Para no “matar” en el corazón la Palabra de Dios,
es necesario ser humildes y capaces de rezar.
Dos actitudes que el Papa Francisco indicó
esta mañana al comentar el Evangelio en su
homilía de la Misa matutina celebrada en la
Capilla de la Casa de Santa Marta.
Es posible -pero injusto- "adueñarse"
de la Palabra de Dios y disponer de
ella según el propio gusto, si un
cristiano no es humilde y no reza.
Para poner en guardia ante esta insidia el Papa
desarrolló esta idea basándose en el Evangelio
del día, en el que Jesús relata la parábola
de los viñadores homicidas que primero
asesinan a los siervos y, por último, al hijo
del dueño de la viña, con la intención
de adueñarse de su herencia. Parábola
que escucharon los fariseos, los ancianos
y los sacerdotes, a los cuales – explicó
Francisco – Jesús se dirige para hacerles
comprender “dónde han caído” por no
tener “el corazón abierto a la Palabra de Dios”:
“Éste es el drama de esta gente, ¡y también
nuestro drama! Se adueñaron de la Palabra
de Dios. Y la Palabra de Dios se vuelve
palabra de ellos, una palabra según su
interés, sus ideologías, sus teologías…
pero a su servicio. Y cada uno la
interpreta según su propia voluntad,
según su propio interés. Éste es el
drama de este pueblo. Y para
conservar esto, asesinan. Esto sucedió
a Jesús”.
“Los jefes de los sacerdotes y de los fariseos
– prosiguió diciendo el Papa
– comprendieron que hablaba de ellos
cuando escucharon esta palabra
de Jesús. Trataron de capturarlo y
hacerlo morir”.
De este modo – afirmó Francisco – “la
Palabra de Dios se vuelve muerta, se vuelve
prisionera, el Espíritu Santo está enjaulado
en los deseos de cada uno de ellos”.
Y es exactamente lo que nos sucede a nosotros,
observó el Papa, “cuando no estamos abiertos a
la novedad de la Palabra de Dios, cuando no somos
obedientes a la Palabra de Dios”:
“Pero hay una frase que nos da esperanza. La Palabra
de Dios está muerta en el corazón de esta gente;
¡también puede morir en nuestro corazón! Pero no
termina, porque está viva en el corazón de los
sencillos, de los humildes, del pueblo de Dios.
Trataban de capturarlo, pero tuvieron miedo de
la muchedumbre del pueblo de Dios, porque
lo consideraba un profeta. Esa muchedumbre
sencilla – que iba detrás de Jesús, porque lo
que Jesús decía les hacía bien al corazón, daba
calor al corazón – esta gente no se había equivocado:
no usaba la Palabra de Dios para su propio interés.
Sentía y trataba de ser un poco más buena”.
Al concluir su homilía Francisco se preguntó:
¿“Y nosotros, qué podemos hacer para no
matar la Palabra de Dios”, para “ser dóciles”,
“para no enjaular al Espíritu Santo”? Su respuesta
fue: “Dos cosas sencillas”:
“Ésta es la actitud de quien quiere escuchar
la Palabra de Dios: primero, humildad; segundo,
oración. Esta gente no rezaba. No tenía necesidad
de rezar. Se sentían seguros, se sentían fuertes, se
sentían ‘dioses’. Humildad y oración: con la
humildad y la oración vamos adelante para escuchar
la Palabra de Dios y obedecerle. En la Iglesia.
Humildad y oración en la Iglesia. Y así, no nos
sucederá a nosotros lo que le pasó a esta gente:
no mataremos para defender la Palabra de Dios,
esa palabra que nosotros creemos que es la Palabra
de Dios, pero que es una palabra totalmente alterada
por nosotros”.
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