1.
AMERICA LATINA CONTINENTE POBRE Y CRISTIANO
América
Latina es, desde hace cuatro siglos, un continente pobre y cristiano. La inmensa
mayoría del continente vive en situaciones de hambre y miseria, que se
manifiestan en la mortalidad infantil, muy elevada, falta de vivienda digna,
problemas de salud, salarios bajísimos, desempleo y subempleo, inestabililidad
laboral, migraciones masivas, analfabetismo, marginación de indígenas y
afro-americanos, esclavitud de la mujer, etc. (DP 29-41). A estos problemas
económicos se suman los que nacen de los abusos de poder, típicos de los
gobiernos de fuerza (DP 42-46).
Pero
este pueblo es cristiano, y en su mayoría católico. Esto implica no sólo haber
sido bautizado, sino haber asimilado los valores profundos del Evangelio, que se
han insertado en sus riquezas humanas, culturales y religiosas ancestrales.
Ahora bien, resulta contradictorio con el ser cristiano,
la forma como muchos cristianos de América Latina viven su fe. Por una
parte, una minoría rica y poderosa, se llama cristiana y defensora de la
tradición occidental y utiliza la fe como instrumento para mantener sus
privilegios de grupo social, sometiendo a las mayorías a una situación
infrahumana. Por otro lado, grandes masas populares viven su fe cristiana de
forma alienante. Para muchos, la fe es sólo una ayuda para resignarse más
fácilmente y esperar la compensación del premio en la otra vida. El cristianismo
se convierte de hecho en una droga, en anestésico adormecedor.
Puebla
reacciona frente a esta situación:
"Vemos
a la luz de la fe, como un escándalo y una contradicción con el ser cristiano,
la creciente brecha entre ricos y pobres. El lujo de unos pocos se convierte en
insulto contra la miseria de las grandes masas. Esto es contrario al plan del
creador y al honor que le debe. En esta angustia y dolor la Iglesia discierne
una situación de pecado social, de gravedad tanto mayor por darse en países que
se llaman católicos y que tienen capacidad de cambiar (DP 28).
Frente
a esta situación de pobreza y de cristianismo alienante y alienado, surge hoy en
toda América Latina una doble toma de conciencia. Por un lado, se comienza a ver
esta situación de pobreza como no casual ni natural, sino fruto de estructuras
económicas, sociales y políticas injustas (DP 30).
Y
también existe en toda América Latina un despertar cristiano, que ayuda a
comprender que el Evangelio no puede servir de excusa para oprimir al pueblo, ni
de droga para no intentar cambiar la situación.
Es
en este contexto, relativamente nuevo, desde donde brota la pregunta, ¿qué es
ser cristiano hoy en América Latina? La pregunta por el significado del
cristianismo no es nunca abstracta, sino que siempre dice referencia concreta a
un lugar y a una época. Por esto, antes de intentar responder a esta cuestión,
es preciso reflexionar desde dónde se hace la pregunta. Desde el continente de
América Latina, pobre y cristiano, que comienza a tomar conciencia de su doble
condición de pobre y de creyente, surge la pregunta sobre el significado de la
vida cristiana. Seguramente ser cristiano es diferente de lo que muchos han
creído hasta ahora.
2.
SER CRISTIANO NO ES SIMPLEMENTE. . .
Antes
de responder de forma positiva a la pregunta sobre el ser cristiano, es
necesario deshacer los equívocos de falsas o insuficientes definiciones del
cristianismo.
1.
Ser cristiano no es simplemente hacer el bien y evitar el mal.
Hay
muchas personas honestas, que trabajan por construir un mundo mejor e intentan
luchar contra la corrupción y la injusticia. Les mueven motivos nobles y una
ética humanística. Sin embargo, a pesar de sus aportes positivos y sus valores
humanos, no por esto pueden ser llamados propiamente cristianos.
2.
Ser cristiano no es simplemente creer en Dios. judíos y mahometanos, budistas e
hindúes, y miembros de otras grandes religiones de la humanidad, creen en Dios,
origen y fin último de todo, pero no creen en Jesucristo. Por más que sus vidas
y esfuerzos estén bajo el amor providente de Dios y la fuerza de su Espíritu, no
pueden ser llamados cristianos.
3.
Ser cristiano no consiste simplemente en cumplir unos ritos determinados. Toda
religión posee ceremonias y ritos simbólicos, pues de lo contrario se
convertiría en un mero intelectualismo ético para minorías. Pero no basta haber
sido bautizado, haber hecho la primera comunión, asistir a procesiones,
peregrinar a santuarios marianos, celebrar festividades para poder ser
identificado como cristiano. Los fariseos del tiempo de Jesús eran muy fieles en
sus ritos y sin embargo Jesús los denunció cómo hipócritas (Mt 23). El rito es
necesario, pero no suficiente para ser cristiano.
4.
Ser cristiano no se limita a aceptar unas verdades de fe, en unos dogmas,
recitar el Credo o saberse el catecismo de memoria. Muchos que profesan la
doctrina cristiana recta, están en la práctica muy lejos del Evangelio. Es
necesario aceptar la fe de la Iglesia, conocer sus leyes y preceptos, pero esto
no basta para ser cristiano. El cristianismo no es sólo una
doctrina.
5.
Ser cristiano no se identifica con seguir una tradición, que se mantiene de
siglos a través de un ambiente. Toda religión reconoce la importancia del peso
de la historia, pero el cristianismo no es simplemente una cultura, un folklore,
un arte, una costumbre inmemorial que se transmite a través de los
años.
6.
Ser cristiano no puede consistir únicamente en prepararse para la otra vida,
esperar en el más allá, mientras uno se desinteresa de las cosas del presente o
se limita a sufrirlas con resignación. La fe cristiana afirma la existencia de
una vida eterna y la consumación de la tierra pero la esperanza de una tierra
nueva no debe amortiguar la preocupación por transformar y cambiar esta historia
(GS 39). Por esto no se puede llamar cristiano a quien se inhibe de las
preocupaciones históricas, con la excusa del cielo futuro.
Ser
cristiano no se identifica con ninguna de estas posturas u otras semejantes.
Algunas son previas al cristianismo (hacer el bien, creer en Dios), otras
admiten elementos necesarios pero no suficientes (practicar ritos, aceptar
verdades), otras son mutilaciones del cristianismo (reducirlo a una tradición o
a la espera de los bienes eternos). Seguramente la contradicción del
cristianismo de América Latina nace de que muchos cristianos se identifican con
algunas de estas formas inadecuadas de cristianismo. El resurgir de la Iglesia
latinoamericana está ligado a una visión más
auténtica del ser cristiano.
3.
SER CRISTIANO ES SEGUIR A JESUS
No
se puede ser cristiano al margen de la figura histórica de Jesús de Nazaret, que
murió y resucitó por nosotros y Dios Padre le hizo Señor y Cristo (Hch 2,36). Lo
cristiano no es simplemente una doctrina, una ética, un rito o una tradición
religiosa, sino que cristiano es todo lo que dice relación con la persona de
Jesucristo. Sin él no hay cristianismo. Lo cristiano es El mismo. Los cristianos
son seguidores de Jesús, sus discípulos. En Antioquía, por primera vez los
discípulos de Jesús fueron llamados cristianos (Hch 11,26).
La
vida cristiana es un camino (Hch 9,2), el camino de seguimiento de Jesús. Los
Apóstoles, primeros seguidores de Jesús, son el modelo de la vida cristiana. Ser
cristiano es imitar a los Apóstoles en el seguimiento de Jesús. De los Apóstoles
se dice que siguieron a Jesús. (Lc 5,11) y a este seguimiento es llamado todo
bautizado en la Iglesia. Los Apóstoles no fueron únicamente los discípulos
fieles del Maestro, que aprendieron sus enseñanzas, como los jóvenes de hoy
aprenden de sus profesores. Ser discípulo de Jesús comportaba para los Apóstoles
estar con él, entrar en su comunidad, participar de su misión y de su mismo
destino (Mc 3,13-14; 10, 38-39). Seguir a Jesús hoy no significa imitar
mecánicamente sus gestos, sino continuar su camino "pro-seguir su obra,
per-seguir su causa, con-seguir su plenitud" (L. Boff). El cristiano es el que
ha escuchado, como los discípulos de Jesús, su voz que le dice: "Sígueme" (Jn
1,39-44; 21,22) y se pone en camino para seguirle.
¿Pero
qué supone seguir a Jesús?
1.
Seguir a Jesús supone reconocerlo como Señor.
Nadie
sigue a alguien sin motivos. Los Apóstoles siguieron a Jesús porque reconocieron
que El era el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Jn 1,29-37), el
Mesías, el Cristo (Jn l,41), Aquél de quien escribieron Moisés en la ley y los
profetas (Jn 1,45), el Hijo de Dios, el Rey de Israel (Jn 1,49). Ante Jesús,
Pedro exclama antes de seguirle: "Señor, apártate de mí, que soy un pecador" (Lc
5,8). Los Apóstoles reconocen que Jesús es Aquél que los profetas habían
anunciado como Mesías futuro y que Juan Bautista había proclamado como ya
cercano (Jn 1,26; Lc 3,16).
Hoy
el cristiano reconoce a Jesús como el Camino, la Verdad y la Vida (Jn 14,6), la
Puerta (Jn 10,7), la Luz (Jn 8,12), el Buen Pastor (Jn 10,11, 14), el Pan de
Vida (Jn 6), la Resurrección y la Vida (Jn 11,25), la Palabra encarnada (Jn
1,l4), el Cristo, el Hijo del Dios Vivo, (Mt 16,16), el Hijo del Padre (Jn
5,19-23; 26-27; 36-37; 43 ss), el que existe antes que Abraham (Jn 9,58), el
Señor Resucitado (Jn 20-21), el Juez de Vivos y Muertos (Mt 35,31-45), el
Principio y el Fin, el que es, era y ha de venir, el Señor del Universo (Ap
1,8).
El
cristiano no sigue, pues a cualquiera, sino al Señor de quien parte la
iniciativa para que le sigamos. El es quien siempre llama y nos dice a cada uno
de nosotros "Sígueme". El llamado viene de El, a través de la Escritura, de la
Iglesia o de los acontecimientos de la historia. Ante esta vocación el cristiano
exclama como Pedro: ¿"Señor a quién iríamos"? Tú tienes palabras de vida eterna.
Nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo Dios " (Jn 6,68).
La
fe cristiana no consiste propiamente en aceptar doctrinas, sino en reconocer a
Jesús como Señor y seguirle. El Credo es la profesión de fe del que sigue a
Cristo. El Credo que se enseñaba a los catecúmenos en el tiempo de preparación
al bautismo, no era una simple lección de memoria, sino la contraseña que les
identificaba como seguidores de Jesús ante el mundo. Sabían a quien seguían,
sabían de quién se habían fiado, y como Pablo, todo lo consideraban basura en
comparación de haber conocido y poder seguir a Cristo (Flp 3,7-21).
Seguir a Jesús es convertirse al Señor, cambiar la
orientación de la vida. Significa escoger la vida en vez de la muerte (Dt
30,19). Significa renunciar al Maligno y su imperio de muerte (Jn 8,44) y
adherirse a Cristo. Los primeros cristianos en el catecumenado realizaban una
solemne renuncia a Satanás y sus estructuras antes de adherirse a Cristo por el
bautismo. Todavía quedan en nuestra liturgia bautismal los vestigios de esta
renuncia. Pero todo ello debe hoy profundizarse. Nadie puede servir a dos
señores, a Dios y al dinero (Mt 6,24).
2.
Seguir a Jesús significa aceptar su proyecto
Jesús
tiene un proyecto, una misión: anunciar y realizar el Reino de Dios (Mc 1,15).
Este es el plan que el Padre le ha encomendado, formar una gran familia de hijos
y hermanos, un hogar, una humanidad nueva, los nuevos cielos y la nueva tierra
que los profetas habían predicho (Is 65, 17-25). Esta es la gran Utopía de Dios,
el auténtico paraíso descrito simbólicamente en el Génesis (Gen 1-2), donde la
humanidad vivirá reconciliada con la naturaleza, entre sí y con Dios, de modo
que el hombre sea señor del mundo, hermano de las personas e hijo de Dios (DP
322). Esta gran Buena Noticia es algo integral, ya que abarca a toda la persona
humana (alma y cuerpo), a todo el mundo (personas y comunidades) y aunque
consumará en el más allá, debe comenzar ya aquí en nuestra historia. Este Reino
de Dios es liberación de todo lo que oprime a la humanidad, del pecado y del
Maligno (EN 9). Es en este contexto que tiene sentido explicar y aprender el
Padre Nuestro, como se hacía en el antiguo catecumenado. El Padre Nuestro no es
sólo una fórmula para orar, sino un compendio del programa de Jesús. El Reino
del Padre, el cumplimiento de su voluntad, un mundo donde haya pan y perdón,
liberado de todo mal y victorioso de toda tentación. En ello el Padre es
glorificado, pues la gloria de Dios consiste en que el Reino de Dios venga a la
humanidad y todo el mundo viva como hijo del Padre.
Las
parábolas del Reino hablan de esta gran Utopía de Dios como un tesoro y una
perla, por cuya adquisición vale la pena venderlo todo (Mt 13,44-46). Los
Apóstoles ante el proyecto de Jesús, dejan sus barcas y redes y le siguen (Lc
5,11), mientras que el joven rico se alejó triste de Jesús porque tenía muchas
riquezas y no quería aceptar el proyecto de fraternidad universal de Jesús (Mt
19,22). Para seguir a Jesús las riquezas son un gran impedimento (Mt 19,23-21;
Lc 6,24-26; 12,13-24), lo cual contrasta con la opinión y la práctica de muchos
ricos de América Latina, que se consideran muy cristianos.
3.
Seguir a Jesús supone proseguir su estilo evangélico
El
programa de Jesús, el Reino de Dios, es inseparable de su persona, en el Reino
de Dios se encarna y personifica, con El el Reino se acerca a la humanidad (Lc
11,20). Jesús posee un estilo peculiar de anunciar y realizar el
Reino.
Nacido
pobre (Lc 2,6-7), hijo de una familia trabajadora sencilla (Lc 1,16; 4,22; Mc
6,3), se siente enviado a anunciar la Buena Nueva a los pobres (Lc 4, 18) y
sanar a pecadores, enfermos y marginados (Lc 7,21-23). Jesús a lo largo de su
vida va discerniendo lentamente su misión y el camino que el Padre desea.
Rechaza las tentaciones de poder y prestigio (Lc 4), reconoce que el Padre
revela el misterio de Dios a los sencillos y lo oculta a los sabios y prudentes
(Mt 11,25-26), se va solidarizando en todo a los hombres menos en el pecado (Hb
4,15), se compadece del pueblo disperso como ovejas sin pastor (Mc 34), bendice
al pueblo pobre (Lc 6,21-23) y maldice a los ricos (Lc 6,24-26) y a los fariseos
hipócritas (Mt 23).
Hace
de los pobres los jueces de la humanidad y toma como hecho a sí mismo cuanto se
haga u omita con los pobres (Mt 25, 31-45; Mc 9, 36-37).
Esta
opción de Jesús le produjo conflictos y le llevó a la muerte. Su muerte es un
asesinato tramado por todos sus enemigos, pero su resurrección no sólo es el
triunfo de Jesús , sino la confirmación por parte del Padre de la validez de su
camino. Mientras vivió en este mundo, Jesús fue tenido por loco (Mc 3,21),
blasfemo (Mt 26,65), borracho (Lc 7,34), endemoniado (Lc 11,15), pero el Padre
resucitándolo muestra que el camino de Jesús es el auténtico camino del Reino y
que Jesús tenía razón en haber seguido el estilo evangélico del Siervo de Yavé
(Is 42;49;50;53). Lo proclamado misteriosamente en el Bautismo (Mc 1,9-11) y la
Transfiguración (Mc 9, 1-8), se realiza en la Resurrección: Jesús es realmente
el Hijo del Padre y a El hay que escucharle y seguirle. Seguir a Jesús es tomar
la cruz y perder la vida, pero para ganar la vida y salvarse (Mc
8,34-35).
Algunos
resumen este estilo evangélico en los Mandamientos de la ley de Dios, ofrecidos
por Moisés al pueblo de Israel (Ex 20, 1,21; Dt 5). Pero el decálogo deberá
entenderse a la luz de la liberación de la esclavitud de Egipto (Ex 20,1; Dt 5,
6 ) y por lo tanto como leyes para vivir en la libertad de los hijos de Dios,
como camino de bendición y de vida, para evitar la esclavitud, la maldición y la
muerte (Dt 30, 29-31). Pero en todo caso el decálogo debería completarse con las
Bienaventuranzas del NT (Mt 5; Lc 6), que marcan el camino del Evangelio y
radicalizan y completan el AT. El camino de Jesús no es de los Faraones y
poderosos de este mundo, sino el de la libertad, la fraternidad y la solidaridad
con el pueblo pobre. Este es el camino de bendición que lleva a la vida,
mientras que el otro conduce a la maldición y a la muerte propia y ajena. Jesús
bendice al pueblo pobre y maldice a los ricos. Este es el estilo evangélico de
Jesús, que a través de la cruz lleva a la Resurrección.
4.
Seguir a Jesús es formar parte de su comunidad
Jesús
aunque llamó a los discípulos personalmente, uno por uno, a su seguimiento,
formó con ellos un grupo, los doce, a los que luego se añadieron hombres y
mujeres hasta constituir una comunidad: la comunidad de Jesús (Lc 8,1-3). Este
modo de actuar del Señor no es casual, sino que corresponde al plan de Dios de
formar un pueblo, a lo largo de la historia, para que fuese semilla y fermento
del Reino de Dios (LG 9 ). El pueblo de Israel en el AT, fue elegido y formado
lentamente por Yavé, desde Abraham hasta María, era figura y semilla del nuevo
Pueblo de Dios, la Iglesia, que Jesús preparó y que nació por obra del Espíritu
en Pentecostés (Hch 2). La Iglesia es la comunidad que mantiene la memoria de
Jesús a través del tiempo, es su Cuerpo visible en la historia (1 Cor 12),
continúa profetizando el proyecto de Jesús a todos, anuncia el Reino a los
pobres, denuncia el pecado y va realizando la fraternidad y la filiación de la
humanidad, hasta hacer de ella la nueva humanidad, los nuevos cielos y la nueva
tierra en la nueva Jerusalén, donde existirá plena comunión entre Dios y la
humanidad (Ap 21).
La
Iglesia prolonga en la historia el grupo de discípulos de Jesús y es la
comunidad que prosigue la misión de Jesús en este mundo. Es sacramento de Jesús,
sacramento de salvación liberadora en nuestra historia concreta (LG 1;9; 48).
Sus pastores (Papa, Obispos. . .) le guían en esta misión, prolongando la
función de Pedro y los Apóstoles (Mt 16,18-19). Los sacramentos no son simples
ritos para la salvación individual, sino momentos fuertes de la vida de la
comunidad eclesial, y su centro es la Eucaristía, el sacramento que alimenta a
la Iglesia con el Cuerpo y Sangre de Cristo y la va edificando como Cuerpo de
Cristo en la historia (1 Cor 10,17). La catequesis de los sacramentos debe
enmarcarse dentro de la comprensión de la Iglesia como comunidad de Jesús.
Querer
seguir a Jesús al margen de la Iglesia es un peligroso engaño ya que, como Pablo
descubrió en su conversión (Hch 9,5-6), la comunidad de los cristianos es el
Cuerpo de Jesús (l Cor 12, 27), es Cristo presente en forma comunitaria. Pero la
Iglesia deberá continuamente convertirse al Reino de Dios, objetivo central de
su misión, y deberá recordar siempre que Jesús siendo rico se hizo pobre ( 2 Cor
8,9j) y fue enviado para evangelizar a los pobres y salvar lo perdido (Lc 4,l8;
19,10), como el Vaticano II proclama (LG 8) y la Iglesia de América Latina ha
recogido al hablar de la opción preferencial por los pobres (DP 1134).
5.
Seguir a Jesús es vivir bajo la fuerza del Espíritu
Seguir
a Jesús, formar parte de su comunidad, continuar su proyecto en la historia de
hoy, son realidades que nos superan. Por esto Jesús prometió el Espíritu a sus
discípulos (Jn 14, l7) y este Espíritu es la fuerza y el aliento vital que
anima, vivifica, guía, santifica, enriquece y lleva a su plenitud la comunidad
de los seguidores de Jesús (LG 4). El Espíritu convierte el seguimiento en una
vida nueva en Cristo, en una comunión vital con el Resucitado en su Iglesia, nos
hace pasar de la ética voluntarista a la mística del permanecer en El y vivir de
su savia vital, como el sarmiento en la vid (Jn 15).
Este
Espíritu, don de Dios para los tiempos del Mesías (Jl 2) es un Espíritu de
justicia y derecho para los pobres y oprimidos (Is 11; 42; 61), el Espíritu que
guió toda la vida y la misión de Jesús (Lc 4,18), el cual ungido por el Espíritu
pasó por el mundo haciendo el bien y liberando de la opresión del Maligno (Hch
10,38). Este Espíritu es el que nos hace llamar a Dios, Padre (Gal 4,4) y es el
que gime en el clamor de la creación y de los pueblos en busca de su liberación
(Rm 8,18-27). En el clamor de los pobres de América Latina, el Espíritu clama y
pide liberación (DP 87-89). Este Espíritu es el que da fortaleza a los
perseguidos y mártires del continente (Mc 13,11) y es el que da esperanza y
alegría al pueblo de América Latina, haciéndole esperar días mejores: son
dolores de parto de algo nuevo que está naciendo(Jn l6,21).
Seguir
a Jesús implica aceptar y comenzar a vivir todo esto. Es un camino que requiere
discernimiento para ir recreando en cada instante de la historia las actitudes
de Jesús y los llamados de su Espíritu. Por todo ello ser cristiano en América
Latina exige hoy una postura concreta de seguimiento de Jesús.
4.
ALGUNAS CARACTERISTICAS DEL SEGUIMIENTO DE JESUS EN AMERICA LATINA
HOY
Este
seguimiento de Jesús hoy en América Latina, debe revestir algunas
características peculiares, dada la situación de pobreza y miseria de un
continente mayoritariamente cristiano.
1.
Ser cristiano en América Latina hoy, supone un cambio de actitud, ya que no
puede prolongarse por más tiempo la situación de una fe que encubra la
injusticia social, sirviendo de instrumento de dominación para unos pocos y de
resignación para la mayoría. Este cambio de actitud supone una conversión tanto
de corazón como de mentalidad y sobre todo de práctica cristiana. Podríamos
resumir esta conversión como el paso de una religiosidad meramente sociológica a
una fe personal; de una religiosidad meramente de conceptos y doctrina a una fe
vital y existencial; de una religiosidad espiritualista a una fe integral e
histórica; de una religiosidad meramente privada a una fe pública; de una
religiosidad individualista a una fe comprometida y solidaria con los sectores
populares y empobrecidos.
2.
Ser cristiano en América Latina hoy significa una clara actitud de rechazo y
denuncia de la realidad injusta de América Latina, ya que es pecado y contraria
a los planes de Dios (DP 28). Dios no quiere que el continente de América Latina
siga marcado por los signos de muerte: muerte precoz, vida inhumana, muerte
violenta. Esta situación de muerte nace del pecado personal y social de América
Latina y de una auténtica idolatría: el dinero, la riqueza, la plata se
absolutiza como el Dios absoluto (Col 3,5), al que se somete todo lo demás. El
cristianismo frente a esta situación, debe recordar que nadie puede servir a dos
señores, a Dios y a la riqueza (Mt 6.24) y que debe renunciar al dominio de
Satanás en su vida personal y social, como los primeros cristianos hacían antes
de bautizarse y adherirse a Cristo. Ser cristiano en América Latina supone un
corte radical con todo lo que sea injusticia, corrupción, opresión, violación de
derechos humanos, mentira.
Para
esta conversión necesitamos más que nunca de la oración y de la ayuda del Señor.
Sólo El que expulsando demonios demostró la fuerza victoriosa del Reino de Dios
y del Espíritu de Dios (Lc 11,20), es capaz de realizar en América Latina este
gran exorcismo personal y colectivo que nos libere de la esclavitud demoníaca
que nos tiene apresados. Es preciso tomar postura: quien acepta y fomenta la
situación de injusticia, no puede estar con Cristo (Lc 11,23).
3.
Ser cristiano en América Latina significa comprometerse desde la fe en un cambio
de la realidad. Este compromiso, forma concreta del seguimiento de Cristo,
abarca todas las esferas de la realidad: dimensiones económicas sociales,
políticas , culturales, religiosas, familiares, personales. . . Es todo un
continente que necesita ser liberado integralmente y que precisa del apoyo de
todos. La fe tiene un gran valor liberador, ya que ataca el mal en su raíz: el
pecado personal y estructural. Pero además la fe posee una gran fuerza
inspiradora, por cuanto presenta la gran Utopía del Reino de Dios y nos ofrece
los grandes valores del Evangelio: el amor, la justicia, el perdón, la
esperanza, la libertad, la fraternidad, la cruz y la Resurrección. La fe no nos
ofrece recetas sociales y políticas concretas, como si del Evangelio se
desprendiese un sistema socio-político concreto, pero sí nos presenta horizontes
nuevos, inspiración y sobre todo la fuerza del Espíritu del Resucitado que va
madurando la historia hacia unos cielos nuevos y una tierra nueva. En esta tarea
tenemos el ejemplo de miles de hermanos nuestros que desde la fe se han ido
comprometiendo, en diversos campos, para la transformación de la realidad.
Algunos de ellos han dado su vida por esta tarea: Mons. O. Romero, L. Espinal,
E. Angelelli. . . y otros han padecido persecuciones, deportaciones y exilio.
Otros muchos siguen adelante buscando no simplemente mejoras accidentales sino
estructurales. El cristiano no puede inhibirse de esta tarea, cualquiera sea su
trabajo y vocación.
4.
Ser
cristiano en América Latina significa solidarizarse con los sectores populares,
en esta lucha. Esto supone para los sectores populares el tomar conciencia que
del pueblo consciente y organizado han de venir los cambios radicales y que
cuentan para ello con el ejemplo y la bendición de Señor, que los llamó
bienaventurados y se identificó con ellos. Para los nacidos en otros sectores,
significa que sólo solidarizándose con la causa del pueblo pobre y poniendo sus
capacidades a su servicio, se podrá llevar adelante un cambio de situaciones. La
opción prioritaria de la Iglesia por los pobres se sitúa en esta perspectiva. El
objetivo es que la Iglesia de los pobres sea el rostro auténtico de la Iglesia
de Jesús, como lo deseó Juan XXIII para la Iglesia universal y los obispos de
América Latina. El potencial transformador de los pobres es inseparable de su
potencial evangelizador.
5.
Seguir a Jesús hoy en América Latina significa entrar a formar parte de una
comunidad eclesial concreta, para vivir y alimentar continuamente todas estas
exigencias. Las CEBS ofrecen un lugar óptimo para ello (DM 15, 10-12; DP
641-643). Nuestra fe necesita ser continuamente alimentada por la Palabra,
celebrada en los sacramentos, discernida y confrontada con los hermanos en la
fe, con la tradición y el magisterio eclesial. El análisis de la realidad que
nos circunda y el compromiso, deben estar siempre iluminados por la fe en el
Señor y por el deseo del seguimiento. Sin ello nuestra postura se reduciría al
nivel puramente humano, social, político, etc. Sólo en un clima de fe y de
oración, el seguimiento de Jesús puede realizarse. Este seguimiento no se agota
en comportamientos éticos sino que debe comenzar la gratuidad del "estar con el
Señor", y el sentido contemplativo. El gozo del seguimiento, la esperanza contra
toda esperanza, la alegría en medio de los conflictos, sólo puede mantenerse
desde la profunda experiencia personal y comunitaria del Espíritu del Señor. Y
todo ello sólo se puede realizar en la comunión eclesial, vivida desde una
comunidad concreta, abierta al resto de la Iglesia continental y
universal.
6.
Finalmente como resumen de todo lo dicho, podríamos afirmar que el seguimiento
de Jesús en América Latina hoy significa luchar a favor del Dios de la vida. La
postura cristiana no puede ser meramente negativa, la lucha contra los dioses de
la muerte se orienta a luchar a favor del Dios de la Vida, del Dios creador de
la vida, de Jesús que ha venido para que tengamos vida abundante (Jn 10,10), del
Espíritu de Vida.
Podríamos
resumir todo lo dicho sobre el seguimiento de Jesús en estos diez mandamientos
del Dios de la Vida:
1.
Creerás que Dios es el Dios de la Vida, que desea la vida en abundancia para
todos y no la muerte.
2.
No utilizarás el nombre del Dios de la Vida, para atentar contra la vida de
nadie.
3.
Agradecerás a Dios la vida y la celebrarás como un gran don y una
tarea.
4.
Defenderás la vida amenazada y honrarás a los que te han dado vida.
5.
No matarás de ningún modo la vida, pues la vida es de Dios.
6.
Amarás y gozarás la vida sin egoísmos.
7.
No te apropiarás de los bienes que han sido creados para que todos
vivan.
8.
Compartirás la vida con tu pueblo con toda verdad.
9.
Trabajarás para que todos tengan lo suficiente para vivir.
10.
Pondrás tu vida al servicio de los demás , hasta arriesgar tu vida por la vida
de los otros.
Estos
diez mandamientos se resumen en dos: Amarás tu vida y la vida de tu pueblo como
vida de Dios.
En
la medida en que América Latina, pueblo pobre y creyente, camine por este
camino, su cristianismo será auténtico y la realidad se acercará a la utopía
mesiánica que Isaías describió y Mons. Romero gustaba de repetir a su
pueblo:
"Harán
sus casas y vivirán en ellas, plantarán viñas y comerán sus
frutos.
Ya
no edificarán para que otro vaya a vivir, ni plantarán para alimentar a
otro.
Los
de mi pueblo tendrán larga vida como los árboles, y mis elegidos vivirán de lo
que hayan cultivado con sus manos.
No
trabajarán inútilmente, ni tendrán hijos destinados a la muerte, pues ellos y
sus descendientes serán una raza bendita de Yavé " (Is
65,21-23).
1.
CLAVES O ESQUEMAS MENTALES
Hemos
definido el ser cristiano en América Latina hoy como un seguimiento de Jesús que
prosigue su obra liberadora en un mundo estigmatizado por signos de muerte y
anhelante de una vida más plena, y hemos visto que esta definición exige de
nosotros un cambio no sólo de actitud sino de mentalidad, una verdadera
conversión.
Para
muchos este cambio en el modo de enfocar el cristianismo resulta sorprendente e
incluso contradictorio con el enfoque de la fe que habían aprendido de pequeños
o hace algunos años. De esta constatación surgen una serie de cuestiones: ¿Acaso
el Evangelio cambia? ¿No se deberá esta forma de interpretar la fe a ideologías
extrañas al cristianismo? ¿Qué garantía tenemos de que dentro de unos años no
deberemos cambiar de nuevo nuestras formulaciones cristianas? ¿Por qué se habla
del ser cristiano en América Latina? ¿Acaso el cristianismo no es igual en todas
partes?.
Estas
preguntas exigen mayor reflexión. Por eso a la primera parte más expositiva y
afirmativa, hemos añadido esta segunda parte de cara a una ulterior explicación
del por qué de la definición del cristianismo como seguimiento de
Jesús.
Para
comenzar a clarificar todas estas preguntas hemos de partir de una distinción:
una cosa es la fe y otra cosa es la reflexión o formulación que hacemos sobre
ella. La fe, don del Espíritu, por el cual nos adherimos personal y vitalmente
al misterio de Jesús Salvador, penetra más allá de los conceptos, trasciende las
formulaciones más correctas y nos hace participar de la misma vida de Dios. En
cambio la reflexión que elaboramos sobre la fe revelada, está siempre marcada
por la cultura, el lenguaje, la época, la situación personal, la forma de
comprender la realidad. La misma Sagrada Escritura no escapa a esta ley
profundamente humana. La comprensión y expresión de la revelación de Dios de
parte de los autores bíblicos del tiempo de la monarquía Davídica o Salomónica,
no es la misma que la de los escritores sacerdotales que escriben después del
exilio de Israel. La visión sobre Jesús del Evangelio de Marcos es diversa de la
de Lucas, y las dos difieren de la del Evangelio de Juan . Los escritos paulinos
poseen unas características propias que los distinguen de los evangelios.
No
debe pues extrañar que también después, en la historia de la Iglesia posterior,
se hayan dado diversas formas de lectura y comprensión del Evangelio. El
magisterio de la Iglesia vela para que estas lecturas no se desvíen de la recta
tradición eclesial y se ajusten a la Escritura. Pero el mismo magisterio también
está condicionado por la mentalidad de cada época, lo cual no invalida su
misión, que cuenta con la asistencia especial del Espíritu.
Esta
misteriosa pero real diversidad histórica y cultural en la captación de la
verdad de fe, no es un fenómeno exclusivo del cristianismo o de ámbito
religioso, sino una ley profundamente humana que, bien entendida, no lleva al
escepticismo relativista sino a una búsqueda humilde y constante de la verdad
plena. La humanidad ha de ir avanzando hacia una visión cada vez más comprensiva
de la realidad. En este caminar de la humanidad existen una historia del
pensamiento, de la ciencia, del arte, y también una historia de la teología o de
la reflexión cristiana sobre la fe. Estas historias no son independientes unas
de otras, pues la Iglesia no está fuera de la historia, está inmersa en ella y
el cristiano vive con sus contemporáneos la gran aventura de la humanidad.
Por
esto mismo, la historia de la teología no se puede separar de la evolución de
los sistemas de pensamiento de la humanidad,. Esto ayuda a establecer el diálogo
entre la fe y los humanismos de cada época y permite anunciar el Evangelio a
todas las culturas.
Podemos
resumir lo dicho hasta ahora afirmando que nuestra visión de la realidad y por
lo tanto también de la realidad de la fe, siempre viene mediada por unas claves
de lectura o esquemas mentales que ofrecen una visión unitaria y sintética de
nuestra comprensión y valoración de la realidad y de toda nuestra acción
concreta. Dicha clave de lectura está ligada a la cultura, a la historia a los
condicionamientos económicos, a la psicología personal y a otros muchos
elementos. Pero a pesar de las diferencias existentes entre individuo e
individuo, se puede constatar como una cierta unidad general o matriz que
unifica la forma de pensar de un determinado grupo en un momento histórico
concreto.
En
momentos culturales e históricos homogéneos y sin fuertes cambios ni rupturas,
estas diversas formas de pensar y valorar, pueden pasar desapercibidas. Pero en
momentos de transformaciones fuertes y rápidas, como el tiempo actual, estas
diferencias se manifiestan, a veces de formas muy conflictivas, en todos los
campos: social, político, artístico, filosófico, religioso. Los conflictos de la
Iglesia del postconcilio son un ejemplo claro de estos choques de diferentes
mentalidades o esquemas mentales.
Por
todo ello puede ser interesante y clarificador el presentar de forma muy
sintética las tres claves de lectura del cristianismo que hoy coexisten en la
Iglesia y que están ligadas a diferentes esquemas mentales. Todo intento de
tipificación es, por su misma simplificación, un tanto empobrecedor y
necesariamente caricaturiza la realidad. Pero tiene la ventaja de ayudarnos a
comprender de forma sintética lo que en la realidad de cada día se nos escapa en
medio de las mil facetas variables.
Aunque
la exposición de los esquemas mentales no puede ser neutra, pues siempre
juzgamos desde un esquema concreto y optamos por uno de ellos, sin embargo
deberíamos evitar toda forma de descalificación ética de otros esquemas. Cada
esquema capta parte de la verdad y está condicionado a un momento histórico
sobre el cual es difícil juzgar desde otra situación histórica.
Estas
consideraciones previas, un tanto abstractas, se clarificarán con la exposición
concreta de las tres claves de lectura que vamos a proponer.
2.
TRES CATECISMOS
La
comparación de tres conocidos catecismos puede servirnos para ejemplificar tres
claves de lectura de la fe. Se trata del Catecismo de Pío X, del Nuevo Catecismo
para adultos de Holanda y de Nuestro Catecismo del Brasil.
1.
El
Catecismo de Pío X, de principios de siglo, responde a la preocupación del Papa
por anunciar la fe a los niños y prepararlos de este modo a la Primera Comunión.
Se extendió rápidamente por toda la Iglesia Universal. Comienza con la enseñanza
de las primeras oraciones y fórmulas que han de saberse de memoria. A
continuación se presenta, con el método clásico de preguntas y repuestas, las
primeras nociones de la fe cristiana: ¿Quién nos ha creado ? ¿Quién es Dios?
¿Para qué nos ha creado Dios? ¿Cómo se llaman las tres personas de la Santísima
Trinidad? ¿Quién es Jesucristo?. . .
Las
tres partes del Catecismo corresponden al plan de lo que hay que hacer para
vivir conforme a Dios: creer las verdades reveladas por El (Credo), guardar sus
mandamientos (Mandamientos de la Ley, Preceptos de la Iglesia, Virtudes
principales), con los auxilios de su gracia, la cual se alcanza por medio de los
sacramentos (medios que causan la gracia) y la oración (o medio que alcanza la
gracia). Acaba el Catecismo con las oraciones del cristiano para el día, para la
confesión y comunión, la forma de rezar el rosario y de ayudar a
misa.
Lo
que llama positivamente la atención de este catecismo es su claridad, concisión
y sentido práctico. Pero sorprende el enfoque individualista de la fe, su noción
más filosófica que bíblica de Dios ("Un Ser perfectísimo, Creador y Señor de
Cielo y Tierra", el poco relieve de Jesucristo en la revelación de Dios y en
toda la vida cristiana, y la visión meramente instrumental de los sacramentos,
como medios para alcanzar la gracia para así cumplir los mandamientos. El mismo
método de preguntas y respuestas, aun dirigido a niños, responde a un tipo de
mentalidad y pedagogía religiosa muy clásica. Este Catecismo puede servir de
ejemplo a la clave o mentalidad que llamaremos tradicional.
2.
El Nuevo Catecismo de Adultos, llamado comúnmente Catecismo holandés, es de
l966, es decir poco después del Vaticano II. Fruto de un trabajo colectivo y de
una serie de intercambios realizados en la Iglesia holandesa, pretende ofrecer
un enfoque nuevo de la fe para los adultos, con el fin de poder elaborar después
un catecismo para jóvenes.
Sin
preguntas ni respuestas, sin tecnicismos filosóficos o teológicos, es una
invitación a la reflexión. No pretende dar respuestas definitivas, sino que
ofrece más bien una visión histórica del dogma en el lenguaje existencial del
hombre moderno.
Su
punto de partida es el misterio del hombre y de la existencia humana: ¿Quién soy
yo? ¿Qué es el hombre? ¿Qué sentido tiene la vida? ¿Qué sentido tiene este
mundo?. Aparece claramente cómo el hombre busca a Dios a través de toda la
historia y se enumeran las grandes religiones de la humanidad como caminos de
búsqueda de Dios. Destaca el camino del pueblo de Israel que culminará en
Cristo. El Hijo del Hombre y la Iglesia como camino de Cristo, constituyen las
partes básicas de este Catecismo. Finalmente un capítulo sobre el término del
camino: la vejez, la escatología, y Dios Trinidad.
No
nos interesa aquí evaluar cada una de sus afirmaciones (algunas de ellas fueron
objeto de reservas por parte de Roma), sino ver su modo de enfocar la visión de
la fe. Llama la atención su sentido antropológico, histórico, comunitario, y
bíblico de fe, su apertura al hombre moderno y a los humanismos contemporáneos,
y un estilo sencillo y comprensible para el hombre de la calle. Evidentemente su
trasfondo cultural, económico y religioso corresponde al de la Europa Central de
los años 60, y se respira un cierto optimismo, típico del mundo neocapitalista y
liberal de aquellos años, bastante alejado de los problemas del Tercer Mundo. Es
un ejemplo representativo de lo que llamaremos la clave moderna de la fe.
3.
"Nuestro Catecismo", obra de la Prelatura de San Félix de Araguaia y de su
Obispo Pedro Casaldáliga, es de los años 80. Mantiene el esquema clásico del
Catecismo de Pío X: primera parte el Credo, segunda parte la Ley, tercera parte
la oración. Pero hay notables diferencias entre ambos catecismos. Aquí cada tema
se realiza en cuatro momentos: explicación del tema, resumen en letra grande
para ser memorizado, preguntas para la reflexión en la comunidad y un momento de
oración o alabanza final. El Credo va glosando el símbolo apostólico, con breves
anotaciones que lo actualizan para América Latina. Así por ejemplo. "Creemos que
Dios quiere la igualdad y felicidad de todos, creemos que Dios acompaña siempre
a su pueblo, creemos que la misión de Jesús es hacer presente el Reino de Dios.
Creemos en Jesús que ha vencido a la muerte, creemos en el Espíritu Santo la
fuerza de Dios en nosotros, creemos que la Iglesia es la continuadora de la
misión de Jesús, creemos que Jesús es fuente de agua viva". En este contexto
cristológico y eclesial se ubican los siete sacramentos. La segunda parte trata
sobre la Ley: los diez mandamientos, la Ley del pueblo liberado por Dios de
Egipto y la bienaventuranzas y maldiciones de Jesús. Finalmente la última parte
sobre la oración expone el Padre Nuestro y otras oraciones del cristianismo.
Acaba el Catecismo con el decálogo del hombre feliz para aprenderlo de memoria y
vivirlo en la vida.
Feliz
aquel que ama a Dios y vive con fe, atento a lo que Dios quiere.
Feliz
aquel que descubrió que el verdadero Dios camina con el pueblo y quiere su
liberación.
Feliz
aquel que comprende que seguir a Jesús es vivir en comunidad en unión con el
Padre y los hermanos.
Feliz
aquel que confía en sus compañeros: "el mundo será mejor cuando el pobre que
sufre confía en el que es también pobre como él".
Feliz
aquel que piensa que la vida y el buen nombre de los compañeros valen más que
todo el oro del mundo.
Feliz
aquel que ama y respeta a su familia: a la esposa, al esposo, a los hijos y a
los padres.
Feliz
aquel que sabe que su dignidad personal es sagrada.
Feliz
aquel que entiende que la verdadera religión es amar a Dios, como Padre y al
prójimo como hermano.
Llama
la atención de este Catecismo, junto con su sencillez y pedagogía, su profundo
sentido evangélico, comunitario y liberador. Hay una constante preocupación por
unir Dios y la vida del pueblo. Es un ejemplo de la clave solidaria de la
fe.
Estos
tres catecismos, nacidos en momentos históricos y en contextos socioculturales
muy diversos, ejemplifican diversas claves de interpretación de la fe, dentro de
la tradición eclesial. En realidad no sólo los textos difieren, sino el mismo
concepto de catequesis, su papel dentro de la comunidad cristiana, sus agentes y
su forma de ser llevado a la práctica. Cada Catecismo revela una mentalidad
diferente, una visión peculiar de la fe, un esquema mental un paradigma, una
óptica propia.
3.
EXPOSICION DE LAS TRES CLAVES DE
LECTURA DE LA FE
Mientras
en Europa se ha mantenido el interés por definir la esencia del cristianismo, en
América Latina ha surgido la preocupación por vincular la fe a la realidad
concreta histórica y local, y por descubrir la evolución histórica de la visión
de la fe. Una serie de autores de América Latina (G. Gutiérrez, J.B. Libânio, L.
Boff. R. Muñoz, P. Trigo, M. Preiswerk, el equipo de teólogos de la CLAR) ha ido
mostrando la pluralidad de esquemas mentales existentes y su repercusión en
orden a comprender y vivir la fe.
Los
tres esquemas básicos podemos llamarlos clave tradicional o clásica, clave
moderna o secular y clave solidaria o liberadora. Expliquemos los elementos
constitutivos de cada una de estas claves, su origen y sus
implicaciones.
1.
Clave tradicional.
En ella predomina una visión objetiva y esencialista de la realidad, la cosa en
sí misma, independientemente del sujeto. Su esquema está más ligado a la
naturaleza que a la historia, a lo dogmático y estático que a lo dinámico y
evolutivo, a los orígenes más que al fin. Su visión de la realidad es vertical,
jerárquica, jurídica, descendente. Todo el universo mental sigue un orden
preestablecido y al igual que el orden cósmico, está regido por unas leyes fijas
y constantes, monolíticas y uniformes.
Este
esquema está muy marcado por la sumisión a la naturaleza ante la cual el hombre
se siente impotente y mira con respeto sagrado, procurando obedecer en todo el
curso de la ley natural. Esta actitud se traduce también en las relaciones
sociales: sumisión a la autoridad, a la tradición, a lo establecido, a las
reglas de convivencia, a las costumbres. Así como no se cuestiona el orden
cósmico, tampoco el orden social: ambos se consideran sagrados y queridos por
Dios y vienen a ser expresiones de su Voluntad divina. El mundo está regido por
la Providencia de Dios y la libertad humana se expresa en la aceptación y
entrega a esta Voluntad divina, sin concebirse una postura crítica frente a la
familia, la sociedad o la religión. El mundo divino y sobrenatural es el que da
sentido al mundo natural o profano, el cual carece de autonomía y consistencia
propia. Todo debe ser sacralizado para que adquiera sentido.
Hay
pues una gran coherencia entre los aspectos culturales, sociales, filosóficos y
religiosos de este esquema mental.
Este
esquema mental es típico del mundo agrario, feudal y religioso que prevaleció
durante la Edad Media y configuró lo que se ha llamado la Cristiandad. Esta
cosmovisión se comenzó a resquebrajar de forma clara en el siglo XV, pero a
nivel eclesial se prolongó todavía durante siglos. El Catecismo de Pío X refleja
esta mentalidad, de la que oficialmente la Iglesia católica se distanció recién
en el Concilio Vaticano II.
2.
Clave moderna.
Desde el Renacimiento se abre paso en forma clara un cambio de mentalidad que
hacía siglos había comenzado a despuntar. Una serie de hechos enmarcan esta
evolución: el progreso de las ciencias que obliga a desacralizar la naturaleza
(Galileo) y a operar un giro "Copernicano" respecto a la visión clásica
anterior; la aparición de una ciencia política (Maquiavelo) que intenta
independizarse de la tutela eclesial y busca su propia racionalidad;la Reforma
con la afirmación de la autonomía de la conciencia personal frente a la Iglesia,
etc. Este amplio movimiento irá avanzando con los años: la Ilustración, la
Revolución Francesa, la Independencia de Norteamérica y de América Latina y de
las antiguas colonias Asiáticas y Africanas, el progreso científico, el
capitalismo económico y la Revolución industrial. . ., irán configurando una
nueva visión de la realidad: secular, urbana, democrática, liberal, pluralista.
. .
De
esta clave moderna la persona es el centro. Se ha pasado de una visión objetiva
y cosista a otra subjetiva y antropológica. La naturaleza se ha desacralizado y
la razón técnica ha transformado el antiguo cosmos mítico en objeto de dominio,
de energía y de riqueza. De la mentalidad estática y fixista se ha pasado a una
visión dinámica, histórica, evolutiva, en la que la libertad y la racionalidad
instrumental dominan la materia y enseñorean la historia. El sujeto toma
conciencia de su realidad personal y existencial y rechaza todo dogmatismo,
autoritarismo y legalismo. El nuevo sujeto histórico de esta nueva historia es
el sector de la burguesía. En este optimismo del progreso de la técnica, florece
tanto el individualismo más exacerbado (privacidad, propiedad privada,
liberalismo económico), como el deseo de diálogo y de comunidad humana
(intersubjetividad, comunidades de relaciones primarias). También en la esfera
religiosa, de la clave moderna surge tanto el ateísmo racionalista (por creer
que Dios niega la autonomía humana), como una fe más personal y más comunitaria,
que lejos de negar la libertad y la conciencia, la hace más cómoda y responsable
en la historia y en la misma comunidad cristiana.
Dentro
del cristianismo, las iglesias nacidas de la Reforma aceptaron esta mentalidad
mucho antes que la Iglesia católica, que durante siglos se resistió frente a
ella, por verla ligada a peligros dogmáticos y prácticos. Recién en la primera
mitad del siglo XX, una serie de movimientos espirituales, pastorales y
teológicos (movimiento bíblico, litúrgico, patrístico, ecuménico, social),
fueron madurando el ambiente eclesial, hasta cristalizar en el Concilio Vaticano
II. Este Concilio, convocado por Juan XXIII y llevado a término por Pablo VI,
representa el paso de la clave tradicional a la moderna en la Iglesia católica.
Sus documentos sobre ecumenismo, libertad religiosa, diálogo con el mundo
moderno, etc., son significativos de este cambio de mentalidad. El Catecismo
holandés expresa bien esta nueva sensibilidad humana y eclesial. La resistencia
de muchos sectores eclesiales en aceptar el Vaticano II, es un reflejo de lo
profundamente arraigada que estaba, y continúa estando, en muchos católicos la
clave tradicional. Por otra parte el retraso de siglos por parte de la Iglesia
en aceptar esta nueva clave histórica, ha sido fuente de muchos conflictos y
tensión para muchos cristianos, que se sentían dilacerados entre su cosmovisión
humana moderna y la visión tradicional de la fe que la Iglesia todavía
mantenía.
3.
Clave solidaria. Las
grandes revoluciones sociales de principio de siglo y de estas últimas décadas,
la irrupción de los pobres en la historia, el clamor de la mayor parte de la
humanidad por una vida más justa y más humana, han hecho aflorar en la
conciencia contemporánea la dimensión de lo social, como momento dialéctico de
relación entre sujeto y objeto.
La
naturaleza se contempla a la luz de las estructuras sociales, económicas y
políticas. También la conciencia subjetiva se ve situada dentro de lo social y
lo estructural. Lo económico y lo político cobra fuerza, se descubren el influjo
del lugar socio-económico en la mentalidad de los grupos y los intereses de
clase. Frente a las injusticias de las estructuras dominantes se busca el
proyecto histórico del pueblo, en una línea más participativa y socializante. El
pueblo constituye el nuevo sujeto social e histórico del momento presente. La
esfera de lo religioso no escapa a esta clave de lectura. Para algunos sectores
Dios aparece como adormecedor, para que el pueblo se resigne ante el fatalismo
de la pobreza; para otros se redescubre la dimensión social y política de la
religión de la fe y del Evangelio.
Concretamente
dentro de la Iglesia católica, las conferencias del episcopado latinoamericano
reunidas en Medellín (l968) y Puebla (l979) para aplicar el Vaticano II a
América Latina, representan una clara toma de conciencia por parte de la Iglesia
de América Latina de esta nueva clave de lectura. La fe es vista desde el ángulo
de los pobres, desde la realidad e injusticia de América Latina. Desde la fe,
esta situación es calificada como pecado personal y social, contraria al plan de
Dios. Consiguientemente en esta situación de conflicto, la Iglesia opta
prioritariamente por el sector de los pobres, como la forma actual de realizar
hoy su tarea evangélica.
Esta
clave de lectura halla en el Catecismo del obispo Casaldáliga una expresión
concreta. Pero esta visión no se reduce a América Latina, sino que va creciendo
sobre todo en el Tercer Mundo y en los sectores más explotados de los países del
Norte. Esta clave, por sus implicaciones sociopolíticas, produce amplias
sospechas y reticencias en sectores eclesiales y políticos de todo el mundo. La
agresividad del Documento de Santa Fe del gobierno de Reagan contra la Teología
de la Liberación, es un claro exponente de la conflictividad de esta clave
solidaria. La misma Iglesia universal está todavía lejos de haber aceptado
teórica y prácticamente esta clave.
Todo
ello aparecerá con más claridad cuando veamos cómo las tres claves descritas
aquí configuran en la práctica diversas concepciones de la fe en sus capítulos
más significativos: Dios, Cristo, Antropología, Eclesiología, Sacramentos,
Educación, Praxis social, Pastoral, etc.
A
partir de cada una de estas tres claves se configuran diversas lecturas de la
fe. Iremos viendo, sucesivamente, cómo cada clave enfoca los puntos nucleares de
la fe cristiana.
1.
El misterio de Dios.
Dios
es visto por la clave tradicional como Ser perfectísimo, eterno, espiritual,
trascendente, providente, omnipotente creador de todo, totalmente Otro y
diferente de todo lo creado, impasible, incondicionado, inconmensurable,
omnipresente, infinito, Causa primera, Supremo Hacedor y Ordenador del Universo.
Sus atributos están más cerca de la filosofía griega y de la Teodicea que de la
Escritura y causan la impresión de gran lejanía de la humanidad. A partir de
esta imagen de Dios, la religión parece guardiana del orden establecido y todo
cambio parece atentar contra la Ley Divina que dirige las cosas a sus fines. Es
una imagen de Dios más ligada al curso de los astros que a al
historia.
Indudablemente
el misterio Trinitario se proclama abiertamente, pero la visión tradicional de
la Trinidad es más metafísica que bíblica, acentuando más la esencia de la
divinidad que la riqueza de las Personas, y todo el misterio parece más un juego
de la lógica que una revelación cálida y nuclear para la vida cristiana. Basta
leer himnos y prefacios trinitarios de la liturgia latina para percatarse de que
esta verdad parece en la práctica reservarse a la especulación de unos pocos
iniciados.
El
concepto mismo de revelación se centra en la comunicación por parte de Dios de
unas verdades y normas, cuya recopilación se recoge en la Escritura y en la
Tradición eclesial. La Iglesia es la depositaria de este "depósito de la fe" que
el magisterio eclesial defiende y propone a los fieles para su aceptación. La fe
es, lógicamente, la aceptación por parte de los fieles de estas verdades
reveladas por Dios y enseñadas por la Iglesia. Hay un predominio de lo
intelectual sobre lo vital, de lo autoritario sobre lo comunitario, de lo
dogmático inmutable sobre lo histórico, de la doctrina recta sobre la práctica.
Llama la atención en esta visión de Dios el papel tan poco relevante de Jesús
para nuestra comprensión de Dios. También la Escritura se concibe como escrita
por los autores bíblicos gracias a una inspiración en forma de dictado desde
arriba. Estamos lejos de las modernas reflexiones sobre tradiciones bíblicas,
géneros literarios, historia de las formas, etc.
La
clave moderna tiene una visión profundamente bíblica de Dios: es el Padre de
Nuestro Señor Jesucristo, revelado por Jesús, el Hijo encarnado. Es Jesús quien
ha revelado históricamente el misterio de Dios, al hablar del Padre que le ha
enviado y del Espíritu Santo que enviará a los Apóstoles. La Trinidad no es una
revelación para satisfacer la curiosidad científica, sino un misterio de amor y
de comunión, que se revela a la humanidad en la medida en que le hace participar
de su misterio: Dios nos revela que es Padre al hacernos hijos suyos, el
Espíritu se revela como don de amor al difundirse el amor de Dios en nuestros
corazones. Jesús se revela como Hijo al hacernos sus hermanos. La revelación de
Dios aparece como una realidad histórica: existe una historia de salvación, con
diferentes momentos y etapas (Antiguo Testamento, Jesús, Nuevo Testamento) y
Dios se comunica con palabras y con hechos. La Biblia recoge estos hechos
salvíficos y su interpretación, y la Iglesia es la comunidad capaz de
interpretar la Escritura, porque en ella reconoce su propia historia de
salvación. Dios es el autor de la Escritura en cuanto es el autor de toda la
historia de salvación y de la Iglesia, a cuyo bien todo se dirige. Pero Dios
continúa actuando en la historia, y aunque no revela misterios nuevos diferentes
de la gran revelación en Cristo, sí nos hace comprender cada vez con mayor
profundidad la verdad revelada. Los signos de los tiempos nos manifiestan la
voluntad y el plan de Dios en la historia, a través de acontecimientos,
aspiraciones y deseos de los pueblos (GS 4; 11; 44). La fe no es sólo adhesión a
verdades, sino una vida nueva, la participación de la vida de Dios, que en Jesús
se nos ha comunicado.
Para
la comprensión más adecuada de la revelación, la mentalidad moderna incorpora al
estudio de la Biblia y del dogma, los aportes de las ciencias históricas,
lingüísticas, sociales, filosóficas, etc., proporcionando así una imagen de la
revelación que sin dejar de ser misteriosa es más inteligible y se adapta a la
mentalidad del mundo de hoy. Este puede exclamar: ¡Ahora entiendo la Biblia!,
repitiendo el título de un conocido libro de introducción a la
Escritura.
La
visión solidaria se sitúa en continuidad con la visión moderna, pero acentuando
una serie de dimensiones poco resaltadas en la anterior clave. Dios es captado
en su revelación en la historia de salvación, como el Dios de la vida (Gn), el
liberador de pobres y oprimidos cuyo clamor escucha compasivo (Ex), como el Dios
que desea se realice el derecho y la justicia (Profetas). Esta imagen de Dios es
la que el mismo Jesús nos presenta: un Dios que desea la liberación de los
cautivos (Lc 4,l8) y cuyas entrañas se enternecen ante el hijo pródigo (Lc l5).
La Trinidad es un misterio de comunión y participación, un misterio de
solidaridad. La revelación de Dios se ordena a la realización del plan de Dios,
al Reino. Este Reino es como la prolongación hacia afuera del misterio de
solidaridad y comunión de Dios: el crear una humanidad fraterna, filial,
reconciliada, libre, justa, igualitaria. El Espíritu continúa actuando en
nuestra historia, y a través del clamor del pueblo oprimido hace escuchar se
gemido y su anhelo de liberación (Rm 8).
La
Escritura es la historia del pueblo de Dios en su marcha hacia el Reino y debe
leerse desde el mismo pueblo. Los pobres son los primeros destinatarios del
Evangelio y aquellos a los que han sido revelados los misterios del Reino. Desde
la solidaridad con ellos, la Biblia alcanza su sentido, que se oculta a los
sabios y prudentes de este mundo. Dios es el Dios de los pobres y estos son los
que mejor comprenden su Reino (Mt 11,25). La fe exige vivir conforme el plan de
Dios, practicar la justicia: "Ya se te ha dicho, hombre lo que es bueno y lo que
el Señor te exige: Tan sólo que practiques la justicia que quieras con ternura y
te portes humildemente con tu Dios" (Mq 6,8). En el NT esta práctica se
concretará en el seguimiento de Jesús. No basta aceptar verdades correctas, hay
que vivir siguiendo a Jesús.
2.
Jesucristo
En
la Cristología tradicional se llamaba el tratado del Verbo Encarnado. Se partía
de una noción ya conocida de Dios y se aplicaba a Jesús. Puesto que Dios es
todopoderoso y omnisciente, Jesús aparece más como un Dios disfrazado de hombre
que como un hombre verdadero igual en todo a nosotros, menos en el pecado. Las
tentaciones de Jesús, sus sufrimientos y fracasos resultaban inexplicables: eran
únicamente para darnos ejemplo, pues en realidad El se mantenía ajeno a todo
este mundo limitado y oscuro que nos rodea. Más que revelarnos quién es Dios a
través de su humanidad de su vaciamiento, parecía confirmar nuestra idea de un
Dios lejano, poderoso demasiado parecido a los poderosos de este
mundo.
En
esta Cristología tradicional, los misterios de la vida de Jesús contaban poco:
todo lo llenaba el problema de la unión personal del Verbo con la humanidad de
Jesús, la relación entre la Persona divina de Jesús y sus dos naturalezas. Era
una Cristología centrada más directamente en los Concilios de la Iglesia que en
la Escritura, más metafísica que histórica, más apologética que
positiva.
Por
otra parte la dimensión salvadora de Jesús quedaba prácticamente reducida al
sacrificio de su muerte. La cruz, expiación del pecado de Adán, es la
satisfacción infinita que se ofrece a Dios para reparar la ofensa infinita del
pecado. La muerte de Jesús nos abre las puertas del cielo y así cada persona
puede salvarse después de su muerte.
Hay
una serie de aspectos que no aparecen claramente en esta Cristología: su vida,
su doctrina, su Resurrección. Todo se centra en el sacrificio de su muerte
expiatoria, entendida desde una mentalidad que refleja los esquemas feudales de
la época: el vasallo que ofende a su señor necesita reparar la ofensa, y en el
caso de Dios, sólo una Persona de igual dignidad divina -el Hijo- puede
repararlo. No aparece ninguna dimensión liberadora del Evangelio de Jesús que
ayude a transformar la historia, sino que todo parece reducirse a una salvación
individual para la otra vida.
La
Cristología moderna está bien arraigada en la Biblia. Parte de Jesús de Nazaret,
de su vida, muerte y resurrección, recupera la humanidad de Jesús con todas las
limitaciones anejas a la verdadera humanidad. Es Jesús quién nos revela que Dios
es ante todo Padre, y también Jesús es quien nos revela la dignidad humana: el
hombre es hijo de Dios y hermano de Cristo. La encarnación de Jesús es el Si de
Dios al mundo y de la historia humana. Desde entonces no hay que buscar a Dios
al margen de la historia, sino en la vida humana, en el amor
fraterno.
La
muerte salvadora de Jesús es fruto de haber asumido la naturaleza humana con
todas sus consecuencias hasta el final, y su muerte da sentido al misterio
oscuro de nuestra muerte. Pero es la Resurrección de Jesús la que clarifica el
sentido de nuestra vida y de nuestra muerte, y por esto es fundamento de nuestra
esperanza. La Resurrección de Jesús nos ofrece el modelo de la nueva humanidad,
ya que Cristo resucitado es el Señor de la historia, alfa y omega del universo
(GS 22; 32; 45). Es una Cristología más positiva y cercana a la problemática
moderna, pero que puede pecar de un excesivo optimismo.
La
Cristología solidaria se sitúa dentro del enfoque moderno, pero resaltando una
serie de aspectos que se descubren al leer el Evangelio desde un mundo de
pobreza y hambre de América Latina: Jesús fue pobre, miembro de un pueblo
oprimido, optó por los marginados de su tiempo y les anunció a ellos
preferentemente el plan de Dios, el Reino. Exige conversión para entrar en este
Reino de Dios, que es una maravillosa Utopía que subvierte el orden injusto
actual y desea construir una humanidad fraterna, filial, libre y reconciliada.
Nos revela a su Padre como el Dios de los pobres, los pequeños y sencillos, y
promete al Espíritu que llevará a término en la historia del futuro. Su muerte
no es casual sino consecuencia de los conflictos que su misión y sus opciones
provocan en todos aquellos que no desean que las cosas cambien ni que venga el
Reino de Dios. La Resurrección de Jesús es el Sí del Padre al camino de Jesús y
una gran buena noticia para los pobres y oprimidos de este mundo: Dios quiere la
vida y levanta del polvo al oprimido. Pero es una mala noticia para Pilatos,
Herodes, Caifás y todos los poderosos de este mundo. La vida de Jesús, su
mensaje, su muerte y resurrección tienen un profundo contenido liberador. La
solidaridad de Jesús con los pobres y su identificación con ellos en el juicio
final, hace de los pobres el centro del nuevo Reino, del que ellos son los
jueces escatológicos en el tribunal supremo de la historia (Mt 25,
3l-45).
Esta
clave solidaria, esencialmente bíblica, fundamenta una actitud cristiana de
seguimiento de la vida y mensaje de Jesús, a imitación de los apóstoles. Se
entendería mal esta clave si se la redujese a una liberación meramente
socio-económica, fruto exclusivo del esfuerzo humano, cayendo así en fáciles y
engañosos mesianismos terrenos. Esta clave no olvida las dimensiones de
trascendencia, de cruz y de gratuidad de la salvación. Jesús no es un simple
profeta, ni un revolucionario social, sino el Hijo de Dios que ha venido al
mundo para que tengamos vida en abundancia (Jn 10,10) y para hacernos libres de
toda esclavitud (Jn 8,36) con su vida, muerte y resurrección.
3.
Antropología
La
concepción tradicional llamaba a esta parte de la teología el tratado sobre la
gracia. Parte de la creación natural y de la elevación de la humanidad al orden
sobrenatural, que en el paraíso terrenal se manifiesta esplendorosamente. De
este estado paradisíaco Adán y Eva, por su pecado fueron expulsados, perdiendo
la gracia sobrenatural y otros dones. Este pecado de los orígenes de la
humanidad constituye la raíz del llamado pecado original, que se hereda a través
de la procreación del que el bautismo nos limpia por la gracia de Cristo. Pero
aún después del bautismo, el cristiano está sometido a la tentación, al pecado y
a la muerte. La vida es una dura batalla, el trabajo del varón y el dolor del
parto de la mujer continúan siendo castigo del pecado. El recuerdo de las
postrimerías del hombre, muerte, juicio, infierno y gloria, son una continua
ayuda para no pecar y salvar el alma, viviendo en una perpetua conversión
personal y esperando los bienes eternos del cielo.
Esta
visión sostiene un profundo dualismo entre el orden natural y el sobrenatural,
entre tierra y cielo, entre cuerpo y alma, entre presente y futuro. Su visión de
la humanidad se orienta al más allá y posee un sello más individual que
comunitario. Todo se mide en relación con la eternidad, y el compromiso con el
presente es poco fuerte. Trabajo, sexo, política, cuerpo, materia, parecen
conllevar una carga más bien negativa. Hay siempre una nostalgia del paraíso
perdido.
La
clave moderna posee una visión más positiva e integral de la realidad terrestre
y humana. Su visión es más bíblica y existencial. La obra creadora de Dios, que
no impide una visión evolucionista del mundo, culmina en la creación del hombre
y de la mujer, llamados a dominar el mundo con su trabajo e inteligencia y a
vivir el amor interpersonal. El pecado original se contempla sobre todo desde
una visión personalista: son nuestros pecados personales los que lo actualizan y
lo hacen presente. El paraíso es concebido más bien como la Utopía de futuro
para la humanidad. La misión humana en el mundo se concreta por acercarse a este
ideal escatológico, los cielos nuevos y la tierra nueva. Mientras tanto, aunque
hay desproporción entre nuestro trabajo es semilla de la nueva humanidad. La
gracia todo lo penetra, todo es gracia. Hay una experiencia personal de la
gracia. No se niega el pecado ni la oscuridad de la muerte, pero la muerte y
resurrección de Jesús son fuente de salvación y de esperanza. Se insiste en la
dimensión comunitaria del pecado y de la conversión ya que se es consciente que
el pecado hiere a la Iglesia, comunidad de salvación en nuestro mundo. La visión
moderna es fundamentalmente optimista, evolutiva, mira al futuro con confianza y
valora la responsabilidad humana en el progreso de la historia, que camina hacia
su transfiguración en Cristo.
La
clave solidaria no parte de un ideal abstracto de humanidad, sino de la
situación inhumana y de muerte a la que se ve sometida la mayor parte de la
humanidad: hambre, analfabetismo, pobreza, insalubridad, vida dura y muerte
anticipada prematura e injustamente. Esta realidad, opuesta al plan de Dios se
debe llamar pecado. El pecado original y personal cristaliza en estructuras de
pecado, en concreto en el pecado de injusticia que es el gran pecado de nuestro
mundo. Su visión del mundo no es ilusoriamente optimista. El pecado produce
muerte: desde Caín a la crucifixión de Jesús, desde los profetas asesinados a
los millones de seres condenados hoy a la muerte. Sin embargo, desde la fe se
recupera la esperanza: Dios quiere la vida, el mundo debe ser compartido por
todos, Jesús es la Vida verdadera y desea que la poseamos en abundancia. Su
resurrección significa la posibilidad de que la vida triunfe sobre la muerte y
la víctima sobre el verdugo, Jesús con su vida y su identificación solidaria con
los pobres nos marca la ruta: trabajar por la liberación integral de toda
esclavitud y de toda muerte, luchar por quitar el pecado del mundo, realizar ya
aquí el Reino, anticipar ya en este mundo parcialmente los cielos nuevos y la
tierra nueva de la escatología, caminar hacia la comunión y participación plena
de todos entre sí y con Dios.
Esta
visión es colectiva e histórica: tanto la gracia como el pecado tienen dimensión
histórica. La salvación debe hacerse presente en la historia del pueblo de Dios,
llegando así a una experiencia no sólo personal sino histórica de la gracia. Es
una concepción muy realista de la existencia humana y del peso del pecado en la
historia, pero al mismo tiempo vive la esperanza de un futuro mejor, más
conforme el plan de Dios, del que el paraíso es el símbolo que debe ser
anticipado ya aquí. Desde los pobres de este mundo debe comenzar a surgir la
nueva humanidad: el Reino de Dios, prometido a todos los que lloran y
sufren.
4.
La Iglesia
La
clave tradicional concibe la Iglesia en forma de pirámide que se estrecha a
medida que se acerca a la cúspide y se ensancha en la base. Es una eclesiología
centrada en el poder y la autoridad. Más concretamente, es una Iglesia dividida
en dos clases de cristianos: el clero o jerarquía y los seglares o laicos. La
jerarquía (Papa, obispos, sacerdotes) está consagrada para las cosas
espirituales de Dios, mientras los laicos se ocupan de las cosas terrenas,
carnales y profanas. En la cúspide de la jerarquía está el Papa que domina sobre
toda la Iglesia y sobre el pueblo cristiano. Esta eclesiología clerical destaca
también las dimensiones juridicistas e institucionales de la Iglesia: aparecen
en esta visión clásica de la Iglesia más los aspectos visibles e históricos que
su dimensión de misterio. Es también una Iglesia triunfalista y gloriosa, en la
que las atribuciones del Resucitado han pasado a sus representantes jerárquicos.
Esta visión de Iglesia, típica de la Cristiandad medieval, provocó cismas en el
cuerpo de la Iglesia: la separación de la Iglesia de Oriente, la Reforma. . .
Pero todo ello no sirvió más que para reforzar la eclesiología tradicional, que
alcanzará su punto álgido en el Vaticano I y en la época de Pío XII. Los
intentos más modernos de elaborar una teología del laicado, no son más que
pequeños remedios para superar una situación de alejamiento del mundo, ya
imposible de sostener por más tiempo. El laicado, cuya misión es consagrar el
mundo y ser como una avanzadilla eclesial en el terreno social y político,
continúa en esta clave, subordinado al clero, del que es como su brazo
ejecutivo.
La
clave moderna recupera la dimensión de Iglesia de comunión, olvidada durante
algunos siglos, y se define como sacramento de salvación. Frente a la visión
anterior eminentemente clerical, la Iglesia se proclama toda ella Pueblo de
Dios, constituido por el bautismo y la eucaristía. Frente al juridicismo
anterior, la Iglesia moderna descubre su dimensión de misterio o sacramento.
Frente al triunfalismo tradicional, la Iglesia ahora se proclama peregrina hacia
el Reino y dialogante con el mundo. Esta visión eclesiológica moderna desemboca
en una serie de reformas y medidas que acentuarán las notas del diálogo, la
corresponsabilidad, la comunidad: reforma litúrgica, ecumenismo, sínodos,
conferencias episcopales, consejos pastorales, etc. Esta eclesiología, iniciada
en la primera mitad del siglo XX, culminará en el Vaticano II y en la
eclesiología postconciliar.
La
clave solidaria completa y desarrolla la eclesiología moderna en algunos puntos.
Es una eclesiología liberadora, que quiere ser sacramento histórico de
liberación para los sectores populares y pobres. Quiere destacar que el Pueblo
de Dios, que nació en el Exodo fue un pueblo liberado de la esclavitud y que
sólo buscando la liberación del pueblo pobre, la Iglesia puede llegar a ser
auténtico Pueblo de Dios. Es una Iglesia que toda ella se orienta hacia el Reino
de Dios, un Reino que en un mundo dividido por la injusticia, debe ser Reino de
Justicia, derecho y libertad. Es una Iglesia encarnada y presente en el mundo,
pero sobre todo en el mundo de los pobres. Es la Iglesia del Crucificado y de
los crucificados de este mundo por el egoísmo del pecado. Quiere ser no sólo
Iglesia para los pobres, sino Iglesia de los pobres.
Este
tipo de eclesiología, que va creciendo en torno a Medellín y Puebla, se concreta
en las comunidades eclesiales de base, nuevos carismas, nuevos ministerios, un
nuevo estilo más profético, y también sufre conflictos, persecuciones, y
martirio. Desde la solidaridad con los pobres de la tierra, esta eclesiología
adquiere una fuerte dimensión evangélica y popular: su opción prioritaria por
los pobres es su nota más característica.
5.
Sacramentos
Es
importante la visión que se tenga de los sacramentos, pues a través de ellos se
ofrece una imagen de cristianismo y de la Iglesia.
Para
la clave tradicional los sacramentos son instrumentos de gracia, unos canales a
través de los cuales, la gracia que Cristo nos mereció por su pasión, se nos
comunica a cada uno de nosotros. De ahí proviene su eficacia infalible, con tal
que se pongan las condiciones mínimas necesarias para su recto funcionamiento.
El sacerdote es el ministro de estos sacramentos, por ser el mediador entre Dios
y los hombres. El administra estas fuentes de gracia de la Iglesia. El bautismo
de los niños sería el sacramento prototipo: en él aparece la dimensión objetiva
de la salvación que Dios nos comunica a través de estos instrumentos de gracia.
La
visión sacramental moderna recupera otros aspectos del sacramento: su dimensión
simbólica, el encuentro personal con el Resucitado y sobre todo su eclesialidad.
Los sacramentos son celebraciones litúrgicas de la Iglesia, momentos fuertes en
los que la comunidad eclesial expresa y celebra el misterio pascual de Cristo y
el triunfo definitivo de su gracia sobre el pecado. A través de ellos, no sólo
las personas reciben gracia, sino que la misma comunidad eclesial, se va
estructurando, como comunidad de Jesús en el mundo. El sacerdote aparece como
representante cualificado de la Iglesia. La eucaristía es el sacramento
principal, ya que gracias a ella la Iglesia se va constituyendo como Cuerpo de
Cristo. El sacramento presupone fe y opción personal de parte del sujeto que se
acerca a la Iglesia. En esta clave moderna, el bautismo de niños, o es
cuestionado por algunos, o no se considera como el prototipo de los sacramentos,
sino más bien como un caso límite muy peculiar. El ideal sacramental sería los
sacramentos de los adultos, donde ellos corresponden a la gracia con su fe y
disposición personal. Esta clave sacramental entra en diálogo con el mundo
moderno secular y liberal.
La
clave solidaria redescubre otros aspectos de los sacramentos: su dimensión
profética, el ser símbolos de la Utopía del Reino, la exigencia de justicia y
solidaridad con los pobres, su conexión con el seguimiento del Jesús histórico.
Los sacramentos deben ser símbolos liberadores de una Iglesia que ha optado por
los pobres y que desea que haya conexión entre el misterio pascual que celebra
toda liturgia y el compromiso cristiano en la vida del pueblo. Tanto la pascua
judía, como la pascua de Jesús, son acontecimientos salvíficos profundamente
liberadores. En la liturgia debe resonar el clamor del pueblo y hacerlo llegar a
Dios. En esta clave la preocupación principal no es por el problema de la edad
de los que reciben los sacramentos (niños o adultos), sino por el compromiso que
se tiene frente a las estructuras injustas de la sociedad. Esta clave se
preocupa por mantener unidos el sacramento del altar y el sacramento del
hermano. Evidentemente esta mentalidad se alimenta de la constante experiencia
de miseria, de pobreza y de marginación de las mayorías de América Latina y del
Tercer Mundo.
6.
Espiritualidad
La
espiritualidad tradicional parte del dualismo entre materia y espíritu, parece
reducir la espiritualidad a la esfera de lo sagrado, a personas especialmente
consagradas a Dios (sacerdotes y religiosos), a la vida interior y al cultivo de
la belleza del alma. La división entre preceptos y consejos evangélicos separa a
los cultivadores de la perfección (clero, y religiosos) de los que se contentan
con cumplir los mandamientos (laicos). La espiritualidad es para las élites y
grupos selectos, con capacidad intelectual y económica para dedicarse a la
contemplación y a la vida espiritual.
La
espiritualidad, vista desde la clave moderna, recupera las nociones de bautismo
y Pueblo de Dios, se centra en el don de la caridad y en la celebración
litúrgica. La vocación universal de toda la Iglesia a la santidad y la doctrina
de la pluralidad de carismas en la Iglesia, abren las puertas de la
espiritualidad a todo bautizado. La perfección se centra en la caridad y su
cumbre es el don del martirio. La espiritualidad se debe vivir en el mundo, en
el trabajo y en las realidades temporales cotidianas. Surge la espiritualidad
laical y la de la propia profesión.
La
espiritualidad solidaria quiere vivir según el Espíritu de Jesús y por esto
mismo se inserta en el mundo de los pobres, escucha su clamor, se solidariza con
sus sufrimientos y aspiraciones, encuentra al Señor en el pobre y vive la
experiencia espiritual de la contemplación en la acción liberadora. El pobre
evangeliza, obliga a la conversión, interpela y se convierte en lugar espiritual
privilegiado. La misma religiosidad popular adquiere un sentido espiritual: el
orar desde los pobres y con ellos, actualiza la inserción de Jesús en medio de
su pueblo y su experiencia espiritual del bautismo, de la cruz y de su
solidaridad con los pobres.
7.
Pastoral
La
pastoral tradicional es la liderada exclusivamente por la jerarquía eclesiástica
y se centra en la instrucción religiosa y moral del pueblo. Basada en el poder,
en la autoridad y en la transmisión dogmática de las verdades de la fe, busca la
tutela y la defensa de la fe de los bautizados, más que la evangelización del
mundo. Está ligada a un tiempo de sociedad tradicional, más bien agraria y a un
mundo homogéneamente cristiano.
La
pastoral moderna incluye a los laicos en su tarea misionera. Trabaja con
minorías selectas que han de actuar luego, como fermento en el mundo moderno
secular y descristianizado. Se orienta al testimonio en la propia profesión y en
la vida familiar, pero sin cuestionar demasiado las estructuras económicas del
mundo moderno. Fomenta movimientos apostólicos, bien organizados y con buena
formación, sobre todo en las capas medias de la sociedad. Su espiritualidad no
es la de las ascesis y renuncia, sino la valoración de las realidades terrenas y
la presencia anónima del Reino allí donde hay amor y justicia.
La
pastoral solidaria, unida al contexto de la pobreza e injusticia de América
Latina, une a todos los miembros de la Iglesia comprometidos con la justicia en
favor de los pobres, se orienta a la concientización de las situaciones de
justicia y a la lucha por la liberación. Se dirige al mundo de los pobres,
excluidos normalmente no sólo de la sociedad sino también de una participación
activa en la Iglesia. A través de comunidades eclesiales de base, cursillos
bíblicos, etc., busca evangelizar a los pobres y ser evangelizados por ellos. Es
una pastoral profética y con frecuencia conflictiva, ya que no se limita a
fermentar la sociedad, sino a liberarla de todas las esclavitudes.
8.
Educación
La
educación tradicional es con frecuencia clasista y elitista, marginando a muchos
sectores de la sociedad de su influjo. Sus contenidos son objetivos,
doctrinales, abstractos, muchas veces trasplantados del exterior. Su metodología
es uniforme y pasiva, limitándose a transmitir contenidos muchas veces alejados
de los intereses reales del pueblo. Se orienta más a mantener las estructuras
vigentes que a cuestionarlas, y busca crear individuos que triunfen en el vida y
tengan "más". Fomenta un cristianismo individualista y alejado del compromiso en
la vida. Suele limitarse a la pedagogía sistemática y formal, con que consigue
innegables buenos resultados de preparación eficaz, laboriosidad y espíritu
científico y metódico, pero que se pone al servicio de los sectores más
privilegiados de la sociedad.
La
educación moderna busca una mayor democratización de la enseñanza, renueva sus
contenidos y técnicas pedagógicas, es más pluralista y respetuosa de los valores
culturales y locales, procura que el educando sea sujeto de su propia educación
y que se oriente a una forma de las estructuras sociales. Pretende que cada
persona "sea más" y educa para un cristianismo más consciente para vivir su fe
en un mundo secular. Aprovecha todos los recursos de la educación asistemática y
procura crear una comunidad educativa (profesores y padres) renovada y
activa.
La
educación solidaria pretende ser educación popular, dirigiéndose especialmente a
los sectores marginados social y culturalmente. Intenta situar los contenidos en
el contexto histórico y geográfico del pueblo, orientando al cambio permanente y
orgánico de América Latina. Parte de la vida y se orienta a la praxis. Desea que
el pueblo sea sujeto histórico de su desarrollo liberador, fomentando su
originalidad creativa. La escuela desea anticipar ya en sus mismas estructuras
un nuevo tipo de sociedad, que se acerque más a los valores evangélicos del
Reino de Dios. Se orienta a un cristianismo liberador, que participe del
proyecto liberador de Jesús.
9.
Otros temas
Hemos
elegido una serie de temas básicos dentro de la fe y vida cristiana. Pero se
podrían añadir otros muchos. Así por ejemplo, María en la clave tradicional
aparece llena de privilegios y la mariología se utiliza como argumento
apologético contra protestantes y racionalistas; en la clave moderna es símbolo
de la Iglesia; en la clave solidaria aparece como mujer del pueblo que enaltece
a Dios y proclama que la salvación tiene que ver con la justicia hacia los
pobres.
La
eucaristía en la clave tradicional se centra en las dimensiones sobre todo de
presencia real y sacrificio; en la clave moderna recupera las dimensiones de
comunidad eclesial y de comunión; en la clave solidaria la eucaristía se ve
relacionada con la justicia, la solidaridad y el hambre del mundo.
La
moral tradicional se basa en normas y leyes que deben ser cumplidas; la moral
moderna en la opción fundamental de la persona ante los valores del Evangelio;
la moral solidaria acentúa que la opción fundamental debe pasar por la opción
por los pobres, en seguimiento de Jesús.
La
vida religiosa tradicional deja el mundo y se consagra a Dios buscando su
perfección en el marco de unas reglas e instituciones propias, desde donde hace
su apostolado; la vida religiosa moderna busca su presencia testimonial en el
mundo urbano y secular, desde una comunidad evangélica y un trabajo profesional,
muchas veces secular; la vida religiosa solidaria intenta insertarse en el mundo
de los pobres acompañándolos evangélicamente desde su propio carisma religioso
profético, en su marcha liberadora hacia el Reino.
La
moral tradicional tiende a ser asistencialista frente a los pobres ("dar pan y
peces"), la acción moderna busca el desarrollo y la promoción ("dar una caña y
enseñar a pescar"), la acción solidaria pretende la liberación de las
esclavitudes ("el río es de los pescadores").
Con
todas estas aplicaciones concretas se puede comprender mejor la diversidad de
claves para la interpretación del cristianismo, y cómo aquellos tres esquemas
mentales tienen su repercusión en la visión y praxis de la fe cristiana y
configuran tres rostros diferentes de la vida cristiana.
En
fin, para volver a los tres ejemplos aducidos al comienzo, y que seguramente
ahora se comprenden mejor, el Catecismo de Pío X corresponde a una catequesis
tradicional, el Catecismo holandés a la catequesis moderna y del Brasil a la
solidaria.
5.
REFLEXIONES FINALES
Después
de haber expuesto estos tres esquemas mentales y de haber visto su repercusión
en las diferentes concepciones del cristianismo, podemos, para acabar, hacer una
serie de reflexiones útiles para nuestra mejor comprensión del ser cristiano hoy
en América Latina.
1.
Ha
aparecido con bastante claridad que tanto el surgimiento de cada clave como su
desarrollo está estrechamente vinculado al proceso histórico de la humanidad y
en concreto de la Iglesia.
La
clave tradicional corresponde a un momento histórico definido, rural,
pretécnico, sacral y se plasma en la Cristiandad medieval.
La
clave moderna surge en torno al Renacimiento.
La
clave solidaria nace al irrumpir los pueblos pobres y jóvenes en la historia
contemporánea.
Desde
el punto de vista eclesial, la clave tradicional es preconciliar, abarca el
tiempo anterior al Vaticano II, la clave moderna surge en torno al Vaticano II y
la solidaria en el postconcilio, concretamente en torno a Medellín y Puebla. Hay
pues un condicionamiento histórico y cronológico en cada una de estas claves.
2.
Sin embargo, existe también una simultaneidad sin-crónica de las claves. En el
momento presente, en la Iglesia actual, coexisten las diferentes claves, creando
tensiones y conflictos a todo nivel.
Ciñéndonos
a América Latina existen sectores (por ejemplo: los campesinos) ubicados
mayoritariamente en la clave tradicional, sectores urbanos (universitarios,
profesionales) en la clave moderna y grupos populares (CEBS) en la clave
solidaria. Este fenómeno es típico de los momentos de acelerado cambio histórico
como el presente.
3.
Más aún, existe una paradoja que merece nuestra atención. A nivel eclesial, la
clave tradicional, es menos tradicional de lo que podemos pensar. Muchos
elementos del catolicismo tradicional, no son los de la primitiva tradición de
la Iglesia, sino que son fruto de una lenta evolución histórica: influjo del
judaísmo tardío, paso de una Iglesia de mártires a una Iglesia unida al imperio
en el siglo IV, creciente poder de la autoridad eclesial, progresiva pérdida de
elementos simbólicos y comunitarios, desmembración del Oriente
cristiano.
La
clave moderna, en muchos aspectos, es más tradicional que la clave clásica ya
que recupera la tradición de la Iglesia primitiva, de la Escritura y de los
Padres. Muchas "innovaciones" del Vaticano II son una vuelta a la genuina
tradición eclesial.
Lo
mismo puede afirmarse de la clave solidaria: en el fondo vuelve a conceptos
profundamente bíblicos y tradicionales, al Exodo, a la predicación profética, al
Jesús histórico que nos presentan los Evangelios, a la comunidad de Jerusalén, a
la preocupación patrística por la justicia, a los movimientos populares y
comunitarios de la Edad Media, a las grandes figuras misioneras de la Iglesia de
los siglos XVI - XVII (Las Casas, Valdivieso, Montesinos, Domingo de Santo
Tomás. . . ), a los movimientos cristianos sociales utópicos del siglo XIX, a la
Doctrina Social de la Iglesia. En cada época, junto a la clave oficial, ha
permanecido oculta y soterrada una dimensión más profunda, el polo profético de
la Iglesia.
4.
Todo ello nos obliga a ser honestos al momento de valorar las claves, sobre todo
las del pasado.
Seríamos
injustos si no reconociéramos valores positivos en la clave que hemos llamado
tradicional. En ella descubrimos valores auténticamente cristianos, que han
ayudado a santificarse dentro de esta mentalidad, a muchas generaciones de la
Iglesia. Descubrimos en esta mentalidad un sentido religioso profundo, sumisión
a Dios y obediencia a la jerarquía, sano relativismo ante las cosas humanas,
conciencia de pecado, sensibilidad hacia lo trascendente, compasión hacia los
pobres. Pero también hay en esta clave elementos que, por lo menos hoy, nos
parecen negativos: dualismo más griego que cristiano, poca preocupación por el
compromiso histórico, individualismo, clericalismo, paternalismo, etc. Esta
mentalidad influye notablemente en sectores conservadores de la sociedad y de la
Iglesia, como expresa bien Medellín:
"Los
tradicionales o conservadores manifiestan pocas o ninguna conciencia social,
tienen mentalidad burguesa y por lo mismo no cuestionan las estructuras
sociales. En general se preocupan por mantener sus privilegios que ellos
identifican con el "orden establecido", su actuación en la comunidad posee un
carácter paternalista y asistencial, sin ninguna preocupación por la
modificación de "statu quo". (DM Pastoral de élites, 6)".
Estos
sectores en América Latina tienden a defender la "civilización cristiana
occidental" y a ver marxismo en todo lo que sea exigencia de justicia. Este tipo
de cristianismo es el que ha posibilitado en América Latina la actual situación
de injusticia y el que fomente en el pueblo actitudes de resignación
pasiva.
La
clave moderna posee grandes valores, ya que su inspiración es fundamentalmente
bíblica y patrística. Se ha abierto también a valores irrenunciables del mundo
moderno: respecto a la persona, progreso científico, diálogo, autonomía de lo
secular. Sin embargo no está exenta de ambigüedades: asimilación acrítica de la
modernidad, por ejemplo de la supremacía del progreso teórico y económico sobre
el social y humano, visión demasiado optimista del desarrollo sin darse cuenta
del costo social que ha producido a los países del Tercer Mundo, insensibilidad
ante las raíces pecaminosas del capitalismo, lejanía del dolor del pueblo,
racionalismo e individualismo burgués, autosuficiencia. De todo ello también
advierte oportunamente Medellín (Pastoral de élites, 7).
La
clave solidaria tampoco está exenta de riesgos. Tanto Medellín (Pastoral de
élites, 8), como Puebla (48l-490) y documentos de la Iglesia universal
(Instrucción sobre la Teología de la Liberación) aluden a ellos: reduccionismo a
lo sociopolítico, utilización poco crítica de las ciencias sociales, rupturas
eclesiales, etc. Sin embargo, sus valores positivos son innegables: sensibilidad
profética a la justicia, vuelta a los pobres, visión más evangélica del
cristianismo y de la Iglesia, preocupación por la instauración del Reino de Dios
en la historia, etc.
5.
Todo lo dicho hasta aquí podría conducir a un cierto relativismo. Tal vez
algunos podrían sacar la conclusión de que no importa mucho qué clave se elija,
puesto que cada clave tiene aspectos positivos y negativos. Esta conclusión no
sería correcta.
El
cristianismo no es una ideología sino una vida, un camino. Y debe vivirse en
cada momento histórico, respondiendo a las interpelaciones concretas de la
humanidad. El Dios de la revelación continúa manifestando sus designios
salvadores en la historia, a través de los anhelos y aspiraciones de los
pueblos. Esta es la doctrina de los signos de los tiempos que el Vaticano II
expone y aplica (GS 4;11;44). No se puede servir a Dios al margen de la historia
y de los signos de los tiempos.
En
el mundo de hoy, concretamente en América Latina, el clamor de los pobres en
busca de su liberación es uno de los principales signos de nuestro tiempo
(Instrucción sobre la Teología de la Liberación, l). Discernirlo, comprenderlo,
captarlo, asimilarlo y hacer de él una forma continua de enfocar la realidad y
la fe, es una tarea ineludible hoy, y mucho más en América Latina. Esto es lo
que la Iglesia de América Latina intentó hacer en Medellín y Puebla, y lo que la
teología latinoamericana intenta hacer al hablar de liberación.
Optar
por la clave solidaria no es una moda ni una arbitrariedad, sino una exigencia
espiritual. Al hacerlo, deben incorporarse a ella los aspectos positivos de
claves anteriores, pero situándolos en una óptica nueva. Es realmente un cambio
de forma de pensar, valorar y actuar. Es una conversión, un renacer de nuevo.
Hemos de imitar al padre de familia de la parábola evangélica, que de sus
reservas va sacando cosas nuevas y cosas antiguas (Mt l3,52). Pero este vino
nuevo requiere vasijas nuevas (Mc 2,22).
6.
Pero ¿cómo renacer a la solidaridad? ¿cómo pasar de una clave a otra? El paso de
la clave tradicional a la moderna, es un cambio sobre todo cultural e
intelectual. Las rupturas producidas al emerger el mundo moderno, exigen
naturalmente un cambio de mentalidad. La humanidad fue pasando lentamente del
mundo premoderno al moderno. Cuando la Iglesia en el Vaticano II se adaptó al
mundo moderno, muchos cristianos respiraron satisfechos: el ser cristiano ya no
entraba en conflicto con su modernidad. Después del Vaticano II, los cursos de
"renovación conciliar" pretendían ayudar a este cambio de mentalidad que
fundamentalmente consistía en una renovación intelectual, en ver al mundo,
también el mundo de la fe, con ojos "modernos", en abrirse a la cultura
moderna.
El
paso de la modernidad a la solidaridad es más complejo. No implica sólo una
mayor ilustración intelectual, sino un cambio de lugar social. Es ver al mundo y
leer el Evangelio desde los pobres, escuchando su clamor en solidaridad con las
aspiraciones de la mayoría. Es ver el mundo desde abajo, morir a una posición de
privilegio, de superioridad y aceptar que a los pobres ha sido revelado el
misterio del Reino (Mt 11,25). Es cambiar de interlocutor, de sensibilidad, de
óptica. Para muchos puede suponer una profunda ruptura. En todo caso, exige una
conversión.
La
evolución de Mons. Romero puede resultar ilustrativa. Educado en una mentalidad
cristiana tradicional, durante el Vaticano II fue pasando a una concepción más
moderna de la fe. Esto le dio una visión más abierta y científica, pero no le
hizo cambiar de lugar social. Su elección episcopal para la sede de San Salvador
en l977 alegró a la oligarquía, a los militares y a los sectores más
tradicionales de la Iglesia. Fue el descubrimiento de la cruel realidad de
muerte del pueblo salvadoreño, el asesinato de sus sacerdotes, catequistas y del
pueblo sencillo por las fuerzas de seguridad del Estado y por sus poderosos
aliados, lo que le hizo abrir los ojos a la realidad del mundo de los pobres,
como una realidad injusta, contraria al plan de Dios. Esto provocó su conversión
al Evangelio de los pobres, al Dios de la vida. De ahí brotó la maravillosa
fuerza profética de sus eucaristías dominicales en la catedral, su preocupación
por encarnar la Iglesia en el mundo de los pobres, su valentía ante los
opresores del pueblo. De ahí brotaron sus tensiones y conflictos con sectores de
la Iglesia y de la sociedad, y con el mismo departamento del Estado de EE.UU.
Por esto murió mártir, mezclando su sangre con el cáliz de la
eucaristía.
Por
otra parte, hay sectores populares que viven en la clave tradicional, que
fácilmente pueden acceder a la clave solidaria, casi sin pasar por la clave
moderna. El pueblo que ha sufrido una explotación de siglos, puede comprender
fácilmente los aspectos alienantes de la clave tradicional y las dimensiones
liberadoras de la clave solidaria. No necesita cambiar de lugar social, sino
tomar conciencia de su realidad y del secuestro a que ha sido sometido el
Evangelio durante mucho tiempo.
7.
Comenzábamos
preguntándonos ¿Qué significa ser cristiano en América Latina? Hemos visto cómo
en un continente pobre y cristiano, ser cristiano no puede ser algo meramente
tradicional o ritual, sino que se debe expresar en el seguimiento de Jesús. El
seguimiento de Jesús implica proseguir su camino liberador hacia el
Reino.
Nos
preguntábamos luego el por qué de esta opción. Después de haber explicado las
diversas formas de comprender y vivir la fe, podemos ahora ya responder. Seguir
a Jesús en su misión es la forma de ser cristiano en América Latina, ya que la
situación de injusticia del pueblo nos interpela a vivir el cristianismo desde
la clave solidaria. Esto que para el pueblo pobre y sencillo de América Latina
aparece algo obvio, para otros sectores de la Iglesia tal vez resulte nuevo o
incluso escandaloso. En realidad es algo simplemente evangélico: ser cristiano
consiste en imitar a los Apóstoles y discípulos en el seguimiento de
Jesús.
Pueden
servirnos para cerrar estas reflexiones las palabras del diario del Papa Juan
XXIII, escritas pocos días antes de su muerte:
"Hoy
más que nunca (ciertamente más que en siglos precedentes), estamos llamados al
servicio del hombre como tal, no sólo de los católicos. A defender sobre todo y
en todas partes los derechos de la persona humana y no sólo los de la Iglesia
católica. Las condiciones actuales, las investigaciones de los últimos 50 años,
nos han llevado a realidades nuevas, tal como dije en el discurso de apertura
del Concilio. No es que haya cambiado el Evangelio: somos nosotros los que hemos
comenzado a comprenderlo mejor. Quien ha tenido la suerte de una vida larga se
encontró al comienzo de este siglo frente a nuevas tareas sociales; y quien
-como yo- ha estado 20 años en Oriente y 8 en Francia y se ha encontrado en el
cruce de diversas culturas y tradiciones, sabe que ha llegado el momento de
discernir los signos de los tiempos, de aferrarse a la oportunidad de mirar
hacia adelante".
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