TRADUCCIÓN

jueves, 5 de diciembre de 2013

DEJARSE LLEVAR

EL DISCERNIMIENTO
El discernimiento es simplemente “dejarse llevar” por el Espíritu, alcanzar la libertad necesaria para dejarse conducir por Dios con la seguridad de que su modo es el mejor modo para nuestra realización como seres humanos. El discernimiento es descubrir la fuerza de Dios (dinamismo de integración) y del Mal (dinamismo de desintegración) en cada uno de nosotros. Discernir es conocer sus campos, conocer dónde se asientan, conocer las tácticas que utilizan y sobre todo reconocer las reacciones personales ante el buen y el mal impulso.  





Discernir no es escoger entre el bien y el mal. Para esto ya están los mandamientos o el sentido común, sino elegir siempre entre dos opciones buenas, entre un medio y otro medio más eficaz. Discernir es estar con la mirada puesta en Cristo Jesús que muere y resucita y que me llama a colaborar con su tarea, pero dentro de su propia lógica: la muerte que trae vida.

El discernimiento no es para deducir la Voluntad de Dios y sus proyectos para mí, hoy. Más bien, el discernimiento nos dispone a reconocer en nuestros deseos y aspiraciones, aquéllos que pueden atribuirse a Dios. Más aún, el discernimiento nos prepara a dar una respuesta personal e inédita a los llamamientos del Evangelio, del Reino de Dios. Por tanto, el discernimiento es crear “nuestra” respuesta –mía y de Dios-; es la creación común. El discernimiento nos aclara que no hay una voluntad particular preestablecida para cada uno, sino una respuesta personal al deseo de Dios.

DINÁMICAS INTERNAS

El Buen Espíritu o dinámica de integración: proceso de humanización.
El Mal Espíritu o dinámica de desintegración: proceso de deshumanización.

Los impulsos que surgen del Buen Espíritu los denominamos “mociones” y con ello significamos todo lo que lleva hacia Dios y su Reino. Las mociones son claridades o certezas que nos dejan con esperanza y muestran el paso a dar en el seguimiento de Jesús. Por el contrario, denominamos “treta” todo aquello que nos orienta en sentido opuesto: apartarnos de Dios y de su reinado. Las tretas normalmente provienen de cosas buenas, pero que a la larga nos disminuyen en el seguimiento de Jesús.

ESTADOS ESPIRITUALES

Estos impulsos se vehiculan o se expresan en dos estados básicos: la consolación y la desolación.

La Consolación: es un estado de ánimo que me saca de mí mismo, me hace contemplar como parte de un mundo; me impulsa a buscar el amor y la justicia junto con otros; me deja un mayor sentido de vida y gusto de vivir; existe una alegría duradera y fuerza para enfrentar las dificultades. La consolación da quietud, fuerza interior, claridad del proyecto de Dios, y una satisfacción profunda.

La Desolación: es un estado de ánimo que me centra en mí mismo, me hace perder el sentido de vida, desvalorizando lo que soy, me deja sumido en una tristeza y desesperanza que me estruja. Tiene alegrías efímeras. La desolación da todo lo contrario a la consolación: oscuridad interior, turbación, inclinación a las cosas superficiales, baja nuestra esperanza, nos hallamos sin amor, con flojera y tibieza.

REGLAS BÁSICAS

El discernimiento consistirá en conservar la consolación, darle seguimiento a las mociones (invitaciones) del Buen Espíritu que me muestra de distintas maneras y enfrentar las tretas (engaños) del Mal Espíritu que pretenden paralizar mi compromiso con el Reino de Dios.

¿Qué hacer ante la consolación?
Ante la consolación del Señor, lo que toca es procurar agradecerla, y pedir que se interiorice en nosotros el impulso que conlleva. Durante la consolación debemos renovar nuestros deseos fundamentales y recordar el amor primero. Tomar fuerzas y prever qué hacer ante una próxima desolación.


¿Qué hacer ante una desolación?
La desolación puede ser una prueba de Dios o puede provenir del Mal Espíritu.
Cuando hemos puesto todo lo que está de nuestra parte para vivir en la consolación y, sin embargo, sentimos sequedad y vamos perdiendo sentido y rumbo en la vida, podemos decir que es una prueba de Dios. La desolación, como prueba, puede darse por tres causas: por ser negligentes o tibios en la vida del espíritu (oración, examen, discernimiento); para saber cuánto somos sin tanto consuelo espiritual (seguir un compromiso incluso en la sequedad), o para comprender que la consolación es  gracia de Dios y nos la entrega cuando a Él así le parece.

Sin embargo, cuando la desolación proviene del Mal Espíritu necesitamos seguir las siguientes recomendaciones:
-No hacer mudanza de los propósitos anteriores.
-Por el contrario, hacer todo lo contario a las invitaciones del Mal Espíritu.
-Platicarlo con algún amigo que pueda ayudarnos, y no enredarnos más.
-Tener paciencia.
-Confianza en que el Señor tiene la última palabra.
-Revisar qué mecanismos personales están facilitando la desolación.

Un reflejo de la disciplina ignaciana será que tengas una libreta especial donde puedas escribir el examen de la oración, el examen de conciencia y el discernimiento mensual.

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