Paul Preston, uno de los grandes hispanistas británicos, aborda en El zorro rojo (Debate), su último libro, la figura de Santiago Carrillo (Gijón, 1915 - Madrid, 2012).
Tras el fallecimiento de Carrillo, el 18 de septiembre 2012, varias editoriales pidieron a Preston una biografía.
"La tenía casi hecha, me puse a redactarla de forma coherente y lo que salió de mi encuentro con la documentación no era lo que me esperaba."
Lo que salió es una visión desmitificadora, corrosiva.
"Quedará claro que Carrillo poseía algunas cualidades en abundancia: capacidad de trabajo, ímpetu y aguante, destreza en la oratoria y escritura, inteligencia y astucia. Por desgracia, quedará igualmente claro que la honestidad y la lealtad no figuraban entre ellas."
Éstas son algunas de las respuestas del historiador a las preguntas de los corresponsales en Londres de La Razón y La Vanguardia.
•Entrevista de Celia Maza en La Razón
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¿Tuvo Carrillo un trato de favor durante su exilio?
El Carrillo que dejó España en el 39 no era políticamente tan importante como el de los 60. Está claro que las altas esferas vivían mejor que la bases, muchas de ellas en campos de concentración de Francia; con el paso del tiempo Carrillo vivió relativamente bien. Pero la vida lujosa no era lo suyo. Se le pueden criticar muchas cosas, pero no sería justo decir que estaba bebiendo champán mientras sus camaradas estaban en la guerra.
¿Por qué no participó activamente en la Guerra Civil? ¿Querían evitar que matara a su propio padre, Wenceslao Carrillo?
Lo del enfrentamiento con su padre no se sostiene. Carrillo salió de España mucho antes de que éste entrara a formar parte del Consejo Nacional de Defensa anticomunista. Supongo que a los líderes del PC les era más útil gestionando la formación desde Francia. El problema es que se inventó un pasado tan heroico que muchos le acusan de lo contrario.
Aparte de a su padre, menciona una larga lista de las personas a las que fue traicionando: Largo Caballero, Jesús Monzón, Jorge Semprún... ¿Cuál fue la traición más despiadada?
Hubo muchas y muy maquiavélicas. Creo que una de las más crueles fue la de Monzón. Carrillo mandó un equipo para matarle. La Policía le detuvo primero, pero en la cárcel los propios camaradas le hicieron la vida imposible a petición de Carrillo. La de Semprún fue muy sonada, pero éste estaba a punto de convertirse en escritor de éxito, así que pudo continuar con su vida. Los casos peores son los de Fernando Claudín, que era un pobre funcionario y al que Carrillo ordenó que le echaran de casa y le impidieran buscar trabajo. Les destrozó la vida.
¿Fue especialmente despiadado durante la purgas del Partido Comunista en los 40?
Sí. El endurecimiento de las condiciones en la Unión Soviética llevó a numerosos exiliados españoles a solicitar visados para reunirse con sus familias en México, Francia, Argentina y Chile. Carrillo lideró una serie de juicios políticos para saber los motivos de aquéllos que querían marcharse. Incluso los miembros más heroicos del partido podían ser acusados de agentes provocadores si cuestionaban su opinión.
En definitiva, ¿pasó su vida luchando contra Franco cuando él era otro dictador?
Indudablemente, si busca una persona emblemática que represente la oposición franquista, ése era Carrillo. La oposición a una dictadura siempre se ve influida por la propia dictadura. Pero sí, había muchas semejanzas entre ambos. Sobre todo, la frialdad con la que trataban a la gente y la capacidad de remodelar su pasado para quedar como héroes. Fernando Claudín llegó a señalar que no se habían adoptado ninguna resolución contraria a sus propuestas. A lo que otro camarada respondió: «Sí, cuando le impedimos que arriesgara la vida». Eso es signo inequívoco del autoritarismo y la adulación que tenía en el partido.
¿Realmente fue clave en la Transición o bien, obsesionado con el poder, se limitó a cambiar de chaqueta para continuar en primera línea?
España consiguió la mejor democracia que pudo teniendo en cuenta las circunstancias. Está claro que para continuar en el tablero de juego sacrificó muchas cosas para el partido. Pero no se puede obviar su ambición. ¿Que no lo hiciera por patriotismo y lo hiciera por propio interés? Desde luego que él siempre fue un pragmático y un cínico, y la teoría le importaba un bledo. Fue un gran optimista y no se puede diferenciar lo que era bueno para el partido y lo que era bueno para él. No tenía vida personal y no puede separar su figura de la del PC. Igual que el rey Luis XIV de Francia dijo que «L'État, c'est moi» (El estado soy yo), con Carrillo se podría decir «Le Parti c'est moi» (El partido soy yo). Con todo, aunque podamos discutir sus motivaciones, su papel en la Transición fue clave para que el resultado fuera positivo.
Carrillo fue imprescindible para el PC,¿ pero fue también el responsable de su desaparición?
Su egoísmo y hábitos estalinistas provocaron problemas internos, pero sería injusto decir que fue su culpa: paralelamente se produjo la segregación del PC italiano y el francés. El mundo estaba cambiando.
Permítame que le pregunte por la sombra que siempre acompaña a Carrillo, es decir, por la culpa que tuvo en Paracuellos. ¿Se limitó a mirar para otro lado o tenía las manos manchadas de sangre?
Para hablar de Paracuellos tenemos que entender primero el contexto que se vivía en ese momento. Se trataba de un Madrid sitiado, de una situación de terror, miedo y caos. Las fuerzas rebeldes estaban a las puertas y se sabía que los presos se unirían a los sitiadores. Era necesaria una evacuación. Pero es importante destacar tres fases en aquellas ejecuciones. La primera fue la autorización, y aquí Carrillo, como joven que acaba de entrar en la Delegación de Orden Público, poco tenía que ver. Los responsables directos fueron José Miaja, presidente de la Junta de Defensa, Pedro Checo y Alexander Orlov, agente de la NKVD, Policía política y de seguridad soviética, antecedente del KGB, durante la Guerra Civil española. La segunda fase fue la de organización. Y aquí Carrillo fue clave. Las órdenes específicas de prisiones no fueron firmadas por él ni por ningún miembro de la Junta de Defensa, pero es imposible que fuera ajeno a lo que sucedía porque recibía informes diarios. Y, por último, está la fase de ejecución propia. ¿Quién apretó el gatillo? Anarquistas, comunistas... los nombres no se saben. Carrillo no apretó el gatillo, pero con esta explicación que cada uno decida si tiene las manos manchadas de sangre.
Asegura que fue el propio Carrillo quien, con sus numerosas entrevistas y revelaciones en sus libros, se delató, a pesar de que durante toda su vida negó que tuviera algo que ver.
Efectivamente, no hay una prueba única o clave. Pero si se juntan todos sus escritos, declaraciones y archivos -como las actas de la reunión de la Junta de Defensa de la noche del 11 de noviembre de 1936-, uno llega a esa conclusión. A pesar de sus continuas mentiras y contradicciones, fue él quien aportó las piezas del puzle. Mis libros te pueden gustar o no, pero no se puede decir que no aportan pruebas que respaldan mis interpretaciones.
¿Qué novedad ofrece entonces a Paracuellos?
Creo que mi principal aportación es el papel de los rusos. Su implicación fue fundamental para asesorar a la Junta para que actuaran sin contemplaciones. Ellos ya habían tenido el antecedente del asedio de San Petersburgo y sabían cómo actuar para impedir sublevaciones internas.
Entrevista de Rafael Ramos en La Vanguardia.
Lleva mucho estudiando al personaje. ¿Ha descubierto algo nuevo?
Quizás lo más interesante, repasando documentos y conversaciones con Fernando Claudín, Jorge Semprún y Manuel Azcárate (figuras históricas del comunismo español), es hasta qué punto Carrillo y su papel en la transición consiguieron que se pusiera en entredicho la lucha antifranquista. Existen tres percepciones básicas: la de la derecha, que lo considera el rojo asesino responsable de la matanza de Paracuellos; la popular, del héroe de la transición que se sacrificó a sí mismo y al PCE por intereses nacionales; y la de ex compañeros de partido, como un estalinista cruel y brutal.
¿Y la suya?
Hizo cosas que contribuyeron a la transición, pero creo que sus motivaciones no fueron desinteresadas ni patrióticas sino muy calculadas, de mera supervivencia política. Era un hombre pragmático, muy astuto e inteligente. Hasta hace poco yo había aceptado sus argumentos sobre las concesiones que tuvo que hacer como líder de la oposición antifranquista, y de que los compromisos fueron necesarios (e históricamente inevitables) para la entrada de España en el Mercado Común y el desarrollo del capitalismo. Pero he llegado a la conclusión de que cometió muchos errores de bulto en su lectura de lo que pasaba en España, con consecuencias trágicas y nefastas. Su ambición primó por encima de todo, y en aras de ellas mintió y esquivó responsabilidades, impidió todo debate interno dentro del PCE. Insisto, fue el Stalin español, un personaje negativo para la izquierda, que no sólo destrozó al partido comunista, sino que también contribuyó a destruir al PSOE.
¿Y su implicación en Paracuellos?
No fue quien dio las órdenes, que seguramente vinieron de Moscú y de la cúpula del partido en España, ni tampoco ejecutó la matanza, pero sí fue un elemento clave en su organización.
El hecho de que las heridas de la guerra civil española nunca hayan sido bien curadas, que nunca haya habido una Comisión de la Verdad y la Reconciliación, ¿tiene algo que ver con los actuales problemas del país?
Tiene parte de la culpa, pero no es el mayor de los males. La memoria histórica es muy importante. Ignorarla añade crispación, alimentada por decisiones como las del actual gobierno respecto a la Ley de Exhumaciones. Pero la mayor parte de la actual crisis se la atribuyo a la corrupción masiva que hay en el país, una herencia de la dictadura. El franquismo creó una cultura del robo y del pillaje al enemigo, de que el servicio público era para beneficio privado, que se perpetuó y creó hábitos. Quizás no hubiera en términos generales venganzas de sangre una vez terminada la guerra, pero sí salarios de hambre. En todas partes cuecen habas, y los conservadores británicos son una pandilla de mentirosos empeñados en destruir el Estado del bienestar. Pero hay grados. En el Reino Unido se montó un gran follón con los gastos que cobraban los miembros del Parlamento, pero no por hacer (en la mayoría de casos) algo ilegal, sino por ser poco ético. En España la corrupción es mucho más amplia y profunda.
Una de las paradojas de la actual crisis es que, tratándose de un fallo del sistema capitalista, no se esté traduciendo en un renacimiento de la izquierda tradicional. ¿Lo ve posible?
Muy difícil, porque la derecha está ganando la batalla de la propaganda y existe una enorme presión para desmontar el Estado del bienestar, como si fuera el culpable de todo. Llevamos 40 años de lavado de cerebro y se nota.
¿Comparte la opinión de que la transición, tan aplaudida en su momento, fue en el fondo una chapuza que echó una mano de pintura sin atacar los problemas estructurales?
No. Se hizo lo mejor que se pudo en circunstancias muy complicadas, cuando había unas Fuerzas Armadas dedicadas no a combatir al enemigo exterior sino a los enemigos interiores, con los grises dando palos a diestro y siniestro y una Guardia Civil que constituía un virtual ejército de ocupación. No se podía arriesgar otra guerra civil. Carrillo fue un realista que a base de realismo traicionó a su propio partido. El mayor error fue el café para todos en el Estado de las autonomías para fastidiar a vascos y catalanes. La única solución a la cuestión nacionalista es un federalismo asimétrico.
¿Qué le parecen los políticos españoles contemporáneos?
Felipe González fue un gran estadista, Zapatero, no tan malo como lo pintan. De Rajoy mejor no me haga hablar...
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