TRADUCCIÓN

sábado, 3 de mayo de 2014

INVENCIÓN DE LA SANTA CRUZ


 (Año 327)
En todas las mitologías antiguas se hablaba de dioses que habían venido a compartir la existencia de los hombres en este mundo. Aquellas múltiples teofanías habían preparado los espíritus a recibir sin extrañeza la doctrina de un Dios hecho hombre. Pero la estupefacción empezaba cuando se proponía la imagen de un Dios pobre, humillado, cubierto de oprobio y muerto en un patíbulo infame. Por, eso nos habla San Pablo del escándalo de la Cruz. Eso no es posible, decían muchos herejes de los primeros siglos; y para armonizar sus prejuicios con el Evangelio, imaginaron que en el momento de la Pasión, Jesús había sido sustituido por el Cirineo.
 
Muchas personas de la buena sociedad hubieran aceptado un cristianismo despojado de esta trágica incompatibilidad. Hastiadas de fábulas absurdas, deseosas de algo que ellas mismas no acertaban a precisar, torturadas por el confuso anhelo de una vida perenne, se hubieran manifestado dispuestas a creer en Cristo, revelador y dador de esa vida. Lo que se contaba de Él, sus milagros, su moral, sus parábolas, su Ascensión gloriosa, todo ello tenia un maravilloso poder de atracción; pero quedaba aquella muerte, aquella cruz, aquellos clavos, que llenaban de sombras lo demás. ¿Cómo un genio bienhechor se había dejado vencer por los genios del mal, si era más fuerte que ellos?
 
 
 
El carácter vengativo de los espíritus maléficos tomaba un aspecto alarmante y repugnante en la elección del suplicio de la cruz, uno de los más dolorosos, y al mismo tiempo el más humillante de todos, "el suplicio de la esclavitud, y sumo y extremo de los suplicios", según la fiase de Cicerón; el suplicio de los piratas, de los ladrones, de los truhanes y de los esclavos fugitivos. En él se juntaban todos los dolores y todas las infamias. El reo era azotado, cargado con el madero ignominioso, injuriado y maltratado.


Después se le desnudaba, se le ataba o se le clavaba, y quedaba en la cruz abrasado por una sed rabiosa, a menos que acelerasen su fin por medio del crucifragio, el rompimiento de los huesos de sus piernas con una maza de hierro. Todo despertaba el horror, la repugnancia y el desprecio. Había que luchar contra todos los instintos humanos y contra todas las prevenciones sociales para reaccionar contra aquel sentimiento, consiguiendo no solamente la compasión, sino la adoración de la Cruz y del Crucificado.
 
No obstante, el sentido profundo del misterio encerrado en esa aparente contradicción se impone desde el primer día. Todos los libros apostólicos respiran amor y veneración a la Cruz, y contra las burlas de los judíos y los ascos de los paganos lanzaba el Apóstol aquella réplica altiva: "Nosotros debemos gloriarnos en la cruz de Nuestro Señor Jesucristo." Aceptar el cristianismo, era aceptar la Cruz. Religiosos de la Cruz llama Tertuliano a sus correligionarios.
 
Si el gentil veneraba la lanza de Minerva, el rayo de Júpiter, la cítara de Apolo o el tridente de Neptuno, la veneración del cristianismo se concentraba en la Cruz de Cristo. Ella resumía su fe, condensaba su moral y le señalaba un hito en su peregrinación sobre la tierra. Y de este modo el instrumento de ignominia se convirtió en signo de victoria, en motivo de consuelo, en mensajero de gracia y en confesión de fe. Al nacer los ritos de la liturgia cristiana, el signo de la Cruz se junta a ellos, para indicar que de él toman todo su valor. No se podrá bautizar a un catecúmeno, ni consagrar el pan, ni ungir a un moribundo, sin trazar ese signo misterioso. Del culto público, la Cruz pasa a la liturgia del hogar.
 
Los contemporáneos de Orígenes se santiguaban ya en la frente, en los labios y en el pecho; se santiguaban al salir de casa, antes de comer, antes del sueño y siempre que empezaban alguna obra buena. Como la paloma, como el áncora y el pez, la Cruz empezaba a figurar en los dijes, en los anillos, en las gemas y en los monumentos. La primera representación que hoy conocemos figura en un altar de Palmira, elevado en "honor de aquel cuyo nombre es bendito en la eternidad", en el año 134. Después aparece en las Catacumbas, en los sarcófagos, en las estelas funerarias, al frente de los epitafios, hasta que, cerrada la era de las persecuciones, empieza a adornar las coronas de los reyes. El triunfo del cristianismo es el triunfo de la Cruz. Constantino la fija en el lábaro, los soldados la graban en sus escudos, las damas la bordan en sus sedas, y los magnates la colocan en la fachada de sus palacios. Ya no se la podrá grabar como signo infamante en la frente de los esclavos, ya no se la podrá usar como instrumento de suplicio para los malhechores. El símbolo de la esclavitud se ha convertido en trofeo de la realeza.
 
Es el momento en que el mundo se acuerda del madero mismo que fue empurpurado con la sangre del Redentor. Todas las demás cruces son puros símbolos; aquélla es la única verdadera, la única que tuvo la gloria de ser consagrada al contacto de una carne divina. Pero nadie sabe dónde está; ha desaparecido para siempre.
 
"Oh Santa Cruz -decía un poeta a principios gel siglo IV-, la tierra no te poseerá jamás; pero llegará un día en que abrazarás con tu mirada la inmensidad del cielo". La tristeza y la desesperanza se habían apoderado de los espíritus. La vieja ciudad de David había sido destruida; sobre sus ruinas se alzaba una nueva ciudad, Elia Capitolina, rica en hermosos monumentos, infectada de idolatría, poblada de templos y de estatuas paganas. Sobre el Moría se levantaba el ara de Júpiter, y a la cima del Calvario llegaban los adoradores de Venus llevando a su diosa guirnaldas de mirto. ¿Qué esperanza podía haber de encontrar los recuerdos de la Pasión del Señor?

 
Pero hay una mujer que dice: "Vamos a adorar el lugar donde se posaron sus sagrados pies." Fe ciega, devoción ardiente, poder y riqueza. Santa Elena, la madre del primer emperador cristiano, llega a Jerusalén. Su presencia llena de entusiasmo las almas. Rueda la estatua de Venus, cae el altar de Zeus; se destruye, se desmonta, se trabaja noche y día bajo la mirada alentadora de la emperatriz; aparece la gruta del Santo Sepulcro, surgen basílicas de admirable belleza, y Jerusalén queda transformada. San Ambrosio pone estas exclamaciones en los labios de la intrépida exploradora:
 
"He aquí el lugar del combate; pero ¿dónde está el signo de la víctima? Busco el estandarte de mi salvación y no llego a encontrarle. ¡Cómo! ¿Yo llevo una corona, y la Cruz de mi Salvador yace en e polvo? ¿Cómo queréis que me crea redimida si no veo el instrumento de la redención?" Mas he aquí tres cruces en el fondo de la gruta, tres cruces de una madera resinosa, oscura, resistente, de madera de pino. Una de ellas es seguramente, ¿Cuál?
 
El milagro da la respuesta: una mujer paralítica, sana repentinamente: la multitud cae de rodillas, prorrumpe en gritos de admiración, reza, llora y adora. "La emperatriz se arroja sobre el sagrado tesoro, y no se cansa de tocar y de besar aquella reliquia, que fue el lecho de la misma Verdad; el leño parecía brillar a sus ojos, y la gracia iluminaba su corazón." Así dice San Ambrosio, y su relato está confirmado por los de Rufino, Sócrates Sozomeno, San Paulino de Nola y San Juan Crisóstomo.
 
Un grito de alborozo alzóse del seno de todas las familias cristianas a la nueva de que Jerusalén salía de sus ruinas coronada con la Cruz verdadera de Jesucristo. Dios acababa de consagrar con un postrer milagro el triunfo, ya maravilloso, de la Iglesia. ¡Qué espectáculo el del resurgimiento repentino de las mismas entrañas de la tierra del instrumento del suplicio divino, convertido en señal de dominación y victoria! Las gentes creían presenciar el día de la resurrección universal, y ver al Hijo del Hombre entronizado sobre las nubes y dispuesto a coronar a sus servidores. En todos los corazones no había más que un deseo: poder ir a Jerusalén para ver, para tocar, para venerar el santo madero, que era prenda de bendición. Y empezó el torrente de las peregrinaciones, que no debía interrumpirse jamás. Llegaban los emperadores humillando sus coronas, los anacoretas vestidos de sus mantos de pieles, las matronas consulares de la Ciudad Eterna, los grandes y los pequeños de todos los países de la tierra. Llegaban clérigos y obispos, embajadores de iglesias lejanas, implorando alguna partícula, por menuda que fuese, del adorable patíbulo. Los fragmentos de la verdadera Cruz se extendían con tal rapidez, que unos años después del descubrimiento decía San Cirilo de Jerusalén, "Testimonio espléndido es el que da a Jesucristo el sagrado madero, que vemos entre nosotros, y cuyos fragmentos, arrancados por la fe de los cristianos, llenan ya casi toda la tierra."
 
Y donde no llegaba la presencia misma de la verdadera Cruz, estaba su figura. Se la veía en todos los rincones del mundo, en la última aldea de la Iberia lejana, en los castillos del Danubio, en los campamentos de la Mesopotamia y en las chozas de los solitarios. En los más humildes, hogares la Cruz empezaba a ocupar el de honor, desde donde enseñaba a cuantos la veían la ciencia de bien vivir y de bien morir. El paisano la plantaba en un ángulo de su campo; la saludaba al despuntar el día, cuando empezaba la faena, y el trabajo se le hacía más ligero. Y San Gregorio de Nacianzo decía: "Huye, maligno, si no quieres que levante el bastón de la cruz, ante quien todo tiembla. Yo la llevo en mis miembros, la llevo cuando camino, la llevo cuando descanso, la llevo en mi corazón. ¡La cruz es mi gloria!"

La Invención de la Santa Cruz (I)


 
Recordando la antigua fiesta de la Invención de la Santa Cruz, del 3 de mayo, fundida hoy con la de la Exaltación de la Santa Cruz (14 de septiembre), quiero que hablemos un poco sobre esta “invención” de la Vera Cruz, cuya fecha y detalles son imprecisos, además de poco fiables, por las contradicciones en los relatos:
San Cirilo de Jerusalén (18 de marzo), siendo sacerdote (en 345), tenía entre sus deberes instruir a los catecúmenos de la ciudad. En algunas de estas enseñanzas, Cirilo menciona “el madero de la cruz verdadera, que se ve entre nosotros en el día de hoy", e incluso dice que algunas partes ya estaban dispersas por todo el mundo. Más tarde, en 351, siendo ya patriarca de Jerusalén, escribe al emperador Constancio, afirmando claramente que "el madero de la salvación, fue encontrado en Jerusalén", en los días de su padre Constantino el Grande.
 

San Juan Crisóstomo (13 de septiembre) hace referencia en su homilía 58 al hallazgo de la Cruz, y que fue identificada por el "títulum", pero ni hace referencia a los clavos y mucho menos a Santa Helena (18 de agosto, en la imagen lateral).
Rufino, que vivió en Jerusalén entre el 374 y el 397, amplió en el año 400 la “Historia Eclesiástica” de Eusebio. Ahí dice que sobre el Calvario se había construido un templo a Venus, para borrar la veneración a aquel sitio por los cristianos. Así que el sitio era conocido por todos como el del Calvario. Dice que Helena destruyó el templo, cavó entre las ruinas y encontró tres cruces, junto con el "títulum", pero que este estaba aparte de las cruces, y no se podía identificar la del Salvador. Entonces, por consejo de San Macario, patriarca de Jerusalén, se tocó a un enfermo con las tres cruces, y al ser sanada con el contacto de una, se decidió que era la cruz de Cristo. También se encontraron los clavos, de los que dio dos a su hijo Constantino, el cual puso uno en la brida de su caballo, y otro en su corona. También relata que Elena envió una parte de la cruz a su hijo, mientras el resto se conservó en un cofre de plata en Jerusalén.
 
En el 488 el presbítero Sócrates, en su ampliación de la “Historia Eclesiástica” (I, capítulo 13) reafirma esta leyenda, agregando que Constantino colocó el fragmento de la cruz que le dio su madre en un pilar de pórfido en el foro en Constantinopla, o sea, que no lo llevó a Roma. Y en cuanto a los clavos, dice que durante el viaje por mar de regreso a Roma, se levantó una tempestad y Helena ató un clavo con una cuerda, lo lanzó al mar y este se calmó. Sozomeno, sobre la misma fecha, añade algunos detalles más, como que el lugar del Sepulcro del Señor fue descubierto por medio de un judío, cuyo padre le había dicho dónde estaba, y que la verdadera cruz fue distinguida de las otras dos la curación de una mujer enferma (ya no es un hombre), sino también por la vuelta a la vida de un muerto.


 
La más solemne referencia al hallazgo de la cruz por Santa Helena, la hace San Ambrosio de Milán (7 de diciembre) en el sermón fúnebre por el emperador Teodosio, dando el hecho por histórico sin dudar. Y desde ahí hasta hoy. Pero, como suele suceder, a una referencia sencilla en origen, se van añadiendo detalles minuciosos, que convierten el hecho en una leyenda estrafalaria y llena de sin sentidos. Así nacieron las “Actas de Ciriaco”, un judío llamado Judas y asistente al hallazgo, que se convirtió (y se puso de nombre Ciriaco) al ver los prodigios de la Santa Cruz.
 
También se inventó una carta apócrifa del papa San Eusebio (26 de septiembre) a los obispos de Campania y Toscana, que dice: "La cruz de nuestro Señor Jesucristo, ha sido descubierta recientemente (…) el 4 de mayo. Mando a todos celebrar solemnemente el día mencionado la fiesta de la Invención de la Cruz ". Anastasio el Bibliotecario, en su "Vidas de los Papas", al relatar la vida de San Eusebio, dice: "En su tiempo se descubrió la cruz de nuestro Señor Jesucristo el 4 de mayo, y Judas fue bautizado, que es el mismo es Ciriaco."
 
En el siglo V, el historiador armenio Moisés de Khorene dice que "Constantino envió a su madre, Elena, a Jerusalén, a fin de que pudiera buscar la cruz; Elena encontró el madero salvador, junto con cinco clavos". En el siglo VIII, San Andrés de Creta dice que todo ocurrió en el 303, y da una versión interesante: Santa Elena arrojó al judío Judas a un pozo, y lo mantuvo allí ayunando hasta que confesó cual cruz era la verdadera. Ya convertido a la fe cristiana, Judas (aquí no cambia de nombre) fue sacerdote y obispo de Jerusalén.
 
Hay que decir que el Papa San Gelasio I (20 de noviembre) condenó esta leyenda en su decreto "Recipiendis de Libris", en el 496 (o sea, recién nacido el bulo). Y en su "Corpus Juris Canonici", en un apartado llamado "De inventione Crucis", tilda estos relatos de apócrifos y modernos; y manda que no deben ser leídos por los católicos. Pero en vano, pues ya gustaban del pueblo, eran leídos en la liturgia que ya desde antiguo conmemoraba el “hecho” del hallazgo.
 
En plena Edad Media estas leyendas fueron aceptadas y aumentadas por muchos de los cronistas medievales, como Regino de Priim (siglo X), quien dice “La cruz de nuestro Señor fue encontrada por Judas, pero, como se lee en los Hechos de los Romanos Pontífices, fue en virtud de Constancio, el padre de Constantino, y se descubrió mientras que Eusebio fue el Papa de Roma. Este Judas era el hijo de Simón, hermano de San Esteban, el primer mártir, y nieto de Zacarías. Judas había oído de su padre Simón el sitio de en que se hallaban la cruz y la tumba, y fueron y lo revelaron a Santa Elena. Judas fue bautizado con el nombre de Ciriaco, por el papa Eusebio, o como algunos dicen, por el Papa Silvestre”. O sea, que un sobrino de San Esteban aún vive ¡trescientos años después de Cristo, cuando supuestamente fue hallada la cruz!

La Invención de la Santa Cruz (II)

 La primera y más importante dificultad con que se enfrenta la “invención” es que Eusebio, que vivió en el momento en que se dice que fue hallada la cruz y que, ciertamente, narra la expedición de Helena a Tierra Santa en su “Vida de Constantino”, ¡no menciona para nada el hallazgo de la cruz! Es impensable que un suceso como ese no fuera registrado por él, habiendo narrado la construcción de una iglesia en Belén y otra en el monte de la Ascensión por obra de Helena. Y más aún: en el año 335, Eusebio que está presente en la dedicación de la iglesia de la Anástasis (la Resurrección), narra toda la ceremonia y describe el lugar, pero no hace una sola mención de la Cruz.


Por si fuera poco, se conserva el manuscrito original de un peregrino anónimo de Burdeos, que visita los Santos Lugares en el año 333. Describe las reliquias veneradas, como la mancha de sangre de San Zacarías (5 de noviembre) en el sitio de su martirio, la Columna de la Flagelación, y hasta una palma de la que se arrancaron ramos el Domingo en que Cristo entró a Jerusalén, pero no dice una palabra sobre la Santa Cruz, por lo que hay que deducir en este año, aún no se conocía dicha reliquia. Si Constantino murió en el 337, el descubrimiento tenía que haber ocurrido entre el 335 (fecha de la visita de Eusebio) y el 337, pero sucede que el viaje de Helena a Jerusalén ocurrió entre el 326 y el 327.

Por tanto, fue posterior a ellos cuando dicha cruz (falsa o no, es imposible de determinar) fue inventada y venerada, ya al menos desde el 345, como testimonia San Cirilo de Jerusalén (18 de marzo) que menciona en sus catequesis la presencia de la Cruz, aunque sin nombrar a Santa Helena. Sólo confirma la existencia y conocimiento de la Vera Cruz, que no es poco (ver artículo anterior). Y también les recuerdo que alrededor del año 351, la vuelve a mencionar en una carta a Constancio; pero si dicha cruz hubiera sido llevada a Roma por Helena y Constantino, no tendría sentido que Cirilo mencionara la presencia de la cruz en Jerusalén al hijo de Constantino, pues Constancio y Roma entera lo habrían negado. Ya en el siglo IV, Egeria, la gran peregrina, narra la liturgia de la Basílica del Santo Sepulcro, y los oficios en torno a “la cruz”, pero no está claro si se refiere a LA Cruz de Cristo.

Y sobre la posterior historia, la Basílica de la Santa Cruz de Roma, donde supuestamente se conservan la Cruz y el títulum, ya se ha escrito bastante y en cualquier sitio podéis saber más, ver fotografías, etc. Por ejemplo, aquí, en este vídeo. Mi intención era poner las fuentes, históricas y legendarias.

Breves consideraciones sobre la Cruz:

 Conociendo un poco de historia y costumbres, tanto romanas como judías, se puede aseverar con bastante certeza que la cruz de Cristo es totalmente desconocida. Las cruces eran instrumentos usados una y otra vez, hasta que fueran inservibles, y aún así, hasta de leña servirían. Cristo fue crucificado en una cruz usada muchas veces antes y después de él. Una más. Es impensable que los apóstoles o discípulos la recogieran y escondieran, sabiendo como sabemos la aversión de los judíos a la sangre y a todo lo que tocara la sangre. Los apóstoles provenían del mundo judío y no hay que presuponer una veneración especial hacia el instrumento del martirio de su Maestro.


Por otro lado, el madero vertical solía estar clavado, por razones prácticas en el sitio del tormento, el reo solo llevaba el madero transversal. Así que sería más difícil aún que ambos maderos permanecieran juntos, cuando debieron usarse en múltiples ocasiones y no siempre formando ambos una misma cruz, sino que en ocasiones un madero formaría parte de una cruz, y otra vez de otra. Los clavos, como cualquier instrumento, eran muy preciados, por lo que también se usaban repetidas veces, afilándolos cuantas veces fuera necesario y se pudieran usar. Y siendo de hierro, es de pensar que sería muchas veces. Sobre los clavos, su presencia y algunos sitios de veneración, pues en el tercer artículo.

Y, como cierre: hasta hace unos años, existían dos fiestas en el Calendario Universal. El 3 de mayo, se celebraba esta Invención de la Santa Cruz, y el 14 de septiembre se recordaba la Exaltación de la Santa Cruz, a partir de su recuperación de manos musulmanas y su entrada triunfante en Jerusalén, en manos del emperador Heraclio (historia que también tiene miga). La Iglesia, en su revisión del calendario fusionó ambas fiestas en la del 14 de septiembre, aunque sin eliminar la devoción de la fiesta de "la cruz de mayo", donde se hallaba establecida y gozaba de tradición, adornando las cruces con flores u otros signos. Actualmente, más que al hecho histórico del hallazgo o la recuperación de la cruz material, la fiesta del 14 de septiembre hace referencia (con sus oraciones y lecturas), a la necesidad del sacrificio redentor de Cristo, y no tanto a la cruz, como instrumento, sino mas bien como signo.

La Invención de la Santa Cruz (III)
 
Las diversas reliquias relacionadas y supuestamente hallados con la Vera Cruz, como los clavos, la corona, lanza, etc (aunque la leyenda primera de Santa Helena solo menciona los clavos).
Pues una vez espero hayáis leído la primera y segunda, para recordar, vamos a ello, pero antes querría transcribir un texto de la principal obra en la que me he basado para redactar este artículo: "Disertación Teológico-Canónica, en la que se trata de las reliquias de los santos y de las condiciones necesarias para que puedan exponerse a la pública veneración" del Pbro. Francisco Couque, que ilustra muy bien, y con ejemplos, el afán por la colección de reliquias:

 "La excesiva devoción, deseo y celo indiscreto de los fieles por las reliquias, se veía ya en el siglo VI pues en el segundo Concilio Romano, que puede verse en el tomo V de la Colección general de Labbé, entre los Cánones que mandó observar el Papa San Gregorio el Magno, uno fue que cuando muriesen los Sumos Pontífices, se llevasen a enterrar sus cuerpos sin Dalmáticas, para evitar el que los fieles las quitasen y repartiesen entre sí, como solían hacerlo , guardándolas como reliquias sagradas (...) de [lo cual] se infiere , 1º cuan antigua es la devoción indiscreta de los fieles por las reliquias, y lo otro el cuidado que ha tenido siempre la Iglesia de contenerla y evitarla.


Mas en el siglo X los grandes Señores compraban sin escrúpulo alguno las reliquias verdaderas o falsas a precio de plata, y las hacían venir del Oriente y otras partes para colocarlas en los lugares o Ciudades mas célebres de sus dominios, con el fin de hacerlas mas brillantes, atrayendo de este modo a ellas los pueblos. Bajo de pretexto de devoción o peregrinación. (...) era tanto el deseo que había entonces por las reliquias, que esto era ocasión para que aquellos que nada tienen mas estimable que el oro y la plata, fuesen a buscarlas por el Oriente y robarlas de todas partes, donde podían, y frecuentemente, para hacer mas lucroso su tráfico, fingían falsas por verdaderas; y los Señores las compraban bien caro, no solamente por devoción, sino para enriquecer y hacer, como va dicho, célebres sus pueblos, por la multitud de gentes que iban a visitarlas.
 
(...) El deseo, pues, de los fieles por las santas reliquias, les hacía no aplicarse a examinar su autenticidad, atendiendo mas que a ella a contentar su devoción. La Historia Eclesiástica nos da muchos ejemplos de esta desarreglada devoción: un soldado deseando vivamente tener algunas reliquias de Santo Tomas de Cantoberi, las iba buscando por todas partes: un presbítero embustero le dio el freno de un caballo, haciéndole creer que era el mismo de que se servía el Santo; este soldado lo recibió con mucha devoción, e hizo edificar una Iglesia, y en ella puso por reliquias el freno que este mal sacerdote le había dado. (...)
 
A vista de estos fraudes, y de una multitud que se omiten (...) no solo resultaba que un particular fuese engañado , recibiendo una reliquia falsa por verdadera, sino que este error pudo extenderse á otros muchos, los cuales en adelante darían culto á aquella misma reliquia supuesta ó falsa que había recibido el primero sin discernimiento alguno. (...)
 
Hemos relacionado hasta aquí algunas de las causas por las que han llegado a hacerse inciertas o dudosas algunas de las reliquias; pero no faltan otras. Las desgracias de los tiempos, las sediciones domésticas y guerras extranjeras, el furor de los paganos y herejes, enemigos de la Iglesia, los incendios y otros estragos semejantes, han sido causa de que las Iglesias pierdan las reliquias verdaderas o su memoria, y se hayan supuesto por el tráfico y comercio de otras falsas. (...) Cualquiera puede reflexionar, si a vista de todo lo expuesto, será juicio temerario el decir que en algunas Iglesias habrá de estas reliquias supuestas o falsas, a las que a título de su antigüedad se les da culto religioso, (...) y aunque la Iglesia nuestra Madre ha tomado serias y acertadas providencias para evitar el que se de culto religioso a reliquia alguna antes de constar con certeza moral de su identidad; por lo que hace a las antiguas, no ha prohibido el que si se descubren prudentes fundamentos que las hagan inciertas o dudosas, o apócrifas; o se suspenda su culto, o que cada uno siga la opinión que le parezca más conforme á la verdad de las reliquias". (Capítulo XVIII)
Y ahora así vamos a las reliquias:
 

Los clavos:
 

Hallados los clavos por Santa Helena, pues le dio uno a Constantino, y este lo habría fundido y puesto en los arreos de su caballo, como protección, y del que por una parte se dice que se encontraba inserto en la corona del rey de Lombardía, pero no hay documentos anteriores al siglo XVI que avalen esto. Por otra parte, se dice que es el que se venera en la catedral de Carpentras, Francia, donde tuvo fama de milagroso, dedicándole una fiesta propia "El Santo Clavo", el 2 de mayo. Es un estribo de caballo del siglo IV, que se habría venerado en Santa Sofía, Constantinopla, se perdió y fue "inventado" en el siglo XIII, y llevado a Carpentras por Isnard, su obispo. Y, por si fuera poco, esto mismo se dice del venerado en Aix, que también habría pertenecido a Carlomagno. Y exactamente se repite del de Hofborg, Austria.
 
El segundo lo habría llevado consigo Helena a Roma, y durante ese viaje, para librarse de una tormenta, lo habría arrojado al mar Adriático atado de una cuerda. Apenas tocó el agua, la tormenta se calmó. Sería el venerado en Roma, pero desde la Edad Media se venera en Viena uno del que se dice es este arrojado y rescatado de las aguas. El tercero se habría quedado en Jerusalén, en la actual iglesia de la Santa Cruz.
 
Pero, como suele suceder con las reliquias lejanas en el tiempo, se han multiplicado hasta contarse más de 50, dispersos por el orbe cristiano. Es muy importante decir que a partir del siglo XI sugió la costumbre de hacer copias de los tenidos por originales (a saber, el de Roma, de Jerusalén, de Viena o de Milán) y a distribuirse por diversas iglesias y catedrales. Incluso es factible que contuvieran limaduras de los "verdaderos". Se veneraban como como réplicas de los “verdaderos”, y así constaba, hasta que el tiempo, la devoción y el interés por poseer reliquias auténticas los convirtieron en los auténticos. San Carlos Borromeo (4 de noviembre), en cuya catedral de Milán, reposaba uno de los clavos verídicos (?), hizo réplicas exactas para donarlos a algunas iglesias.

Por ejemplo, constan como réplicas emanadas de Milán el de los carmelitas de Clermont, el de las clarisas de Venecia o el de la iglesia de San Antonio de Torricelli.
Otros clavos tenidos por los verdaderos son los de Torno, junto al lago Como; la capilla ducal de Venecia; la capilla palatina de Madrid (que salió ileso en el incendio de 1734, según Croisset. Cosa nada rara, siendo de hierro), la iglesia de San Patricio de Nápoles; la iglesia del Santísimo Redentor de Spoleto; el monasterio de San Lorenzo del Escorial (que en realidad se supone sea uno de los copiados por San Carlos), la catedral de Bruselas. Se veneraban en cuatro sitios de Colonia: una réplica en la Cartuja y tres porciones de uno "verdadero" en tres iglesias; ninguno está al culto hoy en día. En la catedral de Notre Dame de París se veneraban públicamente nada menos que ¡los tres clavos auténticos! hasta el siglo XIX, pues al regresar de la Exposición Universal de Londres en 1862 fueron guardados. Otros más se hallan en Siena, Colle, Jerez, Catania, Andechs, Tréveris, Toul, Cracovia y otros sitios. En la "Sainte Chapelle" de París, sobre la que regresaremos luego, se guarda uno que, según su leyenda propia, es el que Helena tiró al mar, pero regresó solo, flotando sobre las aguas.
 
La Santa Corona de Espinas.
 

Su Invención no aparece en la leyenda de Helena, hay que decir que su rastro se tiene desde el siglo VI, pero se pierde en la historia, para reaparecer en el siglo XIII, cuando el rey San Luis IX (25 de agosto) la obtiene de manos unos venecianos, que a su vez, la habían obtenido del emperador de Constantinopla, luego que este la empeñara por unas deudas. San Luis la introdujo en Francia en 1239, y le construyó una maravillosa iglesia gótica, la "Sainte Chapelle", consagrada en 1248, y donde pasaba largos ratos venerando la preciada reliquia. Tanto, que ha pasado a ser parte de su iconografía. Esta corona, actualmente en Notre Dame, tiene su festividad propia el 11 de agosto, mientras que en Colonia se celebra el 4 de mayo, por influencia de la Orden Teutónica.
 
Otra corona, casi completa, se veneraba en Santa Cruz de Roma, pero también tienen trozos Santa Praxédes, San Marcos, el Vaticano, San Juan de Letrán, y otras iglesias. Otro pedazo, junto a algunas espinas, se conserva en Notre Dame en París.
Espinas sueltas (de las que de casi todas se dice vienen de la de San Luis) pues tenemos para sembrar un zarzal: Solo en España: Una en Santa María del Pi de Barcelona, con capilla propia del siglo XVI; una en las clarisas de Zaragoza, y otra en la abadía de Husillos. El monasterio de Nuestra Señora de Montserrat tiene dos, y el Escorial 11. En Basilea se veneraban cinco, a las que para probar su veracidad, fueron echadas al fuego, ardiendo tres de ellas y quedando intactas las otras dos, que fueron veneradas por verdaderas. Una en la colegiata jesuita de Stonyhurst, Inglaterra. Y otras más por ahí.
 
Otras reliquias diversas, relacionadas con la Pasión y Santa Helena, falsas también, claro, no faltan dispersas por ahí:
 
1. La columna de la flagelación: 

 Una Santa Práxedes de Roma desde 1222. Pero hay otra en el Santo Sepulcro de Jerusalén, otra en el Escorial y otra en Venecia.

 
2. Velos "de la Verónica":

 Los suficientes para dudar de todos, por más que nos digan que si coincide con la Sábana Santa, que si el mismo rostro, etc., etc. Hay en Jaén (España), Venecia, Roma, Inglaterra, Francia...

 
3. La túnica inconsútil: 

 Hallada también por Santa Helena, esta la donó a Tréveris, donde Constantino le dedicó una basílica (en realidad es del siglo XI). Otra se venera en Argenteuil, Francia.

 
4. El "INRI":

Se venera en Santa Cruz de Roma. Pero hay trozos en Austria, Alemania y otras zonas de Italia.
 
5. La lanza de Longinos: 

 En el Vaticano está el palo sin la punta, en la "Sainte Chapelle" está la punta sin palo. Una entera en Cracovia y otra en Praga, venerada especialmente por el emperador Carlos VI. En Hofborg, Austria hay una con un clavo insertado, y se dice fue de Constantino, de Carlomagno, de Carlos Martel y de Barbarroja. Hitler, que sentí fascinación por lo mágico y oculto, se apoderó de ella para depositarla en una especie de iglesia-santuario nazi, llena de elementos esotéricos y legendarios. Luego de la II Guerra Mundial regresó a Hofborg.

 
6. La esponja:

 La leyenda dice que hasta 614 estuvo en el Santo Sepulcro de Jerusalén, cuando fue llevada, junto a la Santa Cruz, el 14 de septiembre de ese mismo año a Constantinopla. Un trozo fue enviado al papa San Bonifacio IV (25 de mayo), que la guardó en San Juan de Letrán. El otro trozo sería rescatado por San Luis a los venecianos y depositado en la "Sainte Chapelle". Diversos trozos se veneran, además, en Roma, España, Alemania, etc.
 
 




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