"Estaba en el garaje de un pariente, rebuscando en un viejo baúl arrinconado, cuando la encontré: la imagen de una mujer desnuda en una revista de papel couché. Se me cortó la respiración y mi corazón pareció pararse, porque nunca había visto algo así. Sentí una especie de miedo, y algo parecido a la culpa, porque aunque nadie me había dicho nunca que no mirase pornografía (ni siquiera había oído esa palabra), supe que algo estaba mal. También supe que quería ver más. Tenía ocho años."
El aldabonazo de una carta pastoral casi única
Así introduce su historia Matt Fradd, un joven padre de familia canadiense, en la presentación de Bought with a Price [Comprado por un precio], el extenso trabajo que Paul Loverde, el obispo de Arlington (Virginia, Estados Unidos), ha reeditado unido a una carta pastoral con motivo de la festividad de San José, el Día del Padre.
Dicho librito lleva como subtítulo El deber de todo hombre de protegerse a sí mismo y a su familia de la cultura pornográfica, y monseñor Loverde lo publicó por primera vez en 2006. Pero desde entonces, como afirma en la carta pastoral de este año, "la epidemia de pornografía que sepulta nuestras familias, matrimonios y comunidades ha alcanzado una escala pandémica".
"En mis casi cincuenta años como sacerdote", añade el prelado en el libro, "he visto el mal de la pornografía difundirse como una plaga en la cultura. Lo que en tiempos era el vicio vergonzante y ocasional de unos pocos se ha convertido en el principal entretenimiento de la mayoría... Esta plaga acosa el alma de hombres, mujeres y niños, arrasa el vínculo matrimonial y convierte en víctimas a los más inocentes. Oscurece y destruye la capacidad de las personas de verse unas a otras como expresiones únicas y hermosas de la creación divina, y no como objetos para ser usados y manipulados".
El mismo Departamento de Justicia de los Estados Unidos advirtió de que "nunca antes en la historia de los medios de comunicación norteamericanos había estado tanto material indecente y obsceno tan fácilmente accesible para los menores en su hogar, y con tan pocas restricciones". Pero esto lo advirtió... ¡en 1996!, antes de la popularización de la banda ancha primero, de las redes sociales y las tabletas después. Casi veinte años que han agrandado el problema hasta límites inconcebibles.
Liberado sólo por el amor y el sacramento
En el tiempo transcurrido desde la primera edición, monseñor Loverde se ha encontrado casos como el de Matt, de ahí que le pidiese contar la historia de un combate que duró muchos años después de encontrar aquella seductora revista.
Fradd explica que a partir de aquel momento empezó a comprar cada vez más material y a intercambiarlo con sus amigos. Su padre le cazó, pero no tuvo reflejos para ver el problema: "Con una sonrisa de complicidad, me advirtió de que mi madre no me pillase".
Así que su adicción fue a más a lo largo de la preadolescencia y la adolescencia, una adicción que, como cualquier otra, cada día exige más: "Los consumidores de porno necesitan cada vez una mayor estimulación sexual para sentirse normales".
La conversión religiosa de Matt tuvo lugar a los 17 años. "Abandoné el agnosticismo de mi juventud y llegué a Cristo", explica: "De repente comprendí que yo era amado, que las personas con las que interactuaba en el día a día tenían un valor intrínseco y que, lo supieran o no, Dios las había considerado merecedoras del precio de Su sangre. Esto sacudió mi mundo. Ya no podía justificar que se degradase o convirtiese en objeto a mujeres por las que Cristo había sufrido y muerto. Así que tomé mi primera y más importante decisión que uno puede adoptar para renacer de algo: aceptar que estaba equivocado, que mis acciones eran malas y que necesitaba cambiar".
Conoció la doctrina católica sobre la dignidad de las personas, el valor de la carne lejos de maldiciones gnósticas, y la llamada Teología del Cuerpo de Juan Pablo II. "Pero aunque su conversión sí fue un momento de blanco y negro, mi liberación del porno no lo fue", confiesa. Necesitó mucho tiempo, incluso después de casarse: "Tras mi matrimonio, el amor de mi mujer y la gracia del sacramento me ayudaron a liberarme por completo".
Y ofrece una reflexión interesante a quienes se mantienen como consumidores, sean adictos o no, tras formar una familia: "La belleza del matrimonio y de la paternidad me ayudaron a ver la fealdad del porno con la claridad del cristal. Comprendí que el marido o padre que consume porno no sólo se hace esclavo del pecado, sino que merma profundamente su capacidad para amar y defender a los suyos como su vocación exige".
Matt trabaja hoy como misionero y la causa contra la pornografía es, obviamente, una de las que más ocupa su tiempo... y su blog.
Pureza y santidad de vida
No son muchos los obispos que afrontan esta cuestión de forma tan directa y completa como Loverde. Señala Austin Ruse, presidente del Instituto Católico de los Derechos Humanos y de la Familia (quien evoca también viejas experiencias de lectura del Playboy), que Bought with a Price es "un notable documento magisterial de uno de los grandes obispos desconocidos de nuestro tiempo", que se dedica a "hacer todo lo posible para mantener la ortodoxia y la fe de aquellos que le han sido confiados". Junto a esta carta pastoral, sólo existe, recuerda Ruse, otra del obispo de Kansas City, Robert Finn.
Esta insistencia en la vigilancia de la pornografía como deber fundamental de los padres es uno de los objetivos fundamentales de monseñor Loverde, quien precisamente por eso reedita su librito con ocasión de la festividad de San José, patrón de los padres, pidiendo al cabeza de la Sagrada Familia para ellos "pureza y santidad de vida". Y concluye con una petición: "Llamo a todos los esposos y a todos los padres a renovar su compromiso sagrado con su mujer y con sus hijos".
ReL
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