Hay que hacer notar que este empuje conquistador coincide con el de otro rey vecino, Jaime de Aragón, que hace lo propio tomando ciudades tan emblemáticas como Valencia (1238).
Panorama Artístico en España durante el
reinado de Fernando III
Durante el largo reinado de
Fernando III el panorama artístico en España supone, probablemente, uno de los
momentos de mayor diversidad y riqueza en matices de nuestra
historia.
Como veremos, en estas cuatro
décadas van a convivir el románico en su etapa terminal, una arquitectura de
raigambre románica pero con abovedamientos evolucionados que sobre todo ponen de
moda los monasterios cistercienses, el gótico clásico de carácter foráneo
(francés) en algunas catedrales puntuales, el mudéjar en sus primeras
manifestaciones y distintas características regionales y el arte andalusí
almohade.
Románico inercial en el
ámbito rural
El Reinado de Fernando III el
Santo no va a ver finiquitado el románico en el mundo rural. De hecho, muchos
autores creen que, especialmente en el sur de la Castilla Vieja y Aragón la
construcción de iglesias concejiles de una sola nave y dimensiones reducidas,
pero en un más o menos correcto lenguaje formal románico, son de las primeras
décadas del siglo XIII.
Quedan inscripciones
epigráficas de algunas de estas iglesias que así lo demuestran, como el caso de
la alavesa iglesia de Marquínez (1226) o la soriana de Garray (1231)
Arquitectura de
transición
Aunque no nos gusta esta
denominación, la aplicamos a aquellas iglesias de monasterios y templos más
importantes, donde trabajan artistas más avanzados que aunque siguen una
planimetría tardorrománica, emplean ya el arco apuntado y las bóvedas de
crucería de manera generalizada. Tres insignes edificios construidos en el
reinado de Fernando III ejemplifican esta arquitectura como son la Catedral de
Lleida, Burgo de Osma, la Colegiata de Castrogeriz.
Se trata en general de templo
que no adquieren la verticalidad ni la luminosidad del auténtico
gótico.
Mudéjar
En la segunda mitad del siglo
XII y como consecuencia del avance reconquistador de los reinos cristianos va a
aparecer de manera titubeante un arte mestizo y exclusivo de lo hispano que es
el mudéjar. La habilidad y baratura del trabajo de los alarifes va a permitir
que el románico pierda algunas de sus propiedades y se combine con estéticas y
técnicas musulmanas para hacer nacer el mudéjar.
Este fenómenos aparece en
Sahagún (León) y Daroca (Aragón) y más tarde se extiende por amplias zonas de
Castilla y León, Toledo y Aragón, siendo el siglo XIII el de su auténtica
expansión.
En Castilla y León, este
mudéjar primitivo está muy influido por la arquitectura románica como se puede
comprobar en los modelos de Tierra de Pinares (Valladolid, Ávila y Segovia) y el
Modelo Toresano (Zamora y Salamanca)
Mientras, en Toledo y Aragón,
la impronta musulmana es mayor con relación a lo cristiano.
Gótico
Francés
Si algo verdaderamente
relevante acontece en este periodo es la llegada a España del auténtico gótico
francés, en las catedrales de nueva planta de Burgos, Toledo y León.
En este caso, sí estamos ante
el nuevo estilo en su plenitud de su desarrollo. Estas catedrales -especialmente
la de León- reflejan no sólo nuevas técnicas sino un nuevo concepto, que son los
tópicos pero reales valores de verticalidad y desmaterialización del muro que
caracterizan al gótico puro.
Pero, atención, estos
edificios son hitos bastante aislados, construidos por cultos artífices foráneos
contratados por la corte para los ambiciosos programas catedralicios de las
ciudades más importantes.
Ello no afecta demasiado (al
menos al principio) a las anteriormente descritas tendencias implantadas en la
España cristiana, sobre todo en el ámbito rural.
Las iglesias fernandinas
En este complejo panorama,
hay que aclarar que las muy interesantes iglesias fernandinas de Córdoba están
erróneamente llamadas, pues en su mayoría se iniciaron en l segunda mitad del
siglo XIII, durante el reinado de Alfonso X y no en tiempos de Fernando
III.
Santos: Fernando III, rey, patrono del
Cuerpo de Ingenieros Militares; Félix I, papa; Gabino, Críspulo, Sico, Palatino,
mártires; Exuperancio, Anastasio, obispos; Ausonio, presbítero; Juana de Arco
(Lorena), virgen; Venancio, Basilio, Emilia, confesores; Uberto, Gamo, monjes;
Urbicio, Isaac, abades.
Una de las figuras máximas de España; primo
carnal de otro santo y rey –de Luis IX de Francia–, que triunfó por fuera y por
dentro. No quiso estatua; pero en su sepulcro grabaron el cuádruple epitafio:
«Aquí yace el Rey muy honrado Don Fernando, señor de Castiella é de Toledo,
de León, de Galicia, de Sevilla, de Córdoba, de Murcia é de Jaén, el que
conquistó toda España, el más leal, é el más verdadero, é el más franco, é el
más esforzado, é el más apuesto, é el más granado, é el más sofrido, é el más
omildoso, é el que más temie a Dios, é el que más le facía servicio, é el que
quebrantó é destruyó á todos sus enemigos, é el que alzó é ondró a todos sus
amigos, é conquistó la Cibdad de Sevilla, que es cabeza de toda España, é passos
hi en el postrimero día de mayo, en la era de mil et CC et noventa años».
Quien sepa lo puede leer en latín, hebreo, árabe y castellano, en la barroca y
suntuosa capilla de la catedral sevillana.
Fue hijo nacido de un matrimonio incestuoso,
anulado por el papa Inocencio III, porque su padre, Alfonso IX de León, se casó
con su prima doña Berenguela de Castilla, la hija de Alfonso VIII, el de las
Navas.
Unió los reinos de Castilla y León. Quitó Murcia
y casi toda Andalucía a los moros; llevó adelante con grandeza épica los
asedios; hizo su vasallo al rey moro de Granada; consiguió meter en África una
expedición, y murió cuando él mismo pretendía atravesar el Estrecho.
Astuto y sagaz en la guerra, solo supo entenderla
desde el prisma de la cruzada cristiana. Jamás quiso cruzar la espada con otros
príncipes cristianos, jugando todas las bazas necesarias para llegar a
compromisos sin sangre.
Se mostró comprensivo y protector con las órdenes
mendicantes.
Comenzó la catedral de León y construyó las de
Burgos y Toledo.
Puso paz en sus reinos; mostró tolerancia con los
judíos; fue riguroso con los apóstatas y falsos conversos.
Hizo del castellano el idioma oficial. Sobresalió
en el cultivo de las ciencias y de las artes; impulsó las incipientes
universidades.
En el campo de las leyes, codificó el
derecho.
Con su ejército se mostró solícito en el cuidado
de la piedad y de la honestidad de sus mesnadas.
Repobló los territorios conquistados.
Se supo rodear de varones prudentes que pudieran
asesorarle en el oficio de reinar, sentando las bases para los Consejos.
El florecimiento esplendoroso de la corte de
Alfonso X el Sabio se debe a los principios asentados por el rey Fernando, su
padre.
Mantuvo una lealtad y nobleza a toda prueba en el
cumplimiento de los pactos y treguas con sus enemigos; la palabra dada era valor
y no juguete de quita y pon según los intereses prácticos o útiles del
momento.
Se casó dos veces; la primera, con la alemana
Beatriz de Suabia; la segunda vez, con la francesa Juana de Ponthieu. En total
sumó trece hijos.
Con los levantiscos –tan frecuentes– supo
mantener el equilibrio y se mostró magnánimo a la hora de perdonar.
Favoreció el culto y la vida monástica; pero
exigió compensaciones económicas de las manos muertas –improductivas– de
eclesiásticos y feudales. A este respecto se ganó una reprimenda del papa
Gregorio IX, que interpretó su impuesto como una intromisión imperdonable y una
apropiación indebida de los bienes eclesiásticos.
La pureza y rectitud de vida –cosa bastante
extraña en los príncipes de la época– le ganó fama hasta el punto inconcebible
de que algunos de sus enemigos moros llegaran a convertirse por su ejemplo.
Además, sabía comportarse, en lo humano, como un
gran señor europeo; fue un verdadero palaciego que gustaba de la caza, componía
versos o cantigas, entendía de música y gustaba jugar a las damas y al ajedrez;
tenía un porte elegante y era excelente jinete. Su propio hijo, Alfonso X el
Sabio, dejará dicho de él que «todas estas vertudes, et gracias, et bondades
puso Dios en el rey Fernando».
Pero el hecho de que un Jueves Santo
pidiera una toalla, tomara un barreño, y se pudiera a lavar los pies de doce de
sus súbditos pobres, después de haber meditado la Pasión, descubrió a la corte
un rincón secreto de su intimidad.
Algo parecido pasó en su despedida de soltero.
Tres días antes de su boda (27-XI-1219) veló las armas de caballero en el
monasterio de las Huelgas, en Burgos, y se autoarmó caballero, cosa que debió de
tener en gran estima, porque llegó a negarlo a algunos de sus nobles por
considerarlos indignos.
¿Oración? En Toledo, aunque enfermo, solía velar
de noche para pedir a Dios la ayuda para su pueblo; y en especial, con alma
impregnada de espíritu caballeresco, llevaba asida y anillada al arzón de su
caballo a su dama, la Virgen María, labrada en marfil; fue una estupenda
devoción que dejó en herencia a los sevillanos, «la Virgen de los Reyes», que
mantenía en capilla estable en su campamento durante el asedio a la plaza.
Murió, sí. Pero no como es frecuente escuchar que
mueran los reyes. Sobre un montón de cenizas, con una soga al cuello –así
pintaron algunos a Jesús–, pidiendo perdón a los presentes, y dando consejos a
sus hijos; llevaba una candela en la mano –¿la fe?– y sus labios musitaron una
oración. Era «el postrimero día de mayo».
El patrono de tantas instituciones españolas, al
que invocan los cautivos, desvalidos y gobernantes como su especial protector,
elevado a los altares el 4 de febrero de 1671, solo era un seglar, un laico, un
cristiano, un rey, un servidor, un esposo, un padre. Se santificó en su oficio.
¡Un señor!
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