Las cosas ya no son lo que eran. Desde que el hombre es un lobo para el hombre, o seguramente mucho antes, en el mundo de los negocios la palabra es una mera intencionalidad de la posible acción a efectuar y sólo un contrato por escrito tiene validez legal. Es el documento quien consolida una relación comercial o contractual entre pares, porque las palabras se las lleva el viento.
Una anécdota. Allá por 2008 llegué a una acuerdo verbal con un ayuntamiento: le presentamos una idea, que fue muy bien acogida y nos comprometimos verbalmente a materializar esa idea en un proyecto formal para que tuviera posibilidades de ser subvencionado por la administración autonómica. Llevamos a cabo todo el proceso y desde el ayuntamiento sólo tenían que firmar y presentar el proyecto.
Todo estaba acordado de palabra: si llegaba el dinero de la subvención, nosotros lo ejecutaríamos. El dinero llegó y el ayuntamiento… contrató a otra empresa, una de un amigo de la alcaldesa. Pataleamos mucho y más, pero la ley de contratación pública los amparaba. La palabra dada no servía de nada. Los 125.000 euros del presupuesto se fueron para otro.
Hoy por hoy sigo engendrando y entregando proyectos a otros para que, cuando llegue la aprobación oportuna, comencemos a ejecutarlos según los acuerdos verbales mantenidos. También hay propuestas escritas, pero ningún papel firmado. La palabra está dada. ¿Estaré siendo un ingenuo?
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