En la civilización romana las necesidades fisiológicas constituían una actividad social como cualquier otra.
La cultura romana es conocida por su afición a las termas y baños públicos, unos recintos que eran auténticos lugares de encuentro para los ciudadanos del imperio. Su preocupación por la higiene era tan grande, que Roma se convirtió en la primera ciudad del mundo en poseer agua corriente y un sistema de alcantarillado; pronto, muchas otras urbes de esta civilización contaban con aseos públicos.
Sin embargo, a diferencia de lo que ocurre con los baños públicos actuales, en los que prima la intimidad, tal y como descubrimos en el blog «Ciencia histórica», en Roma estas instalaciones hacían honor al calificativo de públicas. Así, su entrada no solo estaba abierta a cualquier ciudadano, sino que una vez en el interior, las necesidades fisiológicas se hacían a la vista de todos los presentes, sin que existiera ningún tipo de separación o mampara que dividiese el espacio entre los distintos «excusados».
Así, los aseos públicos combinaban su función de alivio fisiológico con la de ser una actividad social más de entre las muchas que cultivaban los miembros de la sociedad romana.
Junto a esta llamativa característica, destaca también el método que empleaban para limpiarse el trasero. A falta de papel, en los baños frecuentados por las clases privilegiadas se usaba una esponja de mar atada al extremo de un palo, que luego era lavada en un canal de agua salada que corría en el suelo. En los barrios pobres, en cambio, tenían que recurrir a las manos, opción que fue adoptada durante siglos por otros muchos pueblos. No obstante, estos baños poseían una fuente destinada a que sus usuarios pudieran lavarse las manos tras utilizarlos.
Pequeñas anécdotas históricas como esta contribuyen sin duda a que hoy valoremos mucho más el avance que supuso un invento tan simple como el papel higiénico.
ABC
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