"¡Viva el Papa". "¡Viva el
Papa", gritaba una
inmensa multitud mientras en un jeep
descubierto el Papa
Francisco recorría, a las
ocho y media, la Plaza de San Pedro, muy
lentamente,
como flotando entre la muchedumbre.
Emocionó su gesto de detenerse y
bajarse del
coche para abrazar a una persona
con discapacidad.
Y poco después se detuvo para
saludar a dos niños.
Los fieles, que esperaban desde las seis y media
de la
mañana, alababan su cercanía, mientras
en la zona de autoridades se agrupaban
más
de 130 delegaciones de jefes de estado, ministros
y líderes de las naciones
y organizaciones de todo
el mundo.
Banderas de todos los países llenaban
de color
universal el centro de la cristiandad.
A las nueve y cuarto el
Papa bendijo a la multitud
y sonriendo mucho, se retiró para revestirse
en la
sacristía.
Diez minutos después, acompañado por los
patriarcas
católicos de las Iglesias Orientales, rezó en la tumba
de San Pedro
pidiendo la intercesión de su
predecesor, el primer Papa.
Volviendo en
la Basílica, el Papa Francisco se unió a
la procesión de cardenales
concelebrantes, precedido
por los diáconos que llevaban el palio pastoral,
el
Anillo del Pescador y los Evangelios.
La imposición del palio la efectuó
el cardenal
proto-diácono, Jean-Louis Tauran,
el mismo que lo anunció en el
balcón
hace menos de una semana.
Lo acompañaba una oración del cardenal
protopresbítero, Godfried Danneels.
La entrega del Anillo la realizó el
cardenal
Angelo Sodano, decano.
Seis cardenales, en nombre de todos los demás,
reiteraron su obediencia. El primero fue el
cardenal Giovanni Battista Re;
después el cardenal
Tarcisio Bertone; a continuación Joachim Meisner
y Josef
Tomko; por último, los cardenales del
orden de los diáconos Renato Raffaele
Martino
y Francesco Marchisano.
La Misa empezó a las diez y fue
concelebrada
por los cardenales, los patriarcas y arzobispos
mayores de las
Iglesias orientales católicas, el
secretario de la Congregación para los
Obispos
, Lorenzo Baldisseri, y dos españoles "especiales":
el superior de los
jesuitas y el superior de los
franciscanos, que son vicepresidente y presidente
de la unión de religiosos.
En su homilía, el Papa se remitió a la figura
de
San José, modelo de paternidad y protección cuya
fiesta celebra la Iglesia
este día. "No debemos tener
miedo de la bondad, ni de la ternura", repitió dos
veces el Papa. Y pidió a todos ser como él: custodios
fuertes que con ternura
defienden a los débiles y
pequeños.
Las peticiones se rezaron en ruso,
árabe, chino,
francés y swahili. En árabe se oró por los
gobernantes:
"Todopoderoso Dios, en tu sabiduría,
ilumina sus mentes y guíalos para construir
la
civilización del amor". En ruso se pidió la ayuda
de Dios para que "todos los
pastores y fieles
puedan vivir la obediencia incondicional al
Evangelio". La
oración en chino se refería
a la necesidad de transformar nuestras vidas
"en la
semejanza del Señor Jesús".
A las once, fue muy emotivo el histórico
abrazo de paz entre el Papa Francisco y el
Patriarca Ecuménico de
Constantinopla,
Bartolomé I, ante el altar. Es la primera vez,
se considera, que
un Patriarca de Constantinopla
está presente en la Misa de inauguración de
un
Pontífice romano.
Francisco luego repartió la comunión a los fieles,
que
la recibían de rodillas. Mojaba la hostia en el
cáliz, según algunos
comentaristas, "como en las
liturgias orientales".
A las once y veinte,
en menos de dos horas, la misa
terminaba, con el canto del Te Deum. Francisco,
como en días anteriores, evitó hacer parlamentos y
discursos en varios idiomas.
A renglón seguido acudió a la Basílica de San
Pedro para recibir a los
jefes de Estado y
delegaciones de todo el mundo.
El primer saludo lo
dedicó a la presidenta
Cristina Kirchner, de Argentina, y luego
al presidente de
Italia, Napolitano y al primer
ministro Monti, ambos acompañados por sus
esposas. El resto de mandatarios desfilaron por
orden alfabético de sus
países.
R.L.
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