TRADUCCIÓN

miércoles, 11 de junio de 2014

TITO LABIENO



Tito Acio Labieno[1] (100 a. C. - 17 de marzo, 45 a. C.) fue el miembro más importante de una familia romana que se dice que perteneció a la gens Atia. Nació en el Piceno, actualmente Marche, zona en la que Pompeyo tenía abundante clientela. Fue uno de los lugartenientes de Julio César durante la Guerra de las Galias, mencionado frecuentemente en los relatos de sus campañas, aunque durante la Guerra Civil se pasó al bando optimate.
Vida antes del tribunado
Partiendo del hecho de que sirvió como pretor en el año 60 o en 59 a. C., Labieno debió nacer entre los años 99/98 a. C.[2] Muchas fuentes aseguran que Labieno procedía de la población de Cingulum, en el Piceno, de una familia del orden ecuestre (ordo equester) oriunda también del Piceno. Pronto conoció a Pompeyo, que se convertiría en su patrón y que le favoreció a lo largo de su carrera militar.[2] Realizó sus primeros servicios militares entre los años 78 y 75 a. C., en Cilicia, sirviendo bajo las órdenes de Publio Servilio Vatia Isáurico; posiblemente fue entonces cuando conoció a Julio César.[3]
Tribuno de la plebe

Labieno fue elegido tribuno de la plebe en el año 63 a. C. gracias a la influencia de su viejo patrón, Cneo Pompeyo Magno. Dado que en esos momentos Julio César y Pompeyo eran aliados políticos, Labieno le ofreció su cooperación y sus servicios, lo que hizo que en ese momento surgiera una amistad entre ellos dos.
Instado por Julio César, Labieno dirigió la acusación contra Cayo Rabirio cuando éste fue acusado de alta traición (perduellio), por el asesinato del tribuno de la plebe, Lucio Apuleyo Saturnino, (100 a. C.). La propuesta del juicio fue desestimada debido a que estaba en vigor un senatus consultum ultimum, una medida extraordinaria usada contra los Populares y las Asambleas Romanas. Labieno usó contra Rabirio el duumviri, un anticuado procedimiento utilizado en los albores de la República romana. Este procedimento se saltaba las leyes criminales normales, por lo que Rabirio debería ser juzgado sin defensa, pues los tribunos eran sacrosantos y matar a uno era una ofensa hacia los dioses. Este asesinato estaba visto como una contaminación más profunda que un crimen normal y un juicio normal era percibido como innecesario, lo que se debía hacer era apaciguar inmediatamente la ira de los dioses. Los duumviri eran asignados para los casos en que la culpabilidad era evidente y se debía limpiar la contaminación realizada mediante la flagelación.
Rabirio apeló y Cicerón habló en su defensa. Sin embargo, antes de que el Senado pudiera votar, Quinto Cecilio Metelo Céler usó sus poderes como augur y declaró adversos los augurios, por lo que se pospuso el juicio. Cuando se celebró, Rabirio lo perdió y fue exiliado por no poder pagar la irrazonable cantidad de dinero que se le pedía.[4]
El mismo año, como tribuno de la plebe, logró promulgar una ley que indirectamente consiguió para César el cargo de Pontifex Maximus,[5] al devolver al pueblo las facultades para hacer ese nombramiento. Otra propuesta que realizó Labieno en su condición de tribuno, según relata Veleyo Patérculo, fue la autorización a Cneo Pompeyo Magno para utilizar la vestimenta de triunfo en el circo; este honor era tan escandaloso que el propio Pompeyo, pese a su célebre vanidad, sólo se atrevió a aprovecharlo en una única ocasión. Cuando expiró su tribunado, sirvió como legado en las campañas de César en la Galia.


Legado en la Galia
Durante su periodo como legado fue el segundo al mando y el comandante supremo cuando César no se hallaba al frente de las legiones.[6] Es el único legado mencionado por César en los relatos sobre su primera campaña. A pesar de los éxitos de Labieno, que le podrían dar categoría de genio militar, César, como imperator, tenía el mando supremo, mientras que Labieno no era más que un comandante de caballería.
Dirigió a las tropas cuando acamparon en Vesontio en 58 a. C. También ostentaba el mando supremo en calidad de legado propretoriano cuando César se ausentaba.[7] Este cargo lo desempeñaba habitualmente cuando César se iba a cumplir sus obligaciones de procónsul en la Galia Cisalpina, y durante la segunda campaña de César en Britania, (54 a. C.).[8]
En 57 a. C., durante la campaña belga, en la batalla contra los nervios y los atrébates cerca de Sabis, comandó la IX y la X legión, derrotando a la fuerza de los atrébates y tomando el campamento enemigo.[9] De allí envió a la X legión a la retaguardia de las filas de los nervios, cambiando de esta manera el resultado adverso de la batalla y asegurando la victoria de César.[10]
Labieno también derrotó a los tréveros al mando de Induciomaro. El militar picentino pasaba los días fortificando su campamento con su ejército mientras Induciomaro lo agobiaba diariamente en un intento de intimidación y desmoralización. La táctica que adoptó fue la de aguardar a que Induciomaro y su ejército regresaran a su campamento, lo cual había observado que hacían siempre de manera desorganizada, y envió a su caballería, dividiéndola en dos alas para que llevaran a cabo un movimiento envolvente, con órdenes expresas de matar a Induciomaro, desentendiéndose de todo lo demás, y luego seguir a las legiones a su regreso.


Los hombres de Labieno tuvieron éxito, y con la muerte de su líder, los tréveros se dispersaron.[11] Tras esto las fuerzas de Induciomaro se reagruparon en torno a un pariente de su caudillo caído y se dirigieron contra Labieno, levantando un campamento en la otra orilla del río de donde estaba acampado con sus legiones, sin atacar debido a que estaban esperando refuerzos germanos. Labieno fingió una retirada, incitando a los tréveros a cruzar el río, y cuando lo hicieron dio media vuelta y lanzó a las legiones; los tréveros, cogidos en una posición de desventaja, fueron diezmados. Tras recibir noticias de esta derrota, los refuerzos germanos volvieron a sus casas.[12]
La derrota de los parisios en Lutecia fue otra muestra de su genio táctico. Envió cinco cohortes a la retaguardia de Agendico y cruzó el Sequana (actual río Sena) personalmente, engañando así al enemigo, que pensó que había dividido a su ejército en tres partes que cruzaban el Sequana por tres sitios distintos.[13] El ejército enemigo se dividió en tres grupos y persiguió a Labieno. El cuerpo principal se encontró de pronto con que las legiones no se habían dividido, y tras rodearlos, aniquiló a los refuerzos con su caballería.[14]
Era un general con unas tácticas que horrorizaban incluso a los vanidosos galos: mataba, decapitaba, incluso llegó a enterrar vivos a soldados enemigos, si bien es cierto que debe considerarse que para los romanos la crueldad era permitida siempre que no se revelara innecesaria.
En septiembre de 51 a. C., César designó a Labieno como gobernador de la Galia Cisalpina.[15]
Guerra Civil
Tras la toma de Roma por César, desertó de su bando y se unió al de Pompeyo. Fue recibido con los brazos abiertos en la facción Pompeyana, trayendo 3.700 jinetes galos y germanos con él.
En el libro, Biografía de Tito Labieno, Legado de César en la Galia Tyrell repara en que los historiadores modernos describen las acciones de Labieno como una deserción del bando de César, y no dudan en llamarle Desertor o Renegado, posiblemente por su subjetividad con respecto a César. Tyrrell da un punto de vista alternativo, que Labieno era un hombre "que se unió al gobierno legítimo en un intento por detener a un procónsul revolucionario que intentó elevar su dignitas por encima de su condición".
Sin embargo, de acuerdo con Dión Casio, las razones de Labieno para desertar no eran tan nobles. Había adquirido muchas riquezas y fama en la Galia. Creyó que debía ostentar un mando igual al de César. Sin embargo, César no le había dado ningún mando independiente ni ninguna perspectiva de consulado. Estaba resentido por la falta de reconocimiento y desarrolló un profundo odio hacia César.
Pompeyo hizo a Labieno comandante de su caballería. Éste intentó convencer a Pompeyo para que plantara cara a César en Italia y no se retirara a Hispania (Península Ibérica, comprendiendo las actuales España y Portugal) para reagruparse, alegando que el ejército de César estaba muy cansado después de su larga campaña en la Galia.
Pero su fortuna con Pompeyo fue la contraria a la que había tenido con César. Tras la derrota en la Batalla de Farsalia huyó a Córcega, y tras la muerte de Pompeyo, a la provincia de África. Logró insuflar algo de confianza en los seguidores republicanos mintiéndoles y diciéndoles que habían herido mortalmente a César en la Batalla de Farsalia. Ahí logró, gracias principalmente a la superioridad numérica, una ligera victoria sobre César en la Batalla de Ruspina, en 46 a. C. Concentrando su fuerza en densas formaciones engañó a César haciéndole creer que tenía menos soldados. Fue capaz de infiltrarse entre la caballería de César, rodeando a su ejército. Tras la derrota en la Batalla de Tapso, en la que murieron Quinto Cecilio Metelo Escipión y Marco Porcio Catón, huyó a Hispania y se unió a Cneo Pompeyo el Joven
Labieno murió en la Batalla de Munda. Durante este enfrentamiento entre los ejércitos de César y los hijos de Pompeyo, el Rey Bogud, un aliado de César, y su ejército se estaban aproximando a los pompeyanos por la retaguardia. Labieno estaba al frente de una unidad de caballería en ese momento y reorganizó filas para contenerles pero el resto del ejército pompeyano malinterpretó esto como una retirada y rompieron filas, lo que aprovecharon las tropas cesarianas para infligirles bajas masivas durante la retirada. Esta derrota finalizó la Guerra Civil. Al parecer, Labieno fue abatido durante la retirada, y se le hicieron las correspondientes exequias fúnebres, pero de acuerdo con Apiano, su cabeza se llevó ante César.
Tuvo un hijo llamado Quinto Labieno.
Wikipedia

Corría el mes de enero del año 49 a.d.C.: Julio César diseñaba el paso del Rubicón como el medio imprescindible para lograr sus objetivos políticos. Muchos de sus mandos le siguieron ciegamente. Tito Acio Labieno, que había dirigido a los équites en prácticamente toda la guerra de las Galias, se negó a hacerlo. 


Madrugada del 11 de enero del año 46 a.C. Julio César y la treceava legión atraviesan el río Rubicón, frontera con la Galia. Lo hacen sabiendo que desafían al senado de Roma, dominado por los conservadores y liderado por el cónsul Pompeyo Magno. Es el inicio de una guerra civil y Tito Labieno, comandante de la caballería de César y considerado su segundo en el mando en la campaña de la Galia, huye precipitadamente uniéndose al bando pompeyano. Esa traición, inconcebible para Julio César, estaría presente en las batallas que librarían ambos ejércitos y, ciertas decisiones del general, tendrán una repercusión en un futuro lejano.

No era Labieno un cualquiera. Entre otras, la derrota de los galos en Lutecia, fue en buena medida fruto del genio militar del Comandante. Enviando cinco cohortes a la retaguardia, y cruzando el Secuana (el actual Sena), engañó a las tropas enemigas. Pensando que había dividido a su ejército en tres partes también ellos actuaron así. Sólo para descubrir que los romanos no se habían fraccionado. Tras rodearlos, Labieno aniquiló a los galos.


Pues bien, a pesar de ser el único comandante citado por Julio César en la Guerra de las Galias, Labieno no quiso renunciar a sus principios por el supuesto compromiso con un superior. Su razonamiento era que Julio César había sido cegado por la ambición, frente a lo que debía ser la evolución razonable de la República.


Quienes apoyen la ciega respuesta a las órdenes de un jefe, o la confianza empecinada en una estructura organizativa condenarán el comportamiento del oficial romano. Quienes pensamos que existen principios superiores, empezando por el de la propia conciencia, apoyamos y aplaudimos el comportamiento de Labieno. 
 
Opinión
La batalla de Farsalia tuvo lugar en agosto del 48 a. de C. Se enfrentaron César y Pompeyo. En su afán por engrandecer la propia figura, César escribiría en sus Comentarios sobre la Guerra Civil que Pompeyo contaba con 110 cohortes frente a las 80 propias. Habría, pues, unos 66.000 hombres de Pompeyo al mando de Publio Cornelio, Marcelo Escipión, Lucio Domicio y Tito Labieno. César tendría algo más de 30.000 legionarios.
Antes del ataque, Pompeyo, conocedor de las capacidades del aspirante a dictador, había pensado en retirarse. Tanto Catón como Marcelo lo impidieron. ¡Sería cobardía!, le increparon. ¿Es que no podía vencer a su opositor, como había casi logrado en la Dirraquio (Durres), un mes antes? Uno de los motivos del fracaso de César en el anterior combate había sido plagiar la estrategia que le había proporcionado la victoria en Alesia. No repetiría el error en Farsalia.
Muchos autores se han preguntado sobre el porqué del desastre pompeyano. Entre las causas, menciono dos. En primer lugar, la habilidad de César para innovar, retirando en el momento preciso un tercio de sus legionarios de la tercera línea para formar las seis cohortes que, posicionadas de forma oblicua, pudieron hacer frente, con la ayuda de la caballería, a las fuerzas dirigidas por Labieno. Perdido el factor sorpresa, Labieno y sus jinetes cayeron en la celada tendida por César cuando eran ellos quienes pensaban que iban a pillarle por sorpresa.
Hay más. Pompeyo no había visto la conveniencia de lanzarse a la batalla en aquel enclave: fue forzado por Catón y Marcelo. Por motivos más políticos que militares, deseaban acabar con su competidor. Tan convencidos estaban de la victoria que Marcelo había encargado el menú para la noche y, ¡aún más ridículo!, había comenzado a celebrar el éxito antes de entrar en combate. Las tropas pompeyanas mostraron una grotesca creencia en su superioridad. César, por su parte, había tratado de inculcar a su gente la necesidad de gran tenacidad y exigencia, a la vez que les llenaba de ilusión. Según él, sus enemigos habían corrompido la República, y repetía incansablemente: 'Todo lo hago por vosotros'.
Con fuerzas mejor dispuestas, más motivadas, apoyadas por una estrategia innovadora, la balanza se inclinó hacia quien había cumplido mejor sus obligaciones directivas, asumiendo riesgos, frente al burocratizado Pompeyo.
Innumerables veces se han repetido escenas semejantes: durante el desayuno previo a la batalla de Waterloo, otro ejemplo, el mariscal Soult previno a Napoleón de las dificultades. La respuesta del corso fue: 'Tus derrotas ante Wellington hacen que le consideres un gran general. Bien, déjame decirte que yo le considero un mal general, que los ingleses son malos soldados, y que ce sera l'affaire d'un déjeuner'. Estaba seguro de que se iba a merendar a las tropas enemigas. Hasta había encargado la cena: cordero asado.
Marcelo, Catón y Napoleón son ejemplos de cómo la hibris o hybris puede conducir al fracaso. Con el término hibris, los griegos se referían al desmedido orgullo que conduce a confiar de tal manera en uno mismo que se ignoran los consejos de los experimentados. Escribió Eurípides que aquel a quien los dioses quieren destruir, primero lo vuelven loco. La confianza desmesurada en las capacidades propias y en los planteamientos personales suele llevar a perder contacto con el sentido común. Cada realidad, sea una guerra, un negocio financiero o una operación mercantil, tiene una lógica. En ocasiones, por la aparición de la inopinada fortuna u otras circunstancias, las cosas podrán no salir como estaba previsto. Sin embargo, el fiasco estará asegurado cuando se pierde el contacto con el sentido común.
En la actual recesión económica, es fácil vislumbrar esta condena de los dioses en dirigentes de organizaciones públicas y privadas que parecen haber perdido ése que es el más necesario y el menos común de los sentidos. Me gusta repetir que un negocio es la respuesta a cinco preguntas: ¿Qué vendo?, ¿a quién se lo vendo?, ¿por qué me compran?, ¿durante cuánto tiempo? y ¿cuánto gano? Cuando un directivo piensa que las leyes empresariales no rigen para él, sea por carencia de técnica o de ética, el desastre llegará.
Conozco casos en los que la falta de ética aparece cuando la insuficiencia de capacidades técnicas ha llevado a una organización a un lugar próximo al derrumbadero. Me atrevo a proponer que Madoff no diseñó su estafa desde el principio. Igual que otros, quizá tuvo buena intención en su origen, pero la hibris puede acabar conduciendo a túneles sin salida. Sucede lo mismo en las actividades públicas, particularmente en la política. Cuando un dirigente considera que puede prescindir de la lógica, porque su visión de la realidad supera las expectativas y la lógica ajenas, acabará conduciendo al desastre. Y lo hará con una seguridad pseudomesiánica. A casi todo el mundo le vienen a la cabeza ejemplos de épocas recientes (Stalin, Hitler o Mao). Otros muchos siguen en activo.
Urgente resultaría que, quienes tienen curación, acudiesen con urgencia a un coach o a un psiquiatra. La realidad, en Farsalia, en Waterloo y ahora, acabará por imponerse. A veces, con excesivo e innecesario sufrimiento para quienes no tuvieron culpa.
Javier Fdez Aguado
 
 

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