TRADUCCIÓN

sábado, 10 de noviembre de 2012

TESTIGO DE UN MAGNICIDIO

Estados Unidos, década de 1860. El oeste del país, conocido como el Far West, es todavía una latitud peligrosa donde indios y colonos se disputan el terreno palmo a palmo. En la costa atlántica, los cuatro estados del Deep South –Carolina del Sur, Misisipi, Georgia y Texas– proclaman la secesión y desatan la Guerra Civil Americana. Los esclavos, los cowboys y los buscadores de oro son una parte más esta estampa histórica en la que brilla como nadie Abraham Lincoln, el primer presidente republicano y el primero asesinado de la historia del país. Murió en el Teatro Ford de Washington D.C. el 14 de abril de 1865. John Wilkes, un actor leal a los confederados, le disparó a bocajarro y proclamó la misma frase que Bruto cuando asesinó a su padre, Julio César: "Sic semper tyrannis". Así siempre a los tiranos.
 
Parece un tiempo lejano, pero no lo es tanto. En particular si lo observamos a través de un "agujero de gusano humano". Es el nombre que se le ha dado al curioso fenómeno protagonizado por Samuel J. Seymour, un testigo directo del asesinato de Lincoln que llegó vivo a 1956, con 96 años, y apareció en el programa de preguntas I've got a secret, de CBS, donde los concursantes tenían que adivinar cuál era el secreto –en este caso, uno espectacular– del invitado. Siglo y medio después de uno de los magnicidios más recordados de la historia, la grabación ha sido recuperada y está disponible en el portal de vídeos Youtube. Todos podemos ver y oír a esta verdadera reliquia humana que estuvo allí, en el Teatro Ford, aquella tarde histórica y remota de 1865.


La leyenda en primera persona
"Incluso si tuviera que vivir otros 94 años no olvidaría jamás mi primer viaje fuera de casa, cuando tenía solo cinco años". Así empieza el relato de Seymour publicado por el Milwaukee Sentinel en febrero de 1954, dos años antes de su aparición en televisión.
El pequeño Sam acompañaba a su padre a Talbot County, en Maryland, por asuntos de negocios con el empresario George S. Goldsboro –"algo relacionado con el estatus legal de sus 150 esclavos", explica–. Mientras las hombres de la casa atendían los negocios, la esposa del empresario y madrina del niño quiso llevarlo a Washington para que conociera la capital.
Era un lugar inquietante, al menos para un niño. "La calle estaba llena de hombres armados y todas las pistolas parecían apuntarme a mí. Era demasiado pequeño para darme cuenta de que la ciudad se estaba preparando para las celebraciones porque [Robert E.] Lee se había rendido unos días antes". Seymour se refiere así a la amnistía que solicitó el líder de los ejércitos confederados después de perder la Guerra de Secesión, en abril de 1865.
Como consuelo, la señora Goldsboro anunció a Seymour una sorpresa para esa misma noche. "Vas a ir esta noche a una obra de teatro. Una de verdad. Y el presidente Abraham Lincoln estará allí".
Ya en la platea del Teatro Ford, Seymour tuvo que ser aupado para poder ver al presidente cuando este hizo su entrada en su palco. "Me pareció un hombre alto de mirada severa", explica, aunque matiza que lo más probable es que pensase eso "por las patillas". En realidad, "sonreía y saludaba al público".

El resto de la historia es, nunca mejor dicho, historia. "De repente sonó un disparo salido de la nada [...] y alguien gritó desde el palco presidencial. Vi cómo Lincoln se desplomaba en su asiento. Todo el mundo empezó a correr". El jovencísimo Seymour pensó que había ocurrido otro accidente cuando vio a un hombre caer de un palco hasta el suelo y quiso ayudarle. La señora Goldsboro se lo impidió.
"En ese momento John Wilkes Booth, el asesino, se había puesto en marcha y huía entre la multitud [...]. Solo unos pocos se dieron cuenta de quién era aquel hombre que corría tanto. El pandemonio se había desatado en el teatro y todo el mundo gritaba ¡Han disparado a Lincoln! ¡El presidente ha muerto!".
"La señora Goldsboro me cogió en brazos, me apretó fuerte y de alguna manera conseguimos salir del teatro". Wilkes no fue atrapado hasta 12 días más tarde, cuando las autoridades lo encontraron escondido en un granero.
Desde entonces, cuenta Seymour, soñó siempre con aquella noche, solo que en su sueño era él a quien disparaban "al menos cincuenta veces". En ocasiones, recordaba este hombre ya a mediados de los cincuenta, "todavía revivo el horror del asesinato de Lincoln". Un recuerdo apropiado para "balancearse en la mecedora, como le corresponde a un vejete como yo".
Rubén Díez Caviedes
 
 

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