En su catequesis del miércoles 8
de mayo, el Papa
Francisco dijo que el Espíritu Santo es la fuente
inagotable de
la vida divina en nosotros.
"Es «el agua viva» que Jesús prometió a la
Samaritana
para saciar para siempre la sed, para colmar los
anhelos más
profundos y más altos del corazón humano”
y pidió: “que la relación filial con
Dios, por obra del
Espíritu Santo, nos haga ver a los demás como
hermanos en
Cristo”.
Texto
completo de la síntesis en español:
Queridos hermanos y hermanas:El
tiempo pascual
es por excelencia el tiempo del Espíritu Santo que
culmina con la
Solemnidad de Pentecostés.
En el Credo profesamos la fe en el Espíritu
Santo,
que es Dios, «Señor y dador de vida». Él es la fuente
inagotable de la
vida divina en nosotros. Es «el agua
viva» que Jesús prometió a la Samaritana
para saciar
para siempre la sed, para colmar los anhelos más
profundos y más
altos del corazón humano.
Porque Jesús ha «venido para que tengan vida
y
la tengan abundante» (Jn 10,10). El Espíritu Santo,
que procede del Padre y del
Hijo, Cristo lo ha
derramado en nuestro corazón, para hacernos hijos
de Dios y
para que nuestra vida sea guiada, animada
y alimentada por él.
Esto es
precisamente lo que entendemos al decir que el
cristiano es un hombre
espiritual: una persona que
piensa y actúa siguiendo la inspiración del Espíritu
Santo.
Así, la existencia del cristiano, dice san Pablo, es
animada por
el Espíritu Santo y rica de sus frutos,
que son: «Amor, alegría, paz,
comprensión, servicialidad,
bondad, lealtad, amabilidad, dominio de sí» (Ga
5,22-23).
El don precioso del Espíritu Santo es, pues,
la vida
misma de Dios, en cuanto verdaderos hijos suyos
por
adopción.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua
española, en particular a la Delegación del Estado
de México, así como a los
grupos venidos de España,
Colombia, Venezuela y otros países latinoamericanos.
En este día en el que se celebra Nuestra Señora de Luján,
celestial Patrona de
Argentina, deseo hacer llegar a todos
los hijos de esas queridas tierras mi
sincero afecto, a la
vez que pongo en manos de la Santísima Virgen todas
sus
alegrías y preocupaciones. Muchas gracias.
Texto completo de la
catequesis del Papa en italiano
Queridos hermanos y hermanas, el
tiempo pascual que
estamos viviendo con gozo, guiados por la liturgia de la
Iglesia, es por excelencia el tiempo del Espíritu Santo
donado «sin medida» (cfr
Jn 3,34) por Jesús
crucificado y resucitado. Este tiempo de gracia concluye
con
la fiesta de Pentecostés, en la que la Iglesia revive
la efusión del Espíritu
sobre María y los Apóstoles
reunidos en oración en el
Cenáculo.
Pero ¿quién es el Espíritu Santo? En el Credo
profesamos con fe: «Creo en el Espíritu Santo que
es Señor y da la vida».
La primera verdad a la que adherimos en el Credo
es que el Espíritu
Santo es Kýrios, Señor. Ello significa
que Él es verdaderamente Dios como lo son
el Padre
y el Hijo, objeto, por parte nuestra, del mismo acto de
adoración y de
glorificación que dirigimos al Padre y al Hijo.
De hecho, el Espíritu
Santo es la tercera Persona de
la Santísima Trinidad; es el gran don de Cristo
Resucitado que abre nuestra mente y nuestro corazón
a la fe en Jesús como el
Hijo enviado por el Padre y
que nos guía a la amistad, a la comunión con Dios.
Pero quisiera sobre todo detenerme en el hecho que
el Espíritu Santo es
la fuente inagotable de la vida
de Dios en nosotros. El hombre de todos los
tiempos
y de todos los lugares desea una vida plena y bella,
justa y buena, una
vida que no esté amenazada por
la muerte, sino que pueda madurar y crecer hasta
su
plenitud.
El hombre es como un caminante que,
atravesando los
desiertos de la vida, tiene sed
de un agua viva, fluyente y fresca,
capaz
de refrescar en profundidad su deseo profundo de
luz, de amor, de belleza
y de paz. ¡Todos sentimos
este deseo! Y Jesús nos da esta agua viva: ella es el
Espíritu Santo, que procede del Padre y que
Jesús vierte en nuestros corazones.
« yo he venido
para que tengan Vida, y la tengan en abundancia»,
nos dice Jesús
(Jn 10,10).
Jesús promete a la Samaritana donar un “agua
viva”, con
abundancia y para siempre, a todos
aquellos que lo reconocen como el Hijo
enviado
por el Padre para salvarnos (cfr Jn 4, 5-26; 3,17).
Jesús ha venido a
donarnos esta “agua viva”
que es el espíritu Santo, para que nuestra vida sea
guiada por Dios, sea animada por Dios, sea nutrida
por Dios.
Cuando
decimos que el cristiano es un hombre
espiritual nos referimos justamente a
esto: el
cristiano es una persona que piensa y actúa según
Dios, según el
Espíritu Santo. Y nosotros, ¿pensamos
según Dios? ¿Actuamos según Dios? O ¿nos
dejamos guiar por tantas otras cosas que no son Dios?
A este punto
podemos preguntarnos: ¿por qué esta
agua puede saciarnos hasta el fondo? Sabemos
que
el agua es esencial para la vida; sin agua se muere;
ella refresca, lava,
hace fecunda la tierra. En la
Carta a los Romanos encontramos esta expresión:
«
el amor de Dios ha sido derramado en nuestros
corazones por el Espíritu Santo,
que nos ha sido dado» (5,5).
El “agua viva”, el Espíritu Santo, Don del
Resucitado
que toma morada en nosotros, nos purifica, nos
ilumina, nos
renueva, nos trasforma porque nos hace
partícipes de la vida misma de
Dios que es Amor. Por
esto, el Apóstol Pablo afirma que la vida del cristiano
está animada por el Espíritu y de sus frutos, que son
«amor, alegría y paz,
magnanimidad, afabilidad,
bondad y confianza, mansedumbre y temperancia»
(Gal
5,22-23).
El Espíritu Santo nos introduce en la vida divina como
“hijos
en el Hijo Unigénito”. En otro pasaje de la
Carta a los Romanos, que hemos
recordado varias veces,
san Pablo lo sintetiza con estas palabras:
«Todos los
que son conducidos por el Espíritu de Dios son hijos
de
Dios. Y ustedes no han recibido un espíritu de esclavos
para volver a
caer en el temor, sino el espíritu de hijos
adoptivos, que nos hace llamar a
Dios ‘Padre’. El mismo
espíritu se une a nuestro espíritu para dar testimonio de
que somos hijos de Dios. Si somos hijos, también
somos
herederos, herederos de Dios y coherederos
de Cristo, porque sufrimos
con él para ser glorificados
con él» (8,14-17).
Este es el don precioso
que el Espíritu Santo trae a
nuestros corazones: la vida misma de Dios, vida de
verdaderos hijos, una relación de confidencia, de
libertad y de confianza en el
amor y en la misericordia
de Dios, que tiene también como efecto una mirada
nueva hacia los demás, cercanos y lejanos, vistos
siempre como hermanos y
hermanas en Jesús a los
cuales hay que respetar y amar.
El
Espíritu Santo nos enseña a mirar con los ojos de
Cristo, a vivir la
vida como la ha vivido Cristo, a
comprender la vida como la ha comprendido
Cristo.
He aquí por qué el agua viva que es el Espíritu Santo
sacia nuestra
vida, porque nos dice que somos amados
por Dios como hijos, que podemos amar a
Dios como
sus hijos y que con su gracia podemos vivir como
hijos de Dios, como
Jesús.
Y nosotros, escuchamos al Espíritu Santo que nos
dice: Dios te
ama, te quiere. ¿Amamos verdaderamente
a Dios y a los demás, como Jesús? Y
nosotros,
¿escuchamos al Espíritu Santo?
¿Qué cosa nos dice el
Espíritu Santo? Dios te ama:
¡nos dice esto! Dios Te ama, te quiere. Y
nosotros
¿amamos verdaderamente a Dios y a los demás,
como Jesús? Dejémonos
guiar, dejémonos guiar
por el Espíritu Santo. Dejemos que Él nos
hable al corazón y nos diga esto:
que Dios es amor, que Él nos espera
siempre, que Él
es el Padre y nos ama como verdadero papá; nos ama
verdaderamente. Y esto solo lo dice el Espíritu Santo
al corazón. Sintamos al
Espíritu Santo, escuchemos
al Espíritu Santo y vayamos adelante por este camino
del amor, de la misericordia, del perdón. ¡Gracias!
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario