Si
queremos reír mientras leemos la vida de un santo no tenemos más que tomar en
nuestras manos la Vida de San Felipe Neri, un hombre que santificó realmente
el buen humor. A su lado no se podía estar serio. Porque las cosas más graves
las tomaba con un aire de gracia, de simpatía, de chiste, que sabía sacar
punta a todo, como decimos. Y, sin embargo, era un santo que no miraba más
que a Dios, a hacer bien a las almas, a salvarlas, a llevarlas a la
perfección. Llenó la Roma de todo el siglo dieciséis. Los Papas, los
Cardenales, otros Santos de mucha categoría, como Ignacio de Loyola, se
atenían a su consejo, se confiaban a sus oraciones, y era el confesor que
pacificaba muchas conciencias.
Tenía gracia y sabía hacer las cosas con humor. Enseñaba y avisaba sin
ofender. Y riendo, riendo, metía las verdades mayores en las almas. Aquel
joven —éste es uno de los casos suyos que más se cuentan— era un buen
soñador. Felipe le quiere hacer ver la vanidad de la vida, y empieza con sus
“después” famosos: -Y ahora muchacho, ¿qué piensas hacer, muchacho? -Pues,
estudiar fuerte y sacar mi carrera. -¿Y después?... -Después, buscarme un
trabajo que me dé nombre y me dé dinero. -¿Y después? -Después, me buscaré mi
novia, naturalmente, y que sea buena y bonita. -¿Y después? -Después, me
casaré, y a ser feliz. -¿Y después? -Después..., eso que he dicho, a ser
feliz toda mi vida con mi mujer. -¿Y después?... -¡Toma! Pues, como todos los
hombres. Después, a morir, y ojalá sea de viejo, ¿no le parece?... -¿Y
después? -Después, después... -Ya te lo digo yo. Después a presentarte en el
tribunal de Dios, a darle cuenta de toda tu vida y a recibir de Él la
sentencia que durará para siempre.
De una manera tan sencilla, tan divertida, tan simpática, orientaba a un
joven por el camino de la vida para que su ideal fuese cristiano y no vulgar.
Con otro lo hizo de una manera más seria, aunque igual de alegre. Entre
sus discípulos del Oratorio tenía uno muy bien preparado, listo y ejemplar.
Por luz divina —pues Felipe conocía mucho a las almas— intuye lo que le
aguarda a aquel su estupendo dirigido, llamado César Baronio. El Santo, en
vez de dedicarlo a los estudios en los que brillaría tanto, lo manda a la
cocina y allí lo tiene en humildad y sacrificio durante mucho tiempo. César
obedece rendido. Y sin quejarse, y con buen humor, escribe en la pared una
frase que se ha hecho muy famosa: -César Baronio, cocinero perpetuo. Cuando
César está ya bien entrenado en la humildad y el sacrificio, Felipe lo saca
de la cocina y lo destina a los estudios. Vino lo que se esperaba: César
investiga, enseña, escribe y se convierte como historiador en una autoridad,
de prestigio enorme en toda Europa con su obra monumental de Los Anales. Ya
teníamos al sabio y santo Cardenal Baronio, y no un profesor y un escritor
vulgar y vanidoso...
Felipe, nacido en Florencia, es mandado por su padre con un tío suyo que
le quiso dejar su fortuna, aunque decía: Le dejaría todo a este sobrino si no
rezase tanto. Y es que Felipe, más que al negocio, atendía a las almas. Se
entretenía con los clientes preguntándoles: ¿Ya vas Misa el domingo?
¿Comulgaste por Pascua? ¿Te sabes el Padrenuestro?... Como no le va el
negocio, Felipe se marcha a Roma, y ya no se va a mover de ella nunca. Hasta
los treinta y seis años, Felipe es un apóstol seglar: visita hospitales,
enseña catecismo, atiende a los pobres... Al fin se ordena de sacerdote, y
piensa en ir a las misiones de las Indias. Pero recibe este aviso del Cielo:
Felipe, tus Indias están en Roma. No te moverás de aquí.
Así, Felipe será el gran Santo de Roma. Horas
inacabables de confesonario... Procesiones interminables cada día de iglesia
en iglesia con la gente humilde, a la que enseña a rezar y a vivir bien...
Atención a pobres y a enfermos, porque es un héroe de la caridad... Horas y
horas con turbas de niños, con los que juega y se divierte, aunque los
mayores no entienden cómo los aguanta. Pero él contesta: Con tal que no
ofendan a Dios, si les gusta pueden cortar leña sobre mis espaldas. Y se
dirige a los niños: ¡A jugar y a divertirse todo lo que se pueda! Lo único
que os pido es que no cometáis nunca un pecado mortal...
Gasta buen humor hasta con Dios en sus oraciones. Muy humilde, le dice a
Dios: No te fíes de Felipe, pues hoy mismo te puede abandonar y hacerse
turco. Entonces era eso como hoy abandonar la Iglesia Católica y pasarse al
peor enemigo... Le hace también poemas a Dios, como cuando le dice: Yo amo y
no puedo dejar de amar. Quiero que, por un buen cambio, Tú seas yo, y yo sea
Tú. Dios responde a oraciones tan bellas concediendo a Felipe una oración
altísima.
Es muy conocido el fenómeno del corazón: se le inflamó de tal modo que le
estalló y le dobló dos o tres costillas... Al celebrar la Misa, se quedaba
absorto, fijos los ojos en la Sagrada Hostia después de la consagración... El
monaguillo se escapaba de la iglesia y lo dejaba solo en el altar. Regresaba
al cabo de dos horas, Felipe volvía en sí, y proseguía la celebración...
Incomprendido a veces o acusado falsamente, nunca se defendía. Tan
penitente, que casi no comía, y como enflaquecía mucho y se lo hacían notar,
él respondía con su clásico buen humor: No, si lo que pasa es que no quiero
engordar... Dios le recompensaba con tal fervor en la oración y tanta
felicidad espiritual, que exclamaba con frecuencia: ¡Basta, Señor, basta, que
no puedo con tanta dicha!...
Más de una vez ha intentado el Papa nombrarlo Cardenal. Felipe lo rechaza
siempre, pero sin despreciar ni ofender. Cuando se lo comunican, toma su
bonete viejo, lo lanza al aire haciendo piruetas, y exclama riendo: ¡Cielo,
cielo, que no cardenalatos quiero!...
Llegado el último día, Felipe Neri tenía que morir con el buen humor con
que había vivido. Era el 25 de Mayo de 1595. Se levanta, dice la Misa como de
costumbre, se confiesa, reza, y da a sus discípulos del Oratorio un brazo. Se
acuesta otra vez, y pregunta en medio de la noche: -¿Qué hora es? -Las tres.
-¿Las tres? Tres y dos son cinco, tres y tres son seis, y a las seis la
partida... A las seis se iba al Cielo.
El hombre busca la felicidad, pero
nada de este mundo puede dársela. La felicidad es el fruto sobrenatural de la
presencia de Dios en el alma. Es la felicidad de los santos. Ellos la viven en
las mas adversas circunstancias y nada ni nadie se las puede quitar. San Felipe
Neri ilustra admirablemente la felicidad de la santidad. Dispuesto a todo por
Cristo, logró maravillas en su vida y la gloria del cielo.
Nació en Florencia, Italia, en 1515,
uno de cuatro hijos del notario Francesco y Lucretia Neri. Muy pronto perdieron
a su madre pero la segunda esposa de su padre fue para ellos una verdadera
madre.
Desde pequeño Felipe era afable,
obediente y amante de la oración. En su juventud le gustaba visitar a los padre
dominicos del Monasterio de San Marco y según su propio testimonio estos padres
le inspiraron a la virtud.
A los 17 años lo
enviaron a San Germano, cerca de Monte Casino, como aprendiz de Romolo, un
mercante primo de su padre. Su estancia ahí no fue muy prolongarla, ya que al poco tiempo
tuvo Felipe la experiencia mística que él llamaría, más tarde, su "conversión"
y, desde ese momento, dejaron de interesarle los negocios. Partió
a Roma, sin dinero y sin ningún proyecto, confiado únicamente en la
Providencia. En la Ciudad Eterna se hospedó en la casa de un aduanero florentino
llamado Galeotto Caccia. quien le cedió una buhardilla y le
dio lo necesario para comer a cambio de que educase a sus hijos,
los cuales -según el testimonio de su propia madre y de una tía -se portaban como ángeles bajo la dirección del santo.. Felipe
no necesitaba gran cosa, ya que sólo se alimentaba una vez al día y su dieta se
reducía a pan, aceitunas y agua. En su habitación no había
más que la cama, una silla, unos
cuantos libros y una cuerda para colgar la ropa.
Fuera del tiempo que consagraba a la enseñanza, Felipe vivió como un
anacoreta, los dos primeros años que pasó en Roma, entregado día y noche a la oración. Fue
ese un período de preparación interior, en el que se
fortaleció su vida espiritual y se confirmó en su deseo de servir a Dios. Al
cabo de esos dos años, Felipe hizo sus estudios de filosofía y teología
en la Sapienza y en Sant'Agostino. Era muy devoto al estudio, sin
embargo le costaba concentrarse en ellos porque su mente se absorbía en el amor
de Dios, especialmente al contemplar el crucifijo. El comprendía que Jesús,
fuente de toda la sabiduría de la filosofía y teología le llenaba el alma en el
silencio de la oración. A los tres años de estudio,
cuando el tesón y el éxito con que había trabajado abrían
ante él una brillante carrera, Felipe abandonó súbitamente los estudios. Movido
probablemente por una inspiración divina, vendió la
mayor parte de sus libro y se consagró
al apostolado.
La vida religiosa del pueblo de
Roma dejaba mucho que desear, graves abusos abundaban en la
Iglesia; todo el mundo lo reconocía pero muy
poco se hacía para remediarlo. En el Colegio cardenalicio
gobernaban los Medici, de suerte que muchos
cardenales se comportaban más bien como príncipes seculares que como
eclesiásticos. El renacimiento de los estudios clásicos había sustituido los ideales cristianos por los paganos, con el
consiguiente debilitamiento de la fe y
el descenso del nivel moral. El clero había caído en la indiferencia, cuando no en la corrupción; la mayoría de los sacerdotes no
celebraba la misa sino rara vez, dejaba arruinarse las
iglesias y se desentendía del cuidado espiritual de los
fieles. El pueblo, por ende, se había alejado de Dios. La
obra de San Felipe habría de consistir en reevangelizar la
ciudad de Roma y lo hizo con tal éxito, que un día se le llamaría "el Apóstol
de Roma".
Los comienzos fueron modestos. Felipe iba a la calle o al mercado y empezaba
a conversar con las gentes. particularmente con los empleados de los bancos y
las tiendas del barrio de Sant'Angelo. Corno era muy
simpático y tenía un buen sentido del humor, no le costaba trabajo entablar conversación, en el curso
de la cual dejaba caer alguna palabra oportuna acerca del amor de Dios o del
estado espiritual de sus interlocutores. Así fue logrando,
poco a poco, que numerosas personas cambiasen de vida. El santo acostumbraba
saludar a sus amigos con estas palabras: "Y bien, hermanos, ¿cuándo vamos a
empezar a ser mejores?" Si éstos le preguntaban qué debían hacer para mejorar,
el santo los llevaba consigo a cuidar a los enfermos de los hospitales y a
visitar las siete iglesias, que era una de su devociones favoritas.
Felipe
consagraba el día entero al apostolado; pero al atardecer, se retiraba a la
soledad para entrar en profunda oración y, con frecuencia,
pasaba la noche en el pórtico de alguna iglesia, o en las catacumbas de San
Sebastián, junto a la Vía Appia. Se hallaba ahí, precisamente, la víspera se Pentecostés de 1544, pidiendo los dones del Espíritu
Santo, cuando vio venir del cielo un globo de fuego que
penetró en su boca y se dilató en su pecho. El santo se sintió poseído por un
amor de Dios tan enorme, que parecía ahogarle; cayó al suelo, corno
derribado y exclamó con acento de dolor: ¡Basta, Señor, basta! ¡No puedo
soportarlo más!" Cuando recuperó plenamente la conciencia, descubrió que su pecho estaba hinchado, teniendo un bulto del
tamaño de un puño; pero jamás-le causó dolor alguno. A partir de
entonces, San Felipe experimentaba tales accesos de amor de
Dios, que todo su cuerpo se estremecía. A menudo tenía que descubrirse el
pecho para aliviar un poco el ardor que lo consumía; y rogaba a Dios que
mitigase sus consuelos para no morir de gozo. Tan fuertes era las
palpitaciones de su corazón que otros podían oirlas y sentir sus palpitaciones,
especialmente años mas tarde, cuando como sacerdote, celebraba La Santa Misa,
confesaba o predicaba. Había también un resplandor celestial que desde su
corazón emanaba calor. Tras su muerte, la autopsia del cadáver del santo
reveló que tenía dos costillas rotas y que éstas se habían arqueado para dejar
más sitio al corazón.
San Felipe, habiendo recibido tanto, se entregaba plenamente a
las obras corporales de misericordia. En 1548, con
la ayuda del P. Persiano Rossa, su confesor, que vivía en San Girolamo della
Carita y unos 15 laicos, San Felipe fundó la
Cofradía de la Santísima Trinidad,
conocida como la cofradía de los pobres, que se reunía para
los ejercicios espirituales en la iglesia de San Salvatore in Campo. Dicha cofradía, que se encargaba de socorrer a los peregrinos
necesitados, ayudó a San Felipe a difundir la devoción de las
cuarenta horas (adoración Eucarística),
durante las cuales solía dar breves reflexiones llenas de amor que conmovían
a todos. Dios bendijo el trabajo de la cofradía y
que pronto fundó el célebre hospital de Santa Trinita dei Pellegrini; en
el año jubilar de 1575, los miembros de la cofradía atendieron ahí a 145,000
peregrinos y se encargaron, más tarde, de cuidar a los pobres durante la
convalescencia. Así pues, a los treinta y cuatro años de edad, San Felipe había
hecho ya grandes cosas.
Sacerdote Su confesor estaba persuadido de que
Felipe haría cosas todavía mayores si recibía la ordenación sacerdotal. Aunque el santo se
resistía a ello, por humildad, acabó
por seguir el consejo de su confesor. El 23 de mayo de 1551
recibió las órdenes sagradas. Tenía 36 años. Fue a vivir
con el P. Rossa y otros sacerdotes a San Girolamo della Carita. A partir de ese
momento, ejerció el apostolado sobre todo en el confesonario, en el que
se sentaba desde la madrugada hasta mediodía, algunas veces hasta las horas
de la tarde, para atender a una
multitud de penitentes de toda edad y condición social. El
santo tenía el poder de leer el pensamiento de sus
penitentes y logró numerosas
conversiones. Con paciencia analizaba cada pecado y con gran
sabiduría prescribía el remedio. Con gentileza y gran compasión guiaba a los
penitentes en el camino de la santidad. Enseñó a sus penitentes el valor de la
mortificación y las prácticas ayudasen a crecer en humildad. Algunos recibían de
penitencia mendigar por alimentos u otras prácticas de humillación. Uno de los
beneficios de la guerra contra el ego es que abre la puerta a la oración. Decía:
"Un hombre sin oración es un animal sin razón". Enseñaba la importancia de
llenar la mente con pensamientos santos y pensaba que para lograrlo se debía
hacer lectura espiritual, especialmente de los santos.
Celebraba con gran devoción la misa diaria cosa que muchos
sacerdotes habían abandonado. Con frecuencia experimentaba el éxtasis durante la
misa y se le observó levitando en algunas ocasiones. Para no llamar la
atención trataba de celebrar la última misa del día, en la que había menos
personas.
Conversaciones espiritualesConsideraba que era muy importante la formación. Para ayudar
en el crecimiento espiritual, organizaba conversaciones espirituales en las que se oraba y se leían las
vidas de los santos y misioneros. Terminaban con una visita al
Santísimo Sacramento en alguna iglesia o con la
asistencia a las vísperas. Eran tantos los que asistían a las
conversaciones espirituales que en la iglesia de San Girolamo se
construyó una gran sala para las conferencias de San Felipe
y varios sacerdotes empezaron a ayudarle en la obra. El
pueblo los llamaba "los Oratorianos", porque tocaban la campana para llamar a los
fieles a rezar en su oratorio. Las
reuniones fueron tomando estructura con oración mental, lectura del Evangelio,
comentario, lectura de los santos, historia de la Iglesia y música. Músicos,
incluso Giovanni Palestrina, asistieron y escribieron música para las reuniones.
Los resultados fueron extraordinarios. Muchos miembros prominentes de la curia
asistieron a lo que se llamaba "el oratorio".
El ejemplo de la vida y muerte heroicas de San Francisco
Javier movió a San Felipe a ofrecerse como voluntario
para las misiones; quiso irse a la India y unos veinte compañeros
del oratorio compartían la idea. En 1557 consultó con el Padre Agustín Ghettini,
un santo monje cisterciense. Después de varios días de
oración, el patrón especial del Padre Ghettini, San Juan Evangelista, se le
apareció y le informó que la India de Felipe sería Roma. El santo se
atuvo a su consejo poniendo en Roma toda su atención.
Una de sus preocupaciones eran los carnavales en que, con el
pretexto de "prepararse" para la cuaresma, se daban al libertinage. San Felipe
propuso la santa diversión de visitar siete iglesias de la ciudad, una
peregrinación de unas doce millas, orando, cantando y con un almuerzo al aire
libre.
San Felipe tuvo muchos éxitos pero también gran oposición. Uno
de estos fue el cardenal Rosaro, vicario del Papa Pablo IV. El santo fue llamado
ante el cardenal acusado de formar una secta. Se le prohibió confesar y tener
mas reuniones o peregrinaciones. Su pronta y completa obediencia edificó a sus
simpatizantes. El santo comprendía que era Dios quien le probaba y que la
solución era la oración.
El cardenal Rosario murió repentinamente. El santo no guardó
ningún resentimiento hacia el cardenal ni permitía la menor crítica contra
este.
La Congregación del Oratorio (Los oratorianos) En
1564 el Papa Pío IV pidió a San Felipe que asumiera la responsabilidad por la
Iglesia de San Giovanni de los Florentinos. Fueron entonces ordenados tres de
sus propios discípulos quienes también fueron a San Juan. Vivían y oraban
en comunidad, bajo la dirección de San Felipe. El santo
redactó una regla muy sencilla para sus jóvenes discípulos,
entre los cuales se contaba el futuro historiador Baronio.
Con la bendición del Papa Gregorio XII, San Felipe y sus
colaboradores adquirieron, en 1575, su propia Iglesia, Santa María de
Vallicella. El Papa aprobó formalmente
la Congregación del Oratorio. Era única en que los sacerdotes son seculares que
viven en comunidad pero sin votos. Los miembros retenían
sus propiedades pero debían contribuir en los gastos de la comunidad. Los que
deseaban tomar votos estaban libres para dejar la Congregación para unirse a una
orden religiosa. El instituto tenía como fin la oración, la predicación y la
administración de los sacramentos. Es de notar que, aunque la congregación
florecía a la sombra del Vaticano, no recibió el reconocimiento final de sus
constituciones hasta 17 años después de la muerte de su fundador, en
1612.
La Iglesia de Santa María in
Vallicella estaba en ruinas y resultaba demasiado pequeña.
San Felipe fue además avisado en una visión que la Iglesia
estaba a punto del derrumbe, siendo sostenida por la Virgen. El santo decidió
demolerla y construir una más grande.
Resultó que los obreros encontraron la viga principal estaba desconectada de
todo apoyo. Bajo la dirección de San Felipe la excavación comenzó en el lugar
donde una antigua fundación yacía escondida. Estas ruinas proveyeron la
necesaria fundación para una porción de la nueva Iglesia y suficiente piedra
para el resto de la base. En menos de dos años los padres se mudaron a la
"Chiesa Nuova". El Papa, San Carlos Borromeo y otros distinguidos personajes de Roma
contribuyeron a la obra con generosas limosnas. San Felipe tenía por amigos a
varios cardenales y príncipes. Lo estimaban por su gran
sentido del humor y su humildad, virtud que buscaba inculcar en
sus discípulos.
Aparición de la Virgen y curaciónFue siempre
de salud delicada. En cierta ocasión, la Santísima Virgen se le apareció y le
curó de una enfermedad de la vesícula. El suceso aconteció así: el santo había
casi perdido el conocimiento, cuando súbitamente se incorporó,
abrió los brazos v exclamó: "¡Mi hermosa Señora! "Mi santa Señora!" El médico que le asistía le tomó por el brazo, pero San
Felipe le dijo: "Dejadme abrazar a mi
Madre que ha venido a visitarme". Después, cayó en la
cuenta de que había varios testigos y escondió el rostro entre las sábanas, como
un niño, pues no le gustaba que le tomasen por santo.
Dones extraordinarios San Felipe tenía el don de
curación, devolviéndole la salud a muchos enfermos. También, en diversas
ocasiones, predijo el porvenir. Vivía en estrecho contacto con lo sobrenatural y
experimentaba frecuentes éxtasis. Quienes lo vieron en éxtasis dieron testimonio
de que su rostro brillaba con una luz celestial.
Ultimos años Durante sus últimos años fueron muchos
los cardenales que lo tenían como consejero. Sufrió varias enfermedades y dos
años antes de morir logró renunciar a su cargo de superior, siendo sustituido
por Baronio.
Obtuvo permiso de celebrar diariamente la misa en el
pequeño oratorio que estaba junto a su cuarto. Como frecuentemente era
arrebatado en éxtasis durante la misa, los asistentes acabaron por tomar la
costumbre de retirarse al "Agnus Dei". El acólito hacía lo mismo. Después de apagar los cirios, encender una lamparilla y colgar de
la puerta un letrero para anunciar que San Felipe estaba celebrando todavía; dos
horas después volvía el acólito, encendía de nuevo los cirios y la misa
continuaba.
El día de Corpus Christi, 25 de mayo de 1595, el santo estaba desbordante
de alegría, de suerte que su médico le dijo que nunca le
había visto tan bien durante los últimos diez años. Pero San Felipe sabía
perfectamente que había llegado su última hora. Confesó durante todo el día y
recibió, como de costumbre, a los visitantes. Pero antes de retirarse, dijo: "A
fin de cuentas, hay que morir". Hacia medianoche sufrió un ataque tan agudo, que
se convocó a la comunidad. Baronio, después de leer las oraciones de los
agonizantes, le pidió que se despidiese de sus hijos y los
bendijese. El santo, que ya no podía hablar, levantó la mano para dar la
bendición y murió un instante después. Tenía entonces ochenta
años y dejaba tras de sí una obra imperecedera.
San Felipe fue canonizado en 1622
El cuerpo incorrupto de San
Felipe esta en la iglesia de Santa María en Vallicella, bajo un hermoso
mosaico de su visión de la Virgen María de 1594
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario