Carthago delenda est (Cartago debe ser destruida) o Ceterum censeo Carthaginem esse delendam (Además opino que Carthago debe ser destruida) es una famosa locución latina. La frase es atribuida a Catón el Viejo quien, según fuentes antiguas,1 la pronunciaba cada vez que finalizaba sus discursos en el Senado romano durante los últimos años de las Guerras Púnicas, alrededor del año 150 a. C.
Ninguna fuente antigua establece exactamente la forma en que pronunciaba realmente la frase,2 que se escribe en la actualidad de dos formas distintas: Carthago delenda est o la más completa Ceterum censeo Carthaginem esse delendam (Además opino que Cartago debe ser destruida).
Esta expresión se utiliza para hablar de una idea fija que se persigue sin descanso hasta que es realizada.
"DELENDA EST CARTHAGO!"
Con esta frase terminaba Catón todos sus discursos allá por el año
150 a.C.
Igual daba que se encontrara hablando en el Senado de Roma, en el Foro o
en los retretes públicos. Cartago debía ser destruida. No se trataba de vencerla. Se
trataba de destruirla, de arrasarla, de borrarla de la faz de la Tierra para siempre, sus
piedras, sus ciudadanos, e incluso su recuerdo debía desaparecer. Y el punto de vista de
Catón era suscrito por buena parte de los romanos. Roma odiaba a Cartago. Pero Cartago
también odiaba a Roma como jamás en toda la Historia dos naciones se han odiado. Los
ciudadanos de ambas urbes, dueñas ambas de extensos territorios más allá de sus muros,
creían firmemente que merecía la pena que su ciudad se hundiera en el infierno si
conseguía arrastrar a la otra con ellos. No había rivalidad o enemistad. Había un odio
irracional cuyos ecos aún nos llegan nítidos tras más de 2000 años.
Y Catón lo consiguió. No vivió para verlo, pero Cartago, capital de
la nación púnica, fue arrasada con una minuciosidad tal que los arqueólogos sólo han
conseguido encontrar pequeños restos de lo que antaño fuera la mayor y más rica ciudad
del Mediterráneo. Los magníficos edificios fueron primero incendiados, luego demolidos y
para finalizar la tarea sus cimientos fueron arrancados. El páramo en el que los romanos
convirtieron Cartago fue sembrado con sal para que nada volviera a crecer allí y
cualquier resto de la esplendorosa cultura cartaginesa fue perseguido y exterminado.
Borrado del libro de la Historia, muchas veces para siempre.
¿Por qué este odio que aún hoy nos deja boquiabiertos?
Los capítulos que reflejan ese odio irracional entre distintos
personajes son muchos, pero el odio estaba firmemente arraigado en ambas sociedades. Toda
la sociedad romana odiaba a Cartago: la odiaban los senadores, los importadores de
artículos de lujo, los panaderos, los herreros y los campesinos. Toda Roma odiaba a
Cartago como jamás los romanos han odiado a ningún otro pueblo. Y como todas las cosas,
esta historia tiene su principio y su final. Curiosamente ambos tienen un elemento común:
El principio y el fin de Cartago fue el fuego.
Cartago fue una fundación fenicia. Mercaderes de Tiro la fundaron a
mediados del siglo IX a.C. (año 814), según sus tradiciones. Era una escala ideal para
las líneas comerciales fenicias que abarcaban todo el Mediterráneo y aún más allá de
lo que los griegos conocieron como "Las Columnas de Heracles" y nosotros como el
estrecho de Gibraltar. Y como todas las ciudades que se precien tienen una bonita leyenda
de fundación, pues los cartagineses, para no ser menos que los demás, también. Según
esta leyenda fundacional, la reina Dido (o Elisa) encabezó una expedición que desde Tiro
llegó a las costas tunecinas para establecerse. Dido solicitó al rey local tierras para
fundar una ciudad y el rey, reacio a la intrusión, le concedió lo que ocupara una piel
de toro. Dido era una mujer ingeniosa y cortó la piel en finísimas tiras con las que
abarcó una gran extensión. La leyenda es bonita, pero es una leyenda, aún así, si
leemos entre líneas nos damos cuenta de la razón de ser que los cartagineses: la
astucia, el engaño en la transacción que es la madre del comercio, virtudes que los
púnicos (así conocían los romanos a los cartagineses ya que eran fenicios) consideraban
señas de identidad nacionales... precisamente aquellas que más odiaban los romanos...
Dido era hermosa y el rey quiso convertirla en su mujer, pero ella
prefirió arrojarse a las llamas. La leyenda fundacional púnica es una clara premonición
de cómo sería su final.
La ciudad, en principio un enclave comercial, fue llamada Qart Hadasht,
que en lengua fenicia significa "ciudad nueva" y para su emplazamiento se
escogió cuidadosamente un istmo fácil de defender con un magnífico puerto natural. Tras
la toma de Tiro, conquistada por los asirios en 574 a.C., gran número de refugiados
llegaron a Cartago a bordo de la poderosa flota que logró salvarse. El crecimiento de la
ciudad fue enorme a partir de entonces. El puerto natural se quedó pequeño y se
construyeron dos nuevos puertos que constituyeron una auténtica maravilla de la
ingeniería, uno rectangular de uso civil y otro circular de uso militar unidos ambos por
un canal. Todo el perímetro del istmo fue fortificado y Cartago desarrolló una actividad
comercial que la convirtió en la dueña del Mediterráneo occidental. El primer choque
entre potencias tuvo lugar cuando Cartago se enfrentó con las colonias griegas. Tras la
batalla de Alalía en 540 a.C., Cartago quedó dueña de la parte oeste de Sicilia, tras
lo que expandió su poder a Córcega y Cerdeña. En ese momento, Cartago era la primera
potencia del Mediterráneo occidental y su poder parecía incuestionable.
Sin embargo, una nueva potencia emergía con irresistible fuerza: Roma.
La pequeña ciudad italiana había conseguido librarse del yugo etrusco y sojuzgado el
centro de Italia gracias a su superior organización militar. Su expansión en Italia fue
imparable. Cada vez era menor el espacio que separaba a ambas ciudades, pero la chispa que
encendió el fuego estalló en Sicilia. Justo en el punto que en el año 264 a.C. separaba
los intereses de ambas potencias.
Tras tres guerras que desangraron a ambos contendientes, Cartago fue
destruida hasta los cimientos, su población muerta o esclavizada y su cultura
cuidadosamente enterradas en el olvido. Sin embargo, Cartago pervivió, a pesar de la
meticulosidad con que los romanos trataron de borrar sus huellas. Un romano de origen
púnico que aún hablaba restos de la lengua de Aníbal, Septimio Severo, llegó a ser
emperador de Roma y los últimos restos del legado cultural púnico sólo sucumbieron ante
el Islam, más de 700 años tras la destrucción de Cartago.
José I Lago
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