomarse como ejemplo a seguir.
Él mismo, en sus Confesiones, da testimonio de lo que aconteció. Cuando
se debatía en una gran crisis moral, torturado por su conciencia de pecado, oyó
una voz misteriosa que decía: «Toma y lee». En aquel momento no tenía a mano en
su estancia más libro que un ejemplar del Nuevo Testamento. Lo tomó y lo abrió
al azar. Sus ojos se fijaron en el texto de Ro. 13:12-14,
que fue determinante de su conversión.
Pero no siempre ese modo de buscar la voluntad de Dios tiene efectos tan
positivos. La experiencia de Agustín debería contrastarse con la de aquel
creyente que, torturado por un problema, trató de encontrar la voluntad de Dios
abriendo -como Agustín- al azar el Nuevo Testamento. El texto sobre el cual se
fijaron sus ojos fue el referido al suicidio de Judas (Mt. 27:5).
Pensando que algo no había funcionado bien, aquel hombre piadoso repitió la
prueba. Esta vez le salió el texto «Ve y haz tú lo mismo» (Lc. 10:37).
Insatisfecho, y desechando esta respuesta por inapropiada, probó una vez más. El
texto que leyó en el tercer intento fue: «Lo que vas a hacer, hazlo pronto» (Jn. 13:27).
La experiencia ha mostrado que en la mayoría de los casos el texto salido al
azar nos dirá muy poco o nada que pueda considerarse una respuesta fiable.
En cualquier caso es importante asegurarnos de que no distorsionamos la
orientación bíblica con una interpretación de su mensaje sesgada por nuestras
ideas preconcebidas.
4. Demanda de consejo a persona capacitada para aconsejar con
sabiduría y criterio espiritual reconocidos. «El que obedece al consejo es
sabio» (Pr. 12:15).
Importantes decisiones de algunos personajes bíblicos se debieron a la
intervención de sabios consejeros. Como botón de muestra, recordemos a David en
su hora de furor incontenible por la rudeza hiriente de Nabal. La decisión de
David era dar muerte a aquel hombre. ¿Era esto la voluntad de Dios? Pronto se
vio que no. El sabio consejo de Abigail, esposa de Nabal, fue seguido por David,
y lo que pudo haber sido un episodio trágico se convirtió en un ejemplo de
sensatez; y el dominio propio, principio de una experiencia apacible y romántica
(1 S. 25).
5. Orientación mediante las circunstancias. Éstas en muchos casos
pueden ser valiosamente orientativas; pero también se prestan a ser mal
interpretadas. En el curso de su Providencia, Dios puede disponer las cosas de
modo que nos libre de decisiones equivocadas; o, por el contrario, introducir
una circunstancia que aparentemente facilite la decisión correcta. Sin embargo,
no siempre las circunstancias son guía infalible. En algunos casos pueden ser
engañosas y llevarnos a resoluciones que no corresponden a la voluntad de Dios.
Esta posibilidad ha de llevarnos a analizar la situación con cautela, dando una
grado de fiabilidad superior a los medios anteriormente señalados. No siempre
circunstancias favorables para tomar una decisión indican que nos guían a la
voluntad de Dios. A veces «aun el mismo Satanás se disfraza como ángel de luz»
(2 Co. 11:14).
El auge espiritual de la iglesia de Antioquía en días de Bernabé y Pablo era una
circunstancia que podía conducir a la iglesia a retener en su seno a aquellos
dos hombres extraordinarios; así seguirían beneficiándose de su magnífico
ministerio. Parecía un criterio muy juicioso; pero no entraba en los planes del
Señor, cuya voluntad era diametralmente opuesta. La circunstancia que se daba en
Antioquía no tenía por objeto retener a los dos grandes misioneros, sino
prepararlos para emprender la gran obra de su vida; de ella se beneficiaría no
sólo la iglesia antioquena, sino todas las iglesias que iban surgiendo y de las
iglesias de todos los tiempos hasta nuestros días. Una circunstancia determinada
puede ayudarnos a entender si apunta a la voluntad de Dios, siempre que coincida
con los parámetros ya señalados.
6. La voz interior. Muchos creyentes sostienen que Dios les habla de
modo especial, indicándoles lo que deben pensar y hacer. Frecuentemente se les
oye decir: «El Señor me ha dicho». Sin embargo, este elemento en la búsqueda de
la voluntad divina es el más dudable. Puede esa voz proceder del Espíritu de
Dios, como en el caso del joven Samuel (1 S. 3).
Y no cabe duda que el Señor puede guiar nuestro pensamiento y «hablarnos» de
modo que lo que pensamos y después decidimos es conforme a los planes que él
tiene para nuestra vida. No obstante, en muchos otros casos la voz interior no
procede de Dios, sino del interior del propio creyente. Tal fue el caso de los
falsos profetas en Israel (Jer. 14:14).
Por eso lo que atribuimos a Dios creyendo que es revelación suya para guiarnos
no pasa de ser una pretensión injustificada. De todos los caminos para llegar a
conocer la voluntad de Dios, éste es el menos garantizado, por ser el más
expuesto a error. Ello hace necesaria una gran sensibilidad espiritual y un
conocimiento sólido de las Escrituras. Lo que hemos dicho bajo el epígrafe
anterior, es válido para lo que aquí acabamos de señalar.
A menudo ninguno de los caminos a seguir para conocer la voluntad de Dios es
suficiente por sí solo. Conviene complementarlo con los medios expuestos a lo
largo de este artículo.
Dos observaciones importantes
1. No debemos esperar una respuesta sobrenatural del Señor cuando le pedimos
que nos revele su voluntad. Es más lógico, y más bíblico, ejercitar las
facultades intelectuales que él nos ha dado para discernir lo mejor a la luz de
su Palabra.
2. Por atinada que sea nuestra búsqueda de la voluntad de Dios, a menos que
ésta la hallemos muy claramente expuesta en la Biblia, siempre habremos de
adoptar nuestras conclusiones con reservas. Nunca podremos decir o pensar con
carácter absoluto: «Ésto es el plan de Dios para mi vida». Por lo general,
siempre quedará la sombra de la duda. Lo máximo que puedo decir es: «Creo que, a
través de mis reflexiones, limitadas pero honestas, Dios me guía a tomar tal o
cual decisión. Si me equivoco, que él me perdone y en su misericordia me haga
conocer mejor lo que quiere de mí y para mí». De una cosa podemos estar seguros:
«Por el Señor son ordenados los pasos del hombre y él aprueba su camino. Cuando
el hombre caiga, no quedará postrado, porque el Señor sostiene su mano» (Sal. 37:23-24).
Añadamos sinceramente algo más:
José M. Martínez
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